A lo largo del primer año del segundo mandato de Donald Trump, el redactor de Vanity Fair Chris Whipple ha entrevistado a Wiles en cada momento de crisis. Este relato desde dentro se suma a una serie de perfiles que ofrecen una mirada directa, sin concesiones, al poder —y al peligro.
En la mañana del 4 de noviembre de 2025, una jornada electoral en año sin presidenciales, la jefa de gabinete de la Casa Blanca, Susie Wiles, se encontraba en el Despacho Oval con el presidente y sus principales asesores, a quienes ella llama su “equipo central”: el vicepresidente JD Vance, el secretario de Estado Marco Rubio y Stephen Miller, subjefe de gabinete. El orden del día tenía dos puntos: acabar con el filibusterismo en el Congreso y forzar la salida del poder del presidente venezolano Nicolás Maduro. Según me contaría después, el presidente Donald Trump disertaba sobre el filibusterismo cuando Wiles se levantó y se encaminó hacia la puerta. Trump la miró fijamente.
—¿Es una emergencia, que tienes que irte? —le exigió.
No lo era en absoluto, pero Wiles dejó a Trump con la duda. Respondió:
—Es una emergencia. No tiene que ver contigo.
Con eso, según Wiles, salió del Despacho Oval.
Wiles, con pantalón oscuro y un sencillo top de cuero negro, me recibió en su despacho con una sonrisa y un apretón de manos. Mientras comíamos unos bocadillos del White House Mess, hablamos de los retos a los que se enfrenta Trump. A lo largo del último año, Wiles y yo hemos hablado con regularidad de casi todo: los contenidos y las consecuencias de los archivos Epstein; las brutales deportaciones masivas llevadas a cabo por ICE; el desmantelamiento de USAID por Elon Musk; el controvertido despliegue de la Guardia Nacional en ciudades estadounidenses; la demolición del ala Este de la Casa Blanca; los ataques letales contra embarcaciones supuestamente pilotadas por narcotraficantes —acciones que muchos han calificado de crímenes de guerra—; la salud física y mental de Trump; y si desafiará la Vigésimosegunda Enmienda e intentará prolongarse en el cargo para un tercer mandato.
La mayoría de los altos cargos de la Casa Blanca miden mucho sus palabras y solo hablan en segundo plano. Pero en numerosas conversaciones en las que habló para citarla directamente, Wiles respondió a casi todas las preguntas que le hice.
A menudo hablábamos los domingos después de misa. Wiles, episcopaliana, se define como “católica light”. Una vez hablamos mientras ella hacía la colada en el piso que alquila en Washington D. C. De Trump, me dijo: “tiene la personalidad propia de un alcohólico”. La conversión de Vance de antitrumpista convencido a acólito de MAGA, añadió, ha sido “en cierto modo política”. Del vicepresidente añadió que “lleva una década siendo un conspiranoico”. Russell Vought, arquitecto del célebre Project 2025 y director de la Oficina de Gestión y Presupuesto, es “un absoluto fanático de derechas”. Cuando le pregunté qué pensaba de que Musk hubiera republicado un tuit sobre trabajadores del sector público que mataron a millones bajo Hitler, Stalin y Mao, respondió: “Creo que eso es cuando está haciendo microdosis”. (Aclara que no lo sabe de primera mano).
Wiles es la persona más poderosa en la Casa Blanca de Trump después del propio presidente; a diferencia de todos sus predecesores, es una mujer.
“Muchas decisiones de enorme trascendencia se toman por un capricho del presidente. Y, por lo que yo puedo ver, la única fuerza capaz de orientar o canalizar ese capricho es Susie”, me dijo un antiguo alto cargo republicano. “En la mayoría de las Casas Blancas, el jefe de gabinete es el primero entre varios iguales. Ella puede que sea la primera sin iguales”.
“No creo que haya nadie en el mundo ahora mismo que pueda hacer el trabajo que ella está haciendo”, me dijo Rubio. Definió su vínculo con Trump como “una confianza ganada”. Vance describió así el enfoque de Wiles respecto al cargo de jefa de gabinete: “Existe esta idea muy extendida, que creo que fue muy común en la primera administración”, me dijo, “de que el objetivo de la gente era controlar al presidente o influir en el presidente, o incluso manipular al presidente porque tenían que hacerlo para servir el interés nacional. Susie adopta justo el punto de vista diametralmente opuesto, que es que ella es una facilitadora, que el pueblo estadounidense ha elegido a Donald Trump. Y su trabajo es, en realidad, facilitar su visión y hacer que su visión cobre vida”.
Ha sido un año intenso. Trump y su equipo han ampliado los límites del poder presidencial, han declarado unilateralmente la guerra a los cárteles de la droga, han impuesto aranceles según su antojo, han sellado la frontera sur, han logrado un alto el fuego y la liberación de rehenes en Gaza y han presionado a los aliados de la OTAN para que aumenten su gasto en defensa.
Al mismo tiempo, Trump ha librado una guerra contra sus enemigos políticos; ha indultado a los participantes en el asalto del 6 de enero, ha destituido a casi todos los implicados en su investigación y procesamiento, ha llevado a los tribunales a medios de comunicación hasta lograr acuerdos millonarios, ha imputado a varios funcionarios a los que considera sus adversarios y ha presionado a las universidades para que se plieguen a su línea. Ha redefinido la forma de comportarse de los presidentes, abusando verbalmente de mujeres, minorías y casi cualquiera que le ofenda. El asesinato de Charlie Kirk en septiembre dio un impulso enorme a la campaña de venganza y represalias de Trump. Sus críticos han comparado este momento con un incendio del Reichstag, una versión moderna de la explotación por parte Hitler del incendio del Parlamento de Berlín.
Históricamente, el jefe de gabinete de la Casa Blanca es el guardián de la puerta del presidente, su confidente y el ejecutor de su agenda. Eso suele implicar decirle al presidente verdades incómodas. Al tomar posesión, Ronald Reagan estaba empeñado en reformar la Seguridad Social. James A. Baker III le explicó que recortar las prestaciones de la Seguridad Social era el tema tabú por excelencia de la política estadounidense. Reagan dio un giro hacia las rebajas de impuestos y acabó siendo reelegido por un amplio margen. Donald Rumsfeld, jefe de gabinete de Gerald Ford, lo explicó así: “El jefe de gabinete de la Casa Blanca es la única persona, aparte de su esposa… que puede mirarle directamente a los ojos y decirle: “Esto no está bien. Simplemente no puedes seguir por ese camino”.“
¿Hasta qué punto se desviará Trump de los límites de la democracia?
La pregunta en torno a la etapa de Wiles bajo Trump ha sido si ella hará algo para contenerlo. Una pregunta mejor sería: ¿quiere hacerlo?
Faltan 9 DÍAS: 11 de enero de 2025
Nuestra primera conversación tuvo lugar poco más de una semana antes de la investidura. Wiles llamó desde la carretera, de camino de Mar-a-Lago a su casa de Ponte Vedra, Florida, en su BMW 530. Estaba exultante, disfrutando de la victoria de Trump. No es que en ningún momento hubiera dudado del resultado. “En ningún momento pensé que no fuéramos a ganar”, dijo. “Ni en lo más profundo de mí, ni mientras dormía, ni en mi mente racional”.
Pero aquel día de enero, mientras se acercaba su segunda investidura, Wiles estaba decidida a mostrar al mundo a un Trump nuevo. “Le dije a Hakeem Jeffries: ‘Verás a un Donald Trump distinto cuando llegue allí’”, me contó. “No le he visto tirar nada, no le he visto gritar. No he visto ese comportamiento realmente horrible del que habla la gente y que yo misma llegué a experimentar hace años”.
