Los años de Orígenes, visión y ceguera

El prólogo de la nueva edición de Los años de Orígenes que prepara Rialta dedica sus primeros párrafos a ponerse en guardia contra cierta lectura del libro de Lorenzo García Vega.

Se trata, sugiere Juan Manuel Tabío, de una mala lectura. Una lectura ingenua, incapaz de discernir entre lo que no es más que “rasgos de estilo” y el mundo de afuera, como la del Quijote ante el retablo de Maese Pedro, o aquel tipo que al encontrarse por la calle con el actor que hacía de villano en El derecho de nacer le propinó un sopapo justiciero. Pero sobre todo, una lectura positivista: quiere ver en el libro de García Vega un registro documental de hechos, o un mero ejercicio crítico, perdiendo de vista su “verdadera dimensión literaria”.

Pues bien, esa lectura es la mía. Aunque no soy nombrado en el prólogo, entiendo que Juan Manuel Tabío me alude cuando se refiere a la “injusticia poética” que entraña el señalar que “García Vega restrinja el valor del conjunto de la obra de Casal al de los afanes aristocráticos de sus crónicas, y acuerde a la historia cultural cubana la consistencia del merengue sólido y la determinación sustancial de la mierdanga”.

Otros le han criticado a García Vega que sus memorias estén animadas por el resentimiento y las neurosis, o el no ser él capaz de escribir una novela de verdad, dedicándose a novelar esa incapacidad, lo cual equivaldría a hacer de la necesidad virtud.

Yo, reconociendo lo improcedente del reparo clínico y la legitimidad del tipo de literatura cultivada por García Vega, me he concentrado en argumentar contra la parte ensayística de Los años de Orígenes, en especial “La opereta cubana en Julián del Casal”. Es con esta lectura supuestamente anclada en “premisas realistas” que Tabío polemiza veladamente: la misma puede tener algo de razón, pero no tiene mucho sentido. Poco fructífera, no da frutos, no aporta demasiado.

Se trata, en esencia, de los mismos reparos que me lanzó de manera directa Jorge Luis Arcos en su libro Kaleidoscopio. La poética de Lorenzo García Vega (Colibrí, 2012; Hypermedia Ediciones, 2015), y a los que respondí largamente en “La persistencia del origenismo”. Si insisto ahora en justificar mi posición, es porque me parece que este prólogo de Juan Manuel Tabío evidencia, a contrario, no ya la razón de algunos de mis argumentos, sino también su razón de ser, su sentido.

Para referirse a esos (o ese, pues hasta donde sé nadie ha concordado con mi crítica de Los años de Orígenes) que, al buscar la exactitud del registro histórico o la exposición razonada, se verían fatalmente decepcionados, Tabío habla del “potencial para la decepción” que posee el libro de García Vega. Pues bien, yo coincido en reconocer ese potencial, pero en el otro sentido de la palabra.

Lo que vengo señalando desde Límites del origenismo (Colibrí, 2005; Hypermedia Ediciones, 2015) es justo el carácter engañoso, deceptivo, del libro de García Vega: crítica del origenismo, es casi una justificación del mismo, en tanto deslegitima a todo otro grupo o posición literaria contemporáneos; crítica del castrismo, ofrece una visión de la República casi tan caricaturesca como aquella que aprendimos en los libros escolares.

En tiempos de guerra, ya se sabe, no es bueno querellarse o disentir de los aliados.

En La Habana de los noventa, cuando un grupo de jóvenes escritores descubrieron Los años de Orígenes, fascinados por esa rara mezcla de ensayo y memorias que traía un Lezama tan distinto al canonizado en aquellos años de rescates nacionalistas, era acaso más difícil reparar en todo ello. Frente a las vacas sagradas del origenismo, García Vega venía a ser el Gran Desmitificador. Destartalo, mierdanga, rebumbio, churumbela onírica, folletín: claves de una lengua profana, cambolos contra las murallas de la ciudad de la gracia poética, torpedos en la línea de flotación de la “isla infinita”.

En la batalla que se libraba contra el Vitier de Ese sol del mundo moral (Unión, 1995), y la García Marruz de La familia de Orígenes (Unión, 1997), el libro de García Vega era munición. Y en tiempos de guerra, ya se sabe, no es bueno querellarse o disentir de los aliados.

Dos décadas después, la coyuntura es otra: el vitierismo parece cosa del pasado, y García Vega, aunque no apropiado ni rescatado por las instituciones cubanas, se ha convertido en un escritor de culto. ¿No recuerdan, algunas de las cosas que se han escrito últimamente sobre él, aquellas formas de evocar a un maestro literario “idolatrando sus idiotas anécdotas, o convirtiendo sus palabras en estereotipias sagradas”, a las que el propio García Vega se refirió con disgusto en “Maestro por penúltima vez”?

Quizás ahora, cuando por fin una editorial cubana publica Los años de Orígenes (en 1978 lo publicó Monte Ávila; en 2007 fue reditado por una pequeña editorial argentina, Bajo la luna, con el subtítulo, muy apropiado, de “ensayo autobiográfico”) sea mejor momento para distanciarse un poco de la letra de este libro, deteniéndonos en esa idea de lo cubano que podría llegar a resultarnos, por momentos, y por paradójico que parezca, casi tan problemática como la que hallamos en Lo cubano en la poesía.

Como se cuestionó, y se sigue cuestionando, el fundamental ensayo de Vitier, sin ser este un libro de historia o un árido tratado crítico, podemos cuestionar unas ideas sobre literatura cubana que aparecen no solo en Los años de Orígenes sino también en otros escritos menos conocidos de su autor, como las notas de la Antología de la novela cubana (Dirección Nacional de Cultura, 1960), y los ensayos publicados a comienzos de los ochenta en la revista Escandalar, que echan luz sobre la parte más discursiva del libro, hacen sistema con ella.

Si García Vega puede decir que la pintura de Carlos Enríquez no es más que “folletín surrealista” y “efectismo pueril”, Fuera del juego “periodismo disfrazado de poesía”, De donde son los cantantes puro origenismo y Piñera, a pesar de su gusto por el absurdo, no logra “superar la Forma”; ¿por qué no podemos relacionarnos con Los años de Orígenes críticamente, como él con Aire frío, De donde son los cantantes o Fuera de juego? ¿Acaso Carlos Enríquez, Padilla, Sarduy y Piñera no tienen estilo?

A Juan Manuel Tabío le parece bien que García Vega desenmascare a los origenistas, muestre cómo ellos intentan “dar gato por liebre”. Pero no le parece tan bien que se muestre cómo García Vega también da gato por liebre. ¡Que nadie critique nada; solo García Vega puede criticar!

