La primera Declaración de Feministas y Aliades Cubanes sobre Violencia contra Mujeres en la Política, que recogió testimonios de acciones represivas por parte del Estado cubano entre octubre y diciembre en La Habana, ha sido celebrada por reunir por primera vez a “mujeres de todas las posiciones dentro del movimiento feminista en Cuba” y reconocer “que la violencia política contra las activistas existe (…) y tiene que estar dentro de cualquier ley integral que se haga en contra de la violencia de las mujeres y las niñas”.
Sin embargo, no se incluyeron las acciones contra mujeres activistas fuera de La Habana, como la detención arbitraria de Irina y Arianna Álvarez Rensoler en Santiago de Cuba, las repetidas y violentas detenciones arbitrarias y el acto de repudio a mujeres y niñas de la familia Miranda Leyva en Holguín, o la detención de Celia Osorio (integrante de las Damas de Blanco) en Guantánamo.
En el documento tampoco cabía la historia del ejercicio de la violencia contra mujeres en la política desde 1959, un tema demasiado poco abordado. Testimonios de militantes feministas como Ana María Simo, en la intersección de violencia institucional y homofobia de Estado, quedaron fuera.
Poco después de la publicación de la declaración, y guiada por la indagación alrededor de las plataformas que se adhirieron a esta, como el Frente Constitucionalista Cubano, Mujeres Democristianas Cuba o el Partido Cuba Independiente y Democrático (CID), llegué al libro Todo lo dieron por Cuba. Con la autoría de Mignon Medrano y publicado en 1995 por el Fondo de Estudios Cubanos de la Fundación Nacional Cubano Americana, este volumen recoge testimonios de más de veinte mujeres que sufrieron presidio político en Cuba por sus acciones en contra del régimen establecido el 1ro de enero de 1959.
Las trayectorias, motivaciones y acciones de estas mujeres fueron diversas. Sara Del Toro (Sara Odio) fue fundadora del Movimiento 26 de Julio; Doris Delgado “Japón”, bajó de la Sierra Maestra con los rebeldes; Hilda Felipe fue fundadora del Partido Comunista de Cuba; Mercedes Chirino y María Vidal eran líderes del movimiento obrero y, como Ana Lázara Rodríguez, participaron en la resistencia contra Batista.
Varios testimonios coinciden en que “sus esperanzas de que se lograría vivir en un régimen de derechos se desvanecieron tan pronto comenzaron a funcionar los paredones de fusilamiento sin juicio previo, las arbitrarias confiscaciones de propiedades y los desmanes de los nuevos amos”. Es entonces que se involucran en acciones clandestinas, que incluyeron la creación de redes de espionaje o la distribución de armas y explosivos u otros recursos para llevar a cabo o apoyar acciones de resistencia armada, que se extendieron al Escambray o a Pinar del Río.
Para algunas, estas acciones —conducidas por el Movimiento 30 de noviembre, el Movimiento de Recuperación Revolucionaria (MRR) y el Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP), entre otros—, eran una continuación de la insurrección que la mayoría dio por concluida con la entrada de Fidel a La Habana en enero de 1959.
Por otra parte, Polita Grau —ex Primera Dama de la República de Cuba—, Albertina OʼFarrill y Nenita Caramés, fueron responsables de la organización de la Operación Peter Pan, y, junto con Manuela Calvo —fundadora del Movimiento Demócrata Cristiano— y Carmina Trueba, se dedicaron a gestionar el asilo político y facilitar la salida del país al mayor número de personas posibles.
El Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, adoptado por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1966, reconoce el derecho de libre determinación de todos los pueblos, a la vez que exige a los Estados Partes el compromiso a garantizar la igualdad en el goce de todos los derechos civiles y políticos enunciados en dicho pacto, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición social. Cuba se convirtió en signataria de este acuerdo en 2008, pero no lo ha ratificado, a pesar de las exhortaciones de expertos internacionales.
Según las definiciones actuales, lxs prisionerxs de conciencia se distinguen de lxs prisionerxs políticxs por el no empleo de acciones violentas. La Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa excluye también de esta definición a quienes hayan sido juzgadxs o sentenciadxs por crímenes terroristas.
De acuerdo con esa definición, es debatible si algunas de las mujeres cuyo testimonio ha recogido Mignon Medrano pudieran ser reconocidas como prisioneras políticas (sin ser esto justificación para no considerarlas sujetos de derecho). Polita Grau fue parte de una conspiración para el envenenamiento de Fidel Castro, y María De Los Angeles Habache fue condenada por su participación en un sabotaje con explosivos en la tienda Fin de Siglo. Otras como Esperanza Peña o Gisela Sánchez, admitieron tener apoyo directo de la CIA.
El activista y académico cubano Samuel Farber, en su texto “La criminalización de la política opositora” —publicado recientemente en La Joven Cuba—, contextualiza el tratamiento a los presos políticos en Cuba antes de 1959 como parte de una larga tradición latinoamericana que “respalda el derecho al asilo político, así como la diferenciación en el trato de los presos políticos y los comunes” y les permitía ejercer “el derecho de vestirse de civiles, rehusar el trabajo forzado y reunirse dentro de la cárcel para organizar clases y otras actividades políticas”:
“Esta tradición acabó cuando Fidel Castro, haciendo a un lado su propia historia, decidió no reconocer ni siquiera la categoría de preso político, mucho menos cualquier derecho tradicional que estos reclamaran por su condición política (…). Muchos de los presos políticos posteriores a 1959 resistieron ser tratados como presos comunes, lo que dio lugar al fenómeno de los ‘plantados’. Estos también se opusieron a los planes de ‘rehabilitación’, promulgados en 1964 por el gobierno con la intención de presionarlos a renunciar a sus ideas políticas a cambio de mejorar sus condiciones en la cárcel y acortar sus condenas”.
Farber afirma que el trasfondo ideológico de esas prácticas se basa en la noción de que solo existe un único pensamiento político legítimo, que penetró profundamente en la sociedad cubana a partir de 1959. Como consecuencia, cualquier acción, aunque sea pacífica, que implique la expresión de ideas diferentes u opuestas a las oficiales, es equivalente a “poner en peligro y traicionar a la Revolución y se convierte en un crimen común”.
