Katie Rogers: “Jill Biden podría hacer o deshacer la campaña de Biden. Ella dice que está dispuesta a todo”

El presidente Biden supo inmediatamente después de bajarse del escenario en Atlanta el jueves por la noche que el debate había salido mal. En esos primeros momentos de agobio tras una actuación áspera, incoherente y por momentos farragosa, se dirigió a su esposa, Jill Biden.

Lo que fuera a ocurrir a continuación en la última carrera presidencial de Biden, tras el que quizá haya sido el peor momento de su larga vida política, siempre iba a depender de ella. La que fuera su esposa durante 47 años había entrado en su vida todas aquellas décadas atrás, reacia a meterse en política pero abrazando plenamente sus sueños y su creencia de que algún día llegaría a la Casa Blanca.

Ahora, su marido, de 81 años, la miraba tras unos desastrosos 90 minutos sobre el escenario.

El mensaje de la primera dama para él era claro: ya les habían descartado, ella estaba totalmente convencida, y él —ellos— seguirían en la carrera. Su pensamiento, según personas cercanas a ella, era que había sido una mala noche. Y las malas noches se acaban.

“Decir que han estado juntos en trincheras ni siquiera empieza a explicar su vínculo”, dijo Elizabeth Alexander, directora de comunicaciones de la primera dama, que ha estado con el Sr. Biden desde sus días en el Senado.

Así que la Dra. Biden pasó las 24 horas posteriores al debate poniendo a prueba sus décadas como esposa política, proyectando confianza y normalidad mientras elogiaba efusivamente a su marido. Pero, al igual que el presidente, es una mensajera política intuitiva capaz de percibir el estado de ánimo de una multitud. Sabe que, junto a los partidarios que la aclaman, hay legiones de personas que de repente la acusan de obligar a un anciano a poner un pie cansado delante del otro.

Si el Sr. Biden se planteara seriamente abandonar la carrera, permitiendo que un candidato más joven le sustituyera, la primera dama sería la figura más importante —aparte del propio presidente— a la hora de tomar esa decisión.

“Jill es la voz final y más importante. Le conoce y le quiere con pasión. También lo sabe todo sobre él. La mayoría de las grandes decisiones se toman al final con Valerie y Jill”, dijo John Morgan, uno de los principales donantes de Biden, refiriéndose a la hermana menor del presidente, que ha dirigido casi todas sus campañas políticas.

De hecho, cuando los principales donantes del Partido Demócrata se conectaron el viernes, por mensaje de texto, por teléfono o en persona, una de las preguntas más inmediatas que se hicieron unos a otros fue si alguno de ellos sabía cómo conseguir una reunión o una conversación con la primera dama.

Después de casi medio siglo en política, los Biden se ven a sí mismos como gente de largo recorrido. Y ahora mismo, ninguno de los dos quiere que la historia de la larga carrera política del presidente —una definida por la tragedia, la resistencia y la ambición incesante— termine en un escenario en Atlanta, frente al podio del expresidente Donald J. Trump, un hombre al que ambos vilipendian.

“Él quiere ganar y ella quiere eso para él, y para el país”, dijo la Sra. Alexander. “Ella es su mayor partidaria y defensora, porque cree en él, y teme por el futuro de nuestro país si va en otra dirección”.

Ante sus partidarios el viernes, la primera dama hizo suyos los argumentos defendidos por los líderes del Partido Demócrata, incluida la vicepresidenta, Kamala Harris, en el sentido de que la mala actuación de Biden no borraba años de éxito legislativo.

“Como dijo Joe hoy, no es un hombre joven”, dijo la Dra. Biden a un grupo de donantes reunidos en Manhattan el viernes por la tarde, su tercera parada desde que salió de Atlanta. “Después del debate de anoche, dijo: ‘Sabes, Jill, no sé qué ha pasado. No me sentí tan bien’. Le dije: ‘Mira, Joe, no vamos a dejar que 90 minutos definan los cuatro años que has sido presidente’”.

