Rafael Vilches Proenza: la migración tras el cristal de la pintura


Rafael Vilches Proenza y Héctor Cisneros con la pintura “Mi bandera”.



Tras asistir a la exposición Cuatro escritores que pintan, que tuvo lugar en julio en el Espacio Ronda de Madrid, quise conocer más sobre la obra de algunos de los artistas. 

Busqué a Rafael Vilches Proenza, pues en sus pinturas sobre la bandera cubana hacía vibrar el rojo, el azul y el blanco con nostalgia y dolor. Rafael me recibió en el piso donde habita en Madrid, a donde llegó desde Cuba hace dos años. Allí, entre el arte que cuelga de las paredes y los libros que susurran desde los rincones, el cuadro “Mi bandera” capturó más mi atención. 

No lo hizo por presidir la sala, ni por su tamaño de 74×165 cm, sino por ser el primero que el artista elaboró en España tras un año de haber llegado, y porque la forma se relaciona con el mensaje de una manera íntima. La obra es parte de su serie de pinturas que reinterpreta la bandera cubana, pero tiene la particularidad de estar pintada sobre un cristal azogado. Es decir, un espejo. Un formato que, simbólicamente, se relaciona con la condición actual de muchas otras personas que, como Vilches, están exiliadas en España y no han podido integrarse en la sociedad por el aparato legal hacia los extranjeros.



Mi bandera” de Rafael Vilches. Técnica mixta. 74x165cm, 2024.



En la España de los siglos XVII y XVIII, el cristal y la pintura sobre este fueron ampliamente apreciados, a pesar de que para su desarrollo fuera fundamental la inmigración desde otras partes del reino y desde fuera de él. Si Carlos II nombró pintor del rey a Carlo Garofalo, especialista en pintura sobre vidrio, quien era originario del virreinato de Nápoles (Ruiz Sanz de Bremond, p.1082)[1], su sucesor, Felipe V, fundó la Real Fábrica de Cristales, tras propulsar una red de espionaje industrial que logró traer a España a especialistas y artesanos de Francia, Alemania y otras partes allende sus dominios (Museo Tecnológico del Vidrio, La Granja, España). 

Con la integración del talento extranjero, la fábrica consiguió crear artículos de lujo, entre los que destacaron los grandes espejos que pueblan hasta hoy los palacios de la Península, y la pintura sobre cristal se convirtió en un artículo de prestigio. 

El artista Rafael Vilches retoma esta tradición española: el cristal y el pintar sobre él; pero, en oposición al lujo y a la inmigración bienvenida que representa, él ha obtenido el espejo que sirve de soporte a “Mi bandera” de un botadero de basura, y las brochas y pinceles de las calles. Es una protesta contra la dificultad, porque en Cuba los materiales artísticos son solo para unos pocos y porque las leyes españolas para extranjeros no le dan derecho a trabajar. 

El contraste se acrecienta porque, mientas que Carlo Garofalo vino a España cuidando que no se rompieran un par de pinturas de Luca Giordano, listo para restaurarlas si sufrían algún daño en un viaje tan largo (Hermoso, p. 317-18)[2], ahora el artista cubano ha quebrado él mismo el espejo antes de pintar con acrílico sobre él.



Luca Giordano. “La adoración de los magos”. Óleo sobre vidrio. 1688. Palacio de La Granja (detalle).






Cristales rotos: soporte en la obra de Rafael Vilches.



La obra “Mi bandera” de Rafael Vilches es una interpretación del lábaro de su patria: Cuba. La primera impresión que genera es la de una nación rota: cuatro cuerdas entrecruzadas buscan unir sin éxito dos tablas, una en la parte superior y otra en la inferior, sobre las que se ha aplicado la pintura y los trozos de vidrio. 

La rotura se hace más evidente porque deja ver la pared de la que cuelga el cuadro, blanca en este caso, contrastando así con el fondo negro sobre el que se plasma la bandera. Pareciera entonces que, por muy fuerte que se hiciera la costura, fuese imposible remendar un país largamente dividido entre los de arriba y los de abajo: el régimen colonial español no le dio representación en las cortes a Cuba, sino tras las revueltas independentistas de 1868 y 1879, y no abolió la esclavitud hasta 1886. La ocupación estadounidense de inicios del siglo XX segregó continuamente a los afrocubanos de la política. A mediados de ese siglo, el turismo y la caña de azúcar hicieron de la Isla una de las economías líderes de América Latina, pero concentró la riqueza en tan sólo unas cuantas manos. El régimen posrevolucionario, lejos de erradicar la división, la zanjó, al hacer surgir la nueva élite de los incondicionales al gobierno. 

En la pintura de Vilches, la bandera se tuerce dolorosamente en la sección inferior, la que corresponde a los de abajo, donde el artista ha estado por su disidencia al régimen. Solo aquellos que ejerzan una severa vigilancia sobre la obra, como lo hacen los de arriba en Cuba, observarán que, desde allí, una franja azul se fuga furtivamente de la pintura: rompe el vidrio, trepa con sus pigmentos por encima del marco que la encierra, y entra en la realidad del espectador, tal como ha hecho Rafael Vilches al llegar a Madrid, así como muchos otros cubanos que se embarcan hacia los diferentes puertos del exilio.[HC1] 



Costuras para unir la bandera.






Pintura en fuga.



La pintura nos deja ver que la migración está llena de muros: el marco hace referencia a los que se ven, a los que se levantan con concreto, acero, madera o hasta boyas sobre las aguas. El cristal alude, al mismo tiempo que a la tradición artística española que se forjó a través de los migrantes, a los muros invisibles, a los hechos con legislaciones, ideas o palabras, a los que parecen ser una puerta abierta que, en realidad, está cerrada. 

Si bien la Declaración Universal de los Derechos Humanos establece en el artículo 13 que “toda persona tiene derecho a elegir su residencia en el territorio de un Estado” y en el 23 que “toda persona tiene derecho al trabajo” y, al adherirse a ella, los países dicen abrirle la puerta al migrante, las legislaciones particulares sobre extranjeros terminan dejándolo fuera, en la irregularidad y sin oportunidades de trabajar, si no tiene en su haber grandes cantidades de dinero, un requisito muy lejano del espíritu de la Declaración Universal. 

La pintura de Vilches nos deja ver que, a los dos lados del muro de cristal, hay hombres a los que se les impone seguir estando abajo. El hombre nace prisionero de su propio país, no necesariamente porque este levante muros para mantenerlo dentro, sino porque todos los países alrededor son los que los levantan.

Si bien el contenido de “Mi bandera” alude a la patria herida que se deja atrás, el soporte refiere implícitamente a la condición actual del migrante. La pintura de Vilches es un golpe de mazo contra los muros, ya estén dentro de un país dividido entre los de arriba y los de abajo, o dividiendo las naciones. Su obra busca romperlos, así sea de la manera en que lo hacen cientos de seres humanos: subrepticiamente. Es un golpe de color y forma, para que el mundo sea por fin un hogar a cualquier lado del espejo. Y para que la migración deje de ser la gran deuda que las civilizaciones actuales tienen con humanidad.





Notas:
[1] Ruiz Sanz de Bremond, Melania. “Las pinturas sobre vidrio de Luca Giordano y sus discípulos en el tratado de De’Dominici”. Universitas: Las artes ante el tiempo. XXIII Congreso Nacional de Historia del Arte. Salamanca: Universidad de Salamanca, 2021. 1075-85.
[2] Hermoso Cuesta, Miguel. “Nuevos datos sobre la presencia de artistas napolitanos en España en el siglo XVII”. Artigrama, núm. 17, 2002, 313-328.