Mignon Medrano presenta una dimensión más pedestre de esta práctica:
“Muy temprano, tras el acceso al poder, se hizo patente que bajo el nuevo régimen no funcionaría más el cubanísimo y leal recurso de ‘tirarle la toalla’ a un amigo. El cubano, tradicionalmente fiel al culto de la amistad, contaba en su historial con el siempre interceder por sus amigos aun bajo las más peligrosas circunstancias, compartiera o no su militancia política.
Aquella cubana cadena de lealtades fue eslabonada, de gobierno en gobierno, por un sinfín de ‘toallas’. Hoy caía preso el hijo de un batistiano y un grausista le tiraba la toalla. Mañana sería un batistiano el que intercedería por un priísta.
De pronto, esa cubanísima y quizás irresponsable —pero humana— tradición se tornó cosa del pasado. Se llegó a extremos, sacando en cara los favores: esos que se hicieron por principios sin esperar recompensa pero que ahora deberían ser reciprocados para salvar vidas. Se hizo necesario pasar la cuenta por haber brindado santuario en la persecución, el escondite oportuno, el asilo en la embajada, la complicidad forzosa, el riesgo compartido, la ayuda espontánea que no mide consecuencias.
No hubo disculpas; un cruel silencio abofeteó al cubano. El ‘Hombre Nuevo’ traía consigo un nuevo eslogan, y ‘La Revolución no tiene que agradecerle nada a nadie’ fusiló al hasta entonces generoso ‘Mis amigos, con razón o sin ella’. La ‘toalla’ había sido llevada al paredón”.
Archivo Cuba atribuye al Estado cubano 6814 casos documentados de muerte o desaparición entre el 1ro de enero 1959 y el 21 de agosto de 2020. Estas cifran incluyen ejecuciones por fusilamiento y extrajudiciales; desapariciones forzosas o en intentos de salida; muertos en huelga de hambre o por negligencia médica en detención; suicidios; muertes en intentos de salida del país: deshidratación, ahogados, explosión de minas; y otras muertes de índole política: accidentes, negligencia criminal, muertes “naturales” o asesinatos en prisión, etc.
Más allá de las circunstancias del arresto y encarcelamiento de estas mujeres, el libro de Medrano reseña eventos que ponen el foco sobre otro derecho devenido en delito político en Cuba en 1961: la salida del país. Medrano alude a la Masacre de Barlovento (1962):
“Otros se aventuraban a huir por mar. Ana Luisa Alfonso y su esposo escapaban en un yate turístico repleto de chinos cubanos cuando fueron descubiertos y ametrallados. En la infame masacre asesinaron a todos los chinos y Ana Luisa, brincando sobre los destrozados cadáveres, fue alcanzada por varios tiros, perdiendo tres dedos y parte de su mano derecha. Inconsciente y casi desangrada la arrestaron y llevaron a dos dependencias de la Seguridad del Estado, Villa Marista primero y Quinta y 14 después. Cuando una semana más tarde le dieron atención médica, ‘ya tenía la mano como una naranja podrida, con un enorme hueco y cubierta de moho’. Cumplió cárcel en Guanabacoa y Guanajay por salida ilegal del país”.
Según documenta Archivo Cuba, de las 29 personas a bordo del yate Pretexto, 5 fueron asesinadas por un patrullero de la Armada Cubana en un intento de salida del país desde el puerto deportivo de Barlovento, hoy Marina Hemingway. Los 24 supervivientes fueron sentenciados por el Tribunal revolucionario de distrito de La Habana a 20 años de prisión (Causa No. 60 del 1962). Este testimonio es excepcional, en tanto es posible contrastarlo con documentos de archivo, por lo general no disponibles.
Otro testimonio de Mary Martínez Ibarra nos adelanta lo que serían más adelante las Brigadas de Respuesta Rápida y los actos de repudio, en un acontecimiento posterior a la invasión de Bahía de Cochinos:
“Una noche nos fuimos a ver un show de Leopoldo Fernández al Teatro Estrada Palma para repartir proclamas cuando se produjera un apagón, y cuando nos sacaron del teatro todos fuimos presos. El teatro entero. Y cerraron las calles, con todos adentro, para averiguar quiénes eran los culpables. Nos mirábamos unos a los otros con caras de inocentes…
Al día siguiente hubo una manifestaci6n en contra de los fusilamientos. Salió desde Galiano y San Rafael hasta Palacio, y cogía toda la calle. Las mujeres iban vestidas de negro con los hijitos a cuestas y un enorme cartel de acera a acera que decía, ‘Madres cubanas protestamos por el fusilamiento de nuestros hijos’. Allí estaba Concha también. Antes de llegar a Palacio nos cayó la milicia de los bancarios a palo limpio, hombres y mujeres contra nosotras. Aquello fue tremenda paliza, traían cables eléctricos torcidos y eran hombres contra personas mayores. Mi suegra se levantaba la saya para poder correr más rápido… ¡Pobrecita! Lo difícil en una manifestación no es salir a caminar sino afrontar el peligro cuando se disuelve, porque ya uno se queda solo sin la protección de estar en grupo. Y mientras tú estás defendiendo lo tuyo, los golpes no te duelen, hasta el día siguiente. No pudimos llegar a Palacio…”.
Casi todos los testimonios presentados en el libro están marcados por la traición, incluso de personas cercanas, lo cual evidencia la distribución de la vigilancia, la persecución y represión entre actores no institucionales convertida en “voluntad popular”, como estrategia que ha sostenido al régimen en el poder desde 1959.
Una lectura crítica del libro no puede obviar el sesgo ideológico de la autora o el tono emocional del texto, marcado por traumas colectivos. Mignon Medrano se exilió en Miami en 1961, y desde entonces trabajó junto a su esposo, el Dr. Humberto Medrano, en la preparación y presentación de denuncias ante las comisiones de derechos humanos de las Naciones Unidas y la Organización de Estados Americanos (OEA). También se dedicó a apoyar a niños que llegaban solos de Cuba en colaboración con el International Rescue Committee.