La infancia de Wiles la había preparado para lidiar con hombres difíciles. Creció en Stamford, Connecticut, y en Saddle River, Nueva Jersey, como única hija y mayor de tres hermanos. Fue su famoso padre, Pat Summerall, quien puso a Wiles en el camino hacia la cúspide del poder político. Summerall había sido pateador de los New York Giants y después convirtió sus conocimientos y su voz grave y melodiosa en fama y fortuna como “la voz de la NFL”.
A los pies de su padre, Susie Summerall se hizo aficionada al fútbol americano, recitando balances de victorias y derrotas y estadísticas de jugadores como un John Madden en miniatura, una habilidad que, según ella, Trump comparte. “El presidente, resulta, es un adicto a eso y es como un sabio de las estadísticas”, dijo. “Y yo recuerdo muchas de ellas”. De niña, Susie también absorbió el espíritu de la época en el Manhattan de los años setenta que frecuentaba su padre. “Buena parte de lo que Donald Trump recuerda sobre el Nueva York de los setenta yo lo viví con mi padre”, dijo. “Así que cuando habla del guardaespaldas de Frank Sinatra, yo conozco ese nombre”. Steve Witkoff, amigo de Trump en el sector inmobiliario convertido en enviado especial, dice que Wiles y Trump son criaturas de esa misma época ya desaparecida: “Todo ese mundo del Copacabana y Sammy Davis Jr. y demás, esas son cosas de las que él quiere hablar”.
El regalo más valioso que Susie recibió de su padre fue fruto del esfuerzo. Summerall fue un padre ausente y alcohólico, y Wiles ayudó a su madre a organizar intervenciones para lograr que él aceptara tratamiento. (Summerall estuvo sobrio 21 años antes de su muerte, en 2013.) “El alcoholismo hace cosas muy dañinas a las relaciones, y así fue con mi padre y conmigo”, dijo Wiles.
“Algún psicólogo clínico que sepa un millón de veces más que yo discutirá lo que voy a decir. Pero los alcohólicos de alto funcionamiento, o los alcohólicos en general, ven su personalidad exagerada cuando beben. Y por eso soy un poco experta en grandes personalidades”. Wiles dijo que Trump tiene “la personalidad de un alcohólico”. “Opera con la idea de que no hay nada que no pueda hacer. Nada, cero, nada”.
Susie Summerall probó por primera vez la política a finales de los años setenta, haciendo prácticas como universitaria en la oficina del Capitolio del congresista neoyorquino Jack Kemp, que había sido jugador de los Giants con su padre. Luego, con 23 años, consiguió un puesto en la Casa Blanca de Reagan como encargada de agenda, donde observó en acción al jefe de gabinete Baker. Se casó con un “organizador de actos de campaña” republicano, Lanny Wiles, y en 1984 se mudaron a Ponte Vedra. Wiles quería “formar una familia y una vida fuera de la política”. Pero en 1988, Baker la atrajo de nuevo al trabajo con Dan Quayle, candidato a la Vicepresidencia junto a George H. W. Bush. La pareja tuvo dos hijas, Katie y Caroline. Wiles se lanzó a la política estatal y, en las dos décadas siguientes, se convirtió en una estratega política formidable, ejerciendo de jefa de gabinete del alcalde de Jacksonville (Florida), dirigiendo la campaña a gobernador de Rick Scott y, brevemente, encabezando la campaña presidencial de Jon Huntsman.
En 2015, Wiles fue invitada a la Trump Tower para reunirse con el magnate inmobiliario convertido en candidato presidencial. La estrella de “The Apprentice” no podía creer que estuviera hablando con la hija del gran Pat Summerall. “Lo ha dicho un millón de veces —contó Wiles—: ‘Yo juzgo a la gente por sus genes’”. A Wiles, Trump le pareció interesante e inteligente. “Y una noche me llamaron y me dijeron: ‘Ahora vamos en serio con Florida. ¿Te gustaría copresidir nuestro equipo de dirección?’ Y yo dije: ‘Sí, me gustaría’”.
“Me había desengañado de lo que ahora llamamos republicanos tradicionales”, recordó.
La relación de Wiles con Trump casi se rompió una noche de otoño de 2016, en el club de golf de este en Miami. Descontento con una encuesta que lo mostraba peor de lo esperado en Florida, Trump la increpó delante de un grupito de compinches. “Fue una hora larga y horrenda, pasada la medianoche”, me dijo Wiles. “Y no creo haberle visto tan enfadado desde entonces. Estaba despotricando sin parar. Y yo no sabía si replicar o quedarme impasible. Lo que de verdad quería era llorar”.
Wiles se obligó a mantenerse firme. “Al final le dije: ‘Mire, señor Trump, si quiere a alguien que se arranque los pelos y se vuelva loca, yo no soy esa persona. Pero si quiere ganar este Estado, sí lo soy. Es su elección’”. Wiles se marchó. Trump dio un giro de 180 grados. “Y, fíjese, empezó a llamarme todos los días”. Wiles no volvió la vista atrás. Trump se llevó Florida, el primer gran premio de su asombrosa victoria de 2016 sobre Hillary Clinton.
Luego, en un giro de los acontecimientos decisivo, Wiles empezó a trabajar en 2018 para un ambicioso candidato a gobernador llamado Ron DeSantis (Trump, que entonces lo apadrinaba, instó a DeSantis a contratarla). Llevó a la victoria a un candidato que partía en desventaja. Pero después DeSantis se volvió contra ella, denunciando a Wiles en público y hablando mal de ella en privado. A día de hoy, Wiles sigue sin saber qué desató la vendetta del gobernador. “Creo que pensó que yo estaba recibiendo demasiada atención, lo cual es irónico”, me dijo. “Yo nunca busco atención”.
Wiles cayó de pie y se encargó de organizar Florida para la campaña de reelección de Trump en 2020. Trump había rescatado a Wiles, recién divorciada, en un momento oscuro de su vida (Wiles y su marido se divorciaron en 2017, debido, ha dicho ella, a sus malas decisiones financieras). Al mirar atrás sobre la conducta de DeSantis, Wiles reflexionó: “Si hubiera dicho: ‘Mira, gracias. Te agradezco la ayuda. Hasta aquí hemos llegado’, creo que el curso de su historia habría sido distinto. Puede que yo hubiera trabajado o no para Donald Trump”.
DÍA 1: 20 de enero de 2025
El primer día del mandato de Trump, el presidente firmó una cascada de órdenes ejecutivas, 26 en total, retirando a Estados Unidos de la Organización Mundial de la Salud y del Acuerdo de París sobre el clima, anulando la ciudadanía por derecho de nacimiento, enviando tropas a la frontera sur, congelando la ayuda exterior y paralizando las contrataciones federales. Luego Trump indultó a casi todos los condenados por el sangriento asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021, en el que murieron finalmente nueve personas y 150 resultaron heridas. Incluso los alborotadores que habían dejado a golpes a agentes de policía al borde de la muerte quedaron en libertad (a 14 personas condenadas por conspiración sediciosa se les conmutaron las penas).
Le preguntó alguna vez al presidente: “Un momento, ¿de verdad quiere indultar a los 1.500 condenados del 6 de enero, o deberíamos ser más selectivos?”.
“Hice exactamente eso”, respondió Wiles. “Le dije: ‘Estoy de acuerdo con la gente que estaba allí por casualidad o que no hizo nada violento. Y desde luego sabemos lo que hizo todo el mundo porque el FBI ha hecho un trabajo increíble’”. (Trump ha dicho que los investigadores del FBI eran “corruptos” y parte de un “Estado profundo”.) Pero Trump defendió que incluso los agresores violentos habían sido tratados de forma injusta. Wiles explicó: “En todos los casos que él estaba mirando, en todos, ya habían cumplido más tiempo del que habrían sugerido las pautas de condena. Así que, dado eso, más o menos me sumé a la decisión”. (Según los registros judiciales, muchos de los asaltantes del 6 de enero indultados por Trump habían recibido penas inferiores a las previstas en esas pautas.) “Ha habido un par de veces en que me han ganado por mayoría”, dijo Wiles. “Y si hay empate, gana él”.
