Chris Buskirk lidera una coalición de donantes del mundo empresarial y tecnológico que contribuyeron a la reelección de Donald Trump y que ahora ocupan el centro del poder en Washington. (Ash Ponders / The Washington Post).
En 2019, un pequeño grupo de donantes de derecha alquiló un complejo turístico en las afueras del pueblo de Rockbridge, Ohio —de apenas cien habitantes— para celebrar una cumbre destinada a asegurar el futuro del movimiento MAGA. Su objetivo era transformar a un candidato singular —el presidente Donald Trump— en una coalición política duradera, con un flujo estable de votantes, donantes y candidatos que consolidara una transformación radical del Partido Republicano.
Convocada por el multimillonario de Silicon Valley Peter Thiel y por JD Vance, entonces inversor y autor de un exitoso libro de memorias, la reunión incluyó, según dos personas familiarizadas con el encuentro, a la heredera de un fondo de cobertura Rebekah Mercer, al presentador de Fox News Tucker Carlson y al economista Oren Cass. Las fuentes hablaron bajo condición de anonimato para describir la reunión privada, cuyos detalles no se habían revelado hasta ahora.
Pero la persona en la sala que acabaría dando forma a las ambiciones del grupo tenía un perfil mucho más discreto: un empresario de seguros de Arizona y figura mediática conservadora llamado Chris Buskirk.
Hoy, Buskirk dirige la Rockbridge Network, una organización secreta surgida de aquel fin de semana, que se ha consolidado como una de las fuerzas más influyentes en la política republicana. Estrategas políticos atribuyen a esta red cerrada de empresarios convertidos en donantes el mérito de haber contribuido a impulsar la reelección del presidente el año pasado y de haber llevado a uno de los suyos —Vance— a la vicepresidencia.
Con una financiación considerable de líderes tecnológicos, Rockbridge aspira a dotar al movimiento MAGA de los recursos necesarios para sobrevivir a Trump. El grupo no tiene página web ni entidad pública, pero ha reunido a encuestadores, analistas de datos, publicistas digitales e incluso una división dedicada al cine documental. Se prepara para desplegar todo su arsenal en las elecciones legislativas de 2026 y en los comicios presidenciales de 2028, en los que muchos de sus miembros esperan que Vance sea el candidato. Según una persona con conocimiento directo de la organización, el grupo ha construido una base de datos con perfiles detallados de votantes potenciales a partir de afiliaciones no políticas, como asociaciones de actividades al aire libre e iglesias.
Los vínculos de Buskirk con el entorno de Trump van más allá de Rockbridge. Su firma de capital riesgo, 1789 Capital —fundada junto al inversor Omeed Malik—, se centra en lo que ambos denominan “capitalismo patriótico” y cuenta ahora con Donald Trump Jr. como socio. El dúo —junto a funcionarios de la administración y amigos— ha lanzado recientemente Executive Branch, un club exclusivo para empresarios afines a Trump con una cuota de ingreso de 500.000 dólares, concebido para hacer contactos en Washington D. C.
Objetos de memorabilia política componen buena parte de la escasa decoración en Buskirk Capital. (Ash Ponders / The Washington Post).
Según Buskirk, todas estas organizaciones comparten una ambición común: dar a los empresarios que él considera esenciales para el futuro del país un papel activo en la configuración del gobierno y en la consolidación de un poder político duradero.
Sus esfuerzos se basan en una teoría controvertida del progreso social: la idea de que un grupo selecto de élites es precisamente el más capacitado para hacer avanzar a la nación, una postura que, según Buskirk, no contradice el populismo del movimiento MAGA. Colocar a líderes empresariales en puestos de poder fue una de las señas de identidad de la presidencia de Trump —desde el secretario de Comercio Howard Lutnick hasta el magnate tecnológico Elon Musk—, y Buskirk sostiene que el movimiento MAGA ha despertado a una nueva generación de guardianes del país.