Tampoco se pueden pasar por alto las dinámicas de raza y clase, que no son analizadas y se reflejan en expresiones discriminatorias en algunos testimonios. Hasta donde he podido comprobar, las historias han sido contadas en su mayoría por mujeres blancas o mestizas de piel clara, de clase media o alta, con estudios fuera de Cuba o conexiones políticas.
Esto, sin embargo, me acerca a muchas de estas historias. La familia de mi abuela, blanca, nieta de españoles, dio refugio a rebeldes en su casa de Guanabo, a pesar de exponerse a los registros de elementos de la policía batistiana con quienes tenían relaciones. Fueron pocas las circunstancias que la llevaron a ser alfabetizadora, a tomar un fusil y a integrarse al proyecto de Fidel, separándose del destino de algunas de estas mujeres. Otro de mis abuelos participó en la “Limpia del Escambray”.
Por otra parte, si el privilegio de algunas no les protegió de torturas físicas y psicológicas, ¿qué habrá sido de aquellas ajenas a la tradición de la “toalla”, y que no llegaron a Miami luego del presidio?
Efectivamente, en el capítulo dedicado a caracterizar “el sistema carcelario para presas políticas del régimen castrista”, la autora señala la ausencia de relatos de primera mano sobre las cárceles fuera de la provincia de La Habana, entre ellas: San Severino en Matanzas, El Caney y Baracoa en Oriente, Guanajay y Kilo 5 (kilómetro cinco) en Pinar del Río. Un sistema que en la actualidad se compone de al menos 71 centros de reclusión, incluyendo correccionales para menores de 18 años, según documenta el Observatorio Penitenciario (OPEN-Cuba), iniciativa del Observatorio Cubano de Derechos Humanos (OCDH).
Medrano resume el patrón observado en el arresto y encarcelamiento de las mujeres en centros de detención y penales en La Habana y sus alrededores, de acuerdo a los testimonios de Polita Grau, Albertina OʼFarrill, Nenita Caramés, Mercedes Chirino, María De Los Ángeles Habache, Mary Martínez Ibarra, Reina Peñate, Sara Del Toro, Vivian De Castro, Doris Delgado, Manuela Calvo, María Vidal, Carmina Trueba, Esperanza Peña, Estrella Riesgo, Mercedes Rosselló, Selma Hazim, Ana Lázara Rodríguez, Cary Roque, Gisela Sánchez y Cándida Melba De Feria:
“Primero, arresto e interrogatorio por Seguridad del Estado en el llamado Confidencial (la Policía del G-2 en El Castillito de Chacón y Cuba), Villa Marista, y Quinta y 14 en Miramar. En estas dependencias se las mantenía incomunicadas, sin atención médica, con un solo baño para cientos de mujeres y sin facilidades para asearse, con poca agua y pésima comida llena de insectos y gusanos, generalmente servida sin cubiertos sobre platos o tapas de lata. Se les infligían torturas psicológicas y físicas durante meses.
Posteriormente, las presas eran trasladadas a la cárcel preventiva o pre-delictiva de Guanabacoa donde permanecían varios meses, o quizás años, sin celebrárseles juicio. Los llamados juicios, casi siempre celebrados en la Fortaleza de La Cabaña, carecían de todo vestigio legal, comedias montadas entre crueles burlas y risas, con las sentencias ya redactadas desde antes de su comparecencia y un morboso ensañamiento contra las acusadas y sus familiares. Fueron tristemente famosas las celdas subterráneas conocidas como las Tapiadas de Guanabacoa.
De Guanabacoa pasaban para el Reclusorio Nacional de Mujeres en Guanajay, cárcel que en 1944 había mandado a construir el presidente Grau San Martín, con pequeñas celdas personales habilitadas con una cama individual, su lavamanos y su servicio sanitario. Baste decir que en cada una de ellas los castristas hacinaron a 8 o 10 mujeres a la vez, y la cama individual pasó a ser sustituida por seis literas de saco de yute, enmarcadas por tubos de metal y colgadas de la pared con cadenas. Durante el día, era necesario sujetar en alto las literas contra la pared y coger turno para acostarse en el piso o mantenerse de pie. También Guanajay tiene su historial de Tapiadas.
Como castigo por protestar la falta de comida, atención médica y trato humanitario, un grupo de 65 mujeres fue trasladado a la cárcel de Baracoa en el extremo oriental de la Isla, otro infierno de Tapiadas y Gavetas.
América Libre encierra en su nombre el colmo del cinismo. Llamada así por ser una granja avícola para trabajar las presas, era la finca Hurra, que le fuera confiscada a Sara del Toro y su esposo Amador Odio cuando ambos fueron apresados y encarcelados.
Aun cuando un armisticio les trae a muchas la libertad, todavía se le añade al sistema otra cárcel, Nuevo Amanecer, una escuela a medio construir en El Wajay que se dice fue la finca del Maestro Ernesto Lecuona. Y en los 80, en una sección para hombres llamada Mecanización, crean para las nuevas presas ‘algo tenebroso, muy oscuro, llamado Manto Negro’”.
Varias mujeres testimonian haber sido juzgadas en La Cabaña, por un solo fiscal y juez: Manuel “Barba Roja” Piñeiro; otras mencionan a Fernando Flores Ibarra, “Buchito de Sangre”, y Pelayo Fernández Rubio, “Pelayito Paredón”. Mientras ellas eran condenadas a prisión, sus esposos, hermanos o hijos fueron, por lo general, fusilados.
“the Cuban Rebel Girls, they were wonderful”
Dora o Doris Delgado, de familia de origen chino, acababa de cumplir los 20 años cuando se unió a los rebeldes de la Sierra Maestra. Allí formó parte, junto a Olguita Guevara, Violeta Casal y Alicia Santa Coloma, del grupo que conducía la emisora Radio Rebelde.
Su nombre de guerra más notorio, “Japón”, se lo endilgó supuestamente el periodista que la fotografió junto a Errol Flynn, quien también la llamaba “Japonesa”. Esta fotografía aparece en la página 47 del número 7 del año 51 de la revista Bohemia, ilustrando el texto “Castro y yo”, escrito por el actor. En el pie de foto se lee: “Flynn examina las botas carcomidas de Doris, a quien describe como la muchacha rebelde típica. Esta entrevista dio lugar a una especie de ‘romance’”.