En el Ala Oeste, Wiles está rodeada de jóvenes hombres MAGA. “Es de las que van a la iglesia todos los domingos y rara vez dice palabrotas”, dijo James Blair, el jefe adjunto de gabinete de 36 años. “No levanta la voz. Pero le gusta estar rodeada de perros de presa”. De hecho, Wiles ha parecido satisfecha dejando que sus pitbulls —los jefes adjuntos de gabinete Miller, Blair y Dan Scavino— campen a sus anchas mientras ella observa.
Durante los actos en el Despacho Oval, Wiles casi siempre se sienta justo fuera de cámara. “Está el presidente y luego las tres personas de más rango que estén en el sofá”, explicó. “Y luego hay una silla en la esquina del sofá, que es mi silla, lo que significa que soy a la que le dan en la cabeza con el micrófono de pértiga”.
Pese a todo el caos en el gabinete, Wiles ha mantenido al mínimo las intrigas palaciegas y las puñaladas por la espalda en la Casa Blanca. Trump le ha dado poder; cuando Wiles interviene, todo el mundo sabe que habla en su nombre. Ella, a su vez, ha empoderado a su equipo: Blair, Miller, Scavino y Taylor Budowich, que se marchó en septiembre.
“Ante todo, ella no trae ego”, dice Blair. “Y a partir de ahí fluye una cantidad inmensa de poder. Hay tanto ego y tanta testosterona a su alrededor que no quedaría sitio para el suyo, de todas formas”.
Desde el primer día, Wiles ha tenido que lidiar con otro centro de poder: Elon Musk.
“Es un actor completamente en solitario”, dijo Wiles sobre el multimillonario amigo de Trump que encabezó la ofensiva de tierra quemada conocida como el “Department of Government Efficiency”. Wiles describió a Musk como una especie de Nosferatu pasado de vueltas. “El reto con Elon es poder seguirle el ritmo”, me dijo. “Es un consumidor confeso de ketamina. Y duerme de día en un saco de dormir en el EOB [Executive Office Building]. Y es un tipo rarísimo, como creo que lo son los genios. Ya sabe, no es precisamente de ayuda, pero es muy suyo”.
Musk desató la primera crisis verdadera de la presidencia de Trump y una primera gran prueba para Wiles. La jefa de gabinete se quedó pasmada cuando el fundador de SpaceX arrasó con USAID, la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional. “Al principio me quedé horrorizada”, me dijo Wiles. “Porque creo que cualquiera que siga mínimamente el funcionamiento del gobierno y haya prestado alguna vez atención a USAID creía, como yo, que hacían un trabajo muy bueno”.
En su orden ejecutiva para congelar la ayuda exterior, Trump había decretado que debían salvarse los programas que salvan vidas. En lugar de eso, se cerraron. “Cuando Elon dijo: ‘Vamos a hacer esto’, ya estaba metido de lleno”, contó Wiles. “Y probablemente sea porque sabía que para otros sería algo espantoso. Pero decidió que era mejor cerrarlo, despedir a todo el mundo, dejarlos fuera y luego reconstruir. No es la manera en que yo lo habría hecho”.
Wiles sabía que le tocaba a ella arreglar aquello. “El presidente no lo sabe ni lo sabrá nunca”, me dijo. “No conoce los detalles de estas agencias más bien pequeñas”.
Wiles asegura que llamó a capítulo a Musk. “No puedes simplemente impedir que la gente entre en sus oficinas”, recuerda haberle dicho. Al principio, Wiles no alcanzó a comprender el efecto que tendría sobre la ayuda humanitaria recortar los programas de USAID. “No sabía mucho sobre el alcance de su actividad de concesión de subvenciones”. Pero, con las campañas de vacunación paralizadas en África, se perderían vidas. Pronto empezó a recibir llamadas desesperadas de dirigentes de organizaciones de ayuda y de antiguos cargos públicos con un mensaje alarmante: había miles de vidas en juego.
Wiles prosiguió: “Así que Marco va de camino a Panamá. Lo llamamos y le decimos: ‘Te ha confirmado el Senado. Vas a tener que ser, básicamente, el administrador de [USAID]’. ‘Vale’, responde”. Pero Musk siguió adelante, con el acelerador pisado a fondo. “La actitud de Elon es que hay que hacerlo deprisa. Si eres un incrementalista, nunca vas a llevar tu cohete a la Luna”, dijo Wiles. “Y con esa actitud vas a romper vajilla por el camino. Pero ninguna persona racional podía pensar que el funcionamiento de USAID era bueno. Nadie”.
El cierre de USAID dejó prácticamente paralizado el Plan de Emergencia del Presidente de los Estados Unidos para el Alivio del Sida (PEPFAR). El programa de antirretrovirales, lanzado con 15.000 millones de dólares por George W. Bush en 2003, había sido clave para evitar millones de muertes. Dependía de las subvenciones de USAID. En una entrevista con The Financial Times, Bill Gates comentó: “La imagen del hombre más rico del mundo matando a los niños más pobres del mundo no es precisamente agradable”.
En privado, se estaba desarrollando otro drama.
El propio Bush se había enterado del desmantelamiento de PEPFAR. Llamó a Rubio para expresarle su alarma, según un antiguo colaborador cercano a Bush. “Trump le ha horrorizado desde el principio y está decidido a no intervenir”, dijo ese colaborador. Pero el ataque de Musk a uno de sus logros de legado era demasiado. Bush, añadió, “se preocupa profundamente por el programa PEPFAR. Ese y Veteranos Heridos en Combate son las dos cosas en las que está dispuesto a intervenir, no públicamente, pero sí con intención”.
¿Tenía Rubio algún remordimiento por la cantidad incalculable de vidas que podría costar el vaciamiento de PEPFAR? “No. Para empezar, quien diga eso sencillamente no está siendo exacto”, me dijo. “No estamos destripando PEPFAR. PEPFAR se ha reordenado y reorganizado de tal manera que ahora vamos a poder prestar ayuda de una forma que tenga un objetivo. El objetivo es ayudar a que los países sean autosuficientes”. Con un matiz de “America First”, añadió: “Partamos de la premisa siguiente: ¿es culpa de Estados Unidos? ¿Por qué no está China pagando más vacunaciones? ¿Por qué no lo hace el Reino Unido o Canadá o cualquiera de los países del G7?” (El Reino Unido, siguiendo los pasos de Estados Unidos, recortó drásticamente la ayuda exterior en 2025. En noviembre, China, que financió el Africa CDC, se comprometió a aportar 3,5 millones de dólares solo para la prevención del sida en Sudáfrica).
“Si alguien es un miembro conocido de una banda, con antecedentes penales, y estás seguro, y puedes demostrarlo, probablemente esté bien enviarlo a El Salvador o donde sea”, me dijo Wiles. “Pero si hay dudas, creo que nuestro procedimiento tiene que inclinarse por comprobarlo dos veces”. Pero, como señala el propio sitio usa.gov, “en algunos casos, un no ciudadano está sujeto a expulsión acelerada sin poder asistir a una vista ante un tribunal de inmigración”. No mucho después del fiasco de la deportación a El Salvador, en Luisiana, agentes de ICE detuvieron y deportaron a dos madres junto con sus hijos de siete, cuatro y dos años a Honduras. Los niños eran ciudadanos estadounidenses y la niña de cuatro años estaba siendo tratada de un cáncer en fase 4. Wiles no supo explicarlo.
“Podría tratarse de un agente de la Patrulla Fronteriza demasiado celoso, no lo sé”, dijo sobre el caso, en el que, según se informó, ambas madres fueron detenidas tras acudir voluntariamente a reuniones rutinarias de inmigración. “No puedo entender cómo se comete ese error, pero alguien lo cometió”.
