¿Es usted de los que está en contra o a favor del nuevo Código de Familias cubano? Cualquiera que sea la respuesta, asegúrese de leerlo, pero de leerlo bien. No cualquier interpretación valorativa que le llegue por sus redes sociales, sus vecinos, incluso este propio artículo.
Luego de haberlo hecho, entonces comience a buscar sus dudas, sus inquietudes sobre la base de artículos o programas de interés. Entienda que el anteproyecto del Código contiene 132 páginas; pero si este número le parece extenso, crea que puede ser el equivalente al tiempo que usted invierte en debatir con su vecino o sus amistades el documento sin haberlo leído, lo cual será menos productivo.
El Código de Familia vigente, aprobado como Ley no. 1289 de 14 de febrero de 1975, “constituyó un hito en la promoción de principios éticos, sustentados en nuevos valores morales y sociales de las familias cubanas”, según reza en la introducción de su sustituto, ahora a debate. Con él, las mujeres cubanas tuvieron acceso a un aborto libre y seguro, una conquista que todavía hoy muchos países de Latinoamérica no tienen.
La sociedad ha cambiado, le guste a gran parte de ella o no, y las bases de procesos como el divorcio y la custodia de los hijos están desde el documento de 1975. Y, si bien las leyes son vinculantes o incluso prohibitivas, no tienen por qué dictar conductas sociales o preceptos morales; más bien regularlos y organizarlos. ¿Qué significa esto? Pues algo muy parecido a ese meme que se ve en las redes: “Si usted no quiere abortar, no aborte; si usted no se quiere casar, no lo haga; pero permita a otros que lo hagan”. Porque la realidad es que las familias de diferentes formas, tipos y relaciones afectivas existen en la Cuba actual. El nuevo Código solo les posibilita igualdad ante la ley.
Lo cierto es que desde hace años el audiovisual cubano viene reflejando —y denunciando— varias realidades del funcionamiento de la sociedad cubana que, en estos momentos, necesitan ser protegidas, legisladas y coordinadas.
Adultos mayores en las pantallas y en el Código
El envejecimiento poblacional y la convivencia de varias generaciones bajo una misma vivienda son realidades. Y, aunque el problema de la vivienda no es una situación que pueda resolver ningún código, sí puede ser garantizada la forma en que se relacionan los convivientes. Por tanto, cuando el Código establece las regulaciones sobre el papel de abuelas, abuelos, otros parientes y personas afectivamente cercanas, solo está poniendo en letra de molde lo que ya sucede en las familias cubanas.
Así, el cortometraje de ficción La profesora de inglés (Alán González, 2015) constituye una obra que reafirma y recrea una terrible cotidianidad: la sociedad envejece y no estamos preparados para ello. Una profesora de inglés, Sonia (Coralita Veloz), divide su tiempo entre dar clases particulares y cuidar de un anciano enfermo (Echemendía). La rutina de los cuidados y el hecho de que solo recaigan en ella, mientras sus hijos varones ignoran esta situación, es el ambiente narrativo del cortometraje dirigido por González, quien adentra al espectador a esta nauseabunda realidad y a la dificultad que viven sus personajes.
‘La profesora de inglés’ (Alán González, 2015).
El realizador no pretende esconder nada de la miseria, la tristeza de la situación en que se hallan. Busca, expresionista e impresionistamente, más que la compasión, la identificación y el progresivo entendimiento de las angustias de esta pareja.
El rol de cuidadoras, casi concedido obligatoriamente a las mujeres, deviene hecho inobjetable en esta película. Buscando una historia de frustración, el realizador se adentra en tópicos muy álgidos en Cuba, como la jubilación, el dejar espacios a los más jóvenes y, si se quiere, hasta la eutanasia. El papel de Echemendía es el símbolo del enfermo; en él caben todas las dolencias y también la imagen de la opresión a la que ambos se enfrentan. Su incapacidad para respirar significa tanto para su personaje como para Sonia, que pasa de verlo como su pareja, a un obstáculo para su realización profesional.