Los nuevos lectores que gane Los años de Orígenes a raíz de su reedición —jóvenes escritores cubanos que acaso solo conocen el libro de oídas, o alguno que, habiéndolo leído antes a la carrera, en ejemplar prestado, pueda releerlo ahora con detenimiento— han de estar prevenidos: cuestionar los hechos y las opiniones de García Vega sería tan estéril como ponerse a desmentir a Thomas Bernhard o a León Bloy. Sencillamente, no se los puede refutar “mediante la confrontación con una realidad previa, y exterior a ese texto en el que hechos y opiniones vienen dados”.

Hallamos en Los años de Orígenes una crítica acérrima de la burguesía cubana, que no es incompatible con aquella especie del discurso castrista según la cual la burguesía en Cuba había sido inexistente, o por lo menos muy débil, carente de un verdadero proyecto nacional.

¿No advierte el prologuista que la crítica del origenismo en Los años de Orígenes parte justamente de la confrontación con algo exterior al texto: esa época histórica y social que García Vega rememora, el contexto, lo que él llama “la circunstancia”?

Si García Vega hubiera tenido la idea de la crítica que enarbola Tabío, Los años de Orígenes jamás se habría escrito. Porque así como los juicios de Bloy solo adquieren su “sentido cabal” “cuando se entienden exclusivamente en correspondencia con su peculiarísima cosmovisión, que percibe la realidad social de acuerdo con un código simbólico y aun anagógico”, también los de Lezama adquieren “sentido cabal” cuando se entienden desde su peculiarísima cosmovisión, de modo que la crítica de García Vega —que los entiende en función de algo exterior, esa factoría que sería el reverso de la fiesta innombrable— viene a ser el mejor ejemplo de la “injusticia poética” que dice Tabío.

Justamente, García Vega incorpora la historia, no en el sentido simbólico, poético, de un Lezama o un Vitier, sino en un sentido más bien crítico, desencantado. Orígenes, la República, Cuba. “La aparición del castrismo, y su significación histórica, justifica, por sí solo, el intento de una nueva mirada hacia los años de Orígenes. Pues ahora sí, más que nunca, nuestras palabras deben ser comprendidas como palabras dichas por cubanos, así como comprendidas dentro de un contexto determinado”. (Los años de Orígenes, Monte Ávila).

Como para Sartre, la crítica para García Vega está siempre “situada”, y desde este punto de vista resalta aún más la falacia de ese paralelo que hace el prologuista entre criticar los juicios de García Vega sobre la tradición cubana, y rectificar los juicios de Bernhard sobre Austria o los de Bloy sobre la burguesía francesa. Lo antiburgués —sea en la dirección más bien nihilista del escritor austríaco o en la ultramontana del francés— no tiene el mismo sentido en sociedades como la austríaca o la francesa, donde la destrucción de la burguesía nacional no ha sido ideología de estado, que en el caso particular de Cuba. Aquí está la cuestión ineludible del castrismo, de la Revolución.

Es comprensible que, en un ensayo de 1961 sobre Miguel de Carrión, García Vega afirme que la literatura de este, y la de toda su generación, surge “como una ingenua reacción a la desmoralizada complicidad de la alta burguesía cubana con el antimperialismo norteamericano”,   que Carrión reacciona al “implacable equívoco de su circunstancia” con un “escamoteo”, porque “idealizando las posibilidades de la clase media, a través de una hipotética regeneración educacional, propone, tácitamente, el compromiso con los intereses de esas clases dirigentes a quienes su mirada naturalista parecía condenar”. (Cuba en la UNESCO. Homenaje a Miguel de Carrión, septiembre de 1961).

Esta asimilación de postulados centrales del antimperialismo y del marxismo puede verse como un rasgo de época al que pocos escaparon. Pero es menos comprensible, o más significativo, que en el exilio García Vega apenas reconsidere esas posiciones.

Junto con las palabras-fetiche (circunstancia, equívoco, escamoteo), hallamos en Los años de Orígenes una crítica acérrima de la burguesía cubana, que no es incompatible con aquella especie del discurso castrista según la cual la burguesía en Cuba había sido inexistente, o por lo menos muy débil, carente de un verdadero proyecto nacional.

No se trata solo, como sugiere Juan Manuel Tabío, de que en “La opereta cubana en Julián del Casal” García Vega se limite a criticar los pujos aristocráticos de las crónicas de Casal en La Habana Elegante, sin reconocer los valores de su obra poética. Este ensayo, escrito en 1963 y reproducido tal cual en el libro de 1978, comporta una visión radicalísima, revolucionaria, de la tradición literaria.

Lo que define a la tradición cubana es, para García Vega, la nostalgia ridícula de la grandeza perdida, la “opereta” de lo venido a menos.

Por mucho que García Vega despotrique contra Lunes, “La opereta cubana en Julián del Casal”, que es la semilla (quizás sea mejor decir uno de los focos de la elipse, siendo el otro el impulso memorialístico desatado por la muerte de Lezama) de Los años de Orígenes, está muy cerca del espíritu jacobino del magazine de Revolución.

García Vega habla de “una nueva tensión”, señala que ya no es posible caer en “la tentación de mirar como él [Casal] lo hubiera hecho”, porque “se nos ha abierto una grieta”. Y, unas páginas más adelante: “Ya, el arrancar sus imágenes, para guardarlas como piezas de nuestro doloroso reverso, no tendría la justificación con que pudimos hacerlo en un pasado no muy lejano”. La nueva tensión, la grieta, es la Revolución; y ella, su nueva perspectiva, fuerza a no ver en Casal y en los escritores de La Habana Elegante sino “la desnuda realidad de una clase social”.

Esta clase es, desde luego, la pequeña burguesía cubana. Conviene aquí citar in extenso:

“Nótese que esta clase, si no en su mayor parte, por lo menos en la más significativa de ella, organizó su vida y sus proyectos, no desde su condición —que siempre consideró transitoria, y como racha de mala suerte que la había separado de la riqueza— sino desde su creencia de ser un fragmento desprendido de la alta burguesía por el azar de una ruina, de un pleito complicado, o de cualquiera otra circunstancia”.

Lo que define a la tradición cubana es, para García Vega, la nostalgia ridícula de la grandeza perdida, la “opereta” de lo venido a menos. En un país así de decadente, ¿no es la Revolución un hecho fatal, necesario, como lo era en la Francia de fines del siglo XVIII? Allá la nobleza parasitaria, con sus risibles pelucas y sus culottes; acá el sueño de una aristocracia que apenas existió, el piano cursilón, los tristes despojos de la ruina familiar.

He aquí el punto ciego de la imagen de Cuba que nos deja Los años de Orígenes: al absolutizar su desmitificación de la pequeña burguesía cubana, García Vega desconoce de modo sistemático esa otra parte del país que no tiene que ver con los patricios, sino con los proletarios: los que no proceden ni creen que proceden de una ruina familiar, sino que, como los “debutantes” buscavidas de la novela de Cabrera Infante, carecen de herencia, de abolengo.

