Limbo es una palabra rica en contenido, posee cinco acepciones que dan la impresión de no tener mucho que ver entre ellas: desde el contorno aparente de un astro, el lugar donde se detenían las almas de los justos en el Antiguo Testamento esperando la llegada del Mesías, hasta su uso más común entre nosotros, los cubanos, referido a estar distraído o alelado.
Pero si vinculamos la palabra a un artista: ¿cómo puede este sujeto, siempre tan atento al mundo, a sus giros contradictorios, sostener ese estado ambiguo que le permite participar y estar ausente al mismo tiempo?
Los que conocen a Yornel Martínez y lo han visto intervenir en debates y conferencias, promover a escritores y poetas conocidos o ignorados, desplegar ideas que cuestionan los intereses dominantes, pensarán con razón que se encuentra muy lejos de la ambigüedad propia del limbo. Sin embargo, su creación se sitúa en un espacio particular, no se puede encasillar en tendencias o movimientos: es portadora de una espiritualidad tan fina que flota sobre cualquiera de las dominantes del arte, sean estéticas o éticas.
Yornel transita de la instalación a la obra en proceso, al dibujo y la pintura, trazando una huella que solo puede identificarse por la fugacidad de la imagen; porque aunque esa huella esté incrustada en la marquesina de un cine —“La claridad empieza a parir claridad”, Virgilio Piñera, Cine Payret—, su significado no se agota en las palabras que anuncian un filme inexistente, sino en el gesto que hace volar al transeúnte que las lee.
En esta ocasión, en el Centro de Arte 23 y 12 y bajo el título Confiésamelo, Yornel ha expuesto seis pinturas en las que se concentran dos elementos dominantes de su creación: relaciones entre texto e imagen, desdoblados entre significados, evocaciones y tránsitos conceptuales, y austeridad en las soluciones formales.
En el conjunto de la obra de Yornel, esta es la primera ocasión en la que aparecen solo piezas realizadas en este medio: pinturas concebidas en momentos diferentes, elegidas porque sintetizan los disímiles caminos a emprender mezclando texto e imagen.
Desde tal propósito, se puede apreciar un lienzo con el título “Sr.” (2016), en el que aparecen solo esas dos letras en negro sobre un fondo dorado mate. Yornel apela a su potencial significativo, a la fuerte carga de un contenido que nos remonta a un sentimiento de miedo, sumisión o respeto, y, como es habitual en su obra, tal fuerza se sostiene en una escueta imagen, estableciendo un tránsito entre lo que se presenta y lo que ese significado contiene; en ello reside su potencia visual.
“El blanco de Mallarmé” (2015) es otra de estas pinturas. Nos muestra un cisne que alardea de su belleza, en calidad de imagen en la que todo está dicho desde la presencia, evocando a una imagen socorrida por la publicidad y presente en la vida cotidiana. Las intenciones semánticas descansan en una relación formal que, a diferencia de la pieza anterior, no va más allá de esta evocación.
En otra obra, “La fijeza” (2013), contemplamos una tetera blanca que sugiere lo íntimo, el momento de descanso, la tradición del silencio; pero, situada sobre un yunque, apenas esbozado, la tetera puede adquirir diversas connotaciones y el artista completa esta unión con la palabra que da título a la obra, creando un caprichoso juego entre elementos que fuerzan a buscar sus relaciones y a preguntarnos qué se denota y qué se connota.
“Efecto dominó” (2017) consiste en unas letras de imprenta que van cayendo unas sobre otras, formando la palabra que le da título a la obra. Están realizadas en gris, descansando sobre un plano que las refracta, y tienen algo de humano, de real, son un juego interrumpido.
Valga mencionar la obra más hermética de la exposición: “Nervous system” (2013), compuesta por la imagen de un fragmento de una sierra y, en la parte superior del cuadro, el emblema que acompaña lo que se quiere glorificar, junto a las palabras que nombran la obra. Tres elementos hermanados que pueden referirse a cualquier circunstancia de la vida social, teniendo en cuenta que las glorias muchas veces se conquistan cortando y lacerando los vínculos humanos.
Por su colorido específico, destaca también un lienzo de fondo verde sobre el que se incrustan tres tomates rojos y la frase: “Cuando los tomates son rojos incrementan la posibilidad de que el fondo sea verde”. Tal composición nos puede parecer un simple juego formal entre una llamativa imagen y una frase ocurrente; pero, como sucede con el lenguaje popular, donde los significados se transfieren a las interpretaciones, acontece que serán los contrastes los que nos hagan ver con más claridad el sentido y el valor de lo real. En esta oportunidad nos ofrece una narración, una simulación semántica que acciona color y texto.
