ʻSimónʼ, la reconciliación entre los venezolanos en tiempos de dictadura y exilio

Entre el 2014 y el 2015 viví un año en Venezuela. Durante esa etapa de mi vida conocí dos estados: Anzoátegui y Zulia, en ese caliente Maracaibo que guardo en mis recuerdos con mucha nostalgia. 

Han trascurrido diez años y Venezuela continúa sometida a una cruel dictadura. El pueblo venezolano sufre las consecuencias y el costo que ha tenido para su democracia la importación del modelo totalitario cubano por parte del megalómano de Chávez y la obsesión de poder de su heredero Nicolás Maduro. 

Si algo no ha cambiado durante más de dos décadas en Venezuela es que el espíritu de resistencia del pueblo venezolano no ha cesado, es inquebrantable. Los venezolanos contra viento y marea continúan luchando por restaurar la democracia y la libertad, pese a la brutal represión del régimen de Maduro.

Recientemente pude disfrutar del filme venezolano Simón (2023), primer largometraje del cineasta Diego Vicentini, seleccionada para representar a Venezuela y nominada como mejor película iberoamericana en la 38ª edición de los Premios Goya.



Tras graduarse en el Boston College en el 2016, el joven cineasta estudió Dirección de Cine en la Escuela de Arte Cinematográfico de Los Ángeles, en los Estados Unidos.

El éxito e impacto social del filme ha sido de tal magnitud que el régimen no lo pudo censurar. Pese a la falta de libertades existente en Venezuela y la censura, la cinta ha podido ser exhibida en el Festival de Cine de Mérida y otras ciudades del país, convirtiéndose en una de las cintas más taquilleras del cine venezolano en los últimos años, pese a las advertencias desalentadoras de algunos productores que no confiaban en el proyecto por considerar que no tendría éxito comercial.

Desde esta perspectiva, la película reafirma la necesidad, en este contexto social del siglo XXI convulso, marcado por la despolitización y la falta de compromisos, de la función del cine como herramienta de denuncia social de una realidad como la venezolana, sin tener que acudir al panfleto político, así como la necesidad de visibilizar la crisis política de Venezuela desde un filme con un enfoque humanista que pone su énfasis en el poder del diálogo y la reconciliación.

El largometraje tiene como antecedente un documental de igual título sobre las protestas estudiantiles del 2017, fruto de su tesis de Maestría en Cine. Su visionaje resulta oportuno en estos momentos de tensión y conflicto que atraviesa Venezuela, tras las elecciones del 28 de julio pasado, con un triunfo rotundo para la oposición y su líder Edmundo García Urrutia. Una vez más el tirano está ignorando la voluntad popular a través del fraude, para intentar perpetuarse en el poder a base de represión y persecución política. 

Simón narra la historia de un joven que, tras participar en las protestas del 2017, es encarcelado y sufre tortura. Tras ser liberado, logra escapar al exilio en Estados Unidos y pedir asilo político en Miami, ciudad donde no sólo enfrenta los rigores del exilio, las barreras culturales y lingüísticas, sino que también tiene que asumir dilemas morales, ante la presión de sus antiguos colegas del activismo político contra el régimen, quienes esperaban su regreso y desconocían su decisión de pedir asilo político, lo cual implica no poder retornar al país de origen. 

En el plano dramatúrgico, la cinta posee el mérito de haber contado con la excelente interpretación del actor venezolano Christian McGaffney, cuya vocación bilingüe aportó mucho a la cinta, al reforzar la credibilidad del personaje y su contexto. 

En ese sentido, el filme es un homenaje a todos esos estudiantes que en el 2014 alzaron su voz contra la tiranía, y que hoy continúan arriesgando sus vidas en las calles de Caracas. 

Simón es el rostro simbólico del imaginario social de los miles de jóvenes protagonistas de esos hechos, cuya existencia y destino ha trascurrido en el anonimato, y que son los héroes de este capítulo de la historia de Venezuela, donde se ha pagado un precio muy alto por rescatar la democracia.

Aunque Vicentini había emigrado de Venezuela a los 15 años, su mirada desde la ficción sobre las históricas protestas de Venezuela en el 2017 posee total veracidad y rigor. Simón es una alegoría simbólica de esos jóvenes que hoy no se rinden ni han renunciado a la esperanza de una Venezuela libre e inclusiva, pese a la persecución y la tortura. 