No la Cuba venida a menos sino la que va a más. También cursi, desde luego, pero más en la línea de lo que García Vega considera kitsch norteamericano que del kitsch que él ve como propiamente cubano, porque no entraña ya nostalgia de la nobleza sino voluntad o deseo de progresar, de acceder a la clase media. Un deseo que no se encarna en objetos auráticos, antiguos, sino en artículos de consumo, cosas modernas, como el añorado ventilador de Luz Marina, o el “flú” que quiere desempeñar uno de los negros pintureros de Motivos de son.

En “La opereta cubana en Julián del Casal” García Vega señala que los escritores cubanos de la clase de Casal no conocieron la verdadera pobreza, “pues su pobreza era la del pequeñoburgués arruinado”, y en otras partes del libro señala a los origenistas como herederos del preciosismo de Casal, pero a aquellos que expresaron en sus obras una pobreza distinta a la del pequeñoburgués arruinado, los ningunea una y otra vez: no pudieron “conjurar el reverso”, no alcanzaron a “revelar su circunstancia”.

Juan Manuel Tabío, que había empezado negando la posibilidad de una lectura alejada de “la urdimbre del texto de Los años de Orígenes”, termina reproduciendo ese tipo de teoría celebratoria del poder subversivo de la escritura.

En este punto fundamental, la “verdadera crítica de la razón origenista”, como llama Tabío a Los años de Orígenes, no lo es tanto. Lo es en tanto señala la ruina y el culto a los antepasados en el fondo del origenismo, pero no en tanto sigue desconociendo esa otra parte de la tradición cubana ajena a las familias que nunca tuvieron un piano o un tapiz viejo: la Cuba de La isla en peso y Aire frío, la de los negros de Guillén, los inmigrantes de Novás Calvo, los guajiros de Carlos Enríquez, es no solo el reverso de Orígenes, sino también de Los años de Orígenes.

Ya sé: no he hablado de la escritura de García Vega, de su hibridez genérica, su gusto por el collage, su autorreferencialidad… No me he “mantenido fiel a la singularidad de su mirada […] es decir al arreglo específico en que dispone y articula los elementos de realidad que componen el mundo fijado por su escritura”. Y ello equivale a desvirtuar el libro porque —este viene a ser el argumento central del prólogo de Tabío—, la verdadera crítica del origenismo aquí no está en lo que se dice del origenismo, en el qué, sino en el cómo, en la “praxis de la escritura”. García Vega consigue romper radicalmente en Los años de Orígenes con la poética origenista, sentando las bases de su obra posterior, una escritura fundada en el “puro juego”, “que encuentra su procedimiento simbólico fundamental en la enfática afirmación de su propio artificio”.

Me pregunto si estos señalamientos hacen justicia a la letra y el espíritu de García Vega. Parece que el prologuista estuviera caracterizando la obra de Sarduy; y el propio García Vega criticó en más de una ocasión al autor de Cobra por promover ese tipo de teoría literaria —la independencia del texto, la muerte del autor— que él consideraba una falacia.

Juan Manuel Tabío, que había empezado negando la posibilidad de una lectura alejada de “la urdimbre del texto de Los años de Orígenes”, termina reproduciendo ese tipo de teoría celebratoria del poder subversivo de la escritura: el libro de García Vega vendría a inaugurar “un estilo que no pacta con un Sistema (político, semántico o estilístico), ni se deja sobornar por sus presiones neutralizadoras”, subvierte “los modos petrificados de la institución literaria”, etcétera.

Me parece que hay algo demasiado fácil en esto. ¿Quién no ha leído a los formalistas rusos, a Roland Barthes? Reivindicando una lectura atenta, volcada solo en la textualidad, el prologuista llega, paradójicamente, a generalidades, ese tipo de lugares comunes que García Vega censurara en su “Paréntesis con un rey desnudo”.

Aun a riesgo de ser tachado de anticuado o filisteo, sigo reivindicando la necesidad de una crítica más “en situación”. La persistencia del castrismo, y su significación histórica, justifica, por sí solo, el intento de una nueva mirada hacia Los años de Orígenes.

Más que nunca, nuestras palabras deben ser comprendidas como palabras dichas por cubanos, así como comprendidas dentro de un contexto determinado.

Es cool celebrar la contracultura. Pero quizás es más necesario empezar a cuestionar la idea de la República y de Cuba misma que ofrece García Vega. Salir al paso a ese debate con el argumento del estilo, de la literatura, acaso no sea más que propiciar una nueva ortodoxia.

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35 Comentarios
  1. Toda la discusión en torno a PM, en 1961, y que terminó como es sabido con ese dictum que sigue pesando sobre la literatura y la crítica cubanas, el de Palabras a los intelectuales, se basaba en la presunta «omisión» del corto de Sabá Cabrera: más que reprochársele a la película aquello que efectivamente mostraba (unos cuantos negros bailando, al decir de Armando Hart), sobre todo se le estaba reprochando lo que no mostraba (milicianos con las armas en la mano, obreros trabajando, concentraciones multitudinarias) o la «incorrección» o la osadía de no mostrarlo. Vamos, se le estaba reprochando, a la película y a los que la defendían, no hacer una representación o «una crítica más “en situación”».
    Sorprende y mucho que después de décadas de padecer un canon crítico basado en el discurso, en lo que dicen o no los textos y la crítica sobre la «situación» cubana, DD le reproche a Tabío que no aplique ese tipo de crítica a LGV: dicho rápido y mal, que no siga la prescriptiva tácita según la cual habría que reprocharle a LGV precisamente lo que LGV no hace, como mismo había que reprochárselo a PM. Y sorprende, sobre todo, por la al parecer infinita facilidad de reproducción –da lo mismo si cambiando de signo ideológico– en la crítica cubana de esas operativas de los sesenta: la mayor o menor adecuación de una obra a aquello que debe ser dicho o mostrado se toma como rasero valorativo, y se privilegia, por consiguiente, el discurso (¡incluso por omisión!) sobre cualquier otro criterio de valor.

  2. Duanel Díaz se empeña en leer una novela como documento histórico..

    Es esta, en efecto, la misma lectura (ingenua) de los que firmarían una petición
    para expulsar a Thomas Bernhard de territorio austriaco.

    Según Duanel Díaz, emitir una crítica de la burguesía cubana,
    de la República, en una novela por demás, equivale a convertirse en cómplice de la ideología
    castrista. Creo que Duanel Díaz reproduce la misma actitud de los censores castristas que
    prohibían obras por no considerarlas oportunas para el momento histórico. Para Duanel quizá,
    luego del Castrismo, Los años pueda ser leído como una novela.

