Damaris Calderón, Dolan Mor y Antonio José Ponte

Acepté organizar este dosier por placer y vanidad. Me di cuenta de que tenía en las manos un atisbo de poder: juntaría en un solo Word a poetas cubanos que admiro, con cariño desconocido e incomprensible. El cariño de la poesía, debe ser. Un deseo, de nuevo. 

Martha Luisa Hernández Cadenas se negó y me pidió disculpas por su desánimo. Le respondí que no había nada que disculpar porque yo también lo estaba; lo que pasa es que yo me había convertido en una vieja formal, alguien que ha ido aprendiendo a disimularlo (casi) todo. Convencerla de que aceptara fue un añadido poético que me hizo pensar, con curiosidad, en la poesía.

Este dosier podría llamarse: “Los poetas cubanos recomiendan”. Pero entonces sería traicionera con el tiempo perfecto de la poesía, en el que la escritura se lleva a cabo y en el que se construye la instalación a base de una o más sílabas. 

Estoy profundamente interesada en las sílabas. Este dosier también es un impulso. Los autores que me vinieron a la mente y que con tanto gusto aceptaron mi invitación, irán apareciendo por orden de llegada, como aquellos poemas que solo están disponibles después de formularse en el pensamiento durante, como mínimo, un segundo.

Legna Rodríguez Iglesias



Damaris Calderón

Este ha sido un duro año interminable y entre ensayos, biografías y autobiografías, he estado leyendo, o mejor dicho releyendo, para soportar esa dureza, algunos libros de poesía que recomiendo. 

No tienen ni la impronta de la novedad ni del bestseller, sino que hablan, desde disímiles lenguas, del horror de los totalitarismos, de la supervivencia humana, de la naturaleza y de la poesía como lenguaje y expresión de vida. A mí me han confortado con más de un verso y creo pueden ofrecer fuego y amparo a otros lectores:

  • El canto y la ceniza, antología poética de Anna Ajmatova y Marina Tsvetaiva (Ediciones de Bolsillo, selección y traducción de Mónica Zgustova y Olvido García Valdés).
  • Antología 100 poemas, de Marina Tsvietaieva (Colección Visor de Poesía).
  • Antología, de Elizabeth Bishop (Ediciones El Tucán de Virginia, selección y prólogo de Verónica Volkow).
  • Poemas, de O. V. de Lubicz Milosz (Colección El manantial oculto, Pontificia Universidad Católica de Perú).
  • Historia Natural, de José Watanabe (Colección Peisa, Perú).
  • Una pequeña historia, de Verónica Zondek (Cuadro de Tiza Ediciones, Chile).


Dolan Mor

  • Cajas, de Mario Montalbetti: un libro inclasificable sobre el lenguaje, escrito con un discurso híbrido, entre la poesía y el ensayo.
  • Autobiografía de rojo, de Anne Carson: una novela en verso o, por qué no, un poemario novelado.
  • El libro de nuestras ausencias, de Eduardo Ruiz Sosa: una novela que conjuga la poesía, el teatro y la narrativa, escrita con una intensidad lírica asombrosa.
  • 50 Estados. 13 poetas contemporáneos de Estados Unidos, de Ezequiel Zaidenwerg: un libro de poesía que juega con la impostura, la literatura apócrifa y las traducciones.
  • Quinteto de Mogador, de Alberto Ruy Sánchez: aunque es un libro compuesto por cinco novelas que no parecen novelas, en realidad la prosa del autor, bella y perturbadora, alcanza la altura y la belleza de la poesía. Alberto Ruy Sánchez es dueño de un lirismo único dentro de la narrativa que se publica en la actualidad.


Antonio José Ponte: La poesía, cuando menos se le espera

Cada año trae para la poesía sus estaciones, sus efemérides y sus decesos, y uno obedece a ellos como lector, lee y relee.