Sus distintos proyectos reflejan lo que algunos sectores de la derecha denominan “aristopopulismo” y buscan tender un puente entre los grandes capitalistas y las clases trabajadoras a las que pretenden representar. Según entrevistas con Buskirk y con nueve personas de su círculo más cercano, el objetivo es reindustrializar el país de forma rentable y vincular los intereses de las élites con los de su base social.
“En toda sociedad existe o bien una élite extractiva —una oligarquía— o bien una élite productiva —una aristocracia—”, afirmó en una entrevista en su oficina de Scottsdale, Arizona.
Buskirk sostiene que muchos de los periodos más innovadores de la historia han sido impulsados por este tipo de aristocracia, un argumento que desarrolla en su libro de 2023 America and the Art of the Possible. En el sentido clásico griego, explica, el término no es peyorativo, sino que designa “una élite legítima que cuida del país y lo gobierna bien para que todos prosperen”.
Según su propia visión, Buskirk ha abordado el mercado político como un empresario: identificando una carencia y tomando medidas deliberadas para cubrirla. La derecha, dice, tenía lo que él denomina un “problema de coordinación”: por un lado, unos votantes que habían elegido a Trump contra todo pronóstico; por otro, un incipiente grupo de personas adineradas desencantadas con la izquierda progresista. Pero ambas partes carecían de una infraestructura organizativa.
Buskirk resume sus esfuerzos con una fórmula simple: “Cerebros más dinero más base”.
Otros describen su influencia con más contundencia. Aunque muchos siguen viendo el apoyo a Trump como “un culto a la personalidad”, señala Oren Cass, economista jefe del think tank conservador American Compass, hoy existe un poderoso ecosistema que respalda al movimiento MAGA.
“Chris es el gran articulador de ese ecosistema”, añadió.
Chris Buskirk es cofundador de la Rockbridge Network y de 1789 Capital. (Ash Ponders / The Washington Post).
Buskirk declinó hacer comentarios sobre el evento fundacional de Rockbridge. Thiel también rehusó pronunciarse, y Mercer no respondió a las solicitudes de comentario.
Relativamente desconocido fuera de su exclusivo círculo de empresarios y estrategas, Buskirk es una figura inusual para ocupar un papel que en su día estuvo dominado por los hermanos Koch, los magnates republicanos que se opusieron a muchas de las políticas comerciales de Trump. No es un agitador del MAGA de los que lanzan memes incendiarios; sus amigos lo describen como un estratega tenaz y de gran agudeza.
“Fue el primero en darse cuenta de que iba a haber miles de personas acomodadas que ya no se sentían en casa dentro del Partido Demócrata”, explicó Omeed Malik, socio y cofundador de 1789 Capital junto a Buskirk.
Por su parte, JD Vance declaró a The Washington Post que Buskirk es un “pensador original” que comprendió “antes que casi nadie” cómo “la combinación adecuada de ideas, organización y financiación puede garantizar el éxito político duradero del Partido Republicano”.
Más allá de la política electoral, los proyectos de Buskirk buscan insertar un capitalismo sin restricciones en la vida estadounidense. Según él, 1789 Capital funciona como un banco de pruebas para la idea de que la innovación nacional puede reactivar la base industrial del país, lo que los socios de la firma presentan en su sitio web como “el próximo capítulo del excepcionalismo estadounidense”. La empresa, que ha invertido en unas treinta compañías, ha financiado start-ups alineadas con la política “antiwoke” y con la agenda económica de la administración Trump, incluidas empresas dedicadas a la extracción de minerales raros, la construcción de fábricas de inteligencia artificial con fines bélicos o la impresión en 3D de combustible para cohetes.
