Llegados a Brasil, fuimos distribuidos por los estados. Una vez ubicados, los coordinadores controlaban casi toda nuestra vida. Ellos tenían personas que les informaban de casi todo, y nos exigían que llenáramos nuestras redes con propaganda socialista. Aquel que se atreviera a publicar algún tipo de reclamo, como por ejemplo el salario injusto que recibíamos, era desligado automáticamente de la misión.