    Duanel Díaz no comprende que Los años de Orígenes va un poquito más allá:
    implica una crítica, además, del Castrismo, de lo cubano y de lecturas como la de Duanel Díaz.

    Es muy cool, según parece, extraer la ideología de una novela para así tratar de descalificarla.
    La lectura de Duanel Díaz denota una incapacidad para leer la literatura como literatura.
    Duanel Díaz, para sentirse cómodo, necesita ensayos que parezcan ensayos y novelas que parezcan
    novelas.

    Tratar de descalificar la lectura de Tabío diciendo que se pregunta si esos señalamientos
    hacen justicia a la letra y el espíritu de García Vega es creer (ingenuamente) que la única lectura
    posible para la obra de un autor es la que este modela sobre sí. Duanel Díaz parece haber leído a Barthes
    y los formalistas, de ahí a entenderlos hay una distancia.

    Creo que la de Duanel es una actitud antiesteticista y, en cierto sentido, atiintelectual.
    Y es también la lectura (ingenua) de los que creen que una novela puede de alguna manera incidir sobre lo real.
    De ahí al realismo-socialista no va más que un escalón.

    Su lectura política de Los años.. es tristemente una lectura políticamente (y de un nacionalismo) literal.

  3. Pudiera ser el regreso de Mirta Aguirre (que no lo es) pero sí es el primer disparo certero contra el bluf de García Vega. Un bluf en el que tiene mucho que ver Jorge Luis Arcos y todos los que andaban buscando un ‘alguien’ que no fueran ellos, para paliar sus años duros en la ínsula. García Vega no es, ni de lejos, un escritor serio.

  4. Uno empieza dictaminando quién es serio y quién no, y termina construyendo una UMAP para encerrar a los «no serios».
    Larrea, para serios ya te tenemos a ti, a Portuondo, a Mirta Aguirre y a Duanel. Dejemos que los «no serios» también hagan lo suyo. Y no sigamos leyendo la literatura como si fuera un Manual de sociología e historia. La revolución evidentemente le hizo muy mal a algunos.

    1. No se trata de quién es algo, sino de quién no es. LGV no es, llore quien llore, un escritor que haya ido más allá que a la redacción de esa suerte de memorial de resentimientos (lo que es muy válido como género y como literatura, qué duda cabe) que es Los años de Orígenes. A lo que me refería era que, luego de ese libro tan útil como una compilación literaria de Social o Carteles, de Hola o Vanidades; LGV no había producido esencialmente nada que justificara la alaraca a su alrededor. He dicho y repito que ese ruido en torno a LGV no deja de ser una suerte de ‘hallazgo’ de algunos interesados en perpetuar su quehacer como antropólogos, en medio de un momento, de gran escacez de dinosaurios. Eso es todo.

  5. Larrea, pensar la literatura como un quién es y un quién no es, repito, no sólo es estúpido, sino que es la mejor prueba de tu mentalidad de policía. De policía inculto. Ya que reducir al autor de Vilis, Variaciones a como veredicto para sol de otras dudas y Collages de un notario (para no mencionar sus fabulosos diarios, el segundo tomo recientemente editado por Amargord en España) a Los años de Orígenes es cuando menos grosero y una muestra (otra) de que ni has leído a LGV ni entiendes lo que está en su literatura ni en la literatura en general. A los escritores (a nadie) se le fiscaliza. Los escritores escriben lo que quieren y construyen su realidad no como historiadores o sociólogos. Por eso Duanel se equivoca y te equivocas tú, que empezaste enjuiciando quién vale y quién no, y has terminado pidiendo un paredón simbólico para LGV y hasta para la pobre Vanidades y Hola, que en esto nada pintan. Cuidate Larrea, no vaya a ser que venga otro y te quite el trabajo de CVP 😉

    1. Lo reitero: solo asistimos a una gran escacez de dinosaurios y a una alta tasa de desempleo entre los antropólogos. Todo lo que has mencionado de LGV —que muy leídos están— son libritos.

  6. A Duanelcito solo le interesa el castrismo, no la literatura. No puede vivir sin la Revolu. Es una miliciana frustrada, una cederista machacona. En fin, es como la criada que va a inspeccionar la casa del personaje de Memorias del subdesarrollo en la película…, pobretona, envidiosa. Una resentida… Es el verdadero hombre nuevo de la Revolu. Ahora levanta el dedito, amenaza, dice cómo leer a García Vega, le molesta que los jóvenes lo lean. Solo se lo puede leer como él lo lee, previsible, literal, político… Da vergüenza ajena. Siempre buscando pretextos para polemizar y entonces existir. Es tan chiquitico que no se lo ve. Y entonces le dan perretas. Nadie lo alude y él entonces se auto alude. Qué patético. Lo imagino en pañales con una chambelona sentado en las piernas de Mirta Aguirre…
    En fin, una criada, una makarenka.

  7. Hipermedia podría propiciar un diálogo crítico honrado, donde diferentes puntos de vista discutan serena e inteligentemente. Sin embargo, no filtra los comentarios y cae en lo solariego, en la chusmería del insulto y la descalificación. En varios textos ocurre lo mismo, los editores dejan que la mediocridad, amparada en el anonimato, fea palabra, se adueñe de los comentarios, deprecie la revista.

    1. Todo lo malo según JPS:

      EHB no sabe chino.
      LGV no es un buen escritor.
      Hypermedia no funge de comisaría.

      Lo bueno:

      Solo DD sabe tocar.

      Coro:

      Deja que JPS te toque, deja que JPS te pase la mano.

      Coro 2: No!!! gracias.

  8. Añado que me parece muy bien que Duanel contribuya a desbaratar los intentos deificadores de García Vega. Las hagiografías del autor están tan condenadas al fracaso como la consideración de que «Los años de Orígenes» es un texto «canónico».

  9. Ya tardabas en quitarte la careta Prats Sariol. Y la discusión no es si Los años de Orígenes es canónico o no. No creo que esa sea la intención de Duanel o Tabío. Lo que sí es evidente es que es importante, y un libro que ha ayudado a muchos a pensar de otra manera a Orígenes, tal y como demuestra la encuesta sobre los 10 libros cubanos que esta misma revista realizó a algunos escritores cubanos. Lo que sí nunca será importante ni saldrá en ninguna encuesta es aquel libro de García Bustillo, El mamut. Libro que prologaste y deificaste (junto a Carlos Martí por cierto). Para no hablar de aquellas jornadas en la piscina de García Bustillo cuando rodilla en tierra le decías que no existía nada igual en Latinoamérica, que aquel mamut era un mamut sin igual. ¿Te acuerdas? Vamos, PS, que evidentemente de zoología sabes mucho (o de taxidermia), pero de literatura, justito justito… 😉

