La ‘realidad novelada’ de los Goncourt

Después de la Guerra franco-prusiana, en el verano de 1871, la Dîner Magny empezó a celebrarse en el restaurante Le Brébant, en el distrito IX parisino. Anterior al conflicto bélico, las afamadas cenas tenían lugar en el café Magny —hoy Café des Arts—, en el lado izquierdo del Sena. Dos veces al mes, el evento solía reunir, entre otros, a Sainte-Beuve, Paul Gavarni, Théophile Gautier, Gustave Flaubert, Guy de Maupassant, los hermanos Goncourt, Hippolyte Taine, Ivan Turgueniev, Paul de Saint-Victor… En una carta de 1862, cuenta Sainte-Beuve que “nuestro amigo, el Dr. Veyne, ofreció organizar unas cenas para liberar a Paul Gavarni de sus recurrentes estados depresivos”. 

La primera mujer convidada a las reuniones Magny fue —¿podía ser otra?— George Sand. En una carta a su hijo, la novelista escribió: 

“Hoy cené por primera vez en Magny’s con ‘mis pequeños camaradas’, la cena mensual fundada por Sainte-Beuve. Estaban Gautier, Saint Victor, Flaubert y su gran amigo Boulhet, Sainte-Beuve, el famoso químico Berthelot y los Goncourt. Taine y Renan no asistieron […] Me recibieron con los brazos abiertos… Estuvieron brillantes, salvo el erudito Berthelot, quien solo me pareció razonable; Gautier, siempre brillante y paradójico; Saint-Victor, encantador y distinguido; Flaubert, apasionado, me simpatiza sobre el resto”.

Por su parte, los hermanos Goncourt evocaron la primera cena en su periódico: “Gavarni ha organizado con Veyne, el médico de Bohème, Sainte-Beuve y nosotros, una cena, dos veces al mes, que irá sumando invitados. Hoy es la inauguración y la primera cena en Magny’s, donde Sainte-Beuve tiene sus hábitos y silla de honor”. 

Arte y literatura, política y economía, ciencia y oscurantismo eran los temas que dominaban las cenas. Sin embargo, ninguno les quitaba el rol protagónico a los chismes de turno. Chismear en exceso —he aquí un oxímoron, nunca se chismea de más—, chismear hasta la mezquindad —he aquí una falacia: mezquinos son los buenistas, jamás los chismosos, esos “amantes de la verdad” según Gide— siempre resultaba el plato fuerte. “Sainte-Beuve lloró más la muerte de Adèle que el propio Hugo”… “A falta de talento físico, George Sand ama la mente de Flaubert”… “El sordo Hugo solo come bizcochos”… “Verlaine solo tiene ojos y erecciones para con poetas de provincia inéditos”… Chismes que circulan en las páginas del Journal de Jules y Edmond de Goncourt. Chismes expresados, escuchados e inventados en los cafés Magny y Le Brébant.   

El siglo XIX francés —que es casi como decir la historia decimonónica de Occidente— quedó registrado en buena medida en las más de tres mil páginas del Journal de los Goncourt, que abarcan casi cinco décadas, desde la entonces moribunda generación romántica hasta el círculo de Mallarmé, pasando por Baudelaire y los parnasianos, por los realistas, simbolistas y naturalistas. 

El París letrado se revela aquí en su versión más íntima y terrenal, áspera y banal, culta y maledicente. Estos diarios o Memorias de la vida literaria consolidaron la tradición diarística y de mémoires, cuyo a veces clandestino desarrollo inició en los pasillos, habitaciones y jardines de Versailles. En paralelo a la gran novela realista francesa, ambos maestros de la indiscreción lograron en su escritura (diario, novelas, dramas, artículos periodísticos) algunos de los pasajes más notables del realismo. En su Historia de la literatura francesa, Thibaudet observó que “la novela realista de los Goncourt podría llamarse también realidad novelada”.    

