¿Quién necesita un crítico en una isla desierta?

Varias veces en las últimas semanas un texto de opinión ha sido tema de spaghetti western.

Pasó con “Un turista en el país del proletariado”, obituario de Roberto Fernández Retamar a la cuenta de Carlos Manuel Álvarez. (“¿Para quién escribe este muchacho?”, se lee en una bochornosa réplica de Antonio Rodríguez Salvador, que bien podría ser un heterónimo de aquel Leopoldo Ávila de la revista Verde Olivo. “Por su lenguaje tabernario podemos conjeturar para quién lo hace”, dice, y minutos después, como quien no quiere la cosa, desliza la palabra “CIA”). 

Y ahora sucede nuevamente con “Cubano, demasiado cubano”, un artículo de Jorge Peré, a propósito de un videoclip y par de canciones de Havana D’ Primera.

Envidia. Resentimiento. Ojeriza. La palabra “sapingo” en medio de todo eso. El sustantivo “machetazo”. En cientos de comentarios en las redes sociales, en cientos de conversaciones: la envidia o la tunda como único argumento, como juicio definitivo. Eso es todo, eso basta, eso sobra. 

Cuestionar la valía de un escritor después de su muerte, la incapacidad de un realizador audiovisual para deshacerse de lo cursi, el uso y abuso de la cubanidad en una canción, la cofradía de las instituciones nacionales con la censura, el Estado poniéndose la máscara de gorila en el baño de los niños…; preguntar por esas cosas, perder el tiempo criticando lo “incriticable”, es ser automáticamente tachado de “enemigo”. 

Es, dicen, el presemen de la contrarrevolución.

(Resulta hasta cierto punto enternecedor como cada cual —el que ve en el artículo de Carlos Manuel una opinión financiada; el que nota en las páginas de Peré un charco de envidia— encuentra en la vida un final que se le parece. Históricamente, a eso se la ha llamado “proyección”, y hasta en Wikipedia se explica superbién: “la proyección es un mecanismo de defensa que opera en situaciones de conflicto emocional o amenaza […], atribuyendo a otras personas u objetos los sentimientos, impulsos o pensamientos propios que resultan inaceptables”).

No se discute así argumento alguno. No estás equivocado, eres equivocado. Tu problema no es ideológico, político, o siquiera estético, sino psicológico. Enfermo. Fratricida. Una pulsión más fuerte que tú, dicen, te obliga a quitarle méritos al que es mejor en todo que tú, al que le sobra lo que a ti te falta. Estas cosas siempre son fálicas. Una mezquindad te impide ver la grandeza del que triunfa… 

La de la crítica cubana contemporánea es una película que empieza en las páginas de una revista y que puede terminar en lugares tan improbables como Facebook, el coño de tu madre, al pie de una ceiba, o simplemente a golpes. La del periodismo cubano, en cambio, es una película que acaba directamente en la cárcel. 

Se sabe: el verdadero placer de la polémica en este país castrado —más que en el cruce de ideas— está en la réplica; lo que hace que la llegada de una crítica sea un suceso rimbombante en un país que se ha ido desangrando física e intelectualmente, es la ocasión que ofrece de sacar pecho, de contestar, antes que la ocasión de leer. Eso, y como complemento, la idea retorcida de que los críticos cubanos somos “mercenarios”, para usar la palabrita-clítoris, y aunque hagamos lo mismo que hacen los vecinos —expresar opiniones, juicios: “esto me parece bien y esto no”—, de la misma manera siempre seremos distintos; porque siempre andamos ensuciando el arte con nuestros propios fines, nuestra propia mísera fama de cortesanos o extremistas, bombardeando un patrimonio —como los yihadistas en Hatra— que no podemos, que no sabemos comprender.

El crítico es la escoria. El parásito. La rémora. El chorlito. ¿Quién necesita un crítico en una isla desierta? ¿Quién necesita un crítico en agosto?

Sucede que sin “parásitos” que limpien la incómoda piel del cocodrilo, la acidez de ese pantano que es Cuba ha empezado a herirnos hasta el fondo mismo de la carne. El país se ha llenado de melanomas: la Seguridad del Estado intimidando periodistas. Melanoma. El aciago Decreto 349. Melanoma. El ambiente de cuartel policial, en el que el policía bueno le cede el lugar al malo para que nos explique con detalles los peligros de nuestra opinión, de pensar con cabeza propia frente a la tradición nacional de pensar en manada. Melanoma. La política cultural como un diálogo interrumpido a la fuerza, como un “veremos” jamás resuelto. Melanoma. La idea de que el arte contemporáneo tiene algo que ver con el crimen, de que hay algo vistosamente delictivo en los performances. Melanoma.

