El inexplicable caso de los periodistas cubanos

Como algunos, yo también he transitado, en la vertiginosa e inevitable reconfiguración de la prensa cubana de los últimos años, por todos los estadios posibles. Ha sido una carrera de fondo por merecer, sin rubor, el título de la profesión, ya que llamarse periodista en Cuba es un regalo o un préstamo a crédito que luego los privilegiados no nos encargamos de devolver o demostrar, de ahí la bancarrota de la prensa.

En primer año de la universidad, durante las prácticas laborales, colaboré con Juventud Rebelde, algo que, espaciadamente, se mantuvo por un tiempo más. En tercer año, debuté en Cubadebate, prolífico y desorbitado. Casi a punto de graduarme, comencé en OnCuba, una escuela, una casa y una promesa donde a tropezones fui mi alumno y mi propio maestro. Y hace unos pocos meses, junto con dos o tres amigos, fundé una pequeña revista de periodismo narrativo, que se llama El Estornudo y que todavía no se sabe adónde va.

Ha habido, en ese tránsito, tres constantes: un alejamiento exponencial de los órganos de prensa deformados por la radioactividad del Departamento Ideológico del Comité Central del Partido Comunista, una travesía cada vez más profunda al interior de la web y, por consiguiente, una pérdida de posibles o potenciales lectores cubanos que viven en Cuba.

No paso por alto la contradicción: ¿cómo justificar del todo la razón de ser de un ejercicio que ve drásticamente cortado el canal de flujo de información con los que deberían ser sus destinatarios o receptores principales? Sin embargo, el establecimiento de ese canal —que la gente sepa o pueda saber lo que pasa o lo que se dice o lo que se cuenta de su país— no es algo que dependa de los periodistas, y no es algo que dependa más de los periodistas, o sea, de los emisores, que de la ciudadanía en general, los posibles receptores.

Los periodistas cubanos suelen secuestrar todos los debates verdaderamente provechosos para ellos, con el extraño fin de proseguir empantanados en la onerosa tierra de nadie en la que han estado hasta ahora.

Ahora bien, si se cree, como creo yo, que lo que sí depende del periodista es su elección personal de hacer periodismo o de no hacerlo, y que, incluso, más cerca del ejercicio del periodismo está la decisión de no hacerlo en absoluto que la decisión de hacer propaganda o información rotundamente funcional a un poder político que, a su vez, impide, censura o minimiza el impacto de la información contraria a sus intereses, lo cual, de manera curiosa, es justo lo que define al periodismo, su propósito de desmontar, cuestionar, denunciar o matizar la verdad del poder; es probable que uno de los caminos a tomar sea el de la inmersión profunda en la web (casi hasta desaparecer, pero siempre dando pelea).

En las últimas semanas se ha reactivado un conflicto, no del todo nuevo, con el potencial de volverse trascendente (sea lo que sea que esto quiera decir) y no morir en sí mismo, aunque ya promete dilatarse y caer en el bolso retórico en que los periodistas cubanos suelen secuestrar todos los debates verdaderamente provechosos para ellos, con el extraño fin de proseguir empantanados en la onerosa tierra de nadie en la que han estado hasta ahora.

En algunas provincias del país, han prohibido a los redactores de medios oficiales colaborar con lo que el mismo oficialismo ha acordado llamar medios alternativos (a saber, un enjambre variopinto de publicaciones emergentes en el que, por lo pronto, no incluyo iniciativas totalmente independientes como el propio El Estornudo o Periodismo de Barrio, pequeños nichos que juntos no suman más de una docena de periodistas, que no marcan diferencia cuantitativa alguna y que, en ese sentido, no son representativos, si bien espero que en otros sí). En otras provincias, y en La Habana, no han prohibido nada, pero la polémica se ha atizado. No hay, si se mira, ninguna razón por la que las cosas tengan que seguir siendo igual. Solo por un reflejo incondicionado, el Estado sigue disponiendo y los periodistas acatando, pero ni el primero está ya en condiciones de exigir, ni los segundos de obedecer.

Los periodistas, para seguir sobreviviendo, saben perfectamente lo que pueden publicar y lo que no.

Hasta ahora, la dualidad medios oficiales-medios emergentes ha servido, lo cual no es asunto menor, para que los periodistas sobrevivan de la misma manera que se sobrevive en el resto de los oficios en Cuba, manteniendo una fachada estatal y llegando a fin de mes con lo que pueda ganarse en otras instancias, no del todo legitimadas, pero si tácitamente permitidas. De periodismo, poco, casi nada, por lo que no sabemos por qué el Estado ha vuelto nuevamente a sus andanzas y se ha ensañado con reporteros que en ningún caso, en los medios emergentes, van a decir nada demasiado atrevido, primero porque no pueden y segundo porque no quieren. Que ganen veinte o treinta dólares de más, y que coloreen con alguna mínima crítica o algún adjetivo apenas subido de tono las mismas informaciones descafeinadas e insoportablemente grises que el día antes habían escrito para el periódico o la emisora en la que rinden cuentas, es algo que el Estado debiera seguir permitiendo, ya que justo con esa función fue que aceptó la entrada o la aparición de estas publicaciones emergentes, igualmente funcionales a los intereses actuales del poder, pero no oficialistas o panfletarias. Si el Estado hubiera querido medios como los que ya existen, con los que ya existen le hubiera bastado. Pedirles a los periodistas que escriban en OnCuba, El Toque o Progreso Semanal (algunos de los más significativos) lo mismo que ya escribieron en Granma o Tribuna de La Habana, es un ejercicio tautológico estéril, y una mala interpretación, hecha por funcionarios medios, gremiales, de lo que el Estado quiere o espera de estos nuevos proyectos, los cuales hasta ahora se han dedicado a decir solo lo que su propia naturaleza les permite decir, siendo, por tanto, mayoritariamente inofensivos, ya que una publicación solo es verdaderamente peligrosa, aquí y en Burundi, cuando insiste en decir o publicar algo que no se esperaba que dijera o publicara, algo que va valientemente en contra de su propia naturaleza.

