El camino a ‘Vicenta B’ (IV)

Nocturno hindú

Anoto en una libreta el nombre de la película de Alain Corneau que me enloqueció tanto: Nocturno hindú. ¿Era de Corneau o de Téchiné? Da igual, el tipo ese buscando a su amigo por la India… Perdido entre tantas castas, la pitonisa deforme, la playa y la dama del final… 

Llevo años y años soñando con la India. Con Melaza por poco viajo, pero no pude, no invitaban al pasaje y yo dinero no tenía.

Llevo años y años soñando con una calle oxidada en la India.



Marisa Paredes

Hace como tres o cuatro años estaba trabajando en el guion de la película y había un personaje que no acababa de convencerme. No sabía si debía eliminarlo o mezclarlo con otro. El caso es que ese libreto, que estaba bastante verde, había llegado a un punto que no daba para más. No se me ocurría más nada. Necesitaba ayuda externa.

El curso de desarrollo de proyectos cinematográficos en Madrid era un espacio perfecto: me permitía viajar a la capital española y al mismo tiempo tener la asesoría de dos profesores de primera.

Después de aplicar y pasar varias pruebas logro montarme en el avión rumbo a Madrid. En el asiento me encuentro una de esas revistas de Air Europa donde hay una entrevista a Marisa Paredes. Pienso en el personaje (que al final va a estar eliminado) y en lo bueno que sería tener a una actriz así, que interpretara a esta veterana.

Par de años atrás, cuando el fatídico festival de la censura de Santa…, en una noche lluviosa, no sé cómo ni por qué habíamos acabado en una fiesta donde Chema Prado y Marisa Paredes se nos habían acercado a preguntar por el tema de la prohibición y hasta nos habían brindado su solidaridad.

En las ocho horas de vuelo empecé a fantasear, y creía que sí, que todavía tenía el correo de este señor que era una eminencia de la filmoteca española. A través de Chema le podía escribir a Marisa.

Llegué a Madrid, conocí al grupo de estudiantes, me instalé en el hotel, hablé con los profesores, que eran Jaime Rosales y Félix Viscarret, y poco a poco el guion fue mejorando. Al mismo tiempo me hice de una línea de teléfono para estar comunicado y nada, que terminé escribiéndole a Marisa.

Escribí una carta de lo más respetuosa y se la mandé. A los pocos días estoy caminando por una callecita rumbo a una librería y recibo un mensaje de voz suyo donde me dejaba par de pistas como para quedar con ella y, entre el nerviosismo y la torpeza, por poco lo borro.

Gracias a Dios, todo salió bien y pudimos encontrarnos. Esta gran actriz, que me encanta, vivía cerca de donde yo me quedaba y quería verme, pero antes, por supuesto, tenía que leerse el guion. A mí me quedaban unos pocos euros y me mandé a correr a un lugar de impresión, a encuadernar el libreto, buscar un sobre bonito y pedirle de favor a una amiga que sirviera de mensajera y le llevara el guion a Marisa.

Una persona de la industria me había dicho que, en esos niveles, allá arriba, estaba muy mal visto que el director no tuviera una asistente de producción o una secretaria que le llevara los guiones.

Mi amiga fue. Llevó el guion y a los pocos días, finalmente, me encontré en un hotelito muy chulo, llamado Only You,con esta maravillosa actriz. Yo llegué primero, no tenía mucha plata, me compré un café y esperé un rato. Por el ventanal la vi llegar y me dio una sensación graciosa, como si estuviera en una película de Almodóvar. 

La señora Paredes llevaba un abrigo bien apretado al cuerpo, unos guantes y unos espejuelos oscuros. Nos sentamos, creo que se tomó un té y empezamos a hablar un poco de Cuba y terminamos hablando de la película. A ella le gustaba la historia y estaba encantada; por supuesto que se podía ir a La Habana a hacer el papel de X.

Durante esa semana nos vimos tres veces más y hablamos mucho por teléfono. Terminamos mandándole el guion a la gente de El deseo. Todo era muy loco, yo estaba sin un peso y apostando por algo que no sé si podía mejorar la película o no. Era como estar jugando a la ruleta rusa. 

Volvimos a vernos en el hotel y conversamos. Fabulamos con nuevas ideas y cambios para la película. Luego un día fui a su casa y le llevaba unas galletas tipo alfajores para celiacos, muy ricas, que, sin querer, Marisa dejó caer al suelo. 

Las galletas rotas en el suelo fueron como un presagio. En ese momento sabía que algo malo estaba pasando. Que no se iba a dar. 

Al final, por supuesto, que no se dio. Pero tengo unas cuantas buenas anécdotas con Marisa y estuvo lindo. Hay cosas que están para que se den y otras que no. Aún hoy tenemos comunicación y es muy simpático.

Todo esto iba pasando y al mismo tiempo Jaime Rosales, que acababa de hacer Petra con Marisa, me estaba asesorando y llevando el guion para un lugar bien curioso. Interesante pero peligroso, porque en su versión, el personaje que iba para Marisa desaparecía.

Las compañeras de curso estaban encantadas por que Marisa estuviera en mi proyecto; la chica Almodóvar les mandó una caja de galletas de regalo un día. 

Orson Welles hablaba, cansado, de lo odioso que era para él tener que estar haciendo tanto lobby para conseguir el dinero para sus películas. Una de esas noches en Madrid, cuando ya estaba seguro de que el guion necesitaba mucho trabajo y que para colmo de males todo el dinero que había gastado en impresión, encuadernar y tratar de “enamorar” a una estrella internacional había sido por gusto… Una de esas frías noches, en que uno se siente pequeñito y te metes la mano en el bolsillo y te das cuenta que no tienes para nada, me pregunté: “¿Cómo carajo tú te crees que con lo jodido que está el mundo tú vas a seguir haciendo cine?”.

Esa noche caminé solo, por Chueca, con un dolor de cabeza inmenso y una morriña extraña. Tenía saudadeextrañaba algo, pero no era Cuba, no era a mi familia, no era a una chica. Extrañaba algo más profundo, más lejano, algo que había quedado atrás hacía muchos años.



Extrañaba quizá la inocencia, esos primeros impulsos que me llevaron a hacer cine. Hay gente que está en un país extranjero y dobla el lomo, trabaja y recibe su salario y avanza poco a poco, con los pies en la tierra. Yo no, yo estaba jodido, no tenía trabajo en Cuba (no tenía ni siquiera casa propia en Cuba), tampoco tenía trabajo en España, ni ganas de quedarme así, de repente. Y para colmo de males, tenía un millón de historias en la cabeza. Historias que quería contar. Historias que no daban dinero. Historias que mucha gente no estaba muy interesada en ver. Aire. La cabeza en los aires y sin tener los pies en la tierra. Todo, a punto de cumplir 40.

Estaba embarcado.



Esa noche no vi la luz. Se me hizo muy difícil. No era que tener que escribir el guion entero fuera un problema, o perder a Marisa. No. La situación, lo que más me dolía, era la puñetera sensación esa que tenía de siempre estar queriendo más y tirando para arriba.Un director de cine es eso también, un loco, un apostador, un jugador de cartas que hace un bluff a ver si le sale bien. A veces sale bien, a veces no. Con 28 años no es un problema, ya cuando pierdes el brillito de la juventud, estás jodido. Porque el que juega, pierde.


© Imágenes de interior y portada: Alejandro Acevedo.




Vicenta B

El camino a ‘Vicenta B’ (II)

Carlos Lechuga

Una cosa era que la película se parara por “fuerza mayor”, por algo gubernamental, y otra cosa era que se detuviera porque el director tenía sarna.