Predomina la imposibilidad del personaje femenino de continuar realizándose profesionalmente; es esto lo que más la frustra.
Sin embargo, la mirada novedosa del director recae justo en esa frustración, pues —más allá de que ha quedado demostrado que su salud se va deteriorando—, pocas veces se dirige el foco hacia las aspiraciones profesionales de las cuidadoras, que ven truncadas al asumir el cuidado de un enfermo. Para calzar esta ironía, es precisamente ella una profesora, cuya labor es servir de algún modo a los otros, pero de una forma que la reconforta. La casa en la que viven se convierte entonces en el reflejo de la opresión, la frustración y el deterioro que viven la cuidadora y el enfermo. El corto refleja coherentemente el mundo interior de los personajes.
Más paternidades responsables, menos madres adolescentes
Para aquellas personas centradas en “la preservación de la especie humana”, el Código de Familias trae todo un acápite sobre la gestación solidaria. No solo prevé la posibilidad de que parejas del mismo sexo puedan ser padres y madres, también iguala en este sentido a aquellas parejas heterosexuales que llevan mucho tiempo intentando embarazarse, sin éxito, por cualquier problema biológico.
La figura legal de la “responsabilidad parental”, que tanto ha preocupado a algunos, pues sustituye a la ya tan acostumbrada “patria potestad”, no solo establece igualdad de condiciones para los padres, sino que también lidia con situaciones del contexto cubano como el embarazo en la adolescencia. De hecho, más importante que preocuparse por si dos personas del mismo sexo se puedan casar, es saber a qué edad lo pueden hacer. El nuevo Código de Familias establece la mayoría de edad para esta acción a los 18 años. ¿Por qué es importante este aumento de la mayoría de edad? Pues porque se ha demostrado internacionalmente que los adolescentes no están en condiciones psicológicas ni económicas de asumir todas las responsabilidades que llevan este tipo de relaciones.
Así —tanto en la ficción como en el documental—, varios cortometrajes cubanos abordan el embarazo en la juventud o la adolescencia. Ejemplo de estos materiales es Oculta (Jessica Franca Artigas, 2016), cuyo principal tópico es el embarazo en la adolescencia; conflicto femenino porque el cuerpo y la vida de las mujeres se ven envueltos en él como en ningún otro proceso biológico, particularmente en la adolescencia. Una situación que permanece hoy en día, como bien lo puntualiza la realizadora al final de su corto.
‘Oculta’ (Jessica Franca Artigas, 2016).
María (Anel Perdomo), una adolescente presionada por la escuela y por su padre, queda embarazada. Ante tal situación, solo confía en su amiga Adriana (Andrea Doimeadiós). Aunque ambas se apoyan, termina practicándose un aborto ella misma ante la imposibilidad de comunicar su situación y no ser juzgada por la escuela y por su propio padre. Agravantes de esta situación lo constituyen las condiciones de la “beca” preuniversitaria, los reglamentos igualitarios, el trato despótico al que es sometido buena parte del estudiantado durante ese momento de su vida; todo ello justificado por la disciplina a la que deben ser sometidos en aras de lograr ser “mejores seres humanos”.
La construcción visual de Oculta, a través de la fotografía ejecutada por la misma directora, no solo expone la situación de ocultamiento en que se haya el personaje de María, sino que logra infundir las sensaciones que produce la arquitectura característica de estas instalaciones educativas. El uso de travellings y grúas para los baños, los pasillos interminables que declaran el ideal de igualitarismo que perseguían dichas edificaciones, son parte del laberinto de emociones y problemas en el que se halla la protagonista.
Incluso, la disciplina impuesta pero no lograda, así como la invisibilización de temas de índole sexual, tanto en las escuelas como en las familias, ha hecho que el embarazo en la adolescencia cubana se convierta en tema de campañas de prevención. El embarazo como estigma, donde la mujer debió haber cuidado más “su reputación”; donde las familias de las adolescentes lo asumen como una carga desde el mismo principio; donde implica la interrupción de sus estudios o el riesgo de ser expulsadas de estos sistemas educacionales.