“En un arranque de romántico idealismo, el inolvidable intérprete de Robin Hood y El Capitán Blood, pasó del mullido de ficción de la farándula al escenario real de una revolución”, reseña la revista Bohemia.
Con un historial de acusaciones de acoso sexual a menores, Errol Flynn viajaba a Cuba con su novia de 17 años para protagonizar la película de serie B Cuban Rebel Girls, escrita por él mismo. Filmada en la Sierra Maestra y estrenada en diciembre de 1959, esta película sería la última aparición del actor antes de su muerte en octubre del mismo año. En ella, Flynn interpreta a un corresponsal norteamericano que paraba con frecuencia en La Habana por diversión, pero que ahora tenía el encargo de acompañar a los rebeldes de la Sierra Maestra.
Las historias más interesantes que reporta el filme son de mujeres jóvenes que se incorporan a la epopeya revolucionaria: una norteamericana que se une a la lucha persiguiendo a su amante, y a una cubana aristocrática que pone su idealismo por encima de sus ganancias personales. Juntas contrabandean armas hasta las costas cubanas y, una vez en la Sierra, se bañan desnudas en el río mientras esperan que les enseñen a matar. Más tarde se verán enredadas en la quema de cañaverales y en secuestros orquestados por esbirros batistianos.
Este meloso material propagandístico, que pretendía la legitimación de la figura de Fidel Castro en Estados Unidos, no fue incorporado al imaginario revolucionario. La filmación y el estreno de la película de Flynn, una exaltación de la lucha cubana por la libertad de expresión, coincidirían aproximadamente con la persecución a Doris Delgado.
La huida de Batista y la declaración del triunfo de la Revolución sorprendieron a Doris en su misión de monaguillo en el Central Contramaestre, cerca del Tercer Frente, donde asistía al Padre Francisco Guzmán, quien trabajaba con el Obispo de Santiago de Cuba:
“Al día siguiente, el Padre Guzmán diría la misa en Santiago de Cuba; allí estaban Manuel ‘Barba Roja’ Piñeiro y Raúl Castro, y entonces Barba Roja dijo que no se podía decir la misa”.
Para Doris, este momento significó la traición de Fidel Castro a la insurrección antibatistiana y marcó el inicio de sus acciones conspirativas para “enderezar” el camino que había tomado el proceso revolucionario. Entre 1959 y 1961, “Japón” conspiró en “el giro de transportes con camioneros” y en acciones de entrada y salida ilegal del país. Con el nombre de Gina, participó en el alzamiento de Pinar del Río. Fue capturada luego de la invasión a Playa Girón y condenada a 30 años en un juicio de La Cabaña, en la Causa No. 538 de 1961, por sus acciones como La Japonesa; mientras que en Pinar del Río, en ausencia, por sus acciones como Gina, fue condenada a 20 años, para un total de 50 años en prisión.
En el mismo número de Bohemia que registra el paso de Doris Delgado y Errol Flynn por la Sierra Maestra, se denunciaban las injusticias cometidas por la dictadura batistiana: las terribles condiciones del Instituto de Reeducación de Menores, conocido como “Torrens”; los “repulsivos” “crímenes cometidos en el Mando Militar de la Provincia de Oriente el 26 de Julio de 1953”, y el “sensacional proceso político donde fue condenado a largos años de prisión el doctor Fidel Castro y sus compañeros, y del que se derivaron causas por asesinatos, robos y otras depredaciones cometidas por miembros de las antiguas fuerzas armadas”, que recaerían sobre 122 acusadxs.
En los tres números anteriores, que conformaron la Edición de la Libertad de la revista Bohemia[1], se denunciaba la “vergüenza nacional” que era el “hospital de dementes” Mazorra, las cámaras de torturas en prisiones de Santa Clara y los calabozos de Esteban Ventura Novo, el ametrallamiento de 500 presos políticos encerrados en la Prisión de La Habana, ordenado también por Ventura y el coronel Carratalá, así como los más de veinte mil muertos del régimen de Batista. Al mismo tiempo, el periodista Jules Dubois reivindicaba “las ejecuciones de ‘criminales de guerra’ después de ser juzgados y convictos por los tribunales militares revolucionarios”, sobre las cuales se había “creado la impresión errónea de que un baño de sangre de venganza se ha desatado en Cuba”.
El tránsito de Japón por las cárceles cubanas se corresponde con el patrón descrito por Medrano. Del penal de Guanabacoa describe, al igual que sus compañeras: las paredes altas, las rejas, el dormir en el piso, la comida preparada en condiciones insalubres y el mes sin bañarse.
“Lo más triste de Guanabacoa, sin embargo, era conocer tantos juicios de paredón y ver a aquellas mujeres, que las llevaban al juicio y las traían destrozadas, porque cuando el viento estaba a favor se oían las descargas de los fusilamientos en La Cabaña… Y tú no tenías palabras con que consolarlas…”.
Antes de la llegada de Doris a Guanabacoa, se había producido uno de los hechos más desgarradores que relatan varias presas en el libro, y que concluyó con el traslado de un grupo a Guanajay. Manuela Calvo lo recuerda como “el Día de las Madres, en mayo de 1961, el día de las mangueras y todos los golpes”. Mercedes Roselló, quien fue arrestada junto a Cary Roque cuando estaba de parto en la Clínica El Sagrado Corazón, coincidiendo con el bombardeo al Cuartel de Columbia el 15 de abril de 1961, testimonia lo ocurrido:
“Cuando llegué a Guanabacoa ya traía los puntos de mi cesárea casi podridos, con fetidez. Allí me reuní de nuevo con mi hermana y ella, Cary, Maribel y Emilia Tamarit trataban de curarme, hasta que lograron que me llevaran al Hospital Militar a que me quitaran los puntos. Después, ellas mismas me limpiaban con alcohol, lo cual era tremendo logro.
