¿Han visto la película Plantados? La recomiendo. Empero, mi justificación viene matizada por el antagonismo consabido entre la realidad y la ficción. En este caso, el filme y el hecho histórico.
Plantados (Lilo Vilaplana, 2020) es un ejercicio cinematográfico de contrastes entre dos épocas: la realidad de las prisiones castristas de los años 60 tempranos y el vacío existencial de los sobrevivientes en un Miami posmoderno. Presenciamos el reencuentro de Ramón, el expreso plantado, con Mauricio, el sádico capitán y asesino de su hermano, ahora convertido en un abuelito retirado, repartiendo pizzas en Miami. El desenlace es harto inesperado. A la cabeza va el castrismo, que casi hace de la víctima un victimario y del verdugo una víctima de sí mismo.
El hecho cuenta una historia de desobediencia superlativa, página sui generis dentro de esa categoría que llamamos libertad. No la libertad física de movimiento, sino la libertad existencial irredenta que reclama justicia. Si la desobediencia civil se entiende dentro de un marco de leyes que la permite, la desobediencia de los plantados nos trae cara a cara contra el vacío brutal de la maldad.
Desde tiempo inmemorial, justicia es sinónimo de proporcionalidad. Viene de la Regla de oro prehistórica: “No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti”. Fuera de ese límite estamos en el campo de la maldad irredimible.
Los plantados tuvieron la desgracia de vivir el momento de la sinrazón revolucionaria que es maldad en pleno. El capitán Mauricio no es el prototipo de funcionario obediente de la SS que observara Hannah Arendt en Eichmann en Jerusalén. Mauricio es un oficial sádico, especie de Vasili Blojin castrista.
La golpiza propinada a Alfredo Izaguirre y recogida por Armando Valladares en Contra toda esperanza (Plaza & Janés, 1985) es inconmensurable. Y es que Mauricio es el teniente Porfirio en la realidad. Citémosla de principio a fin, pero si Ud. es impresionable, mejor todavía:
“Alfredo Izaguirre había decidido, serenamente, luego de un análisis que nos comentó, no trabajar nunca. Sabía que se exponía a quedar mutilado o hasta a que lo mataran a golpes, pero su decisión era inconmovible. Para los militares era una cuestión de principios, se trataba de romper su resistencia, de hacerlo claudicar, contradecirse. Pero Alfredo —lo veíamos desde la circular—, sin molestarse siquiera en hablar, movía la cabeza diciendo NO. Y comenzó una golpiza brutal. La hoja de una bayoneta saltó al chocar con su frente. Luego de la primera andanada, el teniente Porfirio insistió, tratando de convencerlo de que era mejor para él que aceptara trabajar, aunque fuera solo un minuto. Y volvieron a golpearlo. Alfredo, con el rostro ensangrentado, dijo que no. Lo estuvieron golpeando y deteniendo el castigo a intervalos a ver si claudicaba. Pero fue inútil. Enardecidos, lo pincharon con las bayonetas y golpearon con las culatas de los fusiles, hasta que Alfredo perdió el conocimiento. Así, desmayado, sangrante, lo agarraron por los pies y las manos y lo tiraron en la parte de atrás de un jeep.
Desde las circulares tres y cuatro, decenas de ojos seguíamos lo que estaba sucediendo. Cuando lo sacaron del jeep comenzó a recobrarse. Lo lanzaron en el piso de la celda y a los pocos minutos apareció el doctor Agramonte, nuevo médico militar de la prisión. Revisó los bayonetazos. La tensión arterial era muy baja. Le administraron sueros. Al ser acostado bocarriba, la herida del pliegue de la nalga se abrió y comenzó a sangrar. Empapó la colchoneta y la atravesó goteando en el piso. Alfredo agonizaba en estado de coma. Transfusiones urgentes para devolverle los litros de sangre perdidos lo salvaron. Quince días después, Alfredo aún no podía levantarse de la cama. La paliza bárbara lo había dejado con grandes hematomas por todo el cuerpo. La inflamación de la cara y el derrame por el golpe que le fracturó la nariz le formaron unos arcos violáceos bajo los ojos. En esas condiciones, volvieron a meterlo en la celda de castigo, sin ningún tipo de asistencia médica. Alfredo Izaguirre fue el único preso que no ejecutó trabajos forzados ni un minuto, ni un segundo. Y su nombre pasó a la Historia de la Rebeldía del Presidio Político Cubano”.