A medida que la red de Buskirk se ha ido entrelazando con la administración Trump, este grupo ha conformado un circuito de reuniones sociales para la nueva clase de poder en Washington. La conferencia semestral de Rockbridge, celebrada en abril en el Ritz-Carlton de Key Biscayne (Florida), incluyó sesiones de respiración y yoga bajo el lema Make America Healthy Again y contó con la presencia del secretario del Tesoro Scott Bessent, la directora de Inteligencia Nacional Tulsi Gabbard y el enviado especial para Oriente Medio Steve Witkoff.
El amigo de Buskirk y secretario de Salud y Servicios Humanos, Robert F. Kennedy Jr., asistió en junio a la inauguración de Executive Branch, un club privado donde se sirven vinos de alta gama y sushi, pero ningún aceite vegetal.
De izquierda a derecha, Donald Trump Jr., JD Vance, Omeed Malik y Chris Buskirk se reúnen en Palm Beach pocos días antes de la segunda investidura de Trump. (The Washington Post).
Quienes forman parte de la red de Buskirk ven su creciente influencia como una prueba de que, por fin, el Gobierno está actuando como un impulsor —y no como un censor— de los innovadores de la sociedad, liberando así un motor económico reprimido que, según ellos, estuvo sofocado durante la administración Biden.
Sin embargo, en entidades como Rockbridge y 1789 algunos críticos perciben algo más pernicioso: el ascenso de un grupo de oligarcas estadounidenses no elegidos que están socavando las promesas de Trump de beneficiar a la clase trabajadora. Desde su llegada a la Casa Blanca, el gobierno de Trump ha puesto en marcha un conjunto de políticas favorables a los empresarios tecnológicos, entre ellas la eliminación de los controles de exportación sobre tecnología de inteligencia artificial y la firma de órdenes ejecutivas y leyes destinadas a promover las criptomonedas.
“El primer y único objetivo del presidente Trump es restaurar la prosperidad de los estadounidenses de clase trabajadora que lo reeligieron de forma contundente para volver a la Casa Blanca”, declaró en un comunicado el portavoz presidencial Kush Desai.
Desde que Donald Trump Jr. se incorporó como socio a 1789 el pasado noviembre, la firma ha recaudado cientos de millones de dólares y actualmente cuenta con más de 1.000 millones en activos, según dos personas familiarizadas con la empresa. Este verano, el Gobierno retiró dos investigaciones federales iniciadas bajo la administración Biden contra Polymarket, una start-up de apuestas basada en blockchain en la que 1789 ha invertido y cuyo consejo asesor integra ahora Trump Jr.
“En general, lo que es bueno para los negocios suele ser bueno para Estados Unidos, pero no creo que las personas que rodean al presidente representen realmente al empresariado estadounidense”, afirmó Michael Strain, director de estudios de política económica en el American Enterprise Institute, un centro de orientación conservadora que ha recibido fondos de la red filantrópica de los Koch. “La función del Gobierno es promover la prosperidad de la nación, no la de individuos ricos, fundadores o altos ejecutivos”.
Para Buskirk, estas críticas no dan en el blanco. Asegura estar decidido a llevar a Washington a los empresarios que devolvieron a Trump a la Casa Blanca, aunque la ciudad no le guste en absoluto. Describe la política como “venal” y califica los think tanks de la capital como “todos los clichés posibles, elevados al cuadrado”, señalando que la cultura política debe reconstruirse desde los cimientos.
“No es un lugar atractivo para pasar el tiempo, pero también es absolutamente necesario”, afirmó. “El autogobierno significa implicarse en algo que no necesariamente quieres hacer”.
Un problema de coordinación
Si se le pregunta a Buskirk dónde se encuentra en un día cualquiera, el padre de cuatro hijos, de 56 años, puede mencionar hasta siete ciudades distintas. Divide su tiempo entre su oficina familiar en Scottsdale; Palm Beach (Florida), donde tiene su sede 1789 Capital; Dallas; San Francisco; Austin, y, a regañadientes, Washington D. C. Afirma que pasa al teléfono desde que se levanta hasta que se acuesta, reservando siempre tiempo para hablar con Vance cuando la agenda del vicepresidente lo permite.