Gilberto Padilla Cárdenas

La insoportable levedad de Roberto Bolaño

Gilberto Padilla Cárdenas

Es buen momento para leer A la intemperie (Alfaguara, 2019). Porque el columnismo de Bolaño es el columnismo que nos gusta en Cuba pero que no tenemos: un columnismo agresivosumario y soberbio, con esas humillaciones públicas que duelen tanto como culposamente te complace leer. Lo de Bolaño es el bullying.


El Estado cubano tiene abandonar la estructura de Facebook, tiene que abandonar el “comenta tu estado” como marco teórico de sus libretazos. Ejemplo al azar: una viceministra sentencia —si no lo han hecho, vale la pena que lean “Ser profesor universitario”, de Martha del Carmen Mesa Valenciano— que no hay lugar en la universidad para esto y aquello, que un profesor, como un pez ciego, tiene que defender “a ultranza cada paso que se da en la Revolución”. Dice que ser profesor universitario es “¡optimismo, es confianza!”. Que “el que no se sienta activista de la política revolucionaria de nuestro Partido, un defensor de nuestra ideología, de nuestra moral, de nuestras convicciones políticas, debe renunciar a ser profesor universitario”.

¿Hay alguna evidencia más clara de la deriva nacional —de sus malos procedimientos— que esta que impone, que amenaza, que simplemente comienza y termina en condena? 

¿Quién le dice a la termocéfala viceministra primera de Educación Superior que la universidad no es un feudo que gobiernas como quieres, que la educación no se concibe como una galera donde los estudiantes y los profesores reman encadenados, y que el Estado cubano tiene que dejar de lanzarse del escenario a los espectadores esperando flotar sobre las manos de los fans como un cantante de rock?

Es difícil que si seguimos despreciando las ideas, señora viceministra, las ideas no nos desprecien de vuelta.

(En medio de todo esto, a la hora de los tiros o de los tomates, nuestros intelectuales —un grupo enorme de personas absurdamente preparadas que a menudo no mueven un dedo por nadie que no sean ellos mismos— eligen levantar su carnecito de la UNEAC y pasar inmunes por ninguna refriega).

La gran mayoría de los intelectuales cubanos han renunciado a ser abogados, fiscales, jueces, jurados, o hasta culpables; quieren ser espectadores, y solo espectadores, ojalá lo más parcial —virgen— de los hechos. Así, desde esa platea, poco o nada se hace. De alguna forma la conveniencia, la no participación y la abulia, nos han hecho a los cubanos más beatos, más temerosos, más pusilánimes que el comunismo. Pasamos así de una tradición intelectual peliaguda, marcada por el disentimiento, la polémica, incluso por la “patada de elefante” —como decía Virgilio Piñera—, a un ambiente en que todo cuestionamiento es nocivo: motivo de contrarrevolución o ajuste de cuentas. Tal parece que nuestros intelectuales son más apreciados justamente por su carácter de bufones serenos.

Pero hace falta gente que se plante en medio del barullo, incluso que se quede. Gente que no esté de acuerdo, que disienta, y que aclare que las películas, la música, el arte y la literatura, no son herramientas de comunicación del sistema, no son máquinas dispensadoras de elogios, sino una casa siempre abierta, en la que puede uno ir a dormir desnudo, saltar por una ventana y volver por otra puerta cuando quiera.

Por eso me admira tanto ver a gente como Carlos Manuel Álvarez, como Jorge Peré y Elvia Rosa Castro en el ruedo. Otros como Rafael Rojas, Iván de la Nuez, Antonio José Ponte, Carlos A. Aguilera, o Andrés Isaac Santana (todo ellos, por cierto, soberbios), siendo contemporáneos, participando en el presente de un país que dejaron hace años, pero que llevan consigo como el griego. Ser libres y seguir siendo cubanos es un trabajo de tiempo completo para ellos. (Y nuestros “intelectuales acreditados” tan perdidos, por contraste, tan limpios, tan éticos, tan inmaculados cada día; la abulia, como la ceniza, los limpia). 

