Las imágenes pueden ser jerarquizadas o no, creo que esa es la primera decisión que debe tomar un poeta de este tiempo.
En las calles nos encontramos perseguidos por la búsqueda y el rechazo; en nuestros recuerdos se mezcla de manera brutal lo agradable y lo grotesco; hay espíritus más fuertes capaces de transformar una cosa en la otra. Dejarse doblegar por las imágenes tampoco debe ser motivo de vergüenza o un sentimiento de derrota; aunque sí constituye el camino para adentrarnos en lo que podríamos calificar como una poética débil, alejada de lo demostrativo, flexible y abrumadoramente democrática.
La dinámica del flujo y el reflujo, de la significación y la resignificación, el relato donde la lombriz olvida mencionar al fango y se obsesiona constantemente por la semejanza de su color con la de un sexo humano; esa desviación o aparente pérdida de identidad la acojo como una posibilidad muy atendible del poema y sus consecuencias.
Cuando escribo o leo un poema minado por las desviaciones me siento protegido de la opresión, en un territorio neutro, irrigado por el caudal de la inventiva; habitando en múltiples posibilidades desde una secuencia de tiempo breve y suficientemente ambiguo. En cada uno de esos casos suele imponerse una eficaz manipulación de las imágenes que provienen de su estado natural para ser incorporadas en la violencia del lenguaje.
Es preciso en este punto tener claro que cada imagen constituye un hecho y su traslado hasta la escritura se transforma en una especulación; en esa interacción entre hecho y especulación se deciden unas cuantas cuestiones vinculadas al destino del poema. Aquí pondré un ejemplo:
El hecho: un fragmento cotidiano en la vida de una babosa, el momento en que sale del caracol y se desplaza por una o más superficies, dejando su rastro y exhibiendo con orgullo el vigor de sus antenitas.
La especulación (el poema):
La babosa no precisa menstruar/ va fundiendo/ en el mundo/ esa sustancia que establece/ con recta disposición/ cualquier filosofía/ o música,/ imagen o escritura/ en la babosa cabe./// contiene ritmos/ pulsos/ temperaturas.// Con su casa a cuestas/ va a subir el árbol/// Babosa no es un azar/ aunque haya sido/ lanzada/ como un dado/ para decir:/ la voluntad está inscripta/ delante de tus ojos.
Cuando la imagen contiene un asunto de orden social donde lo humano adquiere su acostumbrado protagonismo, entonces el fenómeno se complejiza; el hecho se abarrota de subjetividad, y a la vez se crea una nueva colonia de percepciones. Es lógico que la especulación se dilate, adquiera una intensidad de contingencia, se transforme en el campo minado que tantas veces nos desvela.
Por ejemplo:
El hecho: En la primera mitad de la década de los noventa se hizo verdaderamente dramática mi relación con las expresiones de los rostros que me circundaban en cada uno de los sitios públicos por los que transitaba, dígase ómnibus, mercados, policlínicos, centros culturales, bulevares, extensas colas; ellos, de ser anónimos, llegaron a poseer una intimidad en mis pensamientos.
La especulación (el poema “Los rostros que me agasajan”):
Son las figuras que en el agua se distorsionan/ (pero solo el agua puede seguir corriendo sin/ contratiempo,/ cuando se distorsionan en uno,/ dejan desechos, virutas,/ cuerpo extraño que molesta, sedimentos)./// Al final no tienen vida privada entre nosotros,/ el rostro que de frente nos parecía de hierro,/ de perfil nos recordaba al hueso,/ el otro elástico como una goma/ sumado a aquel tan a punto de quebrarse/ que remitía al vidrio, se disuelven en una sola mueca,/ una ruleta donde acecha/ el escenario de nuestros equilibrios.
No jerarquizar las imágenes constituye una libertad y un riesgo, es sencillamente alentar lo que de por sí se desenvuelve de manera caótica; dejar que los objetos se transformen en frenesí dentro de la nueva composición que les ha impuesto la mente y posteriormente los signos; es abrir otra puerta a lo amoral, entendido como una forma de metáfora, como una magnitud que siempre venga a confirmar la magnitud insondable del acto poético.
Igualmente creo que una imagen bien asimilada puede convertirse en una obsesión, y a esta fase la intuyo como un momento superior del proceso; aquí se suele limpiar en extremo lo que se expresa. A mí en particular me gusta mucho la palabra “oreo”, poner a orear, es decir secar todo aquello que trae como reseca la humedad producida por la duda y la lengua.
La obsesión fija una imagen, la redimensiona, pero además la pone en un contacto muy particular con otras ya existentes y con aquellas que se van incorporando posteriormente. En realidad creo que, a esta altura del tiempo, sin obsesión es imposible la existencia de una poesía que haga algún u otro aporte, solo la obsesión permitirá mirar aunque sea por un instante hacia un sitio inédito, sin importar exactamente cuánto ha representado para los demás hasta ese momento.
He experimentado el hecho de que la obsesión sutura; lo hace exactamente con un nailon perverso y una aguja ruda, y uno resiste a la idea del dolor y de mantenerse estático durante el intervalo por el que se extiende la operación. El sacrificio te anuncia que debajo de lo cosido va a perdurar una sustancia que no fuga y de alguna forma enriquecerá todo lo que expreses en lo adelante.
