Contra un referente en ruinas

Conocí al párroco Mora a la salida del estadio. Industriales había vapuleado a los borrachos de Santiago y estábamos cabrones. El flaco profería ofensas contra Vargas y el Estado. Aún no lucía el espendrú ni se había retirado al Vaticano. Vivía en las favelas de la Morro’s Old Way. Pensé que podía convertirse en un neoGaztelu, un curita que lograra mitigar nuestro churre literario. ¿Así fue? Nada de eso. El tipo resultó demasiado mundano. Se obstinó en estudiar filología y en cogerse a cuanta lola le pasara por el lado. Hará par de años publicó su primer libelo: Examen de los institutos civiles (Eds. Unión, 2012). Para hablar con él sobre poesía y otros entresijos literarios, me lancé a su cubil, ubicado en Portuondo, cuartel general de los pringados…

En Examen de los institutos civiles hay una voluntad de cuestionar el deterioro de una civilidad que ha venido haciendo aguas durante los últimos años en Cubita “La Bella”. Este tipo de intervención, que suele meter las manos en el fangal de lo político, encuentra atractivos en el planteamiento escritural de otros poetas de tu promoción. ¿A qué se debe este viraje, con respecto a la poesía de linaje decimonónico que se ha publicado en grandes cantidades por las editoriales cubanas?

Cierto. Hay una vuelta a la mirada cívico-crítica sobre la realidad en zonas del discurso de varios poetas de la llamada Generación Cero. No está en todos, no es un rasgo absoluto, pero sí un detalle importante como para clasificar algunos de sus modos ideotemáticos. Supongo que ello tenga que ver con un cansancio, con un referente en ruinas: las condiciones semirrománticas bajo las cuales se concebía el texto en los ochenta, y los escapes conceptuales de los noventa, no son las mismas de los años cero, y la distancia entre el poeta y la realidad es cada vez más próxima, en el sentido cívico del asunto. El poeta joven de hoy discute, interroga, crea la intriga, quiere participar del danzón nacional a sabiendas de que no ha sido (y no será nunca) invitado a la orquesta. Ese es el atractivo: sabes que no has sido invitado a discutir sobre la disposición de la orquesta, o la ejecución en tal tempo del danzón, pero como estás obligado a vivir en la pista —sobre todo ahora que se halla tan deteriorada—, y a bailar correctamente el baile, entonces opinas. Se podría hablar de un sujeto lírico más activo en términos políticos: pasados los tiempos de “y no seré valiente es decir no diré/ todo lo que me hinca” (Fernández Larrea), o del “B-u-e-y/ Su cansancio es político/ ya no se quiere levantar” (Juan Carlos Flores), hemos llegado a un texto como el que sigue, de Legna Rodríguez:

Sobre los hombros del Año
de la Reforma Agraria:
una palma irreal.
Sobre los hombros del Año
de la Planificación:
un ángulo.
Sobre los hombros del Año
del Esfuerzo Decisivo:
una letrina.
Sobre los hombros del Año
de los Diez Millones:
un televisor.
Sobre los hombros del Año
del Veinticinco Aniversario del Triunfo:
un nacimiento.
Sobre los hombros del Año
del Centenario de la Caída:
todos los héroes de la historia
un hombre triste encabeza la lista
la tristeza es lo peor.
Sobre los hombros del Año
de los Héroes:
una idea.
Sobre los hombros del Año
de la Revolución Energética:
un viaje.
Sobre los hombros del Año
Cincuenta de la Revolución:
una corriente.
Sobre los hombros del Año
en Curso:
una mano escribiendo cualquier cosa.
Quien escribe cualquier cosa
es capaz de todo.

En la poética introductoria al libelo Manejos del ojo, que aparecerá próximamente por la Colección The Packet de la Editorial Hypermedia, se lee: “En esa dirección hallo La Escritura sin estilo; el texto raspado en la postvanguardia, que no es vanguardia, ni post, sino personalidad: deseo de otro y ninguno (¡estilo!). Porque la página está enferma y hay que darle balón (de aire); porque la lírica cubana adolece de un enfisema crónico y necesita oxígeno (bomba de compresión)”. ¿Consideras que el gran padecimiento de la poesía que se escribe en Cuba hoy es de índole formal, de estilo, o tiene que ver con la pobreza de ingenio, las malas lecturas, o las deformaciones propias que ha generado el sistema editorial cubano?