Es contradictorio: el Estado cubano aparentemente pondera el ejercicio de la crítica, pero apenas esconde la intención de convertir a los críticos en empleados del mes que sepan expresarse en el lenguaje gratificante de la edulcoración. Apenas disimula que solo admite elogios: la sección de los comentarios online en cualquier institución estatal —desde el diario Granma hasta el portal del Ministerio de Educación Superior—, basta para ejemplificarlo. Los criterios desfavorables, los que llevan la contra, mueren ahogados. 

“Pensar como país”, es el blurb del momento. Pero, ya que estamos, ¿cómo es Cuba hoy? Imagínese una sociedad que les enseñara durante años a sus ciudadanos que un piano tiene 88 teclas, 36 negras y 52 blancas, sin permitirles nunca tocarlo. Imagínese un instructor de natación que les enseñara a los alumnos el funcionamiento de los pulmones prohibiéndoles nadar. Imagínense un pedagogo que no escuche otra opinión que la suya. Imagínense unos políticos que en vez de mostrar sus cartas, se la pasan mostrándonos las cartas de los demás. Y tendremos una idea aproximada. 

A ese país, en el que no participamos, en el que no contamos; el país que no solo desdeña la crítica, sino que la aparta y circunscribe llenándola de alambres de púas y torres de vigilancia; el país que te pone o te quita los cuñitos de aduana; el que te mete en el círculo de tiza caucasiano; el que amenaza e intimida… 

A ese país es importante dejar de pertenecer.

Fidel Castro. El comandante Playboy

El comandante Playboy sí tiene quien le escriba

Gilberto Padilla Cárdenas

Abel Sierra Madero ha olfateado en eBay durante años todo lo que huela a Castro en su portada: revistas pornotabloides de todo tipopulp fiction magazinesdonde Fidel luce alternativamente como papirriqui insular, velocirraptor, bad boy y latin lover.


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12 Comentarios
  1. tu descripción de ‘nuestros intelectuales acreditados’ es ácida y me parece certera, pero usar el adjetivo de ‘soberbios’ (demasiado superlativo, demasiados en la lista ) no te convierte en un ‘dispensador de elogios’?

    Por fa, no es un ‘spaghetti western’, se necesita tu periodismo.

  2. No, Antonio Rodfriguez Salvador no es un heterónimo -ni siquiera bochornoso- al estilo Leopoldo Avila… Es el nombre real de un mediocre escritor -si asi puede llamarse- que vive en Jatibonico (no es broma).

  3. No hay que ponerse rojillo para encontrarle faltas al obituario de Carlos Manuel (qué pasión por ese género muestra este muchacho, es inquietante).

    Se le puede reprochar que apenas roza la obra de Retamar, que la pasa de largo. Apenas un comentario sobre su poesía que es más lugar común que un análisis: sus poemas de juventud son mejores que sus poemas revolucionarios. Para ese viaje no hacían falta alforjas. Su obra ensayística queda ignorada.

    Luego, se concentra demasiado en la dimensión política de su vida. Y sí, es cierto que Retamar se involucró en política y que esta ocupó un lugar central en su obra y su vida, pero al final eso no lo agota. Discutiblemente lo define. Es como escribir el obituario de un político y mencionar que sí, que fue responsable de esta u otra política, pero pasarse la mayor parte del texto criticándolo porque tenía mal gusto en música. Si Retamar se salva o se hunde (y yo creo que se hunde) será por literatura. La política siempre es una nota al pie en la obra de un artista. Su defecto no es haber sido un poeta cortesano, a fin de cuentas Virgilio (el romano) lo fue; su defecto es no haber tenido el talento suficiente. Céline fue más miserable y es indiscutible.

    También presume CM de su mala costumbre de incluirse a sí mismo. En un texto tan breve, que consiga hacerlo dos veces tiene su mérito, pero él es de ese tipo de escritores que se aburre cuando no está hablando de sí mismo (le pasa como a Trump, que es un ejemplo más famoso del mismo problema). Normalmente incluye alguna anécdota de la que él es protagonista, desviando el foco del tema central, a pesar de que las anécdotas son triviales y por lo general lo presentan como alguien superficial, inmaduro y con una vida bastante poco excepcional, vacía de incidentes memorables.