(…)
Una noche, como acostumbraban a hacer bien entrada la noche cuando iba a suceder algo, las llaveras comenzaron a pasar sonando las llaves. Y si era anunciando la llegada de un carro, sabíamos que era visita del Ministerio. Nos llamaron a todos los pabellones y anunciaron que iban a permitir que nuestros hijos pasaran una noche con nosotras, que les podíamos mandar un telegrama para que los trajeran.
¡La felicidad era indescriptible! ¡Poder pasar una noche, aunque fuera en esas camitas inmundas, abrazadas a nuestros hijitos! Mi hermana Margot desconfiaba y pensaba que estaban tramando algo pero en mí la ilusión podía más que cualquier razonamiento…
Solo duró una noche y nadie durmió. De pronto, sin explicación alguna, entraron los del Ministerio y los guardias con enormes carros-bombas, y con chorros de agua a presión empezaron a dar manguerazos contra paredes y ventanas con un ruido ensordecedor. Todo esto con los niños aterrados, abrazados a nosotras y gritando: ¡Mamita! ¡Mamita! Ni siquiera pudimos darles de comer las laticas que habían traído nuestros familiares.
Las presas empezaron a gritar y a dar un toque de lata que duró las tres o cuatro horas de esa brutalidad… ¡Aquello era el mismo infierno! A la mañana siguiente, nuestros padres y madres estaban durmiendo afuera, esperando para recoger a los niños… ¿Cómo íbamos a sospechar que nos iban a hacer semejante traición? ¡Juramos que más nunca nos dejaríamos engañar a costa de nuestros hijos!”.
En 1967, Doris recuerda que nuevamente cae 14 el Día de las Madres, y se produce un nuevo traslado con fuerza a Guanajay, donde las unirían con las presas comunes. Selma Hazim relata en detalle:
“A mí me sorprendió ver que nos dieran visita por el Día de las Madres y que la visita fuera en un dormitorio, que no se prestaba. Además, entraron como 50 o 60 hombres vestidos de civil, con los brazos hacia atrás como si los tuvieran amarrados y caminando como si estuvieran borrachos. De pronto se formó una tremenda batahola, nos dieron golpes de todos colores; acabaron con Luisa Pérez, a Teresita Baztanzuri casi le fracturan los brazos. Yo me defendí lo mejor que pude, pero me dieron muchísimos golpes y a las 14 nos sacaron arrastradas para una jaula que esperaba afuera…
Logramos decirles a los familiares que no se fueran, que esperaran hasta el final… Aquellas pobres madres tiradas frente a los camiones para impedir que nos llevaran sin saber hacia dónde. Lo que queríamos era que el último grupo viera lo que pasaba, porque el escándalo había que darlo ya. Nos pegaron que parecía como si fuésemos hombres; no parecía que estuvieran pegando a mujeres: como a hombres nos dieron…
A nosotras nos sacan, pero a los gritos de ‘Muchachitas, nos llevan para Guanajay pero tengan cuidado que aquí esto está tomado por Ramiro Valdés’, son las 80 que quedan las que se les enfrentan a Ramiro Valdés y sus 600 secuaces… Por cada presa indefensa, casi ocho hombres armados. Las presas hicieron resistencia, no dejaron que les cerraran la reja y todas salieron para el patio. Lucharon como fieras, hasta donde pudieron, contra aquella cantidad de hombres.
Entonces ellos trajeron a los bomberos de Corrales, con los camiones más grandes y las mangueras más gordas que había, y empezaron a lanzar chorros de agua a presión contra las indefensas mujeres y sus familias. Pero las más fuertes, como Vivian de Castro y Carmen Gil, se agarraron a aquella manguera y le cortaron el pitón. Allí está escondido y algún día volverá a aparecer…
(…)
Estaba en estado Raquel Romero, con una barriga enorme, y le apuntaban la manguera contra la barriga. Entonces esta señora mayor, alta y gruesa, llamada Carmen, la envolvió con su propio cuerpo y les gritaba: ‘A ella no, a mí es a quien tienen que echarme la manguera de agua’. Si no llega a protegerla así, esa muchacha muere ahí mismo… Le dieron golpes que aquello fue la debacle. El hijito nació en prisión”.
Este no será el último testimonio del libro que muestra la crueldad hacia las mujeres embarazadas o que convivían con sus niños en las celdas, incluso en el caso de las presas comunes.
Tanto en Guanabacoa como en Guanajay, Doris fue enviada como medida disciplinaria a las Tapiadas. Cary Roque las describe:
“¿Tú sabes lo que es una Tapiada de Guanabacoa? Pues bien, es como una bartolina, con una hermética plancha de hierro por puerta, tiene un muro como cama de piedra, y en el piso un hueco con dos planchitas de concreto, llamadas ‘patines’, para poner los pies, agacharte y hacer tus necesidades, cuando puedes y las ratas no te saltan desde el hueco para morderte. Del techo cuelga una cadena para soltar agua sobre ese hueco, cuando dan agua, y ese es el mismo hueco donde cae el agua para bañarte…
(…)
Las Tapiadas de Guanabacoa tienen una peculiaridad sobre las de otras cárceles: son soterradas. Sí, están bajo tierra, exactamente bajo la galera #4, soterradas completamente a mucha profundidad y sin ventilación, con una humedad indescriptible, por eso las llaman Los Pozos”.
Allí fueron enviadas nuevamente luego de un intento frustrado de fuga. Al respecto, Japón rememora:
“… cuando nos agarraron los verdeolivos y nos arrastraron para la galera, llevaban unas armas largas que parecían unos mosquetes antiguos, de los que nos empezamos a burlar. No sabíamos que eran lanzagases. Los dispararon a quemarropa y con los fogonazos le quemaron la cara, le desbarataron la cara a Luisa Pérez… Fue tremenda bronca, golpes van y vienen… A todas nos quemaron a fogonazos. Sin darnos atención médica nos tiraron como a puercos dentro de las celdas y varios días después nos separaron en distintos lugares…”.
Guanajay era considerado el destino final, y era allí donde las presas alcanzaban “el verdadero sentido de hermandad”. Las huelgas de hambre y los toques de lata se convirtieron en formas de protesta habituales que unas iniciaban ante los castigos impuestos sobre otras.