  10. Prats Sariol reclama (lo cual está muy bien) un «diálogo crítico honrado, donde diferentes puntos de vista discutan serena e inteligentemente», para continuar de inmediato con algo que no se aviene muy bien con diálogo, serenidad e inteligencia, o sea, una sentencia condenatoria: «Las hagiografías del autor están tan condenadadas al fracaso como la consideración de que Los años de Orígenes es un texto canónico» (a propósito, vaya con la terminología marcial: «condenar», «disparo certero», «hacer picadillo de», etcétera). ¿Y por qué, Prats, o más bien, qué las «condena»? Precisamente ese rasero valorativo que «condenó» a media literatura cubana a la invisibilidad o el exilio porque no hacía crítica o literatura «en situación» (léase con pretensión de militancia o con voluntad de testificación histórica, y por tanto rentable en términos ideológicos), y que por desgracia sigue reproduciéndose cuando se trata de leerla. Ahora bien, ¿queremos seguir la leyendo la literatura cubana desde esos criterios de exclusión/inclusión de Palabras a los intelectuales? Porque ahí está justamente el problema, lo que choca tanto del texto de DD: no tanto su propia lectura –sociológica, más un uso de la literatura que una interpretación, pero a fin de cuentas legítima como otra entre tantas– sino que para calzarla pretenda, prescriptivamente, excluir otras, decir qué se debe leer y cómo, y «condenar» por lo que no hacen, según él, a un autor o a un crítico. Insisto, pensé en PM no por gusto, sino porque el procedimiento condenatorio es exactamente el mismo: descalificar un texto o la lectura de un texto por lo que supuestamente no ofrecen en términos de rendimiento político, de uso «en situación», «dentro de un contexto determinado». ¿A estas alturas, en serio? ¿Tan larga es esa sombra?

  11. Ya que hablamos de canon: si uno hubiere, su centro sería indudablemente aquel «mamut con sentido planetario, cuyo gorro de dormir es el Himalaya» (sic) que, no contento con ello, renacido en la palabra del vates, «vuelve a pastar con su mechón de pelos pardos en la cola corta» (sic!). Cfr. JPS: «Prólogo», en: García Bustillos, Gonzalo: El Mamut. Madrid, 1997.

  12. Casi a manera de homenaje, en día tan señalado de cumplemuerto ilustre se han desatado los comisarios encubiertos, azuzados por el imperialismo de lo literal que postula Duanel Díaz (DD)… Prats Sariol clama a voz en cuello por instaurar la censura en Hypermedia, encomia -muy honrado y comedido él, de honradez pública, sin fisura- de Duanel Díaz (DD) el afán heroico de desbaratar los intentos “deificadores” de LGV, un tal Juan Larrea, con cuchillo entre dientes celebra con globo mano, y -como no podía ser de otro modo- con metáfora bélica en la mejor tradición de comisarios airados cubanos, el “disparo certero” contra el bluf de LGV, el tal Jorge Ferrer aclama la hazaña de DD de bajar a LGV del “pedestal de gran maudite”, el joven Ernesto Hernández Busto, siguiendo en modo bélico, comenta que el notable DD abusa de su notabilidad contra un “contendiente flojo” (ver nota al pie) (eso sí, reconoce que su querido y adelantado DD es un ensayista “de brocha gorda”, y uno se pregunta, si no es para el ensayo, para qué cosas tendrá la brocha fina nuestro querido DD)
    Confieso que cuando comencé a leer el texto de DD, predispuesto como estaba por los pucheros del Golden Boy de Cubadebate lamentando que ya no tiene selección de pelota, lamentando el fin de su bienamada serie nacional, hablando en jerga taína del deporte como “mal necesario” y de su júbilo por algo así llamado “fuerza expansiva del mantra colectivo”, decía, cuando comencé a leer predispuesto el texto de DD creí que era la última artimaña de Hypermedia, pensé que GP podría haber pedido un texto a Amaury Pérez y publicarlo como Duanel Díaz (para horror del honrado de Prats Sariol), pensé que acaso GP se habría acercado a Iroel, a Oliver Zamora, a Estelvina, un acercamiento, eso sí, con mucha significación histórica, en situación, con plena conciencia del delicado momento actual… Han pasado varios días y DD no se ha desmarcado de este texto, con lo cual quedan pocas dudas sobre la probidad de la atribución (Prats respira tranquilo), y lo leo de nuevo asumiendo que en efecto lo firma el joven profesor airado que es DD, y revivo algunos sobresaltos, ahora ya “en situación”:
    Pienso: DD se autoimplica, se invita a un baile que no es el suyo, que desconoce, se inventa la alusión de Tabío, quien por cierto habla un idioma diferente al de DD, uno mucho más poderoso (quizá el problema de origen radique en que DD leyó directo a JMT en el original, sin la traducción al español rastrero, el español de cátedra de Profesor del resentimiento).
    Pienso: DD, machete en mano, corta el pastel y dice que lo suyo es “la parte ensayística de Los años de Orígenes”, abriendo amablemente el rango de posibilidades de lectura (y de tesis) de Los años de Orígenes: uno se pregunta quién se apropiará de la parte novelística, la parte notarial, la parte cosmética, la parte paternal, la parte surrealista, la parte nocturna, la parte diurna, la parte cabaretera, la parte rubia, la parte trigueña, la parte blanca y la negra parte…
    Pienso (horrorizado): DD habla de carácter “deceptivo” del libro de LGV (el estilo y el castellano no es lo suyo definitivamente, aunque compensa, según su visión de sí mismo, con “la exactitud del registro histórico o la exposición razonada”. Hay que tener un corazón bien puesto en el pecho y un mal gusto crónico para usar alegremente una palabreja como esa y otras que me niego a transcribir).
    Pienso: DD somete su lectura a su así llamada y querida “idea de lo cubano”. Su más notable descubrimiento entre descubrimientos muy notables es el descubrimiento según el cual LGV “incorpora la historia” en su obra, y no -aclara DD- de una manera poética y simbólica… De ahí en adelante la cosa se resume a reconsiderar las “posiciones” de LGV (pienso: falta poco para que nuestro querido DD nos sorprenda con su Kamasutra de la Revolu, donde todos veremos alegremente fijadas nuestra “posiciones”), al punto de emparentar luego de varias piruetas imposibles el discurso de LGV con el discurso castrista. Y se pierde, se marea, ve las estrellitas, se cae, pero entra “en situación”, y le pide al libro de LGV nada menos que una “imagen de Cuba”, le pide a LGV que sea un Guillén, un Piñera, un Carlos Enríquez en el sentido de encumbrar esa “otra parte de la tradición cubana ajena a las familias que nunca tuvieron un piano o un tapiz viejo”. Un piano, un tapiz viejo, y un par de proletarios nos hubieran ahorrado este sermón que termina delirando sobre la muerte del autor, formalistas rusos y “significación histórica”.
    Pienso, por último, que esa ortodoxia, ese esencialismo estético que achaca DD a JMT me parece un cumplido cabal.