DÍA 74: 3 de abril de 2025
“Los aranceles largamente amenazados del presidente de Estados Unidos, Donald Trump,
han sumido al país en guerras comerciales en el exterior…”.
—PBS News
El presidente declaró el 2 de abril como el “Día de la Liberación”, jactándose de los miles de millones de dólares que fluirían a las arcas estadounidenses gracias a los aranceles, y negándose a admitir que esos gravámenes eran un impuesto para los consumidores.
“Es mucho pensar en voz alta, así lo llamaría yo”, dijo Wiles sobre el caótico despliegue arancelario de Trump. “Hubo un enorme desacuerdo sobre si [los aranceles eran] una buena idea”. Los asesores de Trump estaban profundamente divididos, algunos convencidos de que los aranceles eran una panacea y otros pronosticando un desastre. Wiles les dijo que se alinearan con el programa de Trump. “Dije: ‘Ahí es donde vamos a acabar. Así que pensad cómo podéis encajar en lo que él ya está pensando’. Bueno, no fueron capaces”.
Wiles reclutó a Vance para ayudar a pisar el freno. “Le dijimos a Donald Trump: ‘Oye, no hablemos hoy de aranceles. Esperemos hasta que el equipo esté totalmente unido y entonces lo hacemos’”, contó. Pero Trump siguió adelante, anunciando una amplia batería de aranceles “recíprocos”, del 10% al 100%, lo que desencadenó el pánico en el mercado de bonos y una venta masiva de acciones. Trump dejó en suspenso su política durante 90 días, pero para entonces los aranceles erráticos del presidente habían dado pie al lema TACO: “Trump Always Chickens Out” (“Trump siempre se echa atrás”).
Wiles creía que un punto intermedio en materia arancelaria acabaría teniendo éxito, dijo, “pero ha sido más doloroso de lo que esperaba”.
En el momento de cierre de este artículo, poco antes de las vacaciones de diciembre, una encuesta de Harvard mostraba que el 56% de los votantes cree que las políticas arancelarias de Trump han perjudicado a la economía.
DÍA 207: 14 de agosto de 2025
La Guardia Nacional moviliza 800 soldados en Washington D. C. para apoyar a las fuerzas federales y locales;
Trump declara una emergencia por delincuencia en la capital del país.
—Departamento de Guerra de Estados Unidos
Durante el verano, Trump ordenó desplegar la Guardia Nacional en cuatro ciudades gobernadas por demócratas, alegando que las tropas eran necesarias para reprimir la delincuencia y proteger instalaciones federales de inmigración. En junio, el presidente envió unos 4.000 efectivos de la Guardia a Los Ángeles; más tarde los mandó a Washington, describiendo la tasa de criminalidad de la ciudad como “fuera de control”. “Esto fue como una dosis de vitaminas de ICE, de la Guardia [Nacional], de la policía del Servicio de Parques, que de hecho tiene más autoridad que la Policía Metropolitana de DC”, dijo Wiles. “Y la idea era enderezar el rumbo y luego retirarse poco a poco. Y eso es lo que estamos haciendo”.
Los críticos denunciaron los despliegues como inconstitucionales, teatrales e ineficaces, y muchos temían que Trump tuviera otro plan, más siniestro, bajo la manga.
¿Usará el presidente a los militares para reprimir o incluso impedir la votación durante las elecciones de medio mandato y más allá?
“Digo que eso es categóricamente falso, no va a ocurrir, es sencillamente una idea descabellada”, soltó.
“¿Entiende de dónde vienen las personas que piensan eso?”, le pregunté.
“Lo entiendo un poco, pero no del todo. Quiero decir, creo que odian al presidente. Piensan que está demasiado obsesionado con lo que ocurrió en 2020”.
El presidente y su equipo estaban llevando al límite casi todas las fronteras legales y constitucionales y desafiando a los tribunales a que los frenaran. Pero ¿obedecería Trump al Tribunal Supremo?
“¿Cree que acatará lo que decidan finalmente los tribunales?”, le pregunté a Wiles.
“Sí”, respondió. Pero Wiles hizo una predicción: “Los abogados inteligentes que nos rodean creen que nos frenarán, como ya ha ocurrido, pero que al final nos imponemos”.
DÍA 289: 4 de noviembre de 2025
El día en que me reuní con Wiles en la Casa Blanca fue un momento decisivo para Trump: los votantes elegirían gobernadores en Nueva Jersey y Virginia y un nuevo alcalde en la ciudad de Nueva York; también votarían la Proposición 50, la iniciativa del gobernador de California, Gavin Newsom, para contrarrestar una descarada manipulación electoral republicana en Texas. En conjunto, esos comicios eran un referéndum sobre la segunda presidencia de Trump.
Durante el almuerzo en su despacho de la esquina del Ala Oeste, Wiles relató la mañana. Mientras acompañaba a Trump desde la residencia de la Casa Blanca hasta el Despacho Oval, le dio al presidente sus pronósticos electorales: “Estoy pillada porque él se cree que soy clarividente”. Wiles pensaba que el Partido Republicano tenía alguna posibilidad de hacerse con la gobernación de Nueva Jersey, pero sabía que les esperaba una noche difícil. (Al final resultaría ser un desastre para los republicanos: los demócratas arrasaron en las principales contiendas, aprobaron la Proposición 50 y ganaron elecciones de menor perfil en Pensilvania, Georgia y Misisipi.)
Dada la inquietud de los votantes por el coste de la vida, Wiles me dijo que creía que Trump debería girar más a menudo de los asuntos internacionales hacia las cuestiones económicas que afectan directamente a los hogares. “Probablemente hace falta hablar más de la economía interna y menos de Arabia Saudí”, dijo Wiles. “A la gente le gusta la paz en el mundo. Pero no por eso le eligieron”.
No muy lejos de donde estábamos había un enorme boquete donde hasta unos días antes se alzaba el Ala Este. Le pregunté por las duras críticas que había suscitado su demolición para dar paso al salón de baile de 90.000 pies cuadrados de Trump. “¿Le sorprendieron?”
“No”, respondió Wiles. “Oh, no. Y creo que habrá que juzgarlo en su totalidad, porque solo conocen una pequeña parte de lo que él está planeando”.
¿Estaba diciendo que Trump preparaba más reformas aún no hechas públicas?
“No digo nada”.
Faltan 232 DÍAS: 2 de junio de 2024
“¿Desclasificaría los archivos Epstein?” —Rachel Campos-Duffy, Fox News
“Sí… Creo que lo haría”. —Trump
Para muchos seguidores de Trump, es casi un dogma que el gobierno de Estados Unidos ha estado dirigido durante mucho tiempo por una élite cabal de pedófilos. De una forma menos conspirativa pero no menos seria, otros se preguntan si políticos y personas poderosas participaron en, o al menos conocían, la trata sexual de jóvenes por parte de Jeffrey Epstein, desde su lujosa casa adosada en Manhattan hasta sus islas privadas en el Caribe. Quizá lo más importante para los seguidores de Trump sea el hecho de que él insinuó estar dispuesto a desclasificar los archivos y no lo hizo. Cuando este artículo entró en imprenta, estaba previsto que en diciembre se hiciera público material del gran jurado procedente de los registros de Epstein.
Wiles me dijo que subestimó la fuerza del escándalo: “Si era un activo de la CIA estadounidense, un activo del Mosad, si todos esos hombres ricos e importantes fueron a esa isla asquerosa e hicieron cosas imperdonables con chicas jóvenes”, dijo, “quiero decir, más o menos lo sabía, pero nunca fue algo a lo que prestara la menor atención”.
