Green Havana es un proyecto personal del fotógrafo Leandro Feal que trascurre durante los nueve últimos años y tiene lugar en La Habana. Para ser más preciso, en la noche habanera.
La muestra descubre la producción más reciente de un artista que transita desde la fotografía más tradicional hasta experimentaciones y propuestas que en sí mismas pervierten el sentido más ortodoxo del medio.
El título en cuestión toma su nombre de una serie realizada entre 2020 y 2022, que explora las posibilidades de una Habana antigua y contemporánea a la vez, surrealista, íntima, mestiza, doméstica. Un lugar contradictorio y vacío, donde la fiesta es fuga, evasión.
En la ciudad de Leandro casi siempre es de noche y aquí radica una de las claves del proyecto porque Green Havana es una sucesión de episodios, de ángulos arriesgados, de héroes y de objetos, de deseos y frustraciones en una intención continua de representar un instante en el que la ilusión de sus protagonistas jugaba a hacerse realidad.
Las fotografías aquí no corresponden al paradigma turístico que refleja una ciudad caribeña pensada para el placer y la diversión, prostituida visualmente en su cliché más reproducido.
La Habana de Feal es una ciudad detenida en el tiempo, a ratos fantasmal y a la espera de un milagro poco probable, esencialmente distópica y escasamente funcional, donde el placer y la diversión alcanzan categoría clandestina. La noche amparaba la construcción de una utopía.
Uno de los elementos que refuerzan la intención de representar la ciudad como un escenario de realidades distorsionadas es el uso de imágenes en negativo y del virado, un proceso de cambio de tonalidades que se genera a través de mecanismos digitales.
Aquí el color verde adquiere un papel protagónico en la mayoría de las imágenes, como en el caso de los televisores en blanco y negro de la marca Caribe, producidos en la antigua Unión Soviética, pero ensamblados en la Isla.
Las imágenes de Green Havana se resisten de alguna manera a esta persistencia del monocromo, como lo hicieron los televisores Caribe, cuyas pantallas muchas familias decidieron pintar de franjas de colores para ver un mundo en color a través de la pantalla lo que el terminal era incapaz de ofrecer.
La exposición cierra con un fotoensayo de 55 minutos de duración que lleva por título La fiesta vigilada y que toma su nombre del libro homónimo del escritor cubano Antonio José Ponte.
Siguiendo la estela de referentes tan sólidos como PM, un documental filmado en 1961 por Sabá Cabrera Infante (hermano menor de Guillermo Cabrera Infante) y Orlando Jiménez Leal, en el que se refleja La Habana nocturna de los primeros años de la Revolución en apenas trece minutos, la fiesta de Feal tiene algo en común con la fiesta de PM. Ambas dejaron de existir, el peligro y la provocación que la fiesta en sí misma representaba para las autoridades de la Isla exigía su fin. No hay fiesta inocente, debieron pensar.
PM (Pasado Meridiano) ostenta el triste mérito de ser el primer objeto de la censura revolucionaria y su subtexto entronca directamente con el cuerpo central del ensayo fotográfico de Feal.
Sólo dos años más tarde, en 1963, la cineasta francesa Agnès Varda viaja a Cuba para filmar Salut les Cubain, un fotomontaje de media hora que recorre amablemente y con cierta inclinación al exotismo, los cambios revolucionarios.
Tanto el corto de Sabá y Orlando Jiménez, como el fotomontaje de Varda, apuntalan la estructura del fotoensayo de Leandro, si bien la fotografía contracultural de Nan Goldin, los rayogramas tempranos de Man Ray, el cine irónico de Chris Marker o Habana Solo, la película experimental de Juan Carlos Alom, van dejando una huella fértil por donde Feal transita con equilibrio.
Por la fiesta nocturna de Leandro hay un desfile continuo, a ratos frenético, de artistas consagrados, de aspirantes a artistas, de artistas sin obra, de músicos, de hombres sensibles adictos al sexo, de célibes, de jóvenes desesperados que no lo parecen, de celebrities locales, de críticos de arte, de emprendedores, de héroes y villanos.
Sobre este ejército plural, que en sí mismo es un milagro, hay cuatro voces con más presencia que el resto de los mortales de su gran noche: Tania Bruguera, Hamlet Lavastida, Luis Manuel Otero Alcántara y Carlos Manuel Álvarez.
En sus últimos minutos, la fiesta deja de serlo. La fiesta acaba y aparece una ciudad vacía y desierta que anuncia el fin. Y la voz en off de Carlos Manuel revela que fue secuestrado e interrogado al salir de la fiesta de un sábado cualquiera y llevado, contra su voluntad, a su ciudad de provincias.
Al igual que la noche de PM, la noche de La fiesta vigilada ya apenas existe, casi fue una ilusión óptica, un espejismo, un lugar que recordamos, pero al que no podemos regresar.
La fiesta sucumbió al pesimismo y a la fragmentación. La fiesta fue dinamitada porque la mezcla improvisada de sus protagonistas era el germen de una sociedad que asustaba a las autoridades. Y porque la inmensa mayoría de sus protagonistas decidieron tomar un exilio voluntario o sufrieron un exilio forzoso.
El portal que representaba la fiesta se apagó, queda reinventarla sin vigilancia.
La nueva guerra de la propaganda
Por Anne Applebaum
“Incluso en un Estado donde la vigilancia es casi total, la experiencia de la tiranía y la injusticia puede radicalizar a la gente. La ira contra el poder arbitrario siempre llevará a alguien a empezar a pensar en otro sistema, en una forma mejor de dirigir la sociedad”.