Mary Martínez Ibarra describe una Tapiada de Guanajay:
“Tenía menos de dos metros de largo y metro y medio de ancho. Nos tenían sin agua, vivíamos en la podredumbre con el mal olor de un retrete lleno de excrementos y orines para el que sólo nos daban agua cada 15 días.
(…)
Nos bañábamos cada 15 días y lo peor era cuando teníamos la menstruación, sin higiene ni trapos con que contener la sangre. Recuerdo que como los custodios eran hombres y mujeres, una presa tuvo que pedirle a un hombre un poco de algodón y aquello fue una humillación para todas. A veces había que arrancar pedazos de la colchoneta para solucionar la necesidad tan grande que teníamos”.
Mercedes Roselló apunta que a las comisiones extranjeras que traían de visita cada vez con más frecuencia, a causa de las denuncias en foros internacionales, no les permitían la entrada a los reclusorios “porque ellos sabían que allí había quienes hablaban inglés u otros idiomas y que les iban a contar la verdad”.
Nenita Caramés afirma que en Guanajay había 1500 mujeres presas. Cary Roque describe las represalias que vinieron luego de la primera fuga de ese penal, cuando 8 presas lograron escapar del centro de detención y del país:
“Cuando en Guanajay anuncian el castigo: traslado para Baracoa, se produjo lo más increíble de la vida. A nuestro toque de lata como protesta, entró la guarnición al pabellón D y empezó a tirar con ametralladoras. Nosotras temíamos que estaban matando a todo el mundo. Entonces tomamos como rehén a la llavera…
¿Que quién la agarró como rehén? ¡Norma Albuerne, la embarazada! Gritamos por la ventana que una llavera era nuestro rehén, y que si no paraban de tirar la iban a matar a ella…
Aquello estaba muy oscuro y ellos seguía tirando a matar; no se veía lo que estaba pasando, porque tiraban desde afuera pero al ras. No lograron matarnos porque todas nos tiramos al piso rápidamente. Cuando subió uno de los militares a buscar a la miliciana, Norma se le paró delante y le dijo: ‘De aquí ella no se mueve hasta que ustedes nos garanticen que van a parar de tirar y que no han matado a ninguna presa… Y si ya han matado a alguna, aquí va a haber otra’.
Mientras Teresita Vidal, Japón y yo aguantábamos a la mujer, el hombre se abalanzó hacia Norma con una bayoneta. Y Norma, con aquella barriga, se le ha enfrentado y le ha dicho: ‘¡Mátalo, ya que mataste al padre, atrévete a matar al hijo!’. Allí se formó una que parecía no iba a tener fin. Yo jamás he oído un ametrallamiento tan largo.
Por fin se dieron cuenta de que estaban cometiendo una bestialidad; comenzaron a circular carros y carros de las gentes del pueblo. Los de Seguridad, los segurosos que recogían la basura, al otro día nos preguntaban con preocupación si había habido presas heridas. Ellos implantaban el terror, pero la comunicación con el pueblo era muy fuerte y de pronto se les aparecían 300 familiares a las puertas del penal…
La llegada a Guanajay desde Baracoa fue otra cosa. Aquello era una nube de verdeolivos por todas partes. Pegaron los camiones a los pabellones y nos bajaron. Las presas no podían creer que éramos nosotras que aún estábamos vivas y gritaban: ‘¡Viva Cristo Rey, viva Cristo Rey!’. Los verdeolivos nos estaban custodiando, pero no decían media palabra. Entonces, cuando se baja Graciela Varela y pasa junto a Manolo Martínez, director de prisiones que iba al frente de la comitiva, con toda su fuerza le espanta una galleta en plena cara: ‘¡Toma, Manolo Martinez [¡PAF!], por los seis meses que nos tuviste en Baracoa!’.
Y de nuevo, ¡pandemonium!… Nadie pisó el suelo, volábamos por el aire a puro golpe… Nos dieron una pateadura tal que las mismas milicianas nos decían: ‘¡No griten, no se rebelen, las van a matar, nos han dado orden de matar!’.
(…)
Y nosotras forcejeando para no dejarnos engalerar mientras las de los otros pabellones les gritaban: ‘¡Asesinos!’. Entonces, en medio de los golpes y forcejeos, pasaron a quitarnos la ropa e imponernos los uniformes grises que ya le habían impuesto al resto del penal.
Japón andaba suelta pero la agarraron entre cuatro y yo pensé: ‘La parten en veinte pedazos’. Pero no podíamos ayudarla; ellos eran cientos y nosotras 65, sumando los dos camiones. Las del segundo camión vieron lo que nos estaban haciendo y se tiraron a ayudarnos, pero las golpearon inmisericordemente…
Nos engaleraron y al mes construyeron una cerca y separaron al pabellón D del resto de los pabellones. Nos mantuvieron engaleradas un año, aisladas, sin jaba con alimentos, visitas, cartas ni telegramas. Pero lo peor era la falta de asistencia médica…”.
En Baracoa ya las habían mantenido seis meses sin atención médica, visitas o correspondencia, a base de “llaves de torniquete, torturas psicológicas, hambre, sed, golpes y más golpes, botellazos”.
Cary Roque compartiría más adelante con Japón una Tapiada en Guanajay:
“Un buen día, no conformes con que la Tapiada fuese una celdita mínima, pelada, sin cama ni nada, a puro piso, con unas ranuritas por donde nos pasaban el jarrito de agua con el plato de lata y se filtraba alguna luz, decidieron cementarlas del todo y convertirlas en verdaderas cajas de caudales sin oxígeno. De ahí, el nombre de ‘pozos’ o ‘gavetas’, soterradas en una oscuridad absoluta. Eso me causó la pérdida casi total de mi visión.
Cuando el director de prisiones de Pinar del Río, Roberto Fontanella, vino de visita y vio a Gladys Chinea con una infección de la piel y llena de burbujas, y a Noelia con un principio de infarto por falta de oxígeno, mandó a destapar las ranuras que habían cementado. Allí estuvimos tres meses, hasta que nos trasladaron para América Libre”.
