Mario Alejandro Ariza: “Miami está entrando en un estado de irrealidad”

Hank Pérez, de 72 años, intentaba llegar a su casa en North Miami Beach la tarde del miércoles de la semana pasada, pero la lluvia tenía otros planes. La crecida de las aguas llegaba hasta el capó del Toyota Yaris gris de Pérez, que detuvo el coche, aparcó en la mediana y pidió asistencia en carretera, pero nunca llegó. Otros miles de viajeros se encontraban en una situación similar: En el sur de Florida habían caído unos 45 cm de agua, no producto de un huracán ni de una tormenta tropical, sino de un temporal de lluvia, denominado Invest 90L, un diluvio que los meteorólogos califican de acontecimiento único en 200 años. Se trata de la cuarta precipitación masiva de este tipo que azota el sureste de Florida en otros tantos años.

Las “bombas de lluvia” como el Invest 90L son producto de un medio ambiente cada vez más cálido; el aire caliente tiene más espacio entre sus moléculas para la humedad. Esa gran masa de agua se cierne sobre el gran Miami y los 6 millones de personas que viven aquí. Esta reluciente ciudad se construyó sobre un pantano drenado y se asienta sobre piedra caliza porosa; a medida que el mar sigue subiendo, la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica prevé que el sur de Florida podría ver casi 25 cm más de océano para 2040. Las inundaciones en los días de sol, cuando las mareas altas borbotean y empapan los terrenos bajos, han aumentado un 400% desde 1998, con un incremento significativo después de 2006; un huracán de gran intensidad con una marejada ciclónica importante podría desplazar hasta 1 millón de personas. Y cada año que pasa, las infraestructuras de la región parecen más mal equipadas para hacer frente a estos peligros, a pesar de los miles de millones de dólares gastados en adaptación.

Hace treinta años, cuando los peligros del cambio climático empezaban a comprenderse pero aún no habían llegado con fuerza, la catástrofe progresiva a la que se enfrenta Miami podría haberse evitado. Pero a medida que las concentraciones atmosféricas de carbono alcanzan niveles no vistos en 3 millones de años, los políticos prometen resiliencia mientras ignoran las emisiones; los promotores inmobiliarios se apresuran a construir una gran cantidad de condominios de lujo, sin importarles la rápida subida del mar. Florida está entrando en un Estado subtropical de irrealidad en el que estas decisiones no tienen sentido.

Una enorme red de canales impide que esta región se convierta en un pantano, y el aumento del nivel del mar está dificultando su funcionamiento. Los canales más grandes, gestionados por el Distrito de Gestión del Agua del Sur de Florida (SFWMD), ofrecen el drenaje primario; los canales más pequeños son gestionados por municipios y entidades privadas. La mayoría de estos canales desaguan al mar durante las mareas bajas por gravedad. Pero el aumento del nivel del mar erosiona la capacidad del sistema para drenar el agua, hasta el punto de que el SFWMD ya ha identificado varios canales principales que necesitan ser reforzados con bombas. Lo aterrador de la inundación de la semana pasada es que no ocurrió durante mareas especialmente altas: menos lluvia, o lluvia que cayera a un ritmo más suave, se habría escurrido fácilmente. Hay otras iniciativas de adaptación en marcha. Miami está revisando su gestión de las aguas pluviales, y ha instalado bombas y válvulas de reflujo en barrios vulnerables y bajos. Miami Beach lleva una década levantando carreteras, instalando bombas y mejorando su infraestructura en un esfuerzo multimillonario por ganar tiempo.

Pero la cantidad de lluvia que cayó la semana pasada es el tipo de fenómeno meteorológico extremo para el que los planificadores de infraestructuras no diseñan, aunque sólo sea porque sería demasiado caro construir sistemas pluviales capaces de mover tanta agua tan rápidamente. “Ningún lugar puede soportar tanta lluvia”, me dijo Bryan McNoldy, investigador principal de la Escuela Rosenstiel de Ciencias Marinas, Atmosféricas y de la Tierra de la Universidad de Miami. En su casa de Biscayne Park, durmió intranquilo el miércoles por la noche, después de que cayeran 25 cm de lluvia en sólo 11 horas. “Eso es definitivamente más de lo que mi zona puede absorber”, dijo el viernes. Unos centímetros más de lluvia habrían hecho que el agua subiera por las tablas del suelo.

El gobierno del Estado no ignora precisamente la crecida del agua. El gobernador Ron DeSantis y su administración han intentado hacer frente a los estragos causados por el cambio climático con su Programa Florida Resiliente, dotado con 1800 millones de dólares, una iniciativa para ayudar a las comunidades a adaptarse a la subida del nivel del mar y a unas inundaciones más intensas. Pero el gobernador también ha promulgado una ley que prohíbe en gran medida el uso del término cambio climático en las leyes del Estado. Ese mismo proyecto de ley impulsó efectivamente el uso de metano, un potente gas de efecto invernadero, en Florida, reduciendo la normativa sobre gasoductos y aumentando las protecciones sobre estufas de gas. En un post en X el día que firmó el proyecto de ley, DeSantis lo calificó de “restaurar la cordura en nuestro enfoque de la energía y rechazar la agenda de los radicales fanáticos verdes”.

Los investigadores del clima, por su parte, se refieren a esta estrategia como “adaptación agnóstica”: intentar hacer frente a los efectos negativos del cambio climático mientras se promueven políticas que silencian el debate o ignoran las causas del cambio climático. El viernes, en una conferencia de prensa en Hollywood, Florida —que recibió más de 40 cm de lluvia— DeSantis repitió su mensaje, subrayando que “no queremos que nuestra política climática esté dirigida por la ideología climática”. El ciclo del carbono de la Tierra —que no ha sido testigo de un aumento tan rápido del dióxido de carbono atmosférico en los últimos 50.000 años— no tiene ideología. El carbono va a la atmósfera, y todo lo que le sigue. En Miami, a medida que suba el nivel del agua, los investigadores predicen que los barrios bajos de toda la región perderán población. Con el tiempo, las políticas de adaptación agnóstica de Florida tendrán que enfrentarse a esta realidad inminente, en la que la adecuación es claramente imposible, y la retirada es la única opción que queda.



Mario Alejandro Ariza es reportero de investigación para Floodlight. Ha escrito para el Miami Herald, The New Republic y NPR. Es autor de ‘Disposable City: Miami’s Future on the Shores of Climate Catastrophe’.

* Artículo original: “Miami Is Entering a State of Unreality”. Traducción: ‘Hypermedia Magazine’.





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