    Nota al pie: Considero totalmente irresponsable tildar a un ensayista como Juan Manuel Tabío de “flojo” cuando se es capaz de firmar algo así: “El poeta es como un cazador despechado que sabe ver en las cosas un más allá —o un más acá— de las cosas mismas.” Luego de algo como esto solo encaja la frase: “Atrapé un fragol, mamá.”

  13. A mí no me disgusta el texto de Duanel, aunque no esté de acuerdo en varias cosas. Y no le veo sentido a los ad hominem. Discutir ideas, vale. Insultar, aburrido.

    En el texto sí hay algunas cosas que me llamaron la atención.

    El tono enfático, por ejemplo. Yo creo que hay lecturas equivocadas, claro, pero a ciertos niveles de competencia eso ya resulta más difícil de afirmar. Simplemente hay lecturas que uno prefiere a otras, pero no creo que se deba descartar con tanta facilidad las que no se ajustan a las opiniones de uno. Esto es literatura, no matemáticas y no creo que se deban hacer afirmaciones tajantes como si estuviésemos discutiendo teoremas.

    (Creo que a Duanel le impacienta cuando la gente no ve las cosas que él ve o no las interpreta de la manera que él las interpreta, pero me da la impresión de que no considera la posibilidad de que la gente sí las vea de esa manera o haga esa interpretación y luego las descarten porque no los convence o no les interesan.)

    Puede que a García Vega no le gustase Sarduy y ciertas formas de hacer y entender la literatura (lo de Sarduy, en relación con su narrativa, lo entiendo), pero eso es algo que uno solo puede atender hasta un punto. Precisamente porque todos hemos leído a los formalistas y a Barthes sabemos que las opiniones de un autor sobre su obra solo tienen un valor parcial, a lo sumo. Utilizar las preferencias de García Vega para negar una lectura no me parece una buena estrategia.

    Finalmente, esa reducción al contexto de la islita me produce urticaria. Y luego, ese contextico reducido a lo político, que me disgusta todavía más. A mí no me gusta ignorar los contextos, pero creo que nunca está de más tratar de considerar el contexto epocal en un sentido más amplio. Duanel parece otorgarle una importancia al castrismo que no sé si está justificada. Estamos demasiado cerca para saberlo con certeza o poder valorar sus consecuencias a largo plazo. La importancia del castrismo es algo que no vamos a fijar nosotros, creo, sino eso que algunos llaman posteridad. Acaso con la distancia se pueda decidir mejor cuáles de las actitudes de esos años estaban ya en el ADN nacional y se manifestaron con más claridad con la Revolución, cuáles formaban parte de fenómenos internacionales que el contexto cubano adaptó a su realidad (como pasó seguramente en el resto de los países) y cuáles se pueden describir como exclusivamente dependientes del castrismo. Quién sabes si, con distancia, generaciones futuras no le den tanta importancia al desastrico de los últimos 60 años. Esa es una de esas cosas que no tenemos manera de saber. Pero permitirle que contamine y deforme toda la realidad de estas décadas y su percepción de ellas es de alguna manera dejarlos ganar. O eso me parece.