Violencia de género no es lo mismo que violencia familiar, pero es un comienzo
Aún sin una ley integral contra la violencia de género, el Código de Familias intenta legislar la violencia familiar y obligar al Estado a un papel más protagónico en el asunto. El documento recoge que “todos los asuntos en materia de violencia familiar son de tutela judicial urgente y quien se considere víctima o conozca de un hecho de esa índole, puede solicitar ante el Tribunal competente su protección a tal fin”.
Tal vez a usted le preocupe el “papel del Estado” en asuntos tan íntimos como la familia; pero pregúntese cuántas veces ha visto a un padre maltratador y no ha podido hacer mucho, pues estas son “cosas íntimas”, aun cuando usted sabe que está mal.
Como todo fenómeno social abordado por las artes, y en específico el cine, se hace necesario procesarlos colectivamente. Si bien algunos materiales iniciaron un camino de exposición sobre la violencia de género, fue necesario el paso de los años para que el tema se abordara desde la mirada de los sujetos femeninos, utilizando otros recursos discursivos y expresivos que proporciona el audiovisual, más allá de una puesta en escena simple o un material ficcional de denuncia.
Así llega Buey (Carlos Quintela, 2012), un corto con varios niveles de comprensión y denuncia, que habla cinematográficamente sobre el ciclo de la violencia de género. Durante varios minutos se ve la agonía de una mujer que arrastra a un hombre, presumiblemente su pareja, y la atmósfera entre ambos personajes a los que solo los ata una soga. Es un recorrido por varios caminos de la violencia de género y también de la conocida como intrafamiliar.
‘Buey’ (Carlos Quintela, 2012)
Quintela crea un pequeño universo dentro de este cortometraje donde, desde la puesta en escena, está buscando la alineación de un producto reflexivo y provocativo que tenga a su disposición todos los recursos cinematográficos en un guion bien elaborado, acompañado por una dirección de fotografía que busca componer, de conjunto con el montaje, el —en apariencia— sencillo mensaje: la violencia de género no debe ser algo natural o aceptado. Las implicaciones culturales de materiales como este son mucho más polisémicas que artísticas y buscan una denuncia formal de los hechos.
También desde una mirada más vinculada a los soportes que brindan los estudios de género aplicados al cine, vale la pena mencionar el cortometraje I Love Papuchi (Rosa María Rodríguez, 2018). Desde la representación, I Love… tiene como sujeto el personaje femenino y a través del relato oral de cómo ella conoció a su pareja y es su vida en común, se asiste a un desmontaje de algunas de las causas que propician la violencia de género.
‘I Love Papuchi’ (Rosa María Rodríguez, 2018)
Luego de una completa lectura, puede uno concluir que, en sentido general, el Código de Familias reconoce elementos tan abarcadores como el derecho de los menores a ser tenidos en cuenta en todo proceso legal que les interese, hasta conceptos tan específicos como la presencia de figuras legales como las familias solidarias —aquellas que podrían intervenir en la crianza de los niñas y niñas en caso de ausencia del padre o la madre—. Sin embargo, el audiovisual cubano lleva más de veinte años representando estas y otras realidades de la Isla.
Así lo demuestran varios materiales de ficción, como Estado civil: unidas (Carla Valdés, 2013), La casita (Ariagna Fajardo, 2011), Camila y Camilo (Lenia Sainiut, 2013) o Abecé (Diana Montero, 2013), entre muchos otros; los cuales, más que representar el concepto de familia, terminan por ampliarlo. No obstante, con la aprobación del texto legal, todos estos audiovisuales podrían formar parte de esa categoría científica y nostálgica llamada archivo.
© Imagen de portada: Fotograma de ‘I Love Papuchi’ (Rosa María Rodríguez, 2018).
‘El Mayor’, una película sin grados
Antonio Enrique González Rojas
‘El Mayor’ (Rigoberto López, 2020) solo merece el apelativo de “espectáculo malo”.