El acto de hacer pública la obra propia es definitivamente adictivo, como perder el miedo. Después de todo, ambas acciones son parte del mismo proceso de acceder al mundo, de superar la intimidación que este supone. Precisamente esto parece haberle pasado al cantautor Frank González quien, luego de pasar una vida sin grabar sus canciones, en plazo brevísimo ha visitado los estudios de manera consecutiva. La primera con el magnífico Cualquier esquina del mundo y ahora con Ganas de calor. En este último, Frank anda todavía mejor acompañado que en el primero: hay colaboraciones que van desde las voces de Gema Corredera y Jorge Sanfiel, en los teclados Arthur Álvarez —quien recientemente se ha hecho cargo de los teclados de la banda del cantante Cimafunk—, hasta esa leyenda contemporánea que es Oriente López.
También allí aparecen el ubicuo guitarrista Nam San Fong y, en la mezcla y masterización, el veterano Luis Damián Güell —quien incluye en su discografía a Santana, Manuel Valera, Pedrito Martínez, y trabajara en la recopilación y catalogación de las cintas de lo que sería el famosísimo Legend de Bob Marley.
Pese a la ilustre compañía, los exquisitos arreglos de Arthur Álvarez o la potencia de las canciones de Frank, el principal ingrediente de Ganas de calor es su ternura. No es casualidad que el álbum comience con “Madre conga” y su sonido de aguas, un coro femenino (Yenli Medina Escalante, Mariela Flores Iriarte y Camila Inclán Sebastia) y percusión afrocubana que invoca e invita a lo mejor de nuestros espíritus. En especial, el espíritu hasta ahora innombrado de la Madre Conga que da título a la canción: “hija de aguas inquietas” que viene “para mover corazones // para mostrar la belleza // para dejarnos la luz […] para enseñarnos a andar, para cubrir nuestras grietas”.
A partir de ese amoroso comienzo el álbum se hace más expansivo, pasando del funk de “Quién dice que no hay dolor” y “Habana nueva” al son de “Cundiamor”, al bolero “Ganas de calor” —interpretado íntegramente por la formidable Gema Corredera—, la balada rock “Pasaje 3”, el pop de “Calle abajo” o el cierre trovadoresco de “A Yanet”. Pero no parecen importar las revueltas musicales que estallan en cada canción porque el trovador insiste en hacer avanzar su discurso al paso tranquilo de arroyo fresco y armonioso.
Portada del disco ‘Las ganas de calor’, de Frank González.
Las canciones de Ganas de calor resultan así una especie de manual de reparaciones del alma. El trovador constata la existencia del dolor como fuente de su inspiración a veces de manera tan explícita como en la titulada “Quién dice que no hay dolor”, donde reconoce que “en los confines de mi alma // no hallo resquicio // que me brinde redención”. O en “Big bang”, con la que se refiere a la desesperanza universal donde “nada queda donde atar el corazón”. Una desesperanza que rebasa las contingencias personales para sugerirnos causas más expandidas en el espacio y el tiempo.
Las razones de ese desespero pueden tener un asidero geográfico concreto como en su “Habana nueva”. Allí contrasta La Habana “de fachadas indefensas // y derramadas promesas” con aquella “que solo existe en mí” y en el resto de los que la aman. De ahí que Frank pida que lo lleven a conocer “esa Habana que palpita bajo cada corazón // y subsiste en lo más puro de las piedras”.
En otras instancias del álbum esa tensión de desesperanza y fe puede tener un origen íntimo o universal, pero siempre parece resolverse a favor de lo segundo. Como en la canción que da título al álbum donde sugiere que “la cereza del sabor te ayudará / a entender el infinito // y la locura de añorar la sal // de todo lo prohibido”. Como implicando que, más allá de las decepciones íntimas, o las opresiones políticas, a la humanidad la siguen acosando sus propias limitaciones para coexistir en libertad.
Donde mejor se resuelven las tensiones filosóficas —entiéndase filosofía aquí como una manera elemental de asimilar la complejidad de la vida— y musicales de Ganas de calor es en “Cundiamor”. El son, género en el que más cómodos parecen Frank González y su voz, es el espacio idóneo para que desfile toda la riqueza musical y sentimental del artista.
En “Cundiamor”, “copia y reflejo de mis dilemas” se dan cita el son, la cumbia, la plena, el dixieland —arreglado en este caso por Oriente López— con la trompeta de Cris Ferrer, la percusión de Mario Lino Fernández, el trombón de Juanga Lakunza y un saxo soprano con aire klezmer interpretado por Felipe Lamoglia. Allí la desesperanza de otros momentos del álbum se resuelve en el patio real y metafísico donde “disfruté de amores gané un hermano y cociné más de un lechón”. Pero la existencia siempre va a ser esquiva a encasillarse en placeres elementales e insiste en complicaciones simbolizadas en la enredadera del modesto cundiamor que tapiza la cerca que circunda el patio. La conclusión del cantor es “que la vida no te pone condición para enredarse y seguir tan bella” y ha de disfrutarse tal y como viene. Una conclusión que se expresa, más que con palabras, con el trepidante desenlace de la canción.
Ganas de calor, en cambio, concluye con la misma suavidad que recorre la mayor parte de la grabación. En “A Yanet” se describe una historia amorosa desde una distancia inofensiva y melancólica en la que ya los sentimientos no duelen y donde apenas queda aprender algo de ellos. Historia contada con guitarra pero ensanchada por cuerdas, piano y percusión que va cerrando el álbum como el denso telón de terciopelo de los teatros, subrayando el carácter de representación dramática —o sea, hiperbólica pero nunca excesiva— que tiene esta grabación, que parece venida de otro tiempo. De un tiempo quimérico donde la pureza de los sentimientos importaba tanto como la de los sonidos que la expresaban.
Ganas de calor
Meme Solís: “No tenían fe en mí”
“O nos integrábamos o nos borraban del mapa y lo más fácil fue borrarnos del mapa porque yo no iba a integrarme. Nos metieron en la lista negra y fueron quitándonos de todas partes: primero de la televisión, de la radio, del teatro y por último de los cabarés”.