    En este caso, su primera aparición es en el seudo encuentro en Dominicana, un ejemplo de tontería de manual porque insertar una mentira fácilmente verificable en un texto que va a levantar ronchas es de anormal de cañón. Además, la escena es ridícula. CM pretende presumir de verticalidad, pero queda como una versión histérica y perretúa del martiano «porque si está la bandera, / no sé, yo no puedo entrar». Más patético aún porque en realidad el encuentro nunca tuvo lugar. Es como esas fantasías que tiene alguna gente en las que se atreven a contestarle con un coraje que en la vida real nunca han ejercido a su jefe, a su pareja, al abusón que les robaba la merienda en la primaria. La segunda es otra de esas anécdotas de «juventud» que nos lo presentan como un postalita y un superficial, alguien cuya relación con la literatura es tangencial, casi inexistente, y que a cualquier persona sensata le avergonzaría contar públicamente.

    Además, y aquí puedo equivocarme, siento que la intensidad de su ataque a Retamar es desproporcionada. Sí, el viejo hizo cosas reprobables, pero no fue Pavón, o Portuondo o Mirta Aguirre, todos mejores ejemplos de esbirro que él. Una vez más, acaso me equivoque porque poca atención le he dedicado a Retamar, pero la impresión que tengo es de alguien menos policía, menos interesado en perseguir a los que se apartaban de la ortodoxia que otros comisarios cubanos. Es verdad que persiguió un poco a Neruda, pero perdónenme si no me da lástima el chileno. Retamar, más que un esbirro, lo veo como un poeta cortesano. E incluso en su obra ensayística (por lo poco que leí, lo confieso, no me pareció atendible ni me interesaron sus ideas siquiera para discutirlas) tengo la sensación que casi siempre escapaba al panfleto. Por otro lado, podría equivocarme, poco familiarizado estoy con su biografía.

    Cuesta, además, entender tanta estridencia cuando uno recuerda que, hace menos de 10 años, CM le dedicó su primer libro a Rosa Miriam Elizalde. Rosa Miriam, que con Iroel y Pedro de la Hoz aparece a la cabeza de la lista de esbirros que hoy en día practican el periodismo en Cuba.

    Yo sé que todos hemos cometidos errores en nuestra juventud. Yo sé que uno tiene derecho a cambiar de ideas y de héroes. Pero ¿no deberían esos errores pasados enseñarnos un poco de prudencia, un poco de humildad, un poco de generosidad para con los errores de otros? Más cuando se trata de un error tan obvio. Porque uno puede ser joven e inocente, pero el hedor a policía de Rosa Miriam tira para atrás. Hay que ser un poco oficialista para no sentirlo. Acaso la vio alguna vez como una mentora, pero es difícil entender cómo, que salta a la vista que Rosa Miriam ni escribe bien ni es particularmente inteligente. Uno podría haberse deslumbrado con Mirta Aguirre, una persona culta y brillante a pesar de los pesares, pero ¿Rosa Miriam? Además, consideren, es tu primer libro, ¿a quién se lo dedicas? A tus padres quizás. O a ese abuelo que te influyó regalándote libros cuando eras pequeño. Mira, a la jevita de ese momento, que entonces te parece eterna. Pero ¿a tu jefa? (¿No era la jefa cuando CM trabaja en Cubadebate?) No sé, se siente un poco guataca.

    Y hago hincapié en esto, que en realidad no es importante, primero, porque me choca un poco la estridencia del ataque. No el ataque en sí, creo Retamar defendió posiciones deplorables, pero el tono, la virulencia. Segundo, porque lo continúa con un post en Facebook donde asegura que siente «rabia» e inserta otra de esas anécdotas que lo caracterizan. En esta otra aparece como rebelde y contestatario en su época de estudiante. Pero de una rebeldía callada, discreta, lacónica (en una persona tan logorreica), casi de monja de clausura que además haya hecho un voto de silencio. En esencia, se niega a saludar a los trabajadores del Juventud Rebelde, sitio a donde va a consultar Internet. Esa descortesía la presenta con tintes heroicos, como una forma de resistencia.

    Lo sé, qué coraje. Ese silencio era de una epicidad admirable. Uno solo puedo imaginar qué habrían hecho Homero o Milton con ese uso heroico de la mala educación. Y sin embargo, apenas unos años después, ¡qué vemos!, esa dedicatoria a Rosa Miriam, personajillo desagradablemente oficialista. Que uno puede cambiar de idea, lo sé, pero ¿tan seguido? De rebelde a jalaleva de una oficialista a rebelde de nuevo. Ufff, ¿no se marea?