En febrero, Bondi entregó unas carpetas etiquetadas como “Los archivos Epstein: Fase 1” a un grupo de influyentes conservadores de las redes sociales que visitaban la Casa Blanca, entre ellos Liz Wheeler, Jessica Reed Kraus, Rogan O’Handley y Chaya Raichik. Resultó que las carpetas no contenían más que información antigua. “Creo que no supo ver en absoluto que ese era precisamente el grupo concreto al que más le importaba este asunto”, dijo Wiles sobre Bondi. “Primero les dio carpetas llenas de nada. Y luego dijo que la lista de testigos, o la lista de clientes, estaba en su mesa. No hay ninguna lista de clientes, y desde luego no estaba encima de su mesa”.
Como informó Noah Shachtman en Vanity Fair, “decenas y decenas” de agentes del FBI en la oficina de Nueva York se dedicaron a rastrear los archivos de Epstein. Muchos observadores supusieron que buscaban (y posiblemente tachaban) el nombre de Trump. “No sé cuántos agentes revisaron los documentos, pero fueron muchos”, dijo Wiles. “Buscaban 25 cosas, no una sola”.
Wiles me dijo que había leído lo que ella llama “el expediente Epstein”. Y, según afirmó, “[Trump] aparece en el expediente. Y sabemos que aparece en el expediente. Y no aparece en el expediente haciendo nada horrible”. Wiles dijo que Trump “estuvo en el avión [de Epstein]… figura en el manifiesto de pasajeros. Eran, ya sabes, jóvenes, solteros, lo que sea: sé que suena anticuado, pero eran una especie de jóvenes solteros juerguistas juntos”. (Trump empezó a salir con Melania Knauss, con quien se casó en 2005, hacia 1998. Virginia Giuffre, la acusadora más conocida de Epstein, que se suicidó a principios de este año, conoció por primera vez a Epstein cuando trabajaba en el spa de Mar-a-Lago en 2000. Según se ha informado, Trump y Epstein rompieron su relación en 2004.)
Trump ha afirmado, sin aportar pruebas, que Bill Clinton visitó la infame isla privada de Epstein, Little St. James, “supuestamente 28 veces”. “No hay pruebas” de que esas visitas se produjeran, según Wiles; y en cuanto a si había algo incriminatorio sobre Clinton en los archivos, “El presidente se equivocaba en eso”.
“Los que de verdad supieron apreciar la magnitud de todo esto fueron Kash [Patel] y [el subdirector del FBI] Dan Bongino”, dijo. “Porque ellos han vivido en ese mundo. Y el vicepresidente, que lleva una década abonado a las teorías conspirativas… Durante años, Kash ha estado diciendo: ‘Hay que publicar los archivos, hay que publicar los archivos’. Y lo decía pensando en lo que creía que había en esos archivos, que al final resultó no ser correcto”.
En julio, Todd Blanche, vicesecretario de Justicia y antiguo abogado de Trump, viajó a un juzgado de Tallahassee, Florida, para interrogar a la antigua socia de Epstein, Ghislaine Maxwell. Condenada por cargos de trata sexual en 2021, fue sentenciada a 20 años de prisión. “No es lo habitual, ¿verdad?, enviar al número dos del Departamento de Justicia y al antiguo abogado defensor del presidente a interrogar a una condenada por trata sexual?”, le pregunté a Wiles. Según Wiles, “Fue una iniciativa suya”.
Wiles dijo que ni ella ni Trump habían sido consultados sobre el traslado de Maxwell a un centro menos restrictivo después de la visita de Blanche. “El presidente estaba muy molesto”, según Wiles. “El presidente estaba profundamente disgustado. No sé por qué la trasladaron. El presidente tampoco lo sabe”. Pero, añadió, “si ese punto es importante, puedo averiguarlo”. (Cuando este artículo entró en imprenta, Wiles dijo que aún no lo había averiguado).
En cuanto a la felicitación de cumpleaños que incluía el dibujo de una mujer desnuda que, según The Wall Street Journal, llevaba el nombre de Trump y fue enviada a Epstein por su 50 cumpleaños, Wiles dijo: “Esa carta no es suya. Y nada en ella me resulta verosímil, ni a mí ni a personas que conocen al presidente desde mucho antes que yo. No puedo explicar lo de The Wall Street Journal, pero vamos a conseguir documentación en la fase de instrucción porque les hemos demandado. Así que lo averiguaremos”. Los abogados de Trump han presentado una demanda por difamación de 20.000 millones de dólares contra Dow Jones & Company, editora de The Wall Street Journal, que los demandados han pedido a un juez federal en Florida que desestime.
Entonces, ¿se someterá el presidente a una declaración bajo juramento en ese proceso?
“Quiero decir, si tuviera que hacerlo”, respondió ella.
El fiasco de los archivos Epstein plantea una grave amenaza política para Trump y el futuro del Partido Republicano. “Las personas que están desmesuradamente interesadas en Epstein son los nuevos integrantes de la coalición de Trump, la gente en la que pienso todo el tiempo, porque quiero asegurarme de que no sean votantes de Trump, sino votantes republicanos”, dijo Wiles. “Son los oyentes de Joe Rogan. Son las personas que son, en cierto modo, nuevas en nuestro mundo. No es la base MAGA”.
Un alto cargo de la Casa Blanca describió el estado de ánimo de un bloque de votantes que se solapa y que está enfadado tanto por la gestión de los archivos Epstein como por la guerra de Gaza. Representa hasta un 5% del electorado e incluye “afiliados a sindicatos, el público de los pódcast, los jóvenes, los hombres jóvenes negros. Les interesa Epstein. Y son personas a las que les inquieta que estemos tan cómodos con Israel como lo estamos”.
Vance mantiene la vista puesta en esos votantes. “Son Epstein, Gaza y la excesiva cercanía con Israel”, dijo esta fuente de la Casa Blanca. “Si uno se mete de lleno en los rincones de internet, encontrará cosas que dicen: ‘Bueno, ¿por qué no ponemos simplemente a Bibi en el escritorio Resolute?’”, afirmó la fuente, en referencia al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu.
A lo largo de nuestro año de conversaciones, Wiles quiso poner fin a lo que ella considera un mito persistente: que Trump es un belicista. Por el contrario, afirma Wiles, al presidente le importa de verdad poner fin a las guerras y salvar vidas humanas. “No puedo exagerar hasta qué punto su motivación constante es detener la matanza; y creo que eso no era así en su anterior mandato”, dijo. “No es que quisiera matar gente necesariamente, pero detener la matanza no era su primer pensamiento. Ahora es su primer y último pensamiento”. Si ese propósito es genuino o está impulsado por su deseo de obtener el Premio Nobel de la Paz es, por supuesto, algo discutible.
DÍA 213: 20 de agosto de 2025
“Israel afirma haber dado los primeros pasos de la operación militar en la ciudad de Gaza”.
—Reuters
A principios de octubre, Trump anunció que sus enviados habían logrado un acuerdo con mediadores de Catar, Egipto y Turquía para poner fin a dos años de derramamiento de sangre en Gaza. El plan, de 20 puntos, preveía el desarme de Hamás y la administración de Gaza por una fuerza multinacional, y estaba lejos de ser algo seguro. Pero el alto el fuego y la liberación de casi todos los rehenes (los restos de uno siguen desaparecidos) fueron un logro considerable. Durante su aparición triunfal ante el Knéset israelí, Trump adoptó un tono belicoso, elogió a Netanyahu y a las fuerzas armadas israelíes sin mencionar a las víctimas civiles palestinas. Trump ya había ensalzado antes los esfuerzos de Bibi en otra operación llamándole “héroe de guerra”, un comentario dirigido en parte al público israelí. Al hablar de ello entonces, Wiles hizo una mueca. “No estoy segura de que se dé del todo cuenta”, dijo, “de que aquí hay un público al que esto no le gusta”.