América Libre es descrita como menos rigurosa que Guanajay, “con tantas palizas, maltratos y tapiadas”. De allí fueron soltando a las que cumplían condenas de 12 años. Al resto las trasladaron para Nuevo Amanecer, hoy Manto Negro. A las más rebeldes las mantuvieron en la antigua finca. Entre ellas quedó Japón:
“… nos metieron en una casita aislada mientras terminaban de construir las Tapiadas. (…)
Cuando estás en una Tapiada es cuando entra Dios. No es que tú lo llames: Él entra solo, viene a ampararte… Únicamente así se explica que una se levante por la mañana en una oscuridad negro carbón y diga: ‘Hoy voy a caminar por El Cotorro’ y mentalmente transportes tu cuerpo y vayas paseando por el pueblo, observándolo todo hasta el más mínimo detalle. Únicamente así soportas golpizas como la que nos dieron cuando el respaldo a los hombres en La Cabaña.
Un guardia le iba a dar un machetazo a Teresita y yo quise parar el golpe y quitarle el machete, pero allí estaba Miguel Toledo, que me dio una patada tan fuerte en la cara que me rompió el músculo facial completo. Durante tres meses tuve la cara irreconocible, y la parálisis facial me duró un año. Me desbarató la cara.
La herida se me infectó y todavía la estoy padeciendo, a pesar de tratamientos con reactivaciones eléctricas. Ni siquiera puedo vivir con mi hermana en New Jersey, porque no puedo resistir el dolor del frío en la cara. Perdí muchos dientes, y los que me quedan están flojos… Entre tantas golpizas y tapiadas, esa patada fue la que me desgració mi cara y mi vida”.
Delgado también denunció estos sucesos del mes de septiembre de 1969 ante la Comisión de Derechos Humanos de la Organización de Naciones Unidas, como “Golpizas a 200 Presas Políticas”. Continúa su testimonio:
“Por romper los ventanales de América Libre me llevaron castigada para El Caney en Santiago de Cuba. Me metieron en una ‘gaveta’, de esas en que una tiene que entrar agachada porque hay gente arriba y gente abajo, como en gavetas…
Un día me llevaron en una jaula de presos a mi casa para que mi hermana me diera ropa de civil, y me llevaron a Boniato para tomarme una foto. Me devolvieron a la granja y a la gaveta. El 13 de marzo del 79, casi a la medianoche, me entregaron el pasaporte ya con la foto que me habían tomado y me dijeron: ‘Mañana tiene que presentarse con estos papeles, váyase’. Yo protesté: ‘Pero son las doce de la noche, si no me van a llevar, déjenme llamar a mi hermana porque yo no tengo dinero’. La respuesta no se hizo esperar: ‘Ni puede llamar ni hay dinero para eso, ¡coja por ahí para abajo!’.
Bajé las cuatro leguas a monte cerrado pero no me dio miedo, fue muy agradable. Yo me crie en el monte y, ya grande, estuve alzada en el monte. A mí me gusta mucho el olor de la madrugada, de la tierra, del rocío, de las florecitas silvestres, el olor a mango de El Caney.
Llegué al pueblo como a las dos de la madrugada, me senté en el parque y se me acerco un mulatico preguntándome: ‘¿Qué le pasa?’. Le expliqué que yo era una presa recién puesta en libertad, pero que ni tenía dinero para el transporte ni podía llegar caminando hasta Santiago de Cuba. Él me contestó que quien único podría ayudarme sería algún carro de alquiler con un médico que hubieran mandado a buscar, pero que él se quedaría acompañándome para que no me pasara nada. Y así sucedió. Apareció un chofer que no solo me llevó hasta la casa de mi hermana sino que no aceptó pago alguno y dijo: ‘Écheme un poco de agua en el radiador y más nada, para mí ha sido un placer traerla’.
El 24 de abril me dieron mis papeles en la sección de intereses de Estados Unidos en la embajada suiza, y el mismo 24 llegué a Miami. Yo creo que todo lo hecho valió la pena, porque se hizo de corazón”.
Dora o Doris Delgado, “Japón”, cumplió 18 años de presidio político en Cuba.
Los testimonios de exprisioneras recogidos en el libro de Mignon Medrano indican que los métodos de terror empleados por la dictadura batistiana para reprimir el disenso político, lejos de desaparecer con la revolución de Fidel Castro, alcanzaron un nivel de sofisticación que le ha permitido al sistema subsistir hasta hoy. La intensidad de estas violencias se regula según sea conveniente ante la opinión internacional, y bajo la cobertura que brinda la opacidad de los mecanismos de rendición de cuentas de las instituciones militarizadas en Cuba.
Estos testimonios conforman un cuerpo de memoria histórica que da continuidad a aquellos presentados en abril de 1986 ante un tribunal en París organizado por la organización Resistance International y recogidos en el documental Nadie escuchaba, de Néstor Almendros y Alejandro Ulloa —donde intervienen Ana Lázara Rodríguez y Luisa Pérez—, y a otras denuncias de miembros de la organización Presidio Político Histórico Cubano sobre violaciones de los derechos humanos llevadas a Ginebra, recogidas en el libro 50 Testimonios urgentes, publicado por José Carreño en 1987. En 1995, Ana Lázara Rodríguez publicaría también Diario de una sobreviviente.
Por otra parte, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la Organización de Estados Americanos (OEA) publicó informes especiales en 1961, 1962, 1965, 1967 y 1970 sobre la situación del presidio político en Cuba. Mignon Medrano destaca como de especial importancia el informe de 1963 sobre la “Situación de la Mujer en el Presidio Político de Cuba”, cuyas conclusiones expresan:
“Respecto de la situación de la mujer en el presidio político de Cuba, la Comisión ha recibido amplia información de la cual se advierte:
1. Que a medida que el actual régimen cubano ha intensificado su sistema de opresión política, un número mayor de mujeres ha sido objeto de arrestos y encarcelamientos.
2. Que si bien no es posible conocer con exactitud el número de presas políticas que hay en Cuba, los datos aportados hacen parecer que asciende a varios miles.
