¿En qué nos basamos hoy día, los críticos, curadores, promotores, defensores del arte brut y outsider para ubicar/pensar estas expresiones cruzando las barreras (mentales) que pudieron separarlas del arte contemporáneo? ¿Es debido a similitudes visuales que existen entre estos lenguajes? ¿Es para establacer nexos o para remarcar diferencias? ¿Por qué, lo que antes parecía descabellado —exhibir este arte siguiendo parámetros no distintos a los del profesional— va siendo hoy una realidad cada vez mejor asimilada?
Cuando se visita la exposición ‘Art Brut Project Cuba. Visiones contemporáneas dentro del Arte Cubano’, inaugurada el pasado 17 de diciembre en Riera Studio, uno asiste a un espectáculo visual que poco —y todo— tiene que ver con el hecho de presenciar un tipo de arte realizado al margen de las instituciones y centros de enseñanza artística de este país.
Ese día se vivió allí el arte, se celebró. Se interrogó la creación desde su capacidad de asombrar y conmover a multitudes. Se tuvo también el sentimiento —y esta vez con mayor certeza— de estar asistiendo a una exhibición donde se acortan tremendamente la distancias entre el universo brut y las formas de crear contemporáneas.
Y para quienes estamos más al tanto de cómo van variando los imaginarios, las ideas estereotipadas a través de las cuales se ha mirado históricamente el mundo de la expresión marginal, quizás esta certeza se originara de gestos muy sutiles como los nuevos modos de exhibir, los materiales usados por los artistas, sus realidades de cara a lo inclusivo y, por supuesto, la perspectiva internacional con que se viene mirando este lenguaje mucho más ligado a las exigencias del presente.
En los museos de art brut más conservadores, por ejemplo, existe una tendencia a concebir museografías que estén en rigor a tono con los aspectos estéticos frecuentes en este tipo de arte, al menos los más ceñidos al concepto inaugural, primero, que estipuló Dubuffet. Creándose ambientaciones lúgubres, que acentúan la falta de voluntad que supuestamente tienen estos artistas por empatizar con el espectador y buscar su aprobación desde los estándares clásicos de lo bello; recargando las paredes para provocar impactos visuales fuertes que aluden al horror vacui característico de este tipo de creaciones, saturando de piezas el espacio; inclinándose además por un tipo de obra, cuya apariencia sea la de una belleza elemental pero tosca, rústica, primitiva, agresiva muchas veces, y realizada con los materiales más improbables. Esto, para conseguir escenarios que se vuelvan espejos de la cara más institucionalizada, por no decir, dogmática, de la expresión brut.
Pero en Riera Studio presenciamos otra cosa: luz. A pesar del poco espacio del lugar, las obras presentadas en la exhibición respiraban entre ellas, estaban enmarcadas individualmente, podían observarse las particularidades, los detalles de cada una y apreciar su singularidad estética y formal. Podíamos percatarnos, inclusive, de que casi todas estaban realizadas con materiales que son mucho más frecuentes en el arte profesional que en esta manifestación: cartulinas limpias, cuidadas, acrílicos, también algún óleo. Y aun así no estorbar en la capacidad de iniciativa e imaginación de los artistas, quienes, inclusive con materiales manidos, machacados, son capaces siempre de innovar y hacer todo tipo de cosas;[1] y las obras seguir reflejando una originalidad de altos estándares, tanto por su modo de expresión como por las técnicas que se utilizan.
Entre los asistentes en la inauguración estaban casi todos los artistas, movidos por el furor —natural— que provoca el reconocimiento. Allí intercambiaron con el público, explicaron las técnicas que utilizaban, comentaron sobre las ideas que quisieron dejar sembradas en sus creaciones. Demostrándose así la inexactitud, el error, que ha sido creer por años que el artista, sobre todo dentro de la categoría de lo brut, se divorcia de las reacciones que su obra pueda provocar en el espectador. Pensamiento este —que como otros, venidos de los conceptos primeros—, llegó a volverse casi impositivo a la hora de valorar producciones y autores.
Ese día, cada una de las palabras de estos artistas fueron también un recordatorio de cómo sus voluntades permanecen invariablemente dominadas por procesos mentales subjetivos, impulsivos, poderosos, a partir de los cuales se origina todo lo demás: los mecanismos que conocemos de validación y legitimidad en el mundo del arte.
Para quienes no están muy familiarizados con los procesos de creación de estos artistas, bastaba conocerlos, conversar con ellos, para echar por tierra esa tesis de Adorno[2] en la que defiende la artisticidad como un aspecto que solo puede proceder de una actividad consciente.