  14. Sí, Meh (¿el de interjecto nombre?), entiendo que no le disguste más el texto de Duanel que la pachanga solariega que le sucede. No es difícil figurárselo: un fight club, ruedo gacetillezco, los bastardos de Fray Candil y Aniceto Valdivia tirándose pullas de “verbo encendido”; parloteos (a falta de la cola del agro) de los ganapanes nuestros de cada día en los Colleges del Hielo; supuraciones paleontológicas del sobrino de Chacón y Calvo (ese señor, por Dios, ya apenas distingue entre una sinestesia y un rebozo yucateco); y el presentimiento de que levita sobre las mientes en riña la chancleta que Desiderio disparó un día en La Cabaña y que, por más que la esperen en la Uneac, parece no va caer nunca de donde quiera que esté.
    Pero ya ves, Meh (o ¿“El interjecto”?), la lengua es suelta, la lengua de Virgilio, la lengua de Ponte, la lengua de Lorenzo, parece que se nos suelta a todos. Y sí, definitivamente es la Revolu (por decirlo rápido y escatológicamente) que le ha colado mierdero por todos lados a los que la odian y a los que la quieren, a los que escriben de ella porque viven de ella y a los que la evitan porque están hartos de tanta ofrenda o de tanto “dominio de la realidad” (ni una “situación” más, por favor, que me acuerdo de la novelita de Otero y de sus flojeras en el 68). Y aquí voy al punto: la mayor parte de las lecturas de la literatura cubana que se hacen hoy, que se proponen pensarla (sí, porque la literatura también es discurso, documento, acta, y da placer a cualquier que la quiera coger como la quiera coger), ya sea en términos más o menos históricos (sí, la literatura como la mierda que pisan nuestras plantas también es, en muchos sentidos, absurda, raquítica, estúpidamente histórica), más o menos filológicas, más o menos estéticas (los ensayitos de arquitectura simbólica de la Revolu pasan del mitologismo al psicoanálisis, de la masonería exílica al lirismo neobarroco sin mucho filtro del intelecto en nombre de “lo literario”); decía, las lecturas y el pensamiento sobre literatura cubana hoy parecen tener la ya acendrada costumbre, la muy preclara propensión a plantar el banderín del “castrismo”, echarse el trago del trauma y cantar su bolero.
    Puedo estar equivocado (como Duanel, por cierto, al echarse lo perros encima con ese delirante ataquito sindical clamando por “justicia histórica” a cuantos quieran salirse del mainstream de la intelligentia cubensi actual), pero tengo la impresión (repito, la impresión) de que las ideas sobre literatura cubana que pululan y se establecen hoy siquiera se proponen (acaso ni les convenga) despojarse de los discursos, eventos, mierdangas, candangas, símbolos, histerias, broncas (o como quieran llamarlo estetas y sociólogos) asociados al “castrismo”. Y eso a mí me suena a la misma película de las publicaciones cubanas, las actas de los congresos de la Uneac, las secciones de crítica literaria en las revistas de los setenta y ochenta. Yo no sé si es pura consecuencia del trauma (social, político, sicológico), pero el pensamiento literario cubano padece el síndrome del malanguismo por todas partes. Malanga por acá, Malanga por allá. Eso sí, no podría asegurar si, más allá de los daños del pasado, es culpa del academicismo que presiona y sanciona (y que bien puede hacer al pensamiento socio-político sobre la isla), o si (en términos empíricos) los que antes se permitían dedicarse a leer, hoy apenas si consiguen estudiar, desembuchar ideas, pintar de ideólogos, de pensadores, de catedráticos de congreso, o si, por otra parte, se trata del mercadito del libro cubiche (léase Hypermedia) que mientras más cívico-políticos los libros más colores en la portada y más probabilidades de venta (bien por ellos, claro).
    Partiendo del hecho de que descreo rotundamente de “urgencias” y “necesidades que satisfacer” o “carencias por suplir” cuando se habla de literatura, estoy seguro de que Duanel coincidiría con muchos de nosotros en que cualquier literatura escrita en una época es generadora de símbolos, de temas, de ideologemas, de mitos, de imaginarios y que analizarla y leerla en virtud de concebir un visión, intelectual, cultural, holística va más allá de meras “necesidades históricas” marxistoiedes u obligaciones comisariales (no todo es Villa Marista). Pero también me creería seguro de pensar que incluso Duanel (habiendo exorcizado lo que sea que lo llevara a ese episodio de autoafirmación), sabe que esos mismos símbolos, ideologemas, etc. que permiten luego la concepción de ciertos relatos y constructos intelectuales de naturaleza más social o político-filosófica, inciden y son parte constituyente de las ideas estéticas de una época, de las ficciones que, de hecho, viajan entre los distintos regímenes discursivos (de lo literario al periodístico, a lo propagandístico, a lo comercial, a lo político a fin de cuentas) y, por supuesto, de las sensibilidades de una época, de una comunidad, grupo, de una generación de escritores y artistas, etc. Y, vamos, de eso se trata la literatura, sí, no es mentira lo que nos enseñaron los románticos, por esa capacidad de potenciar, fisgonear y desentumecer las fibras que ciertas ciencias, ciertos métodos (otros deseos, otras necesidades) no llegan a tocar porque no les interesa o, simplemente, no es harina de su costal, no pueden, no es lo suyo. Un poco de esa facultad, como la poesía, como ciertas hechuras de la ficción, hace gala el ensayo (¿a alguien se lo olvidó de qué hablamos cuando hablamos de ensayo?) de Tabío.
    El castrismo habrá de ser considerado por los siglos de los siglos (quién sabe si queden muchos) una época, una vida, una cultura como lo fue el estalinismo, el nazismo, el pinochetismo; más allá de que la posteridad le importe más o menos, existirá siempre que hayan maneras de sacarle provecho ideológico a la “conservación de la memoria”. Sería casi absurdo ignorar sus implicaciones históricas y el primero que se pasea ante ese “imperativo” (antes bien, en buena medida, hay que decir, esa elección) con una pericia de poeta y con la agudeza del lector erudito (esos pocos de toda la vida) es Tabío con ese ensayo que si de algo habla es de la imposibilidad de escapar de una realidad político-convivial con lo único que le queda a un poeta, y aún más, a un poeta cubano: la palabra y la jodedera. Y no es por defender a Tabío (con esta edad me importa poco si existe o no la “literatura cubana” y, ciertamente, a uno podría gustarle o no ciertos giros de estilo, cierto manierismo retórico, acaso, como esta nota, algunos excesos parentéticos), pero al leerlo me sentí reconfortado y aliviado de que hay algo más que los muchachos de la Generación Cero (el término es cómodo, la verdad) en la literatura escrita por cubanos hoy. Simplemente, digamos, disfruto la falta de cabriolas mitificantes, de floripondios cainescos sin potencialidades deconstructivas; no sé, pareciera que sus mecanismos heurísticos descansan en el lenguaje razonado, en la consecución de un estilo; uno detecta la respiración tras una pausa, la inflexión de la escritura, los engarces filosóficos, la adjetivación jocosa y sentenciosa, las asociaciones retóricas. Claro está, si algún cubanólogo no pudiera contener su manía de hallar lo cubano en cada cosa que lee, se llevaría el fiasco con el ensayo de Tabío porque no hay nada ahí de la vianda frecuente en las recetas de las caldosas del malanguismo. De alguna manera Tabío, como García Vega, está intentando escapar de ese convivio cederista.
    Posiblemente el peor error de Duanel (ya está dicho) está en que pareciera insinuar la urgencia de implementar una línea (¿lineamiento?) dura hermenéutica, imponer un determinado régimen de verdad, anatemizar los discurso que se desmarcan, que se desvían (y que son, en realidad, paralelos a los que él demanda). ¿Castrismo a la inversa?, ¿dictadura del historicismo, del intelectualismo?; acaso dictadura de la ilustración donde no tendrán lugar entonces algunos otros desviados: cero Ginzburg, menos Foucault, no hay más comida para Žižek. Ya creo que lo insinuaba WPC por ahí, ¿es que acaso no fue esa misma falta de obligación, del cumplimiento de un “deber ser” axiológico, hermenéutico, político, sellado en “acta” con el mote de “amaneramiento”, “esencialismo estético”, etc. la que se convino perseguir, condenar y difuminar en el 71, y antes también (léase Verde Olivo & Co.)?
    A mí Duanel me parece buen ensayista, de escueto trazo pero de ideas coherentes, sensato incluso. Sus libros me parecen casi siempre útiles, a ratos hasta agradables. Es posible que a estas alturas ya esté un poco arrepentido de lo que dijo, o quizás, por el contrario, esté preparando un manifiesto. Yo sueño con que sea un bolero, en cualquier caso (y de esto sí estoy seguro), se lo vamos a dejar cantar.

  15. Sólo un crítico o ensayista flojo (y perdone el airado repetidor que insista en mi juicio de valor) es capaz de sostener sin sonrojo que la Austria de la que habla Bernhard es una especie de pretexto estilístico para su humorismo nihilista, o que la Francia de la que opina Bloy es otro más entre sus «rasgos de estilo». Ese concepto de «estilo» es inane. Y esa idea de la literatura es poco menos que ridícula. Hay un mundo allá afuera, me temo, aunque los devotos del estilo no quieran verlo. En su ficción Bernhard habla de su porción de mundo, y en sus «libelos» Bloy disecciona el suyo. Sobre LGV habría mucho que hablar, pero no creo que tenga sentido polemizar con gente que opina que cualquier asomo prescriptivo, propio de toda crítica, remite de inmediato a «Verde Olivo».

  16. Ernesto, decir que toda crítica es prescriptiva (al menos en la acepción en que lo usé en mi comentario) es precisamente excluir, desde una crítica prescriptivísima y de capirote, cualquiera que no lo sea 😉 Por otra parte, supongo que al menos estaremos de acuerdo en que la realidad se puede representar de maneras infinitamente distintas; ninguna de ellas «crea» la realidad, pero esa manera, registro, tono, incluso selección en la representación, es lo que define un modo de escritura, y en esa medida, un estilo. A eso precisamente se refería Tabío, de manera nada oscura por demás.