Cuando le pregunté el otoño pasado cuál consideraba que había sido el mayor logro de Trump en 2025, Wiles se mostró optimista: “Creo que el país empieza a ver que él se siente orgulloso de ser un agente de la paz. Creo que eso sorprende a la gente. A mí no me sorprende, pero no encaja con el Donald Trump que la gente cree conocer. Creo que esta ley [la llamada ‘One Big Beautiful Bill’], que financió toda la agenda interna, es un logro enorme. Y aunque no es popular en su conjunto, sus partes sí lo son. Y eso será muy importante en las elecciones de medio mandato”.
DÍA 287: 2 de noviembre de 2025
“Tres muertos en el último ataque estadounidense contra una supuesta lancha de narcotraficantes en el Caribe”.
—BBC News
Durante mi primera visita a Wiles en la Casa Blanca, en noviembre, la gira de venganza de Trump contra sus enemigos internos estaba en pleno apogeo. También lo estaba su campaña letal contra el presidente venezolano, Nicolás Maduro, de quien Trump estaba convencido de que encabezaba un poderoso cártel de la droga. Durante el almuerzo, Wiles me habló de la estrategia de Trump para Venezuela: “Quiere seguir haciendo volar lanchas por los aires hasta que Maduro se dé por vencido. Y hay gente mucho más lista que yo en este tema que dice que lo hará”. (La afirmación de Wiles parece contradecir la postura oficial del gobierno, según la cual hundir lanchas tiene que ver con la interdicción de drogas, no con un cambio de régimen).
Yo ya había presionado a Wiles sobre la práctica de Trump de hacer saltar por los aires embarcaciones en el mar. Es casi seguro que entre las víctimas haya pescadores desprevenidos. En 2016, Trump había reflexionado célebremente que podría disparar a alguien en la Quinta Avenida sin perder ni un solo votante. Ahora parecía estar poniendo a prueba esa idea en el escenario global. Cuando un crítico en X calificó esas muertes de “crímenes de guerra”, Vance publicó: “I don’t give a shit what you call it” [Me importa una mierda cómo lo llames]. En una rueda de prensa en octubre, al insistirle en por qué no pedía simplemente al Congreso una declaración de guerra, Trump despachó la pregunta: “Creo que lo que vamos a hacer es matar a gente que trae drogas a nuestro país. ¿De acuerdo?”. Yo le pregunté a Wiles: “¿Qué le responde a quienes se preguntan si en esta administración hay alguien con corazón?”
Wiles no se anduvo con rodeos: “El presidente cree en penas duras para los traficantes de drogas, como ha dicho muchas, muchas veces… Estas no son embarcaciones de pesca, como a algunos les gustaría hacer creer”. Según ella, esas lanchas transportaban drogas; eliminarlas salva vidas. “El presidente habla de 25.000. No sé cuál es la cifra. Pero él las ve como vidas salvadas, no como personas muertas”.
En el momento de publicarse este artículo, al menos 87 personas habían muerto en ataques estadounidenses contra embarcaciones en el Caribe y en el Pacífico oriental. The Washington Postinformó de que Hegseth había ordenado a los militares estadounidenses “matar a todo el mundo” en un ataque contra una lancha; a ese ataque le siguió un segundo que mató a dos supervivientes, un posible crimen de guerra. Hegseth afirmó que un almirante era responsable del segundo ataque. Demócratas del Congreso, e incluso algunos republicanos, hablaban de convocar audiencias para investigar el asunto.
“El tráfico de drogas —le señalé a Wiles— no es un delito castigado con la pena de muerte, aunque al presidente le gustaría que lo fuera”.
“No, no lo es. No digo que lo sea. Lo que digo es que esto es una guerra contra las drogas, distinta de cualquier otra que hayamos visto. Pero de eso se trata”.
“Es evidente que es una guerra declarada solo por el presidente y sin ninguna aprobación del Congreso”, dije.
“Todavía no la necesitamos”, respondió Wiles.
“Tenemos mucha seguridad de que sabemos a quién estamos volando por los aires”, me había dicho durante un almuerzo en noviembre. “Una de las grandes historias no contadas del Gobierno de Estados Unidos es el talento de la CIA. Y puede que haya interés en entrar en aguas territoriales, cosa para la que tenemos permiso, porque van bordeando la costa para evitar ser detectados”. Pero Wiles admitió que atacar objetivos en el territorio continental de Venezuela obligaría a Trump a obtener la aprobación del Congreso. “Si autorizara alguna actividad en tierra, entonces sería una guerra y entonces necesitaríamos al Congreso. Pero Marco y JD, en cierto modo, están todos los días en el Capitolio informando”.
En octubre le pregunté a Rubio qué fundamento legal tenía la administración para llevar a cabo sus ataques letales. “Obviamente, eso es una operación del Departamento de Defensa”, respondió. “Así que no es que yo me desmarque en absoluto. Estoy de acuerdo al 100%. Creo que tenemos una base jurídica muy sólida, pero no quiero dar respuestas legales en nombre de la Casa Blanca o del Departamento de Guerra”. El secretario de Estado fue rotundo sobre los objetivos de los ataques estadounidenses. “No se trata de supuestos narcotraficantes”, dijo. “Son narcotraficantes. ¿Dónde están los vídeos de YouTube de la familia diciendo: ‘Mi pobre hijo pescador inocente, ya sabes, fue matado’?”.
DÍA 40: 28 de febrero de 2025
“Trump, Vance y Zelenski mantienen un intercambio acalorado durante una reunión en el Despacho Oval”.
—Face the Nation
Le pregunté a Wiles qué opina de la afinidad del presidente con el presidente ruso, Vladímir Putin, que parece haber ejercido un hechizo sobre Trump desde que se presentó por primera vez a la presidencia. En 2018, los líderes se reunieron en Finlandia, donde Trump pareció ponerse del lado de Putin cuando le preguntaron si creía su afirmación de que Moscú no había interferido en las elecciones de 2016. “Viéndolo desde la distancia en Helsinki”, recordó, “pensé que había ahí una especie de amistad real, o al menos admiración. Pero en las llamadas telefónicas que hemos tenido con Putin ha sido muy variado. Algunas han sido amistosas y otras no”.
Vance, Rubio y Steve Witkoff, el enviado especial todoterreno de Trump, y el yerno de Trump, Jared Kushner, asesor informal, han estado manejando la política exterior de Trump desde la salida del asesor de seguridad nacional Mike Waltz, que fue destinado al puesto de embajador ante la ONU tras el Signalgate. “No me horroriza”, dijo Wiles sobre la célebre conversación no segura sobre los planes de ataque de Estados Unidos contra los hutíes, a la que se admitió por error al director de The Atlantic, Jeffrey Goldberg. Señaló, con cierto filo: “La responsabilidad de garantizar que esas conversaciones [de seguridad nacional] se conserven es nuestra. En este caso, Jeff Goldberg lo hizo por nosotros”.
Wiles dijo que vio venir problemas antes de la tristemente célebre bronca en el Despacho Oval con Volodímir Zelenski el pasado febrero, cuando el presidente y Vance regañaron al líder ucraniano en televisión para todo el mundo. “Si pudiéramos repetirlo”, dijo Wiles, “no habría cámaras, porque iba a acabar de esa manera”.
Wiles sostiene que aquel espectáculo bochornoso fue la culminación de un comportamiento malhumorado entre bastidores por parte de Zelenski y su séquito. Empezó cuando Zelenski no se presentó a una reunión con el secretario del Tesoro, Scott Bessent, cuando este visitó Kiev para cerrar un acuerdo sobre derechos mineros, y fue a más a partir de ahí. “Era una sensación mala por todas partes. Y no diría que JD estalló, porque es demasiado controlado para eso. Pero creo que simplemente ya había tenido suficiente”.
La relación Trump-Putin ha ido dando bandazos. En la preparación de la cumbre de agosto con Putin en Alaska, Trump buscó públicamente un alto el fuego en Ucrania. Parecía que por fin se estaba poniendo duro con Putin. Pero en realidad, Trump abandonó la idea de un alto el fuego antes siquiera de que empezara la reunión de Anchorage.