Caer de un salto en otra realidad, que va al extremo, donde liberar a la obra de las imposiciones y restricciones del afuera no parten de un detenimiento racional, lógico del creador; sino, por el contrario de una irracionalidad irrestricta de la que ni siquiera él, a veces, es consciente ni puede escapar. La irracionalidad como principio originante de la liberación creativa es quizás el aspecto fundamental que ha colocado a estas expresiones en una posición siempre rupturista, reaccionaria, y difícilmente sometida a los esquemas y formas en las que pudiera instrumentalizarse el arte en cualquiera de sus espacios.
Por tanto, sí, han variado algunas realidades. La accesibilidad a los artistas ahora es cada vez más directa, su integración en colectivos, su cercanía al espectador ha aumentado. Es posible constatar determinada sofisticación de algunos de los materiales, y por tanto de las obras.
También las maneras de exhibir ahora van encaminadas mucho mejor a realzar los valores intraestéticos de las obras por individual y, con ello, continuar legitimando el valor artístico de estas creaciones, que sigue separándose de biografías y diagnósticos clínicos de quienes las conciben, aunque no de autorías que, por el contrario, ganan gradualmente protagonismo.
Y solo desde esta individualización es que puede entenderse, gozarse mejor los usos de la libertad (expresiva, estética, formal), por ejemplo, en las cortinas de naylon azules, negras y las columnatas repletas de rostros en cartón que ha hecho Rosa María de una manera sobrecogedora; en los ramilletes y formas vegetales realzadas sobre manchas de colores de Dianelis M. López; en las abstracciones intuitivas de Reyniel Quirce, cuyas composiciones surgieron haciendo girar un cajón sobre el papel, ensayando la geometría y el color sin tener idea de lo que pudiera resultar; en el impulso incontrolado de Jesús Ávila Chávez, quien se presentó un día en Riera Studio con cerca de 700 abstracciones.
Pero entender también esta libertad desde la posibilidad significativa que permiten obras como las de Dennis Yans Maza y sus artefactos inspirados en la Segunda Guerra Mundial; en las lecturas tan amplias que pueden desprenderse de la instalación de Lázaro A. Martínez, que parecieran ser el mejor reflejo directo, sin filtros, de la cotidianidad sociopolítica vivida por años en este país.
Así, gozar del vuelo poético, metafórico, de las maderas de Arturo Larrea, las cartulinas de José Grau, las de Montes de Oca, Máximo Martínez, capaces de doblegar cualquier espíritu y sugestionarlo. Lo mismo, sin lugar a dudas, que esas pequeñas heterotopías —llamémosle así a los barcos que ha construído Joel Pérez— ensamblados con los materiales más improbables, demostrando acierto, minuciosidad, con un ingenio similiar y tan diferente a la vez al que se constata en los tapices de Taimy Linares.
¡La libertad ensayada desde tantísimas direcciones! Y coincidirán al final, muchos de los que asistieron a esta exposición, que se trata de una experiencia profundamente gratificante, conmovedora, que abre los ojos sobre el alcance que puede tener la expresión artística, sin perder la capacidad de conectar con la gente y sin dejar de albergar vida, sentimientos, sueños, sin los cuales no debería siquiera pensarse la creación.
A las expresiones brut, outsider, se les buscó hace muchos años para enfrentar momentos de crisis creativas y agotamiento de los recursos expresivos en el mundo del arte oficial. A décadas de aquel primer encuentro, sigue siendo este un lenguaje que salva del tedio, alienta, que devuelve inspiración.
Sigue siendo un lenguaje que muestra su capacidad de adaptarse a los requirimientos del presente sin dejar de provocar asombro en las personas ni socavar los principios esenciales que lo hacen distintivo de otros modos de hacer, imponiendo siempre sus propias reglas, reformulando permanentemente sus bases.
Todo lo cual lleva a cuestionar, por otro lado, los valores importantes que continúan perdiéndose dentro de los ámbitos del arte profesional y sus circuitos de exhibición, especialmente en nuestro contexto, el cubano, sabiendo bien que es por la cerrazón del pensamiento, una cerrazón que tranversaliza todos los espacios, que va de la institución a las escuelas.
‘Visiones contemporáneas dentro del Arte Cubano’ (galería)
© Imagen de portada: Luis Antonio Montes de Oca Bernal. Técnica mixta en cartulina (detalle), 2022.
Notas:
[1] Dada la paulatina vinculación de estos artistas a atelieres, talleres de trabajo, proyectos de arte, galerías, se ha venido percibiendo un cambio de visualidad en las producciones, asociado a los materiales usados que son proporcionados dentro de estos espacios.
[2] Adorno, Th. W.: Teoría Estética, Taurus, Madrid, 1980, p. 14.
José Grau Brito: “Socialismo y al que no le guste…”
Yo dibujaba con café, con tierra. Hacía una pastamachacando pastillas de los medicamentos que son de colores, como el timerosal, el yodo, el alusil para la acidez.