Los periodistas, para seguir sobreviviendo, saben perfectamente lo que pueden publicar y lo que no, y OnCuba, El Toque, Progreso Semanal, etc., para seguir sobreviviendo, saben perfectamente lo que pueden admitir y lo que no, y saben también cuál es la franja editorial en la que les está permitido maniobrar. Ganancia neta para todos. Pero algún sesudo, viviendo película vieja, ha decidido dar un golpe en la mesa, dejando al descubierto, para quien quiera comprobarlo, el verdadero poder del Estado, que no es tal, ni es tanto. Al menos no sobre los periodistas.

Los periodistas, que a estas alturas ya mandaron al periodismo de paseo, porque todo se trata de sobrevivir, no quieren empaparse o elegir, pero tarde o temprano, hoy o mañana, tendrán que hacerlo.

Las profesiones que más han sufrido en Cuba, con el consiguiente escarnio para sus practicantes, son aquellas que con el fin de adaptarlas a los caprichos del gobierno se vieron sometidas a una violenta castración de sus principios y propósitos, arbitrariamente convertidas, de plano, en su reverso. Entre ellas, ningún atraco como el atraco cometido contra el periodismo, al que, de haber sido medicina, se le habría pedido que dejase morir a los pacientes, o que llamara catarro al cáncer.

Pero recordemos a Coleridge: “Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano… ¿entonces, qué?”. Esto es: si veinte, cuarenta, cien periodistas cubanos decidieran de pronto soltar todo tipo de amarra, y se fueran por su cuenta, y comprobaran que esa precaria pero chisporroteante libertad les produce más bienestar o furia que todo lo conocido anteriormente, y si nada grave les sucede a los periodistas por tomar su decisión… ¿entonces, qué? Esto, que no va a pasar, si pasara, si, digo, por algún milagro de Dios pasara, solo podría ser protagonizado por periodistas jóvenes. No de sesenta, no de cincuenta, no de cuarenta, no por personas que ya hicieron lo mejor que pudieron, sino por la camada de recién graduados que no tiene nada que perder, ni hijos que alimentar, ni utopías ajenas que cumplir, ni casas que mantener, y que solo tendrían que ocuparse de sí mismos, algo que, como sabemos todos los que han tenido o tenemos veinte años, con arroz y chícharo basta.

No obstante, los altos capos de la prensa que rechazan esta dualidad, alegando cuestiones éticas, no dejan de tener razón. Si no eres freelance, si eres plantilla fija de un medio de prensa y ese medio de prensa te paga un salario (no importa cuál sea, tú has decidido aceptarlo), nada justifica que también publiques en medios de prensa que son la competencia directa de tu medio de prensa original. Los periodistas, que a estas alturas ya mandaron al periodismo de paseo, porque todo se trata de sobrevivir, no quieren empaparse o elegir, pero tarde o temprano, hoy o mañana, tendrán que hacerlo. Bien entendidas las cosas, cuando seamos un país decente, dicha situación acabará.

Lo que los capos de la prensa oficial ven como un cese de la ambigüedad, con el tanteador a su favor, yo lo veo también como un cese de la ambigüedad, pero con el tanteador a favor mío, eligiendo regalarle al Estado su salario y su propaganda. Porque lo que hace que esa renuncia no sea nada heroica, y no sea para nada un sacrificio, es que todo lo que hay fuera de la prensa oficial, y limitémonos a mirarlo apenas desde el punto de vista espiritual, es ganancia.

En el trayecto, cierto, hay dolor y hay pérdidas. Hay, en su momento, dolor por Juventud Rebelde, y, en su momento, dolor por Cubadebate, y luego, en su momento, dolor por OnCuba, pero el dolor pasa, porque el dolor es como el río de Heráclito, que siempre fluye y que nunca es el mismo dos veces, y, por otra parte, las pérdidas que acaecen son siempre pérdidas que debían acaecer, todo lo que quedó en el camino quedó porque tenía que quedarse, y uno no debe hacer nada por salvar lo que no puede salvarse por sí mismo. Lo que no pasa es la propaganda. Lo que no pasa es la prostitución. Lo que no pasa es la obra y el legado del camarada Stalin.




Offside - Carlos Manuel Álvarez

Offside

Carlos Manuel Álvarez

La locura de Boris Santiesteban es el principio de locura, activo, persistente. Sucesos que rondan la cabeza como espías rabiosos: la soledad en el mar, la noche oscura, el oleaje furioso, las aciagas aletas de los tiburones a menos de cinco metros, el hambre, la sed, el orine bajando por la garganta.


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