“Las coronas de laurel son arrebatadas por un soplo de brisa.
Contra las coronas de espinas, nada puede la tempestad”.
Friedrich Hebbel
Nunca he mirado a la muerte de frente —al menos que yo recuerde. Pero aquellos que sí han tenido ese privilegio, ese segundo aterrador de renacimiento vital, dicen que vivir la muerte es vivir de un tirón todos los sentimientos humanos, los más oscuros y los más placenteros: la ira, el odio, el amor, el miedo, el perdón, la angustia, el placer, el remordimiento, la gratitud.
Imagino que sentir la muerte en carne y hueso se asemeje a la sensación que nos produce el final de una montaña rusa. Me pregunto si perdonamos al final del camino, si pensamos en los que más quisimos, si amamos con más fuerza, si acariciamos o besamos por última vez. Me pregunto si en ese justo momento en que todo acaba, pedimos un poco más de tiempo, o si soñamos con ser inmortales.
Milán Kundera, en su libro La inmortalidad, recrea un diálogo entre Goethe y Hemingway, en el que este último le dice al primero:
Uno puede quitarse la vida. Pero no puede quitarse la inmortalidad. En cuanto la inmortalidad le hace subir —a usted— a cubierta, ya no se puede bajar nunca más y aunque se pegue un tiro se queda en cubierta con su suicidio incluido y eso es un horror, Johannes, un horror… Estaba tendido en cubierta, muerto, y a mi alrededor veía a mis cuatro mujeres; estaban sentadas en cuclillas y escribían todo lo que sabían sobre mí y detrás de ellas estaba mi hijo y también escribía, y Gertrude Stein también estaba y escribía, y estaban todos mis amigos y contaban en voz alta todas las indiscreciones y difamaciones que alguna vez habían oído contar acerca de mí, y tras ellos se apelotonaba un centenar de periodistas con micrófonos, y un ejército de profesores universitarios de toda América lo clasificaba, lo analizaba, lo ampliaba y lo organizaba todo en artículos y libros.[1]
“Al filo del lauro” (dimensiones variables, 2022) es una instalación site-specific que responde a lo más reciente dentro de la producción visual de la artista cubana Lorena Gutiérrez Camejo (La Habana, 1987); exhibida actualmente en la muestra colectiva Artistas en Producción.[2]
Por alguna razón, “Al filo del lauro” me hace pensar en la inmortalidad a la manera que Hemingway —alias Kundera— piensa en la perpetuidad de los efectos negativos provocados por las frustraciones y falsas reputaciones que nunca fuimos capaces de resolver, o con las que nunca supimos lidiar en nuestra vida.
Lorena no es, en principio, una artista política de libreto. No son los discursos de izquierda o de derecha los que dictaminan su quehacer estético y, aun así, es inevitable hallar referentes en su obra que cuestionan transversalmente las jerarquías, las estrategias de poder (político, económico, social), las distinciones de clases, la arbitrariedad estatal, la esfera de lo público en relación con la esfera de lo privado, la coacción, la pertinencia de los referentes (¿Dónde están los héroes?, 2015-2016).
Si pensamos en su morfología e historia, la corona de laurel es, en principio, un objeto que tiene su origen en la mitología, destinado a galardonar la victoria militar y deportiva obtenida por los hombres más excelsos, símbolo también de altruismo, defensa de la identidad nacional y patriotismo.
En la Roma Antigua, por ejemplo, los césares se colocaban la corona de laurel para diferenciarse del resto, considerándose superiores a sus coetáneos por ser ellos los portadores de la victoria del imperio. Pero la corona laural de Gutiérrez Camejo no es precisamente un galardón que aluda a la victoria merecida, sino más bien a la victoria “consentida” dentro y por un mismo círculo que se venera a sí mismo, hermética e injustificadamente.
Está hecha con herramientas de la arquitectura vernácula y precaria, típicas de construcciones domésticas de regiones como Latinoamérica, y en especial Cuba. La hoja de laurel es sustituida aquí por cemento y vidrios de botellas rotas encajadas, superpuestos de manera agresiva en un material igual de inflexible y áspero como es el concreto.
Es con este tipo de vidrios que suelen cercarse en Cuba las propiedades privadas para impedir el contacto con el exterior. De ahí que Lorena —astuta y cínicamente, como cada vez— propone en cambio una corona filosa, a la que no se puede acceder ni tocar; eco del poder impuesto —entiéndase poder político— y de todos los poderes suscritos bajo el signo de la exclusión, el antagonismo, el sinsentido y la falta de democracia y de justicia. Así como en obras anteriores (Soliloquio del zorro, 2013, o El Club de los Intocables, 2016), Lorena vuelve sobre temas trascendentales: la libertad, el presagio, el sometimiento, la cárcel, la muerte.
Prefiero pensar que “Al filo del lauro”, como obra polisémica, al fin y al cabo va mucho más allá de la denuncia a las jerarquías piramidales y aquí regreso al punto de partida: la inmortalidad y sus consecuencias.
Cuenta la mitología griega que cuando Eros se enfureció con Apolo a causa de sus mofas y burlas, en venganza, Eros clavó sobre él su flecha de amor mientras que, a Dafne, una ninfa irresistible a la que Apolo amaba profundamente, le clavó la flecha que representaba lo contrario: el desinterés y la apatía.
Dafne, desesperada ante el acoso sistemático de su amante Apolo, pidió asistencia a su padre, quien la convirtió en una planta de laurel. Desde entonces, Apolo adoptaría el laurel como el símbolo de condecoración más distinguido, que solo serían capaces de portar los hombres más eximios, aún después de su muerte.