Sin embargo, la vida temprana de Buskirk transcurrió casi por completo en Arizona. Aunque nació en una base militar en Alemania, donde su padre estaba destinado en el ejército durante la Guerra Fría, creció en Scottsdale. Pasaba los fines de semana trabajando en la empresa familiar, que aseguraba viviendas y pequeños negocios en todo el Estado. “Era un hogar patriótico al máximo”, recuerda Buskirk, que señala que eran fieles suscriptores de la revista conservadora National Review.
De joven cursó un máster en teoría política y realizó prácticas en el Claremont Institute, el think tank de derechas inspirado en el filósofo político Leo Strauss. Pero abandonó tanto el instituto como el posgrado, considerando que el mundo académico era demasiado poco práctico. Regresó a Scottsdale para fundar una compañía de seguros especializada en cubrir servicios de ambulancias y otros negocios poco convencionales. Durante las dos décadas siguientes, creó y vendió otras cuatro empresas del sector asegurador.
Su familia había terminado por distanciarse de la política. Los Buskirk cancelaron su suscripción a National Review a mediados de la década de 2000, hartos de un establishment republicano que, según creían, había desviado al país de su rumbo. La guerra de Irak se había convertido, según Buskirk, en “una cortina de humo” que distraía de los graves problemas económicos que él veía surgir ante sus propios ojos.
Parte de la decoración en Buskirk Capital, en Scottsdale, Arizona. (Ash Ponders / The Washington Post).
Durante las visitas a sus familiares en Míchigan, observó cómo “fábricas enteras eran literalmente empaquetadas, metidas en contenedores de 12 metros y enviadas a China” después de que el país se incorporara a la Organización Mundial del Comercio en 2001, contó. Los estadounidenses, dijo, pasaron a trabajar en empleos de servicios mal pagados: “8 dólares la hora en McDonald’s frente a 25 en la planta de Ford”. Luego —añadió— llegaron los inmigrantes ilegales y también se quedaron con esos trabajos.
Se desahogaba con sus amigos lamentando que el sueño americano —“esa idea de que no tienes que hacer nada extraordinario para llevar una vida digna”— se estaba desvaneciendo. Pero se sentía impotente. “Yo era solo un tipo cualquiera en Arizona”, recordó. “¿Qué se suponía que iba a hacer?”.
Cuando el presidente Barack Obama irrumpió en la escena política a finales de la década de 2000, Buskirk observó cómo electrificaba la cultura. En contraste, sentía que el Partido Republicano y sus instituciones se habían quedado en piloto automático.
Por entonces, Buskirk ya había vendido el último de los negocios de seguros que había fundado junto a su padre. Así que, cuando Trump descendió por la escalera dorada de la Torre Trump para anunciar su candidatura presidencial en 2015, el empresario de Arizona disponía de más tiempo libre.
Al principio era escéptico ante aquel presentador neoyorquino de telerrealidad que, temía, veía la presidencia como un truco publicitario. Pero al revisar antiguas entrevistas de Trump, comenzó a oír un mismo estribillo: que los líderes estadounidenses no estaban poniendo a los estadounidenses en primer lugar.
“Pensé: ¡si lleva diciendo lo mismo desde hace cuarenta años!”, recordó Buskirk. “Y ahí fue cuando me di cuenta de que, vale, va en serio. Y quienes dicen que no lo es, están mintiendo”.
En julio de 2016, Buskirk fundó la revista digital American Greatness, que subrayaba la “necesidad innegable” de una nueva formulación del conservadurismo. Recibió financiación de Peter Thiel, quien había escandalizado al Silicon Valley liberal con su donación de un millón de dólares a Trump y acababa de ser presentado a Buskirk por un amigo. “El suelo del movimiento conservador está agotado”, escribieron los editores en su manifiesto inaugural. “Necesita ser abonado, resembrado y cultivado con esmero si quiere volver a florecer”.