Izaguirre cumplió 18 años de prisión. A pocos años de excarcelado, ya en Estados Unidos como refugiado político, sufrió un derrame cerebral que lo dejó paralizado por 30 años hasta su fallecimiento en 2014.
Un testimonio más, del propio Valladares:
“Los cabos, a empellones, usando los fusiles, nos obligaron a entrar en aquella inmunda zanja de aguas negras de islotes de excrementos y encima de ellos nubes de unas moscas verdes. La fetidez, típica de aquellas miasmas asquerosas llenaba el ambiente. El espectáculo era indescriptible. Si alguno no se sumergía lo suficiente, era sacado a la orilla y golpeado. Mientras estábamos en el centro de la zanja no era fácil golpearnos con las bayonetas. Entonces nos ordenaron avanzar hacia el tramo más estrecho de la zanja. Precisamente en aquella parte una capa de excrementos cubría casi toda la superficie, estancando el agua, que solo fluía por un pequeño canal. Íbamos avanzando entre aquel mar de mierda. Los cabellos empegotados, los oídos y las heridas de los pies y las ocasionadas por las bayonetas de la guarnición eran como puertas abiertas a la infección. Los guardias, ebrios de morbosidad, disfrutaban vernos hundir la cabeza en las aguas podridas”.
Estos jóvenes desobedientes son la flor en el pantano del castrismo.
Plantados no es una película, es una coyuntura moral.
Podemos discutir la fisura entre la ficción y el hecho, pero sabemos que la ficción es una forma que engaña. Por eso Platón, en el libro X de La República, ataca el arte de la pintura, por socavar la razón a expensas del estímulo indecoroso del simulacro. Dice:
“¿Qué se propone la pintura? ¿Representar lo que es, tal como es, o lo que parece, tal como parece? La pintura es el arte de imitar la apariencia, y por consiguiente, muy distante de lo verdadero, y si ejecuta tantas cosas, es porque no toma sino una pequeña parte de cada una; y aún esta pequeña parte no es más que un fantasma”.
La discusión que nos ocupa está en ese margen.
A raíz del estreno del filme Plantados, aparecieron en las redes discusiones entre estéticos y pragmáticos. El estético contempla la película y sus claros defectos de forma y contenido. Prefiere separar el hecho de la ficción y criticar el valor de esta última. El pragmático se atiene al hecho en sí que la película meramente recrea. El pragmático puede conceder que la película sea deficiente y aún concentrarse en la fuerza moral que esta evoca.
Ambos tienen razón. Algunos sabrán que estética y moral son meras ramas de una disciplina llamada axiología, que estudia el valor de las cosas.
Defiendo la consigna “El arte tiene derecho a ser inmoral”, de Oscar Wilde, y defiendo el juicio del Platón moralista en La República.
Triunfo de la voluntad, de Leni Riefenstahl, es una obra estimable en la historia del cine. Pero ya para 1935 la persecución cruenta contra los judíos en Alemania era más que obvia.
Piss Christ, de Andrés Serrano, es una obra mediocre (la foto aumentada y manipulada de un crucifijo en un pomo lleno de orine del artista), pero fue muy defendida por la prensa y el sector estético/progresista. Debe ser fuerte para un creyente cristiano ver a Cristo sumergido en orine (los plantados le gritaban ¡Rey!). La historiadora del arte católica Wendy Beckett, anfitriona de una conocida serie para la BBC estimó, en una entrevista para Art in America, que Piss Christ no era necesariamente blasfema, aunque añadió: “¿No es esto acaso lo que le estamos haciendo a Cristo?”.