    No, uno puede estar en principio de acuerdo con Carlos Manuel, uno puede burlarse de los que lo acusan de ser instrumento de la CIA, y, sin embargo, pensar que el artículo era pobre. Francamente, reírse de Carlos Manuel parece ser también la actitud más razonable, no presentarlo como alguien valiente (que solo parece haberlo sido en la distancia) o que aporta algún inteligente al debate. A cualquier debate.

    1. Felicito a MEH, el articulo de Gilberto es bueno, el (Gilberto) y Juan Orlando Perez son mis dos escritores humoristicos preferidos, sin dejar de reconocer que las gilbertadas criticas son tambien muy buenas, sobre todos por el matiz comico, pero el comentario de MEH es mas interesante aun que el propio articulo. Que conste que Carlos Manuel es bueno, muy bueno, pero a veces tiene demasiada necesidad de «epatar», espero que no llegue al extremo francamente nosocomial de Lazo Pardo.

    2. Interesante debate, pero mal enfocado.

      El comentario al centrarse en CMA se queda en lo particular, cuando en su lugar tendría que ir a lo general.

      CMA es la expresión de una nueva identidad, que, a la vista de todos está ‘normalizando’ los traumas de la dictadura, convirtiéndolos en la ‘normalidad poscomunista’.

      No solo es CMA. Él es sin dudas la figuara elegida (aunque circunstancial) por los medios socialdemócratas para concederle el mismo papel que en otro momento tuvieron Yoani Sánchez y en menor medida, Wendy Guerra.

      Padura, como se sabe, es la expresión absoluta del funcionario al servicio del totalitarismo socialdemócrata. Y no confundirse, la escritura también puede formar parte de la labor del funcionariado.

      Por tanto, ¿por qué atacar exclusivamente a CMA? Eso convierte el comentario en una diana personal, cuando el disparo en su lugar debería ir a un cuerpo ideológico mucho más amplio y sin dudas transversal.

      No obstante, si lo elegido para derribar es la cabeza de ese cuerpo (ahora mismo en el lugar de la cabeza de CMA) puede ser acertado, a sabiendas, que el progresismo totalitario es siempre y en todo momento, una hidra temible.

      En cuanto el comentario de Abel, también discrepo del hecho de que CMA quiera ‘epatar’. No se trata de epatar, sino de mantenerse en el papel. Los caídos no es una buena novela. La tribu no es buen periodismo (sí está mejor escrito que muchos otros libros que pasan como tal) y en estos instantes, CMA se debe de estar preguntando, qué viene ahora. De qué pozo apenas sin caudal va a sacar el agua suficiente para no correr la suerte de, digamos, Abilio Estévez: el escudero en Tusquets (siempre tiene que haber un Sancho) de Leonardo Padura.

      Porque no dudarlo: el peor enemigo de las ambiciones de CMA es el apetito voraz de la hidra progresista: no bastan nuevos libros, no bastan medios de prensa independientes, no bastan siquiera desnudos que cada vez muestran a una mujer mucho más madura, más mordida en sus lugares más secretos.

      Siempre hace falta más para satisfacer esa máquina.

      A ver si CMA se atreve, como Padura, a visitar en la cárcel al equivalente de turno de Lula da Silva. Un político acusado de conspiración, corrupción, tráfico de influencias que la maquinaria socialdemócrata, sin dudas, en un gesto de reciprocidad ha decidido agraciar con uno de los escritores insignia y marca de la escuadra.

      ¿Se atreverá CMA?

      Llegado el momento y antes de terminar cayendo, es decir, regresando a su Cárdenas natal, por supuesto.

      Cárdenas y Mantilla son solo dos puntos en una misma geografía.

  4. El error de TODOS los comentaristas (quizás algo menos en Norman) está en el pto de vista. Están responsabilizando a personas, cuando la verdadera responsabilidad está en los grupos de presión. Todos los nombres citados -gusten más o gusten menos- son las pequeñas piezas de los grupos de presión y nadie, nadie, está pensando en ellos y en la estructura de las hegemonías. Una lástima…

  5. muy bueno el comentario de MEH. no tengo nada en contra del muchacho pero creo excesiva su publicidad y no sé hasta qué punto en realidad se lo estén tomando en serio

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