Thiel puso a Buskirk en contacto con su protegido, el autor de Hillbilly Elegy, JD Vance. Vance y Buskirk entablaron amistad rápidamente.
Pasaron un año y medio “hablando de ideas sin parar”, recuerda Buskirk, “sin un objetivo concreto, solo con la sensación de que debíamos crear algo”.
El vicepresidente electo Mike Pence (izquierda) y el fundador de PayPal, Peter Thiel, escuchan al presidente electo Donald Trump durante una reunión con líderes del sector tecnológico en la Trump Tower de Nueva York, en 2016. (Jabin Botsford / The Washington Post).
En 2019, Vance y Thiel convocaron a una docena de personas en una posada del campo de Ohio, situada a las afueras del diminuto pueblo que acabaría dando nombre a la organización. Algunos asistentes eran fervientemente pro-Trump, como Buskirk. Otros, en cambio, tenían sus reservas. Pero todos coincidían en que los logros obtenidos durante los años de Trump podían desvanecerse fácilmente si un demócrata regresaba a la Casa Blanca, explicó Blake Masters, un inversor que conoció a Buskirk aquel fin de semana.
“Hemos pasado tanto tiempo lamentándonos de la eficacia de la izquierda”, añadió Masters. “Tenían un programa bastante terrible… pero son muy buenos organizándose. La derecha, en cambio, llevaba mucho tiempo dejándose llevar, y sus instituciones habían empezado a deteriorarse”.
Para algunos de los presentes, quedó claro que el movimiento MAGA tenía un problema de red. Mientras donantes conservadores como los Koch habían dedicado años a construir sus estructuras, los ricos que apoyaban a Trump y el nuevo conjunto de ideas de derecha que él representaba “en realidad no se conocían entre sí”, dijo Buskirk. Y los votantes de Trump —incluida buena parte de la clase trabajadora— tampoco estaban organizados.
“No había coordinación. Ni gestión. Ni planificación. Todo había ocurrido, más o menos, por inercia”, recordó. “Así que pensamos: vale, hay dos problemas que, si los resolvemos, harán que todo lo demás funcione mejor y con más eficacia. Pongámonos a resolverlos”.
La construcción de un movimiento
Buskirk regresó de aquella cumbre lleno de energía y se convirtió en un aprendiz del arte de la organización política. Comenzó desde los fundamentos, leyendo Roots to Power, un influyente manual de organización de la izquierda de los años ochenta.
Junto a Vance, empezó a elaborar estudios de caso sobre organizaciones políticas de izquierda y de derecha, documentando sus fracasos y sus éxitos. La Asociación Nacional del Rifle (NRA) destacaba por encima de las demás. Buskirk y sus socios concluyeron que la NRA había sido muy eficaz a la hora de movilizar a uno de sus dos públicos: los defensores de la Segunda Enmienda. Pero el otro grupo, los aficionados a la caza, no estaba tan bien organizado y era poco probable que se registrara para votar.
Sin embargo, los cazadores —un sector tradicionalmente vinculado a la coalición demócrata de los años sesenta— coincidían en gran medida con los perfiles demográficos que votaron por Trump.
“Ahí hay un vacío que necesita llenarse”, dijo, siempre que lograra ofrecerles “algo que haga que valga la pena prestar atención”.
Buskirk evita entrar en demasiados detalles sobre las operaciones de Rockbridge, pero asegura que, en términos generales, diseñó un embudo de ventas clásico en línea para atraer a personas a grupos en redes sociales basados en afinidades. Entre ellos había pequeños empresarios, cazadores y feligreses.
“Esto es justo lo contrario de cómo suelen funcionar las organizaciones políticas”, explicó Buskirk. Habitualmente, intentan convencer a la gente para que se sume a su causa por “fuerza bruta”, lanzando una avalancha de anuncios justo antes de las elecciones. Rockbridge, en cambio, adoptó un enfoque más gradual: “Construir una relación de confianza y ofrecer algún tipo de beneficio. Solo entonces puedes pedirles que hagan algo”.