  17. Querido Waldo, dejémonos de sofismas: es una obviedad que toda crítica literaria revela un estilo de pensamiento, y en tanto hecho textual, propone un modelo. Eso no quiere decir que sólo se pueda escoger entre un «ideologismo» en el que yo creo que injustamente se arrinconan las objeciones de Duanel, y la «apología del estilo», formalismo o como quiera etiquetarse el ejercicio de Tabío. El problema no es de escoger entre esas «posiciones», sino que Tabío defiende mal su posición porque el caso de Lorenzo es bastante más complejo (más complejo también que ciertos juicios generalistas en los que incurre Duanel).
    Pero ya Tabío no necesita «traductor» ni «embajadores»: él mismo ha ripostado en Rialta diciendo que no hemos leído a Blanchot y excluyendo la ideología de una limitada noción de estilo. Caricatura tras caricatura, cuesta polemizar: nadie, tampoco Duanel, ha querido «subordinar el sentido de la obra, o su condición de legibilidad, a la naturaleza ideológica de un régimen político», como asegura Tabío. Pero es obvio que los juicios sobre la tradición y la sociedad cubana que Lorenzo escribió en Los años de Orígenes y en El arte de perder no son puros ejercicios de estilo y es perfectamente posible (incluso necesario, diría yo, atendiendo a cierta lógica de nuestro «campo literario») entenderlos más allá de la acrítica aceptación y reverencia que nuestro «estilólogo blanchotiano» parece recomendar.
    El nihilismo de Lorenzo, su torturada búsqueda de una salida que le permitiera desviarse del origenismo, y hasta ciertas anécdotas vitales lo llevaron a interesantes excesos: su distancia con Baquero o con Lydia Cabrera (en su reveladora entrevista para Exilio) revelan que, en cierto momento, Lorenzo suscribió visiones más propias de la «crítica revolucionaria» que de un representante de la República de las Letras. No es algo exclusivo de LGV: lo hizo Casey también en un ensayo sobre el XIX y Piñera, varias veces. Esos gestos críticos, y esa distancia con la República, fueron muy interesantes, y yo diría que incluso necesarios para compensar ciertos excesos. Pero implicaron también una visión un tanto limitada que sería bueno analizar en profundidad, porque tiene, por cierto, mucha relación con las soluciones literarias (ah, de pronto salta la liebre del estilo) que Lorenzo fue encontrando.
    La idea de una ficción no narrativa (descubrimiento de Raymond Roussel al cual, por cierto, no eran ajenos los origenistas) no es algo de lo que haya que excluir a la fuerza referencias sociales o «ideológicas», si bien es obvio que el hecho literario va siempre más allá de ellas. El problema de Tabío es que está todavía en esa fase del joven crítico donde se cree que un autor o referencia crítica tiene la Verdad en la mano, y entonces adopta la ridícula pose de arrojar esos nombres como si fueran guantes a sus lectores y posibles objetores. Una soberbia un tanto provinciana que, esperemos se le pase pronto para que siga leyendo con provecho a Lorenzo, Blanchot y tantos otros.

  18. Sobre el intercambio, Ernesto, qué pienso y por qué, está en «Pertinencia de la munición», en Rialta magazine. Te remito ahí, más en detalle.
    Sobre todo lo que pueda estudiarse sobre LGV, lo dicho: bienvenidas esas lecturas, también si se arriman más a otras zonas que a lo literario. El punto es que ni Tabío en su prólogo ni nadie de los que comentamos la intervención de DD pretende excluirlas, ni siquiera impugnar su legitimidad. Y en cambio sí lo hace el texto de DD con lecturas diferentes a la suya, al punto de reprocharle prescriptivamente lo que no hace (sí: como en su día con PM, el procedimiento «crítico» es el mismo). Donde ya me pierdo, asombro absoluto, es que se llegue al colmo, como en el segundo texto de DD –y como tú ahora mismo, al final de tu comentario– de darle la vuelta a la tortilla y pretender que haya sido el prólogo de Tabío –o los comentarios al de DD aquí– el que excluya o impugne la legitimidad de la suya. Sí que son impermeables al sentido esas lecturas «en situación», parece 😉

  19. Cómo se llama este cuadrito? «El venerable Hernández Busto le perdona la vida a un joven ensayista»?

    «Heed my words, young padawan. If you manage to avoid the dark side you’ll end up writing essays like I do.»

    Seguro que es igual en todas partes y lo que pasa es que uno le presta más atención a lo nacional, pero por qué da la impresión de que nuestras polémicas derivan inevitablemente en estas boberas de ad hominen y perdonavidas? (No es que HB haya sido el único o el primero en caer en ellas.)

    Sí envidio es esa capacidad de ambos (HB y Duanel) de creer que tienen la razón sin dejar espacio para la duda. Cómo se simplificaría mi vida si pudiera ser así, chico.

  20. Leí lo nuevo de Duanel. El pobre. Duanel I, el Perseguido. ¿O san Duanel el Perseguido? Probablemente lo segundo, que ni los monarcas más absolutistas fueron por lo general tan prescriptivos. Eso es más religioso, ¿no? «Leed como yo y os salvaréis, leed como yo…»

    Infeliz. Él, tan solito, en su cátedra pequeñita en un sitio recóndito, con tan poco poder para castigarnos, defendiendo la Verdad acerca de cómo se debe leer a los demás. No importa que nadie le prohiba que él lo haga a su manera, o siquiera se lo reprochen. No, si no lo hacen como él, lo deslegimitiman. No repetir la Palabra es negarla. El camino a la Salvación es siempre Uno y es estrecho, y nosotros, relativistas y burgueses, nos negamos a seguir la Buena Senda.

    Bueh, los profetas siempre han sido un poco cascarrabias. ¿No fue Elías el que azuzó un oso contra unos niños porque se burlaron de su calva? Si no fue él, fue algún otro, todos eran iguales, y Duanel parece de la misma estirpe. O al menos parece que le gusta imaginarse que predica en el desierto contra la turba de los descreídos que no han visto la luz y creen vivir todavía el 93, cuando ser formalista era arriesgado. No como él, a la vanguardia de la denuncia, desenmascarando marxistas.

    Lo siento, pero es que es cómico. La gente no debería tomarse tan en serio a sí misma.

  21. Ya en serio. Duanel le reprocha en su respuesta a Tabío, Pérez Cino y al otro muchacho que no aporten elementos nuevos para refutar su lectura. ¿Le cuesta tanto entender que a nadie le interesa refutársela? ¿Es obtuso o finge serlo? Desde el principio WPC dejó claro que no le interesaba hacer eso. Otro tanto con la respuesta de Tabío en Rialta. Nadie tiene el menor problema con su lectura. Yo, confieso, la encontré interesante. Otro tanto me pasó con la de Tabío.

    ¿Solo hay un manera de leer? ¿Solo hay una lectura posible? ¿Duanel piensa que esto es binario o qué? Es correcto o no es correcto, ¿así es como lo ve? Supongo que no, no puede tener tan poca imaginación.

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