La instalación en cuestión no se rinde, a mi juicio, a presagiar el malestar del ejercicio del poder y sus daños colaterales —daños que vienen dados desde el orden social, económico, gubernamental—, sino que la artista, utilizando el asfalto como recurso expresivo, pareciera resaltar la trascendencia de dichos daños en el tiempo.
Cuando los líderes no están, lo que subsiste es la memoria colectiva de un pueblo, de una sociedad atravesada irremediablemente por las estrecheces de su Estado y de su sistema jerárquico. Gutiérrez Camejo es consciente de ello y juega con los símbolos que regulan la extinción de la identidad política y la imposibilidad del acceso al poder.
El poder laureado —“el inmortal”— permanece en el inconsciente colectivo, haciendo desaparecer en el tiempo nuestra palabra crítica y soberanía de reflexión política. Se trata de una amputación del pensamiento. Es así como Lorena delata lo que en principio es intocable y una vez más se posiciona como una artista irreverente, capaz de suscitar reflexiones tales como: ¿qué es lo sacro?, ¿qué es lo perpetuo?, ¿cuál es el referente?, ¿dónde descansa el límite entre la concesión y la impostura?
En sus disímiles tratados sobre el poder y los sistemas de vigilancia, Michel Foucault insistía en el lado “invisible” que comprenden los ejercicios de poder político, aquellos más vinculados a la coacción y a la violencia silenciosa, estrategias acaso más irreconocibles y difusas.
Para Foucault, el poder debía ser analizado desde un nivel “microfísico”, con el objetivo de mostrar que no siempre es ejercido por personas, sino que también subyace bajo mecanismos institucionalizados que garantizan tanto el control de los cuerpos, como las consecuencias deseadas para quienes lo ejercen —ejemplos de estos mecanismos son: los uniformes, los horarios controlados, la disposición física de las aulas, las condecoraciones, las medallas.
Con Composición efímera del desfile triunfal (pintura instalativa, 2020),[3] Lorena apunta nuevamente a desenmascarar el sentido de las condecoraciones y grados políticos, utilizando en este caso composiciones abstractas hechas a partir de variaciones de color. ¿Cuál es el verdadero rol cívico y social de las distinciones políticas, al margen de una sociedad ultramilitarizada? ¿Responden estas realmente a una necesidad ciudadana, o más bien a una reiteración del status quo, deudoras de una ostentación innecesaria?
Más allá de imponer respuestas a tales interrogantes, pareciera que la artista nos deja el guion abierto con piezas como la anterior. En definitiva, quizás, “nuestra dificultad para encontrar las formas de lucha adecuadas proviene de que ignoramos todavía en qué consiste el poder”.[4]
Coexistiendo con Artistas en producción y Concretando, Lorena Gutiérrez exhibe otra obra en la cual la inmortalidad es abordada desde un estado acaso más mundano y arraigado al subconsciente colectivo. Se trata de la condición social que acompaña a las trabajadoras sexuales y lo que estas representan dentro del estigma de las sociedades actuales como España.
“Vestales” (2022)[5] es una obra creada a partir de la recopilación de cromos de prostitución encontrados principalmente en barrios de migrantes de la Comunidad de Madrid, encaje de lencería y textos extraídos de corpus legales. En la Antigua Roma, las vestales eran sacerdotisas encargadas de custodiar el fuego sagrado de la diosa Vesta, símbolo de salvaguarda del Estado y de la comunidad.
Lorena utiliza esta referencia clásica como título de la obra para establecer subliminalmente una paridad de oficios: la mujer cuidadora y responsable de su tribu, encargada de velar por el bien ciudadano. Para ello, se apropia en cierto modo de códigos kitsch y del pop art, en función de brindar una contemporaneidad adicional a un oficio llamado no en vano “el más antiguo de la humanidad”.
Tópicos como la condecoración y la veneración de los símbolos de poder se manifiestan en esta obra a la inversa. Mientras que “Al filo del lauro” pretende “descoronar”, desacralizar el poder político cuestionando los sistemas de dominio que rigen los propios patrones de distinción, y, por ende, el orden estatal, en “Vestales” dicho poder le es meritorio a las mujeres que se consagran al trabajo sexual, ofreciéndoles un lugar social y un poder civil y económico.
Pareciera que aquí es la propia artista, con la libertad de expresión creativa que le ha sido otorgada como creadora de símbolos visuales, la que designa la condecoración a dichas mujeres, y les concede la “corona laural” dentro de la sociedad patriarcal y hegemónica que tanto ha relegado y estigmatizado este tipo de prácticas sociales.
En esta intención genuina de reivindicación y de veneración de la trabajadora sexual —abordadas a la manera de Madonas o como estampas de la Virgen María—, vuelve Lorena a inmortalizar lo que no nos viene dado gratuitamente. O lo que, en principio, rechazamos.
Notas:
[1]Milán Kundera: La inmortalidad (consultado en formato digital).
[2] Artistas en producción. Exposición colectiva en Estudio 50, La Habana. Colaboración entre los estudios Figueroa-Vives, Nave Oporto y Estudio 50. Comisariada por Cristina Vives.
[3] Exhibida en Factoría Design, La Habana, Cuba, en la exposición colectiva Concretando.
[4] Michel Foucault: Vigilar y castigar (consultado en formato digital).
[5] Obra exhibida en Salamander, Miami, Estados Unidos, en la exposición colectiva Imperfect Worlds, comisariada por Yudinela Ortega y Magda González Mora.
© Imagen de portada: ‘Al filo del lauro’(2022), de Lorena Gutiérrez Camejo.
Lorena Gutiérrez Camejo (galería)
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