En las redes se ha criticado a Plantados de “mala”, “malísima” e “insufrible”. Aquí cito la reseña del crítico de cine Roberto Madrigal:
“El salvajismo con que se presenta el pasado, aunque cierto, resulta cinematográficamente excesivo, machacón y saturante, lo cual minimiza su credibilidad y le resta fuerza a su mensaje. No hay grisura ni ironía en este filme, que se toma demasiado en serio (…) El filme, más allá de sus buenas intenciones se queda muy corto tanto de sus objetivos artísticos como de los propagandísticos”.
De acuerdo, ese pasado fue salvaje.
Yo añadiría que, por el contrario, la historia de los crímenes del castrismo está por contarse. Y que la película funciona porque la realidad es, además de saturante, IRREDUCIBLE.
Madrigal se desdice cuando le niega a Plantados su poder propagandístico, mientras admite que la historia del presidio político cubano “no ha tenido la resonancia que merece… porque han tenido que enfrentar una poderosa maquinaria propagandística”. ¿En qué quedamos entonces? La generación de los plantados va desapareciendo. ¿Y las nuevas olas de cubanos que llegan? No tienen idea del asunto.
Apremia contar esta historia saturante. Hay demasiada propaganda del lado castrista.
Por ejemplo, el poema “Che”, de Miguel Barnet:
“Che tú lo sabes todo / Los recovecos de la sierra / el asma sobre la yerba fría / la tribuna / el oleaje de la noche/ (…) / No es que yo quiera darte pluma por pistola pero el poeta eres tú”.
Che, el poeta-verdugo de la fortaleza de La Cabaña. Comparemos el poema de Barnet con el testimonio descarnado de José Vilasuso, testigo de los fusilamientos del comandante:
“¿Cuántos fusilamientos hubo? Ochenta aproximadamente, durante los meses de febrero hasta junio. Aunque yo me fui antes. No podía resistir las tensiones. Guevara es responsable de casi todas las ejecuciones (…) la sangre derramada en dicho tribunal corresponde a víctimas inocentes. No recibieron las garantías mínimas de que todo acusado es merecedor. Un hombre insensible al dolor (…) es el lado más obscuro de Ernesto Guevara que sus partidarios y seguidores han podido ocultar hasta la fecha”.
(El Che cuenta con no pocos alabarderos. Recientemente el vicepresidente y ministro de Derechos Sociales español, Pablo Iglesias, ha defendido los fusilamientos del Che).
Pace Néstor Almendros: nadie escuchaba.
La represión castrista de 60 años y el apoyo internacional d’habitude que el régimen recibe conlleva un precio de acondicionamiento síquico y social.
Quien lo ha vivido no se salva.
En Psicopatología de la vida cotidiana (1923), Sigmund Freud presenta la condición de represión (Verdrängung), lo que no tiene nada que ver con el olvido común (Vergessen). En la represión, las ideas se conservan tal cual, aún no se incorporan al flujo de los rastros de memoria generalizada.
Sabemos que el efecto es funesto porque la represión inhibe y a la vez falsifica la capacidad de aceptar nuevas ideas y en general, dificulta el aprendizaje del individuo. Esta condición produce brotes de intensa ansiedad que reprimen el deseo. Hasta aquí hablamos de la siquis. Pero Freud va más allá. Una vez que la represión se internaliza, la amenaza de castigo relacionada con esta forma de ansiedad se convierte en un fenómeno de neurosis social.
El catecismo castrista es un lavado de cerebro que dice: la historia anterior a la Revolución consiste en un doble error: primero, el colonialismo español con la esclavitud; segundo, la seudorepública. Ergo: el futuro es la Revolución.
Plantados trae al tapete —di novo— nuestraautoinducida ignorancia, es decir, no saber que sabemos, que es lo opuesto al lema socrático: saber que no sabemos.
Hablo ahora en lenguaje realista: los Plantados no es un filme, es la realidad.
‘Plantados’: Más allá de lo bueno y lo malo
Lilo Vilaplana domina el lenguaje del culebrón latino y las técnicas expresivas del narcorromance. En sus manos, los medios de producción de propaganda consiguen la catarsis colectiva que ha puesto a los cubanos a reflexionar sobre el trauma del presidio histórico. ‘Plantados’ irrumpe en pantalla con una saludable dosis de sensacionalismo.