A todo ese conjunto que termina haciendo malos poemas lo agrupo bajo el concepto de “poesía rosa” o “bobería light”. Y no creo que sea solo culpa del sistema editorial cubano: ya los libros llegan siendo malos allí. El problema es más bien de concepción, de definiciones: hay que abolir la idea romántica de que la poesía debe escribirse con frases y palabras “bellas”, de que un buen poema es aquel que ha pasado su tiempo en peluquería. Hay que sacar al poema del salón de belleza y del ambiente bucólico-pastoril en que se encuentra hoy. Hay que quitarle el bisoñé y obligarlo a que muestre la calvicie, la alopecia, para que explique qué puede ser también la mierda de la vida. En una palabra: hay que quitarle al “bardo” el jabón de las manos, sacarlo del tocador y —de prisa, con extrema urgencia— llevarlo a empujones al retrete a que ensucie un poco su pulcritud.

No todos son malos poetas. Todavía quedan autores de valía, arriesgados, insolentes con el lenguaje y las ficciones del texto. Pero esos, los buenos, no son muchos. Ni siquiera mayoría. No sé… O no queda nada grande, importante que decir, o lo poetas cubanos, como descubrió con tristeza Padilla, ya no sueñan.

(En cierta ocasión, en una mesa sobre poesía discutía estos asuntos, y un vetusto-celebérrimo escritor de cuentos rebatió mi idea de escribir sin el exceso de emoción que comúnmente le agregan al texto nuestros rapsodas. Al final, creo que no nos pusimos de acuerdo. Por suerte, todavía no me ha dado por la narrativa, de lo contrario ahora mismo estaría sin escuela y sin El Gran Tutor.)

En El ángel necesario, Wallace Stevens señaló que “la función de la poesía es ayudarnos a vivir nuestras vidas”. ¿Cuál sería tu visión de esa sentencia para la Cuba de hoy?

La poesía no tiene, por desgracia, ninguna utilidad. Podríamos vivir tranquilamente sin ella y todo iría igual que siempre. Su única función —si la hubiera— sería explicarse a sí misma el mundo, pero esa teleología no sirve, no puede servir a un fin social-pedagógico. De lo que resulta que no hace falta para nada. Otro motivo para tomarse la escritura con la necesidad de Bernhard de ofender al entorno, de ofender al público y sacudirlo, ya que no logra ser un paliativo en el minuto de la vida. Con razón en el libro décimo de La República Platón expulsó a los poetas de su Estado ideal: solo sirven para confundir (y estropear) el desarrollo práctico del “buen” ciudadano.

Rafael Rojas apuntó que eres uno de los jóvenes “que ha pensado como pocos la poesía cubana contemporánea”. ¿Qué lugar ocupa en tu trabajo la práctica del ensayo y la crítica literaria?

Ese juicio me parece más que generoso, excesivo. Máxime cuando no soy crítico de oficio y larga carrera.

Escribo azarosamente (es decir, sin orden ni hábito) de libros que me interesan: procuro llamar la atención sobre poéticas en general, no sobre autores. Todo marcha al ritmo de mis lecturas, ya sabes cómo: leo de todo y a mansalva. Luego la reflexión sale rápido, en caliente, de la lectura. Mi idea es hacer ver el denominador común que une y divide en sus particularidades a los jóvenes poetas cubanos, aquello que los junta y los excluye en su individualidad, y que la indolencia de los “críticos” y nuestros predecesores no han visto, o no han podido entender. He escrito algo sobre otras épocas —Juan Carlos Flores, Carlos A. Alfonso, Diáspora(s)…—, y sobre la última narrativa, pero siempre de libros que me interesan, de relegados y/o excluidos del “bueno y sano canon cubano”.