3. Que las cárceles para mujeres con mayor número de presas políticas son las siguientes: Guanajay, en la provincia de Pinar del Río; Guanabacoa y Mantilla, en la provincia de La Habana; San Severino, en la provincia de Matanzas; y Baracoa, en la provincia de Oriente.
4. Que la Comisión ha recibido declaraciones orales y testimonios por escrito de mujeres que han sufrido encarcelamiento en Cuba por razones políticas. Algunas de ellas han sido víctimas de maltrato físico; otras han sufrido vejaciones e insultos, así como amenazas contra ellas y sus familiares; otras han experimentado un trato extremadamente humillante, encaminado a destruir su resistencia moral y a degradar su dignidad de mujer.
5. Que si bien en algunos casos el maltrato es explicable por el bajo nivel moral de los custodios, en otros parece responder a una táctica aplicada intencionalmente.
6. Que el maltrato físico o el terror psicológico aplicado a las presas políticas no hace distinción en cuanto a la edad, la salud, el estado civil o la condición pre-maternal de la mujer. En muchas ocasiones, se trata a las presas con el mismo rigor que a los hombres.
7. Que además del maltrato que reciben de sus custodios, existen otros factores que contribuyen a la humillación de las presas, como son las condiciones materiales de las cárceles donde son recluidas, muchas veces tanto o más perjudiciales para su salud física y moral que los castigos y maltratos de los carceleros”.
En octubre de 1973, la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) declaró como “crímenes de lesa humanidad” los abusos cometidos contra lxs presxs políticxs en Cuba, y denunció como “genocidio ideológico” la política aplicada contra lxs plantadxs. Con el apoyo de SIP, los Medrano consiguen que las denuncias alcancen la Comisión Internacional de Derechos Humanos en Washington.
Mignon afirma que, ante las presiones, “los represores se ven obligados a reducir los maltratos”. Para limpiar su imagen ante la opinión pública internacional, el gobierno cubano introduce entonces las prisiones modelos, como la granja-prisión Nuevo Amanecer (Manto Negro) para presas políticas, a modo de pantalla. En 1986, la televisora francesa Gamma TV logra filmar al interior de este penal, llamado entonces Prisión de Occidente para Mujeres, donde, según la directora, no había prisioneras políticas.
Medrano sostiene que durante el diálogo migratorio entre los gobiernos de Estados Unidos y de Cuba, llevado a cabo bajo la presidencia de Jimmy Carter, el gobierno cubano seleccionó “con fina astucia” a los presos que serían excarcelados por millares para su consecuente salida hacia el extranjero:
“Con muy pocas excepciones, los presos plantados del llamado ‘Presidio Político Histórico’ se quedaron cumpliendo sus condenas hasta el final. Para extenderles su condena original, otros fueron resentenciados arbitrariamente, sin previo juicio”.
En la primera mitad del año 2020, y a causa de la pandemia de Covid-19, el sistema de justicia del Gobierno cubano “concedió más de 10.000 beneficios de excarcelación anticipada” bajo las figuras de “libertad condicional” y “licencia extrapenal”. Según Diario de Cuba, diferentes organizaciones de derechos humanos denunciaron que los prisioneros por razones políticas, que hoy suman 138 según Prisoners Defenders, no fueron beneficiados por estas medidas.
Por el contrario, el gobierno ha usado normas sobre Covid-19 para encarcelar a disidentes como Keilylli de la Mora Valle, según denunció la organización Human Rights Watch.
Actualmente, la prisionera política Aymara Nieto Muñoz, miembro de las Damas de Blanco y de la Unión Patriótica de Cuba (UNPACU), ha cumplido la mitad de una condena de cuatro años por supuestos delitos de atentado, daño y desacato. En marzo fue traslada desde el Guatao, en las afueras de La Habana, a la cárcel de mujeres de Manatí, Las Tunas, a más de 600 kilómetros de su familia, donde ha soportado meses sin visitas y con contacto telefónico limitado con sus hijas. Según denuncias de familiares y activistas, ha sido aislada en una celda de castigo y posiblemente golpeada. Su historia demuestra la sistematicidad y la continuidad de los abusos ejercidos sobre las prisioneras políticas en Cuba.
Esta primera lectura del libro Todo lo dieron por Cuba no pretende erigir a las víctimas de la violencia política en mártires ni heroínas, ni justificar sus acciones, que no quedaron impunes.
Por otra parte, los responsables por sus torturas, Manuel “Barba Roja” Piñeiro, Fernando Flores Ibarra “Buchito de Sangre”, Pelayo Fernández Rubio “Pelayito Paredón” o el propio Fidel Castro, fallecieron sin enfrentar consecuencias por sus acciones (y su memoria sigue siendo reivindicada dentro de Cuba). El Comandante Ramiro Valdés Menéndez es hoy Viceprimer Ministro de la República de Cuba.
Estas mujeres han sido homenajeadas por el gobierno de la Ciudad de Miami y el condado Miami-Dade con la designación de una porción del Cuban Memorial Boulevard (SW 13th Ave) como la “Calle de las Presas Políticas Cubanas”, y con actos celebrados con cierta periodicidad en esa ciudad. Sin embargo, sus nombres e historias, con pocas excepciones, a duras penas han trascendido las fronteras del exilio cubano.
No es posible incluir aquí todas sus voces. Propongo, entonces, que cada quien haga una lectura de primera mano de sus testimonios.
Espero, eso sí, contribuir a la construcción de un espacio de memoria fundamental para iniciar el diálogo, al menos entre la sociedad civil, sobre los procesos de justicia reparativa y de reconciliación que necesitamos hoy lxs cubanxs.
Notas:
[1] Revista Bohemia, Edición de la Libertad. Enero y febrero de 1959.
https://ufdc.ufl.edu/UF00029010/02810
https://ufdc.ufl.edu/UF00029010/02811
https://ufdc.ufl.edu/UF00029010/02812
Nadie escuchaba
Protestar en Cuba es privilegio de quienes lo hacen por las reducidas vías que el Estado pone a disposición de la ciudadanía (“dentro de la Revolución, todo”), y de quienes aceptan por unanimidad sus decretos (“contra la Revolución, nada”), aunque sean conscientes de que sus peticiones han sido ignoradas.