El equipo de Trump estaba dividido sobre si el objetivo de Putin era algo menos que una toma completa de Ucrania por parte de Rusia. “Los expertos piensan que, si pudiera quedarse con el resto de Donetsk, estaría satisfecho”, me dijo Wiles en agosto. Pero en privado, Trump no se lo creía: no pensaba que Putin quisiera la paz. “Donald Trump cree que quiere todo el país”, me dijo Wiles.
En octubre le pregunté a Rubio si eso era cierto. “Ahora mismo hay ofertas sobre la mesa para básicamente detener esta guerra en sus líneas de contacto actuales, ¿de acuerdo?”, respondió. “Lo que incluye partes sustanciales del territorio ucraniano, incluida Crimea, que controlan desde 2014. Y los rusos siguen rechazándolas. Y así… uno empieza a preguntarse: bueno, quizá lo que este tipo quiere es todo el país”. (En el despacho de Wiles hay una fotografía de Trump y Putin juntos, firmada por Trump: “Para Susie eres la mejor. Donald”.)
Le pregunté a Wiles por la notable conversión de ciento ochenta grados del secretario de Estado y del vicepresidente: de feroces críticos de Trump a acólitos de alto rango y herederos aparentes. Trump ha barajado públicamente una candidatura presidencial republicana Vance-Rubio para 2028. La transformación de Rubio fue ideológica y de principios, dijo ella: “Marco no es el tipo de persona que vaya a traicionar sus principios. Simplemente no lo hará. Así que tenía que llegar hasta ahí”. En cambio, sugirió, Vance tuvo otras motivaciones. “Su conversión llegó cuando se presentó al Senado. Y creo que su conversión fue algo más bien política”. En otra visita a la Casa Blanca, el 13 de noviembre, cuando le pregunté a Vance por su conversión en leal a Trump, dijo: “Me di cuenta de que en realidad me caía bien, pensé que estaba haciendo muchas cosas buenas. Y pensé que era, en esencia, la persona adecuada para salvar el país”.
¿Desafiará Rubio a Vance por el primer puesto en la candidatura presidencial republicana de 2028? Su respuesta: “Si JD Vance se presenta a presidente, va a ser nuestro candidato, y yo seré de las primeras personas en apoyarle”.
Wiles es conocida por su política de puertas abiertas. Trump a veces entra sin avisar (“aparentemente nunca lo hizo en la primera administración”). Durante nuestro almuerzo nadie nos interrumpió, y Wiles miró el móvil solo una vez. Estaba disfrutando de un raro momento de calma. “No saben lo que estoy haciendo”, dijo, señalando hacia el Despacho Oval, y soltó una carcajada. Tras una hora, cuando me levanté para irme, le conté cómo Rahm Emanuel, jefe de gabinete de Barack Obama, solía quejarse a los visitantes de lo ingrato de su trabajo: “Esto está bien”, decía, señalando la chimenea de leña, “y esto está bien”, gesticulando hacia la terraza exterior. “Y todo lo que hay en medio es un asco”. Wiles respondió: “Yo no me siento así en absoluto”.
A la izquierda de la chimenea había un monitor de vídeo: una transmisión en directo de las publicaciones de Trump en Truth Social.
La duración media de un jefe de gabinete moderno de la Casa Blanca es de año y medio. Andrew Card, de George W. Bush, ostenta el récord con cinco años y tres meses. Wiles puede todavía superar al jefe de mayor duración de Trump hasta ahora, John Kelly, con 17 meses. Si decidiera dimitir, Wiles podría hacer una fortuna dirigiendo la campaña de cualquiera de los numerosos aspirantes republicanos; aunque Wiles dice que ganó unos 350.000 dólares por su papel al frente de la campaña de Trump de 2024, se informó de que ganó varios millones más a través de su consultora (cuando este artículo fue a imprenta, Wiles aún no había respondido a esa información). Cuando se supo que el asesor de Biden Mike Donilon podía embolsarse 8 millones de dólares si su jefe seguía en la carrera y ganaba, Wiles cuenta que su copresidente de campaña, Chris LaCivita, le envió una nota que decía: “Vaya, qué tonto soy. ¿Por qué fui tan barato?”.
Wiles dice que en un principio planeó ejercer de jefa de gabinete seis meses. “No he tenido ni un solo día que yo describiría como abrumador, aunque aquí hay frustraciones de sobra. Pero te acuestas por la noche, rezas y al día siguiente vuelves a hacerlo”. Le pregunté por su salud y la del presidente. “La mía es buena”, dijo. “La suya es excelente. Mis hijos son mayores. Estoy divorciada. Esto es lo que hago si me quedo cuatro años”.
En diciembre, cuando le preguntaron por el hecho de que Trump se quedara dormido en las reuniones del gabinete, Wiles dijo: “No está dormido. Tiene los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás… y, bueno, está bien”.
¿Y qué hay de los ataques verbales, cada vez más frecuentes, de Trump contra las mujeres, como cuando, en noviembre, le soltó un “Cállate, cerdita!” a una reportera de Bloomberg? Wiles respondió: “Él contraataca. Y, cada vez más, en nuestra sociedad quienes dan el primer golpe son las mujeres”.
¿Es Wiles realmente insustituible, como dijo Rubio? “No es que me esté dando palmaditas en la espalda, sino que reconozco la realidad de este presidente en este momento —dijo—. Sencillamente no sé quién más podría hacer esto”.
En agosto le había preguntado si creía que superaría en duración a sus predecesores de Trump. “Mientras siga sintiéndome honrada de hacerlo, y sienta que las cosas van bien, que estamos haciendo avanzar al país de forma positiva —dijo—. Son dos pasos hacia delante y uno hacia atrás. Lo entiendo. Pero son dos pasos que nadie más podría dar”.
“¿Se presentará el presidente a un tercer mandato?”, le pregunté en noviembre.
“No”, dijo, y luego añadió: “Pero desde luego se está divirtiendo con la idea”. Wiles dijo que él sabe que eso “está volviendo loca a la gente”.
“Así que por eso habla del tema”, dije.
“Sí, al 100%”.
“¿Diría categóricamente que no, y que la Vigésima Segunda Enmienda descarta [un tercer mandato]?”
“Sí. Y no soy abogada, pero según mi lectura es bastante inequívoca”.
“¿Y él se lo ha dicho con todas las letras?”
“Sí. Oh, un par de veces, sí”.
Y siguió: “A veces se lamenta: ‘Sabes, caray, siento que lo estamos haciendo muy bien. Me gustaría poder presentarme otra vez.’ Y luego enseguida dice: ‘En realidad, no. Habré cumplido dos mandatos y habré hecho lo que tengo que hacer, y es hora de darle una oportunidad a otra persona’. Así que, ya sabe, depende del día, ¿no? Pero él sabe que no puede volver a presentarse”.
Meses antes, ella había reflexionado sobre el futuro del partido y la necesidad de convertir a los votantes de Trump en votantes republicanos. “Donald Trump será un expresidente”, dijo, mirando hacia adelante. “Y yo ya no estaré, haciendo lo que me toque hacer después, que espero que sea nada”.
Las elecciones de mitad de mandato de 2026 pueden determinar el destino de la presidencia de Trump. Vance me dijo que espera minimizar las pérdidas del Partido Republicano en 2026. “Creo que unas buenas elecciones de medio mandato para una presidencia en el cargo serían perder una docena de escaños en la Cámara de Representantes y dos o tres escaños en el Senado”, dijo. “Creo que nos irá mejor que eso”. Pregunté a Wiles por su pronóstico. “Vamos a ganar las elecciones de mitad de mandato”, respondió con firmeza.