Y finalmente, escribo contra los prejuicios de la crítica, que solo sirve para arrellanarse fofa y cómodamente en los butacones del Instituto de Literatura y Lingüística.  Alguien —tal vez un filólogo que no sea un chambón investigador del diecinueve— debería estudiar la inmanente relación que existe entre el concepto “poltrona” y la crítica literaria cubana. Te aseguro que un estudio así debe arrojar maravillas…

(Ahora, salgo de eso y vuelvo a Rafael Rojas: conozco más su leyenda político-familiar, esa que cualquier intelectual en Cuba se sabe al dedillo. Tengo la impresión de que es el escritor polémico, difícil, agudo, en fin, que se echa en falta en el ensayismo cubano contemporáneo, igual a Dorta, Duanel Díaz y otros tantos que andan por ahí, en el desierto de la diáspora, soñando con participar de la palestra cultural de la isla. Claro, Rojas no ha tenido —y suponemos que no tendrá por ahora— un regreso de hijo pródigo. Tal vez un día de estos podamos tomarnos un café y discutir algunas ideas, proyectos… Sería una experiencia interesante…)

Llama la atención que tus trabajos críticos están enfocados en el análisis de la producción de autores contemporáneos vivos, y no en la muertería lírica que tanto entusiasma a la escuela de Letras y de Periodismo, y que tanto provecho deja a las arcas de los vividores. ¿Por qué no te buscaste un Padilla, un Arenas o un Infante, aunque no sea difunto?

¡Qué decirte! Padilla tuvo su carnaval y su infierno, tanto como los Arenas e infantes difuntos. No, nada de eso. Lo mío es lo incómodo, y lo incómodo no es lo que está en Colón o Santa Ifigenia: ya esos tuvieron bastante, y si no lo tuvieron, allá ellos. No digo que no haya que atender a “toda esa gente en aprieto”, digo que para mí lo importante está en lo que se escribe ahora mismo, en lo que se está haciendo en este segundo, que es —para decirlo en términos de mis colegas de barrio, más felices que yo— “lo último que trajo el barco”. Lo mío es lo incómodo, y lo incómodo es siempre lo que está vivo, lo que se deja problematizar, lo que te podría responder… En cualquier caso, lo que podría defenderse legítimamente. Piensa en que ya Lezama, Piñera y demás cientos como ellos, tan llevados y traídos como papalotes por la política cultural, ya no tendrán el chance de decir “No, por favor, de mí no digan eso”, o “Ahora no me publiquen”, o “Si me publicaron este libro, publíquenme también estotro”, o “No me metan en el saco con tal o más cual fulano porque no somos la misma cosa”. Y digo “incómodo” porque también están los tranquilos, autores con obra y pensamiento muerto que no representan un peligro socio-literario para nadie, porque todo lo que hagan será siempre una performance, una pantomima dentro de los límites del redil. Hablo de los que van más allá, de estética y de establishment, aunque no hay que buscar necesariamente juntas ambas rebeliones. Dos ejemplos dispares, para entendernos: acabo de leerme los Cantos de concentración de Pablo de Cuba, un libro malsano estilísticamente hablando, espléndido, con notas de un vanguardismo poco común entre nosotros. El otro: el caso Lage, casi todo él, sobre todo después de La autopista: the movie y Archivo, un autor que perturba no solo literariamente sino también en lo ideológico. A eso le llamo yo un sujeto incómodo.

¿Cuáles serían, en tu opinión, los diez libros de poesía más significativos publicados por autores cubanos en lo que va de siglo?

Te daré mi lista personal. De memoria y con distinciones. Sé que hay otros que se me quedan, pero diez son diez, y ese es el trato (aunque la lista, pese a que son dieciséis años, tampoco sería demasiado larga si incluyera a los que faltan). Bien, aquí van. Los tres primeros imprescindibles:

Cerval, de Carlos Augusto Alfonso
Distintos modos de cavar un túnel, de Juan Carlos Flores
Escritos al revés, de Soleida Ríos

Luego, otros siete:

Lingua franca, de Omar Pérez
Cálculo de lindes, de Rolando Sánchez Mejías
Trillos urbanos, Ricardo Alberto Pérez
Cabezas, de Pedro Marqués de Armas
La misión, de Ismael González Castañer
Huecos de araña, de Jamila Medina Ríos
Formas de llamar desde Los Pinos, de Javier Marimón

El caso Diáspora(s), fue objeto de tu tesis de licenciatura en la carrera de Filología y le has dado continuidad al estudio de este piquete en la consecución de otros proyectos que verán la luz en el futuro. ¿Qué ha representado Diáspora(s) para ti: un modelo, una negación?