Las imágenes se van escribiendo (e inscribiendo) en la mente. Se transforman en un verdadero misterio, aparecen y se diluyen de súbito. Existe el uso de la imagen como documento, y viceversa, del documento como imagen; allí se liga a otra operación peligrosa, a un hecho que puede atentar contra la esencia de lo poético. Allí el poeta tiene que trabajar más, su desempeño está forzado a ser más arduo, ya que entre otras cosas debe consagrarse a la desintoxicación: sin dudas se exige una higiene para salir ileso y lograr el encantamiento del espectador (lector). En este punto pienso en Michael Haneke: cómo las más notables metáforas que nos obsequian sus películas se derivan de un material documental.
Una de las mayores problemáticas que me he ido construyendo en torno a este tema, desde mi experiencia como poeta, es la siguiente interrogante: ¿Cómo se puede detectar que la imagen cabe en la exigencia del poema? (Algo así tan complejo como descubrir la talla del texto, y la talla de la imagen).
¿Cómo la imagen podría integrarse a ese metabolismo sin alterarlo, y si lo altera, que dicha alteración esté justificada por un beneficio ostensible de lo poético? ¿Cómo hacer esto? ¿Cómo lograr la equidad entre una cosa y la otra?
En ocasiones he pensado en desmembrar la imagen, en friccionarla, para que con su nuevo maquillaje sea sentida como indispensable, o sencillamente en amanerarla hasta el fanatismo. Pero creo que lo que hay que hacer en cada uno de esos momentos es: lo que uno se entera en el justo momento de hacerlo.
Ciertamente, hay algunas imágenes perdurables, otras que se empobrecen con facilidad; también “el poeta a toda prueba” debe poseer un tino, una paciencia, una especie de fe para no desmoronarse ante el posible empobrecimiento de una imagen; su energía siempre por encima, captando con humor, y si es necesario con cinismo, la esencia de los distintos tipos de obstáculos: así podrá llegar en plenitud a su rescate, una suerte de restauración imprescindible.
Hay imágenes específicas que en poder de algunos creadores adquieren la capacidad de detonar en atmósferas; en esos casos la escritura poética se enriquece, porque producto del mismo acontecimiento se aleja del didactismo y la retórica. Las atmósferas tragan con intensidad todo lo que les parece conveniente, y después devuelven desde el mismo registro dicho material digerido y listo para ser contemplado como paisaje. Es el trance donde lo que puede ser grosero u obvio se diluye y se desata en forma de fuerza y sentido.
La vida transcurre y la imagen la define con una exactitud que ninguna otra cosa podría; la dificultad radica en la capacidad para lograr captarlas y almacenarlas en su esplendor. Una vez que ambas cosas se han conseguido, entonces se posee un verdadero patrimonio a través del cual es posible acceder al conocimiento y a la comprensión, y lo más relevante es que se trata de un conocimiento que puede ser representado y compartido con los otros en forma de un bien común.
Hablemos ahora de cómo podrían percibirse los términos de calidad y diversidad dentro de hechos semejantes en el momento que estos consigan expandirse dentro del lenguaje del poema. Nuevamente me resulta válida la comparación de la imagen como hecho y como especulación. En esta ocasión me valdré de fragmentos de mi texto “Hematoma”.
Para el tema de la diversidad, el acontecimiento elegido es la muerte de los cerdos: la primera imagen la he ido amasando a través de casi toda mi vida y resume de manera obsesiva el modo en que mueren los cerdos en esta isla y la sangre que expulsan al recibir la habitual puñalada; la segunda fue un obsequio concedido por el ya mencionado Haneke, cuando a partir de su filme El video de Beni descubrí cómo mueren los cerdos en Austria, con la ausencia de la sangre insular y el cerebro reventado. Desde ese momento me divido entre el cerdo de Haneke y el cerdo de mi infancia.
Veamos la confrontación de esta diversidad de la imagen en “Hematoma”:
El cerdo de Haneke/ cae redondo/ (no es un puerco),/ oficioso y pulcro/ se inmiscuye en todo;/ el modo de morir/ le da otro aspecto;/ sin borbotón de sangre/ El cerdo de Haneke/ cae con los ojos abiertos (no hay/ apelación),/ consigo se lleva dos tornados;/ habría que estar allí/ ante su cabeza peluda,/ tener agallas/ para comprobar la temperatura/ de su hocico./ Jugar con las pezuñas,/ atravesar las órbitas.
En el tema de la calidad de la imagen, he elegido dos hechos y dos simulaciones en los que se contempla el desplazamiento del semen:
Primer hecho: el semen desplazándose a través de una espalda.
La especulación:
Veo desplazarse la energía a través de la espalda/ siento que vibra/ como un instrumento persa.
Segundo hecho: el semen desplazándose a través del espejo.
La especulación:
Es hermoso/ lanzar toda esa energía contra el espejo,/ ver que se desplaza/ a un compás donde entronca con la emoción.
Visualmente, la relación Semen-Espejo nos ofrece una imagen más brillante y dinámica que la que se establece entre Semen y Cuerpo; esta última es más opaca y lenta pero contiene el don de recordarme La Habitación Oscura de la casa barroca propuesta por Deleuze: ambas, al trasladarse al poema, aspiran nuevamente a la equidad.
Mucho se ha comentado en estos tiempos de la preponderancia de lo fotográfico y de su impacto en esferas como el cine y la vida común. Vivimos en un mundo en donde la aglomeración de las imágenes y los medios de acceder a ellas se multiplican; aquí se vuelve medular el tema de la elección, del tipo de sensibilidad que va a ir discriminando dentro de ese torrente.
Para terminar: sería provechoso acercarse nuevamente a las imágenes; después de montar un aparato en un parque de diversiones algo girará desubicado alrededor de nosotros y en esa distorsión ocasional podremos encontrar nuevos argumentos.