Según el Foro Penal Venezolano, el periodo de protestas en 2017 contra la dictadura dejó 50 muertos, casi 3000 heridos y más de 1300 detenidos. Esta realidad ha sido denunciada por organismos internacionales como la ONU. Tras las elecciones del 28 de julio de 2024, este escenario vuelve a reeditarse.

Como en aquel épico 2014, en 2024 los jóvenes venezolanos salieron nuevamente a las calles a protestar, exigiendo se respete la soberanía popular y el voto. El régimen, como es habitual, responde con mayor represión, con un saldo de más de 2000 detenciones arbitrarias y más de 20 fallecidos a manos de las fuerzas de seguridad. Las violaciones a los derechos humanos son algo cotidiano en Venezuela, donde hoy impera un clímax de persecución y terror.

En un contexto así, Simón nos ofrece muchas interrogantes y respuestas, dilemas que acompañan a cualquier sociedad sumida en la polarización política, como parte de un conflicto no exento de contradicciones. Las claves de las mismas se sitúan en la escena donde Simón, al asistir con su novia estadounidense a una discoteca, se encuentra con el joven que lo había delatado. Su reacción en ese momento era predecible. Resultó ser violenta: golpeó al joven, lo que causó su detención en un centro migratorio en Miami, enfrentando el peligro de la deportación. 

Inesperadamente, su coterráneo decide retirar los cargos y contarles los motivos reales de su delación, ante la presión y acoso del régimen. El epílogo no podía ser más redentor: ambos jóvenes lloran abrazados, en tiempos donde los líderes María Corina Machado y Edmundo González, el presidente electo, han convocado y reiterado la necesidad de reconciliación entre los venezolanos, hoy fracturados por una ideología nefasta que ha sembrado en todos los rincones donde se ha implantado la miseria, la opresión y la muerte. 

La tragedia de los venezolanos es la misma que la de los cubanos, que también han optado por el exilio con tal de buscar una vida más digna. 

La escena final de Simón, sin existir ningún tipo de conexión, establece una relación dialógica con la escena final de Plantados, la cinta que realizó en el 2022 Lilo Villaplana, sobre los presos políticos en Cuba. Sobre todo, por ese desenlace donde el protagonista se encuentra en el exilio con su carcelero y represor, y decide secuestrarlo para hacer justicia pero abandona la idea, y entonces la cinta concluye con un plano donde ese siniestro personaje se suicida. 

Ambas cintas intentan trasmitir, en los dos contextos sociales, un mensaje que rechaza el resentimiento y la venganza, para apostar por el perdón y el reencuentro entre los venezolanos divididos por la ideología y la política.

Simón posee una excelente fotografía, con tendencia a remantizar los ambientes sobrios y lúgubres, claves para recrear los centros de tortura en Venezuela. Lograr esa atmósfera de terror y desolación constituye un logro para Vicentini porque, siendo su primer largometraje, ha tenido resultados estéticos extraordinarios.

El guion posee calidad y excelente factura. Con una estructura convencional logra los efectos dramáticos deseados y, lo más importante, convence al espectador no sólo venezolano sino de otras latitudes. 

Este filme trascenderá y constituye un mensaje de esperanza para los venezolanos del exilio y los que aún no han abandonado su país, los que no han renunciado a salvar a Venezuela de la desesperanza, la desidia y la incertidumbre. Por lo demás, esta obra enaltece a la cinematografía venezolana independiente y la sitúa en el panorama cinematográfico mundial.

En las últimas semanas, las imágenes de jóvenes derribando las estatuas de Hugo Chávez recorren en el mundo y se tornan un fenómeno viral en las redes sociales. Pareciera que la generación de Simón volvió a tomar las calles y, tras largos años de frustración, ha reconocido que el fin de chavismo ha llegado de manera irreversible y que un nuevo amanecer se anuncia para Venezuela. 

Ver el filme Simón tras el 28 de julio de este año me ofrece la sensación de que, desde las sombras y la oscuridad, ha emergido una luz radiante y esperanzadora para Venezuela. 

El sacrificio de aquellos jóvenes que perdieron la vida en las jornadas del 2014 no será en vano. Son muchas e insospechadas las posibles lecturas de este filme que no envejecerá jamás.


‘Simón’, una película de Diego Vicentini







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