Un modelo no: una dirección. En este trajín de la poesía supe bien temprano qué era lo que no quería hacer, y Diáspora(s) me dio sobre todo una dirección de trabajo, sin ser por ello una camisa de fuerza. La ética de la escritura, el dueto necesario-imposible del acto de escribir (aquel “sentirse alguna presión sobre la nuca” de Sánchez Mejías), la reflexión metapoética, el poema como proceso, el desierto de lo real y la ficción histórico-metafísica del texto, son elementos que me han sido de gran utilidad en el momento de enfrentarme a la página en blanco, a la hora de raspar/rayar lo mío en el papel.

Pero, como te decía, no es una camisa de fuerza. De manera que la conjunción entre verso libre y ritmo, que en Diáspora(s) no era una preocupación fundamental, yo la utilizo en muchos casos, con mayor o menos asiduidad, tanto como la historia que a veces se aproxima a lo ordinario de la experiencia, y no solo los textos de corte metafísico-ficcional, que eran el plato fuerte del grupo y que de algún modo también he introducido en mi poética. Ahora que lo pienso, creo que Saunders fue el único que trabajó cierto sentido del ritmo en el verso libre (“Égloga en el bosque”, v. gr.), pero allí la atención está más dirigida a mostrar lo que dije antes: paisajes lunares, el desierto frío de la reflexión textual.

Un detalle: algo que me fascinaba del proyecto era el atrevimiento, la indocilidad, la actitud irreverente frente al contexto literario. Actitud que aún mantienen Richard e Ismael, como si el grupo estuviera en activo, lo que manifiesta que esa no era una simple “pose” intelectual.

Resumiendo: una dirección. Me cayeron los primeros libros del grupo hace ya tiempo, y como se parecían bastante a lo que me interesaba poéticamente, le seguí el rastro. Ese rastro terminó en tesis de universidad, y una amistad (en su mayoría electrónica) con casi todos sus antiguos cofrades. Todavía me parecen buenos escritores.

¿Crees que los presupuestos literarios y políticos que defendía el grupo Diáspora(s) en los ‘90 tienen todavía vigencia y utilidad?

Por supuesto. El panorama no ha cambiado mucho de allá a acá, sobre todo si pensamos en que se trata del mismo teatro y con los mismos actores, cada uno haciendo lo suyo según dicta el guión. Lo curioso es que Diáspora(s) puso sobre la mesa preguntas que nadie había hecho antes, y que todavía nadie se atreve a responder. Cuestiones referentes al utilitarismo de las políticas culturales, a la intromisión rectora de la ideología en asuntos puramente artísticos, a lo patético del pensamiento intelectual cubano. He ahí por qué, como dice Richard, el tema Diáspora(s) sigue siendo hoy una papa caliente.

¿Consideras que el campo literario cubano es un sitio apacible donde el frío es un privilegio, o una zona violenta de continuos enfrentamientos generacionales y falta de ética?

¿Apacible? ¡Ni hablar! El campo literario cubano no es una novela de Shólojov. Al contrario, hay de todo: rapiña, trampas, envidias sanas y con cianuro, y todo el mundo tratando de repartir entre sus colegas de equipo el botín. Una especie de Colombia Literaria con su ejército de liberación, sus fuerzas armadas, y un sinnúmero de bandas paramilitares que podríamos llamar “autodefensas”. Abundan los intereses de grupo y los generacionales (pueden darse yuxtapuestos en un mismo colectivo). Ejemplo de lo primero: un grupo aprovecha la presencia de uno de sus integrantes en el jurado de un concurso que virtualmente pondría a su ganador como jurado de la siguiente edición, y ahí van a colarse cada uno de los del piquete como ganadores. Ejemplo de lo segundo: están los mayores que dicen “Eso no es poesía (narrativa, etc.)”, “Eso que dices (haces, escribes) no es correcto”, y los mozalbetes que contestan “¿Ah no? ¡Pues, allá vamos!”, y entonces vienen los artículos, prólogos, revistas, colecciones G, H, I que parecen editoriales independientes, antologías… El santo y la hostia, y las subsiguientes incomodidades de los padres. Y esto ocurre al mismo tiempo que el padrinazgo de ciertos viejos sobre otros jóvenes. (Lo común para un país con tan poca superficie y un alto índice demográfico de escritores, donde todos, irremediablemente, se conocen.)

