A Marilú la conoce todo el mundo y el que no, debería correr a conocerla. Uno de los errores imperdonables en cualquier ser humano es no conocer a Marilú.
En Cuba no hay nada, no hay ni siquiera la nada tangible, la nada que uno pudiera literaturizar y comprender. En Cuba la nada es el todo y más allá de eso el régimen es hábil en inventarse más ausencias.
En Cuba, nadie te dice “no hay”, porque por no haber tampoco existe la pregunta de si tienes algo. No hay ni palabras ya. A lo más que se llega es a la insinuación en condicional: “si tuviera una aspirina…”; entonces, si alguien la tiene, también lo insinúa: “creo que tengo una por ahí, déjame buscar…”.
El condicional es el tiempo perfecto del totalitarismo. No afirma, no señala, deja todo en la espera de lo posible.
Marilú no sabe hablar en condicionales y supuestos. Quizás por eso se fue de Cuba, porque ya no soportaba lo incierto. Quizás porque, en un lugar donde no hay nada, algo tan cierto como ella es un anacronismo. Quizás porque, lejos, pudiera estar más cerca.
Cuba tiene la tasa más alta del mundo de emigrados al nacer por cada mil nacidos vivos y también la más alta de fallecidos fuera de sus fronteras que piden ser enterrados en la Isla. Los vivos se van y los muertos regresan. Regresa la muerte a un país del que se escapa la vida. Por eso no hay nada.
La pandemia fue perfecta para el régimen. Aprovechando la coyuntura, igualaron las monedas para que los cubanos tuvieran menos que nada y más monedas que nunca. Justificaron la falta de medicamentos en la situación mundial y el embargo. Dejaron que muriesen miles de cubanos, una especie de limpieza étnica o ajuste poblacional: menos cubanos, menos problemas.
En eso los cubanos que nos fuimos somos iguales a los cubanos muertos. Somos problemas alejados, fuera de la nada real.
Pero hay algunos cubanos que no entienden eso de la nada y se organizan, buscan soluciones y hacen llegar esperanza a otros cubanos que aún son un problema para el régimen porque siguen en la Isla y se enferman, pasan hambre y traen hijos a este mundo que, en lo primero que piensan, es el irse de la nada para poder vivir algo. Esos cubanos buscan dinero, recogen medicinas, gastan muchísimo en llamadas, en recargas y logran salvar unas pocas vidas; no muchas, porque el régimen cubano les impide que lleguen más medicinas, más alimentos y más esperanza.
Marilú se fue de Cuba, pero no dejó de vivir en La Habana. Buscó trabajo en un bar y un buen día puso un cubo plástico arriba de la barra y a todo ser vivo le pidió que dejara algo. En pocos días llegó a 2 500 dólares, los metió en un sobre y se apareció en una casa donde nadie la conocía. Algo muy raro, porque todo el mundo conoce a Marilú.
Aquí en Miami, donde hay de todo, los cubanos buscaron aliviar a la Cuba donde no hay nada. Todos lo entienden, hasta los que no están de acuerdo. Todos menos el gobierno cubano, que no entiende nada y su única preocupación es que no exista nada.
Marilú, que es guantabanera, no dejó de ayudar. En un almacén, rodeada de 2 300 libras de medicinas, contaba antibióticos, analgésicos, antipiréticos, pero algo no le cuadraba. Entonces, dejó las libretas y se fue. Regresó dos días después arrastrando a duras penas cuatro sacos. Uno a uno los abrió y millones de condones cayeron sobre la mesa, desbordando paracetamoles e ibuprofenos.
—¿Condones?
A Marilú la conoce todo el mundo y el que no, debería ahora mismo hacer todo lo posible por conocerla.
—Sí, condones.
Repito, hay que conocer a Marilú…
—Condones, sí, porque en Cuba la gente vive con miedo, miedo a no comer, miedo a que lo metan preso, miedo a que los hijos se enfermen, miedo a la policía, miedo al vecino, miedo a que se vaya la luz, miedo a las colas, miedo a que no haya agua, miedo a que no le den la visa, miedo a podrirse de pena… Lo que no puede pasar, es que también le cojan miedo a singar.
© Imágenes de interior y portada: Jorge de Armas.
Nadie responde
Tenemos 2300 libras de medicamentos e insumos de hospital listas para ser enviadas a Cuba. Es una cuestión de humanidad, las medicinas no tienen ideología, la solidaridad no es política.