  • Yo vuelvo cada verano a Del absoluto amor y otros poemas sin títulos, del peruano Jorge Eduardo Eielson (Pre-Textos, Valencia, 2005). Y en este año, que fue el centenario de la publicación de The Waste Land, volví a leer a T. S. Eliot.
  • Murió Fina García Marruz y sentí el deseo de releer su poesía. Me decidí por una selección que evitara sus poemas políticos, no tanto por desprecio de un régimen como por desprecio de la mala poesía. Di, por suerte, con en El instante raro (Pre-Textos, Valencia, 2010), una selección de la poesía de García Marruz hecha por Milena Rodríguez Gutiérrez, y escribí luego a Milena comentándole mi admiración por su antología, así como la constatación de que, junto a José Lezama Lima y Virgilio Piñera, Fina García Marruz es una de los poetas decisivos del grupo Orígenes.
  • Leí al griego Yorgos Seferis en la traducción del chileno Miguel Castillo Didier: Seferis íntegro (Tres Puntos Ediciones, Madrid, 2017).
  • Consulté de punta a cabo, aunque a picotazos también, las dos antologías en las que Seamus Heaney y Ted Hughes juntaron sus poemas favoritos: The Rattle Bag (Faber and Faber, Londres, 1982) y The School Bag (Faber and Faber, Londres, 1997). Son más de mil páginas y nunca dejaba de tropezarme en ellas con “Donald Og”, el poema anónimo irlandés traducido al inglés por Lady Augusta Gregory. “Tomaste de mí el este, tomaste de mí el oeste, / tomaste lo que tengo ante mí y lo que está detrás de mí, / tomaste de mí la luna y el sol / y es grande mi temor de que tomaras lo que había en mí de Dios”, termina ese poema. (Que el lector no se fíe de este remedo de traducción.)
  • Del húngaro Szilárd Borbély alcancé a leer Berlin-Hamlet (New York Review of Books, New York, 2016), traducido al inglés por Ottilie Mulzet. Borbély, quien se suicidó en 2014 a los 50 años, ensambló en ese libro de poemas los fragmentos del Walter Benjamin del Libro de los Pasajes, del Kakfa de las cartas a Felice, de diversos poetas húngaros y del príncipe indeciso shakesperiano.
  • Volví a Fernando Pessoa, a Sophia de Mello Breyner Andresen, a Eugénio de Andrade. Leí la obra poética completa de Daniel Faria, muerto prematuro también. Portugueses todos ellos, de algunos he traducido textos.
  • Al estadounidense W. S. Merwin lo leí, no por su poesía, sino por su libro dedicado a los poetas del Languedoc: The Mays of Ventadorn (National Geographic Society, Washington, D.C., 2002). Merwin recibió noticias de esos trovadores de su maestro Ezra Pound y entrelaza la historia de una granja comprada por él en el sur de Francia con las vidas de trovadores y nobles de la tradición local y con su visita a Pound en el manicomio de St. Elisabeths.
  • Otro libro que trata de poetas, Their Ancient Glittering Eyes. Remembering Poets and More Poets (Ticknor & Fields, New York, 1992), recuerda y entrevista a Robert Frost, T. S. Eliot, Marianne Moore, Ezra Pound y varios poetas menores. Conocía las entrevistas de Donald Hall de las antologías de The Paris Review, pero este libro suyo está lleno de agudas observaciones acerca de la poesía y del envejecimiento. (Tendré que volver a él cuando más lo necesite.)
  • Fuera del juego, de Heberto Padilla, fue reeditado (Cátedra, Madrid, 2021) por Gustavo Pérez Firmat y Yannelys Aparicio Molina, quienes tuvieron la excelente idea de incluir varias de las traducciones hechas por Padilla cuando ya no le permitían publicar sus poemas, aunque sí traducciones que aparecerían con su nombre de traductor lo más escamoteado posible.
  • Igual que hago en cada diciembre, leo un poco la Biblia. No por fe religiosa, no por temores milenaristas. El caso es que, desde hace unas semanas, leo antes de dormir unos salmos de La Biblia del Oso, la traducción de Casiodoro de la Reina publicada en Basilea en 1569 y reeditada por Alfaguara. El oso que terminó por nombrar esa versión aparece como emblema en el frontispicio de los cuatro volúmenes de esta nueva edición. Casiodoro de la Reina fue perseguido por la Inquisición, recorrió ciudades y diversos ambientes religiosos, y terminó en Fráncfort, casado, con hijos de ese matrimonio y convertido en pastor protestante. La lengua en que Casiodoro de la Reina vertió las Santas Escrituras abunda en palabras fuertes y magníficas: espavorecer, por sentir pavor; lejuras, por lejanías. En un salmo, David promete a Jehová este sacrificio: “holocausto de engordados”. En otro salmo admite: “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado se escalentó mi madre”. Escalentarse, según avisa una nota, significa que su madre se calentó de él hasta concebirlo.
  • A lo largo del año he escuchado sin cansarme un disco con composiciones de varios músicos para las canciones teatrales de Shakespeare. Canta esas canciones el tenor británico Ian Bostridge, acompañado por Antonio Pappano.
  • Una y otra vez escucho a la uruguaya Marisa de Giorgio leer el poema suyo que comienza: “Anoche volvió otra vez La Sombra; aunque ya habían pasado cien años, bien la reconocimos. Pasó el jardín, violetas, el dormitorio, la cocina; rodeó las dulceras, los platos blancos como huesos, las dulceras con olor a rosa…”.
  • Conseguí aprenderme de memoria unos poemas de Rubén Darío y de Idea Vilariño, de quienes ya sabía de memoria varios. Y en algún momento pensé que, si existe algo mejor que leer poesía, ese algo es memorizarla. Porque de ese modo el poema aprendido vuelve cuando menos se le espera y nos trae una buena sorpresa. 


© Imagen de portada: Evelyn Sosa.




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Magali Alabau

Magali Alabau

Magali Alabau. Poeta. Nació en Cuba y reside en Nueva York desde 1968. Estudió teatro. Ha publicado entre 1986 y 2016 nueve poemarios.






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