Estos desplazamientos no aluden solo a la intención lingüística: son, sobre todo, un preciado y complejo despliegue de procedimientos constructivos que enriquecen y sostienen los contenidos de las piezas.
El texto sobre la obra de Yornel Martínez escrito por la curadora y crítica de arte Suset Sánchez, nos brinda una valiosa afirmación que refuerza lo expresado anteriormente: “…este creador adopta posturas neoconceptuales porque logra que la imagen sea una construcción textualizada”. Y como el mismo artista afirma: “Apenas intento dejar una huella poética de lo intraducible en términos de lenguaje”.
El camino de lo sensible es largo y se ha visto cosechado por artistas que hacen de la imagen un caudal de sentidos y significados, como cineastas del calibre de Andrei Tarkovsky y Alexander Sokurov. Ellos han logrado despertar el alma de las dudas y los silencios más profundos del hombre.
Pero la imagen fija necesita ser construida con distancias que contengan lo que la imagen en movimiento nos brinda, narrar a través del tiempo; esto explica el valor que le asigna Yornel Martínez a las paradojas, a la ambigüedad, el colocar objetos juntos que en la realidad no coinciden, significados opuestos que tienen una vida distante, palabras que van más lejos que su construcción en imágenes.
Estos enlaces lógicos son ilógicos si los pensamos relacionados con el orden natural de la vida; en el del arte, andan en la búsqueda, como anuncia Suset Sánchez, de lo que se construye como texto.
Yornel se abroga todas las licencias posibles en los juegos de significados, de apariencias, de cruces de valores culturales que, como él argumenta, pueden consistir en “la forma en la que la imagen vive fuera de la imagen, del surrealismo a la publicidad”. Sus cruces de género y formas artísticas han experimentado con la poesía visual, la creación de publicaciones, los caligramas, los libros de artistas y la intervención pública.
Esta labor le ha permitido ampliar sus propuestas conceptuales hacia un territorio no transitado habitualmente, tratando de manosear tensiones entre íconos y figuras, modelando la analítica cubista, como sucedió cuando adulteró el espacio de una librería con Intervención en una librería (XII Bienal de La Habana) y la obra “Lecturas arbitrarias” (2015): transformando el modo en que habitualmente se muestran los libros al colocarlos en sitios ocultos y sorpresivos de la librería Fayad Jamís.
En sentido general, a Yornel lo inspira la posibilidad de horadar los caminos de la representación buscando sus propios medios expresivos, que le permiten encontrar posibilidades que no se limitan al hallazgo semiótico, a los sondeos en las particularidades estructurales del lenguaje visual; pues no se trata solo de la analítica del lenguaje, sino de inquirir en los instrumentos lógicos que la cultura establece como premisa para la comunicación.
A mediados de 2019 Yornel promovió un encuentro del que formaron parte diez propuestas creativas cuyo perfil era editorial, bajo el sello Ediciones Asterisco. Entre otras publicaciones y trabajos en colaboración, se encontraba su obra “Esto no es un museo” (2018), formada por una serie de postales que constituían “una reflexión sobre la noción tradicional de museo y nos estimula a pensar sobre las narrativas museísticas. Los museos imaginarios que se advierten aquí introducen un comentario crítico y humorístico sobre el paisaje urbano, al tiempo que funcionan como un modelo de institución donde su puesta en escena en el espacio público genera en sí nuevos sentidos”.
Cada una de las publicaciones que integraban el proyecto se destacaban por su perspectiva crítica hacia diferentes esferas del arte; por ejemplo el cuaderno Manual anarquista de preparación artística, de Luis Camnitzer, trataba sobre el arte y el artista, sus límites creativos y sus caprichos. (Esta publicación formó parte de la exposición Una piedra en el zapato, con edición y curaduría de Elvia Rosa Castro, colateral en la XIII Bienal de La Habana, 2019; sobre el proyecto editorial, en la contraportada del libro se lee: “Plataforma concebida para explorar nuevas tipologías de prácticas editoriales colaborativas. Sus publicaciones son el resultado de procesos de investigación, enfocados en el contexto del arte contemporáneo. Nos interesan fanzines, marcadores de texto, postales y publicaciones de artista, etcétera. Ediciones* sigue una línea de diseño austera y económica, y no tiene fines de lucro”).
Yornel Martínez es un artista muy inquieto y realmente voraz a pesar de su aparente calma, de la moderación de sus gestos, de su amable sonrisa. Vive al tanto de un mundo que demanda respuestas diversas. Quizás por eso, en unas notas que me envió a raíz de la escritura de este texto, me decía: “La ideología odia los agujeros negros”.
No sé si pronto convertirá esta frase en imagen.