Hasta aquí bien. Una fiesta predecible. Pero la cuestión es mucho más profunda. En efecto: los escritores cubanos no tenemos ética. Ninguna. Como tampoco honestidad, valentía, arrojo. Se peca de sensacionalismo, de hipocresía, de comedimiento: nadie arriesga publicando un trabajo en el que explique por qué este o aquel, ese grupo o este otro son buenos o malos escritores, y prefieren vivirlo en el comentario de apartamento y pasillo. No existe el debate (escrito, quiero decir) sobre las diferencias generacionales entre unos y otros, y de las que tanto se habla en bares, tertulias, librerías… Se publica un artículo o una nota en una revista o sitio digital, pero nadie pone mayúsculas, señala nombres, títulos… Ni siquiera en paneles y mesas teóricas: te vas a un panel sobre “Problemas de la literatura cubana actual”, y Padura habla de sus viajes, entrevistas, y compromisos de viajes y entrevistas (!?), y del público —el eminente público lleno de nuestras figuras “notables”— responden con horarios de lavandería, cocina y demás tareas del hogar, y se piden (ojo: con urgencia) biografías para músicos. O sea: nadie pone las tildes en su sitio.

Conozco la opinión de algunos que dicen —y esto me resulta en extremo divertido— que la Institución ha aupado a este o a aquel fulano y le está haciendo daño, pero no publican un trabajo explicando cómo destruye la intervención “premeditada” de la Institución en estos asuntos.

En resumen, un diálogo de sordos.

Eso sí: mucho chisme y pocas ideas teóricas.

Hay que publicar esas cosas, hay que debatirlas. Creo que esos textos harían más divertida la fiesta. Hablo de enriquecerla conceptualmente, de lo contario seguiremos aquí, en el aburrimiento, tirando a fondo con floretes… en el aire.

(Atención: sabemos que Fowler intenta escribir algo sobre lo que él llama “guerras de lenguaje”, que son estos mismos conflictos grupo-generacionales que han existido siempre en la literatura cubana. Ojalá y llegue a nuestros días, a ver si alguien pone un poco de orden en todo esto.)

Si del final del sueño comunista se llegó al desierto capitalista, entonces, ¿en qué lugar estamos nosotros?

¡Esta es una pregunta para socio-politólogos! Pero bien, como si fuera un Fukuyama de Portuondo y pelo duro, te arriesgaré una respuesta.

Vayamos a la informática y el ajedrez. Stand by. En “espera”. Creo que es el término que mejor lo explica. Si ligamos ese concepto al de Zeinot —“apuro de tiempo” en partidas con reloj: situación en la que se encuentra un jugador que está a punto de perder por tiempo, y que favorece el estrés, el nerviosismo, los errores…—, se tendrá una idea de cómo es ese lugar: la espera desesperada, la espera agónica de algo que está por venir y no se sabe realmente qué pueda ser. Un stand by sin tiempo para comprobar la máquina antes de reiniciarla. Una especie de Zugzwang (otro del ajedrez) en el que estás obligado a jugar, y te encuentras en una situación tan lamentable, que preferirías, como Bartleby, no hacerlo. Pero (para tu desgracia) te toca jugar: el contrario —los de arriba, los de abajo, los de izquierda-derecha, las ladies y los gentlemen, espectadores todos, el mundo entero y el tiempo, el maldito tiempo—, loco por ver qué se te ocurre, te suelta la dura: “¡Juega!”. Y lo fatal es que sabes (a eso se le llama estar en Zugzwang) que cualquier cosa podría ser para peor.

Esa es la situación. Si habría que ponerle un nombre a ese momento (cosa que va más allá de la pregunta) entonces debe ser algo así como la “postepopeya” o la “postépica”. (Por cierto, ¿has visto el último corto de Nicanor, de Eduardo del Llano? Hay que verlo. Se titula así: Épica. ¡Es excelente!).




Javier L. Mora - Premio de Poesía Editorial Hypermedia 2019

Ablandar una lengua

Javier L. Mora

Selección del libro Ablandar una lengua, de Javier L. Mora, poemario ganador del Premio de Poesía Editorial Hypermedia 2019.


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4 Comentarios
  1. Qué suerte poder leer a tantos poetas cubanos que escriben verdadera poesía. Por suerte, gracias a las redes siempre se puede leer. Lo que he leído del entrevistado me ha dejado sin deseos de leerlo. Qué pena. Confirmo que los premios para nada son índice de buena literatura. Ni la palabrería hueca evidencia de erudición.

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