En abril de 2022, Vance emprendía su primera y arriesgada campaña para un cargo público. Malik organizó una pequeña recaudación de fondos para él en un restaurante de Palm Beach. El inversor se había trasladado desde Nueva York el año anterior, tras romper con el Partido Demócrata por las restricciones impuestas durante la pandemia y por la censura en las plataformas tecnológicas sobre los debates del coronavirus. Buskirk asistió al evento, junto con Donald Trump Jr.
El grupo se desplazó luego a Mar-a-Lago, donde Buskirk celebraba una conferencia de Rockbridge.
Durante esa semana, los hombres estrecharon lazos compartiendo su indignación por lo que consideraban censura en internet y por la sensación de que la innovación estaba siendo frenada en favor de prioridades liberales como la sostenibilidad o las políticas de diversidad.
“Muchos de nosotros tenemos más o menos la misma edad”, señaló Malik, quien dijo sentirse parte de “un cambio generacional”.
Al año siguiente, Malik y Buskirk se asociaron para fundar 1789 Capital, cuyo nombre alude al año en que se propuso la Carta de Derechos. En sus inicios, se centró en lo que Malik llamó “empresas anti-woke”. Su primera inversión fue en Last Country Inc., una nueva compañía de medios y entretenimiento fundada por Tucker Carlson, tras su salida de Fox News.
Después, los socios invirtieron en GrabAGun, un mercado digital de armas; Enhanced Games, que permite a los atletas usar sustancias para mejorar el rendimiento; y Hadrian, una start-up dedicada a la creación de fábricas de inteligencia artificial para la defensa. (Los socios también han adquirido participaciones en tres empresas de Elon Musk: SpaceX, Neuralink y xAI).
Will Edwards, cuyo start-up con sede en Dallas, Firehawk Aerospace, se especializa en la impresión 3D de combustible sólido para cohetes destinado a misiles, explicó que muchos fondos de capital riesgo de Silicon Valley habían rechazado de plano sus propuestas porque no querían financiar empresas que vendieran exclusivamente al sector militar.
“Chris pensó que eso era absurdo”, dijo Edwards.
Buskirk, que posteriormente encabezó una ronda de financiación que aportó 60 millones de dólares a Firehawk, mostró un interés especial por el proyecto y viajó a Dallas para recorrer la fábrica de Edwards, donde, según él, trabajadores sin título universitario pueden ganar salarios de seis cifras.
Buskirk considera que la empresa de Edwards es una prueba económica de los argumentos políticos de sus inversores: Estados Unidos, afirma, probablemente nunca volverá a fabricar iPhones ni zapatillas Nike, pero puede reactivar su base industrial —especialmente en el ámbito de la defensa nacional— y contribuir así a reconstruir la clase media.
Ese mismo objetivo intentó perseguir el presidente Joe Biden cuando firmó en 2022 la CHIPS Act, una ley dotada con 52.000 millones de dólares para recuperar empleos de manufactura avanzada mediante el mayor paquete de apoyo a la producción nacional de semiconductores en una generación. Trump ha calificado esas subvenciones de despilfarro y ha revertido parte de los fondos.
Michael Strain, economista del American Enterprise Institute, afirmó que la retórica política del movimiento MAGA distorsiona la realidad económica del país. La principal causa de la pérdida de empleos manufactureros, señaló, no ha sido la deslocalización, sino la innovación tecnológica. Y añadió que muchos de los que defienden que la manufactura nacional revivirá Estados Unidos son los mismos inversores que promueven una enorme sustitución laboral mediante la inteligencia artificial.
Oren Cass, de American Compass, señaló que la magnitud de la inversión necesaria para reconstruir las comunidades de clase trabajadora es mucho mayor de lo que 1789 Capital u otros inversores con ideas afines pueden aportar. Aun así, consideró que los experimentos que Buskirk y sus socios están financiando son importantes porque “abren camino”.