DÍA 15: 3 de febrero de 2025
Un par de semanas después del inicio de su presidencia, Trump se puso a hacer balance. “¿Cómo es que lo estás haciendo tan bien?”, le preguntó a Wiles. “Señor —respondió Wiles—, recuerde que yo soy la jefa de gabinete, no la jefa de usted”. Estaba parafraseando uno de los aforismos favoritos de James Baker.
Pero ejecutar la agenda del presidente exige decirle la verdad. Esto es especialmente importante cuando el presidente está rodeado de acólitos que siguen casi por completo el mismo guion. Un jefe de gabinete eficaz aleja al presidente de las minas del camino. Uno ineficaz, al esquivar las conversaciones difíciles, le deja avanzar a ciegas hacia el peligro. Cuatro años después del inicio de la presidencia de Reagan, Baker, que entendía el puesto, fue sustituido como jefe de gabinete de la Casa Blanca por el secretario del Tesoro, Donald Regan, que no lo entendía. Poco después nació un plan fatídico para intercambiar armas por rehenes con Irán. Richard Nixon reaccionó de forma desmesurada a la filtración de los Papeles del Pentágono al autorizar una unidad especial de investigación en la Casa Blanca apodada los “fontaneros”; el resultado fue el escándalo de Watergate.
Bill Daley, exjefe de gabinete de Obama, cree que Trump y su equipo podrían acabar siendo víctimas de su propia desmesura. “No cabe duda de que el asesinato de Charlie Kirk les brinda la oportunidad de poner a la izquierda contra las cuerdas”, me dijo. “Ellos creen que están en una posición increíblemente fuerte para hacer lo que les venga en gana —afirmó Daley—. Y normalmente es entonces cuando [la gente] comete errores. Van demasiado lejos”.
DÍA 309: 24 de noviembre de 2025
“Un juez estadounidense desestima las causas penales contra James Comey y Letitia James”.
—The Guardian
A finales de septiembre, en un mensaje dirigido a “Pam”, su fiscal general, Trump escribió (al parecer inadvertidamente) en Truth Social que había estado viendo publicaciones en internet que decían “la misma historia de siempre, muchas palabras y ninguna acción. No se está haciendo nada. ¿Qué pasa con Comey, Adam ‘Shifty’ Schiff, Leticia [sic]??? Todos son culpables hasta la médula, pero no se va a hacer nada”. Le dijo: “No podemos demorarlo más, está matando nuestra reputación y credibilidad”.
Cinco días después, un gran jurado federal imputó a James Comey, el exdirector del FBI, por hacer una declaración falsa y obstruir una investigación del Congreso. Luego, el 9 de octubre de 2025, un gran jurado de Virginia imputó a Letitia James, la fiscal general de Nueva York, por un cargo de fraude bancario y otro de hacer declaraciones falsas a una entidad financiera.
En marzo, en el día 56 de la presidencia de Trump, yo le había preguntado a Wiles: “¿Alguna vez entra en el despacho de Trump y le dice: ‘Mire, esto no se supone que sea una ronda de ajustes de cuentas’?”.
“Sí, lo hago”, respondió. “Tenemos un acuerdo más o menos implícito de que el ajuste de cuentas terminará antes de que se cumplan los primeros 90 días”.
A finales de agosto le pregunté a Wiles: “¿Recuerda cuando me dijo hace meses que Trump prometió poner fin a la ronda de venganza y represalias después de 90 días?”.
“No creo que esté en una ronda de represalias”, dijo. “Un principio de gobierno para él es: ‘No quiero que lo que me pasó a mí le pase a otra persona’. Y por eso la gente que ha hecho cosas malas tiene que salir del Gobierno. En algunos casos puede parecer una represalia. Y puede que haya un elemento de eso de vez en cuando. ¿Quién podría culparle? Yo no”.
“Entonces, todo este discurso —dije— sobre acusar a Letitia James de fraude hipotecario…”.
“Bueno, esa puede ser la única represalia”, respondió Wiles.
“Entonces no le ha frenado ahí, ni le ha dicho: ‘Oiga, un momento’”.
“No, no, no con ella”, dijo Wiles. “No con ella. ¡Tenía quinientos millones de dólares de su dinero!”. Wiles se echó a reír. (La enorme sanción civil por fraude obtenida por la fiscal general de Nueva York en un caso contra Trump acababa de ser anulada por un tribunal de apelaciones).
“¿De verdad cree que Merrick Garland fue a por el presidente, lo persiguió?”, le había preguntado en marzo, en referencia al discreto y escrupuloso fiscal general de Biden.
“Sí”, respondió, “y creo que la historia demostrará que es así”.
En noviembre le tocó el turno a Comey en el banquillo. “Explíqueme por qué el procesamiento de Comey no da simplemente la sensación de que todo está amañado”, le pregunté.
“Quiero decir, la gente puede pensar que sí parece vengativo. Yo no puedo decirle por qué no debería pensar eso”. Wiles dijo sobre Trump: “No creo que se despierte pensando en la venganza. Pero cuando haya una oportunidad, la aprovechará”.
El 24 de noviembre, un juez federal desestimó las acusaciones contra Comey y James al considerar que la fiscal Lindsey Halligan había sido nombrada de manera ilegal. Bondi prometió recurrir ambas decisiones; en el caso de Comey, el plazo de prescripción podría impedirlo. Aun así, la campaña de represalias de Trump continuó.
Leon Panetta, el formidable jefe de gabinete de Bill Clinton, nunca ha conocido a Wiles, pero observa lo siguiente: “Un buen jefe de gabinete está dispuesto a plantarse, mirarle a los ojos al presidente y decirle que no”, me dijo Panetta. “No estoy seguro de si ella es una facilitadora —añadió— o si es alguien que actúa como disciplinaria y quiere intentar asegurarse de que él haga lo correcto”.
Wiles me dijo en marzo que tenía conversaciones difíciles con Trump todos los días. “Son sobre cosas pequeñas, no grandes”, dijo. “Oigo historias de mis predecesores sobre esos momentos cruciales en los que tienes que entrar y decirle al presidente que lo que quiere hacer es inconstitucional o va a costar vidas. Yo no tengo eso”.
Wiles afirmó que Trump ha tenido siempre muy claro lo que quiere hacer, “tras no haber estado aquí durante cuatro años y haber tenido tiempo de pensarlo”. Y por eso puede escoger sus batallas.
“Así que no, no soy una facilitadora. Tampoco soy una bruja. Intento ser reflexiva sobre en qué cosas me meto siquiera. Supongo que el tiempo dirá si he sido eficaz”.
A medida que se acercan las elecciones de mitad de mandato de 2026, lo que está en juego para Trump y para su jefa de gabinete no podría ser mayor. El segundo mandato de Trump ha sido más trascendental que el primero. Podría dejar el cargo como un presidente transformador que selló la frontera sur, aprobó importantes recortes de impuestos, llevó la paz a Gaza y recreó el Partido Republicano a su imagen. O podría entregarse a venganzas temerarias, destrozar las barreras de contención democráticas y acabar en el punto de mira de investigaciones dirigidas por los demócratas. En cualquier caso, Wiles puede ser la delgada línea que separa al presidente del desastre. Como dijo un antiguo dirigente republicano, “puede que ella sea más decisiva que cualquiera de nosotros”.
“Creo que lo que quería decir con eso —le dije a Wiles— es que nunca hemos tenido un presidente que gobierne tanto por impulsos y que dependa tanto de una sola persona: usted”.
“Ay, por Dios”, dijo Wiles. “Trump no depende de nadie”.
* Artículo original: “Susie Wiles, JD Vance, and the “Junkyard Dogs”: The White House Chief of Staff on Trump’s Second Term (Part 1 of 2)” y “Susie Wiles Talks Epstein Files, Pete Hegseth’s War Tactics, Retribution, and More (Part 2 of 2)”. Traducción: ‘Hypermedia Magazine’.