El Dr. Biden comprendió que la noche del debate había supuesto un grave paso en falso. El presidente tenía que entrar en la sala de debate y responder a las preocupaciones sobre su edad. En lugar de eso, subió al escenario tras seis días de preparativos y simulacros de debate en Camp David, con poco más que una voz áspera. (La Casa Blanca dijo que estaba resfriado).

Escuchó cómo Trump se burlaba de él. “Realmente no sé lo que dijo al final de esa frase”, dijo Trump cuando Biden se equivocó en una respuesta sobre inmigración. “Creo que él tampoco sabe lo que dijo”.

Escuchó cómo el expresidente atacaba a Hunter Biden, el hijo de Biden al que había criado desde niño y al que había acompañado durante un reciente juicio por posesión de armas, sentado en primera fila en la sala mientras se relataban los peores momentos de su adicción para que el mundo los viera.

Y vio cómo su marido miraba con los ojos muy abiertos y la mandíbula floja mientras el Sr. Trump seguía hablando, asimilando con rabia lo que estaba ocurriendo, pero en gran medida incapaz de contraatacar.

Después, la Dra. Biden cogió de la mano al presidente, que bajó las escaleras con cautela. El momento se convirtió rápidamente en viral. En una fiesta organizada por la campaña a la que acudieron los Biden poco después del debate, ella elogió a su marido por su actuación. Pero los críticos la vieron dándole una palmadita virtual en la cabeza por haber superado el debate.

“Respondiste a todas las preguntas, conocías todos los hechos”, dijo. “¿Y qué hizo Trump?”.

“¡Mentir!”, gritó el público.

De repente, una primera dama que había eludido grandes polémicas en los últimos tres años y medio se encontró en el punto de mira de quienes creen que ha estado tratando de ocultar sus mermadas facultades.

“Lo que Jill Biden y la campaña de Biden le han hecho a Joe Biden esta noche —sacarlo al escenario para participar en una batalla de ingenio mientras estaba desarmado— es abuso de ancianos, simple y llanamente”, escribió en las redes sociales la representante Harriet M. Hageman, republicana de Wyoming.

El Drudge Report, un prominente sitio web de tendencia conservadora cuyo autor, Matt Drudge, se ha desencantado con el Sr. Trump, publicó una foto poco favorecedora de los Bidens el viernes con el titular “CRUEL JILL SE ATA AL PODER”.

La primera dama y sus asesores han notado desde hace tiempo afirmaciones similares en sitios web conservadores, y son conscientes de que se están filtrando a los principales medios. La Sra. Alexander dijo que la Dra. Biden considera su “amorfo” papel como “un acto de servicio, más que como una mítica toma de poder inventada por los oscuros rincones de Internet”.

Añadió que, en ocasiones, la primera dama se siente atada de pies y manos por las exigencias del cargo, plagado de expectativas y trampas ocultas.

“Tienes que apoyar, pero no tanto como para que se cuestionen tus motivos”, dijo Alexander, que atribuyó gran parte de la culpa a Internet, a los bots y a una maquinaria de derechas que alimenta “todas las conspiraciones”.

Los asesores del presidente y de la primera dama restan importancia a la idea de que ella tenga la capacidad de interrumpir unilateralmente la campaña de reelección del presidente y despejar el camino a otro candidato cuatro meses antes de las elecciones presidenciales. Reconocen su influencia y poder únicos en la vida del presidente, pero afirman que Biden tiene el control de su propia campaña.

“Hay demasiada responsabilidad puesta sobre Jill”, dijo uno de los principales asesores del Sr. Biden, que habló bajo condición de anonimato para abordar la dinámica familiar. Pero mientras el Sr. Biden quiera presentarse, dicen sus asesores, ella le apoyará.

“Cuando Joe es derribado, se levanta”, dijo a los donantes en Nueva York. “Y eso es lo que estamos haciendo hoy”.



* Artículo original:  “Jill Biden Could Make or Break Biden’s Campaign. She Says She’s All In”. Traducción: ‘Hypermedia Magazine’.





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