Chris Buskirk decidió convertirse en un estudioso de la organización política. (Ash Ponders / The Washington Post).
El impacto de Rockbridge y de los super PACs en las elecciones de 2024 aún no se comprende del todo. El super PAC afiliado a Rockbridge, Turnout for America, fue uno de los pocos grupos que hizo campaña puerta a puerta en los Estados bisagra en nombre de la candidatura de Trump, junto con Turning Point Action, de Charlie Kirk. Turnout for America gastó 34,5 millones de dólares en el ciclo electoral de 2024, según los registros de la Comisión Federal Electoral, una cifra muy inferior a los 261 millones procedentes del AmericaPAC de Elon Musk.
Sin embargo, los datos internos de Rockbridge sugieren un grado notable de eficacia, que los miembros del grupo atribuyen a sus años de trabajo en la identificación y movilización de votantes. El super PACidentificó a varios millones de ciudadanos —votantes de baja participación en siete Estados bisagra— que, según sus cálculos, votarían por Trump si se les motivaba a acudir a las urnas. El grupo estimó que el expresidente ganaría esos Estados si lograban movilizar al 40% de esos votantes. Finalmente, los 3.000 activistas de Rockbridge consiguieron que votara el 50%, según dos personas con conocimiento directo de las cifras internas.
Hoy, el ambiente en el grupo es de euforia. El interés ha aumentado desde las elecciones, según Buskirk, y aproximadamente la mitad de los nuevos miembros proceden del sector tecnológico. Entre ellos hay varios multimillonarios: los inversores Marc Andreessen y David Sacks ya forman parte de Rockbridge.
Aun así, Will Edwards, el fundador de Firehawk que se unió al grupo por invitación de Buskirk, afirma que los encuentros tienen un tono cercano, “como un grupo de amigos que disfruta de la compañía del otro”. Edwards contó que vive en un dúplex y conduce un Toyota. El grupo abarca un amplio rango de edades e incluye una división llamada NextGen, para menores de treinta años, entre cuyos miembros figura Chris, el hijo de Buskirk, recién graduado en la universidad.
Richard Painter, profesor de Derecho corporativo en la Universidad de Minnesota y exjefe de ética en la Casa Blanca durante la administración Bush, afirmó que el creciente interés en Rockbridge, 1789 y Executive Branch da la impresión de que se está configurando una red de “pago por acceso”, compuesta por personas que pagan para tener contacto con funcionarios del gobierno o con la familia Trump. (También señaló que, de haber ocurrido durante su etapa en la Casa Blanca, habría aconsejado a los funcionarios de la administración no asistir a este tipo de reuniones).
Buskirk declinó responder a esa crítica.
En un mensaje de texto enviado desde el extranjero durante un viaje de negocios, escribió que la grandeza estadounidense solo podrá alcanzarse “mediante el cultivo intencional de personas talentosas y con alta capacidad de acción, que trabajen juntas en entornos de alta confianza”.
En su libro, enumera momentos históricos en los que las redes de élite impulsaron el progreso social, como Florencia durante el Renacimiento, Estados Unidos a mediados del siglo XX o el condado de Lancashire, en Inglaterra, durante la Revolución Industrial. Señala además que la Ilustración escocesa fue, en realidad, “la obra de unas pocas docenas de personas” que “forjaron amistades duraderas” en un club privado llamado Select Society.
A su juicio, ya están comenzando a producirse paralelismos con aquellos períodos de notable innovación, aunque advirtió que “el pleno florecimiento del potencial latente de Estados Unidos” no está garantizado.
“Ruego porque así sea”, dijo. “Queda mucho por hacer”.
* Artículo original: “The secretive donor circle that lifted JD Vance is now rewriting MAGA’s future”. Traducción: ‘Hypermedia Magazine’.
















