Alguien entra al baño en la esquina de Aguacate y Amargura, una esquina grafitada. El ambiente huele acigarros suaves, fuertes, a tabaco del bueno.
Una pared blanca informa que dentro, en el habitáculo del fondo, hay una yegua. Una yegua interpretada por Ojo Pez: cubana, bloqueada, travesti, muerta de hambre. Una yegua con peluca rojiza y creyón carmín, corrido, como si se le escapara a la boca. Una yegua con tacones de burdel o, mejor, de calle, de prostitución; tacones gastados por el repiquetear contra el asfalto dañado de las calles de La Habana.
Ella lee un texto de Irán Capote. Es un ensayo, dice.
Ella lee y lee, interpreta a Tétrica-Mofeta. ¡Tremendo personaje!, pienso, escuálido.
Ella lee “Eau de toilette” y la gente mira, se ríen, la aplauden. Esta nueva Tétrica-Mofeta es más desinhibida, quiere hacerle una mamada al que pase. Total, no cuesta mucho.
Yo la veo desde lejos, atravesando la habitación, con un punk poco entendible de fondo. Me pregunto si ella no tendrá calor con ese vestido de piel de leopardo falsa; yo me estoy derritiendo. Parece que se ha acostumbrado a las medias largas, a los hombros caídos y al encaje en medio del pecho sin rasurar.
No quiero que me mire cuando orino. Voy a aguantar. Mejor paso cerca y aprecio aquel show, me digo.
Es que lo veo en sus ojos. Está loca porque la graben. Ella quiere ser de esa gente que hace tres monerías en la televisión y se vuelven famosos. Ya todos quieren crear una fortuna con su imagen.
Imagina a esa yegua, que se vende en un baño cualquiera de la Habana Vieja, siendo influencer. No tendría precio, seguramente mejor que muchos que pululan por las redes sociales. Al menos, más auténtica.
Ella no esconde su deseo por manosear al que quiera por cien pesos. No se molesta en limpiar las tazas. Ella se ha inventado ese negocio porque adora los baños, el espacio más íntimo al que se puede acceder.
¿Qué hará cuando la puerta se cierre? Más que curiosidad, es morbo. Se sienta en la taza sucia, donde nadan cabos de cigarros, donde se acumula el azufre y sabrá dios cuántas sustancias imperceptibles más.
Ella mira con amor ese libro, ese teatro. Le da un beso. Lo deja marcado con labial, con saliva, con deseo. Y repite de nuevo las líneas: “¿Se me entiende lo que quiero decir?”
Ya se cansó del espacio y sale a la aventura. Milagro no se cayó cuando se subió a la mesa donde vendían stickers. La gente se quedaba perpleja, como diciendo: “¿y esta ahora qué hace?”
Por eso los mira fijamente. Lo dice de nuevo: “Al principio, yo pensaba que esos programas eran verracadas de la gente”.
Se quita la peluca enredada. La veo llorar, pero recia. Está ahí, siente que es Tétrica-Mofeta de verdad. Las luces no la han apabullado: “¿Se me entiende lo que quiero decir?”
Baja rápido y camina por el lugar. La vista más underground solo se puede tener con un travesti que se ha quitado la máscara, que se pinta como es.
Alguien toma la peluca de su mano. Se la pone de nuevo, condescendiente. Esa es su armadura, su forma de decir que es una especie de Sanzón caribeño y que nadie la pisotea. Mucho menos sobre esos tacones voluptuosos, que bien pudieran ser los zapatos del diablo.
Sale por las calles de La Habana. La gente la sigue mirando. Presiento que la aclaman en silencio. Lee ese texto de Capote, dobla en la esquina y se pierde entre la muchedumbre.
Veo, con júbilo, una peluca enredada que se agita en el aire. No hay telón. No hay teatro.
La puerta del baño se cierra. Tétrica-Mofeta ha dejado atrás su negocio.

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