Novelistas menores —aunque exitosos en su tiempo—, los Goncourt hicieron del diario el centro de su obra. Lo empezaron a escribir hacia 1851 y le fueron sumando páginas hasta la muerte Edmond en 1896… Una rareza en la historia de la literatura: hasta 1870, año en que muere Jules, ellos firmaron todos sus libros a dúo… Asimismo, “anunciaron” el tiempo perdido de Proust, incluso la autoficción tan de moda en estos días. 

A partir de “la primacía de la anécdota, lavandera de la historia”, los autores de Charles Demailly retrataron el mundo de la farándula burguesa, los cotilleos de y sobre las celebrities del momento. Las crónicas y artículos de chismografía que desde entonces gobiernan la industria del entretenimiento y parte del periodismo, mucho les deben al ingenio, estilo y visión literarios de ambos hermanos.  

El primer volumen del Journal se publicó en 1866, bajo el título de Idées et Sensations. Se cuenta que Paul de Saint-Victor —compadre de Edmond—, días antes de la publicación del volumen, le comentó a Maupassant: “Prefiero que mi nombre no asome en ninguna línea, ni siquiera para ensalzarme. ¡Qué me ignoren!”.        



El restaurante Magny.


Finales de octubre en la Isla de Richmond. Días de progresiva frialdad. El naranja y el amarillo colorean los árboles. El patio se llena de hojas y las ardillas —asediadas sin descanso por mis beagles— escarban las últimas provisiones para el pronto invierno. Una hermosa rosa coral aún resiste el derrumbe del clima. Yo, Jonathan Edax, siempre en mi sillón de orejas, hoy con pijamas de franela escocesa, miro asomar en una de las secciones del Wunderkammer, entre Flaubert y Chateaubriand, el único libro de Jules y Edmond que poseo.  

Sí, en el gabinete de maravillas habita la edición príncipe de la primera entrega del Journal (Paris: Librairie Internationale/ Lacroix, Vorboeckhoven & Éditeurs, 1866). Libro encuadernado en marroquí, rojo y jaspeado, con cuatro nervios en el lomo, donde se lee en envejecidas letras doradas: “Ed. & J. De Goncourt” (parte superior), Idées et Sensations (parte inferior). 



Idees et Sensations, Lacroix, Vorboeckhoven & Éditeurs, 1866.


Idées et Sensations. Dedicatoria: “A Gustave Flaubert” —en sus frecuentes estadías en París, el autor de Salammbô solía visitar la casa y los círculos sociales que frecuentaban los Goncourt, entre ellos la Dîner Magny—. Curiosamente, del novelista de Madame Bovary se lee a mitad del libro: “Tiene una mente gruesa y abotargada como su cuerpo. Tiene pocas ideas en la conversación. Es palurdo, excesivo y sin ligereza”. “Se hubieran ahorrado la dedicatoria”, bien pudo decirles “el gordo Gustave”.

El título del volumen puede resultar engañoso: hay ideas y sensaciones, pero también un gran desfile de cotilleos, muchos de los cuales aparecerán reciclados y rehechos luego en sus novelas. Sin embargo, la voluntad de alcanzar un estilo sostiene las páginas del Journal

Thibaudet también señaló que los Goncourt “crearon la novela escrita artísticamente […] Refirieron con alguna exageración las torturas padecidas para formar su estilo y no se puede negar la suma incomparable de creación que representa ese estilo rebuscado. [Hay con ellos] una lengua que aprender, la lengua Goncourt”. En el Journal, el cotilleo aparece vestido de literatura, se cuenta en tono novelado. En la prosa diarística de los Goncourt la «reflexión» deviene un delatar las intimidades del pensamiento. 

Se podría leer el Journal como una larga novela en fragmentos sobre las proyecciones escatológicas —en su doble sentido— del hombre. Estilizar en la prosa la vida ordinaria, dejar la memoria escrita de la vida literaria… Tal fue el proyecto de los hermanos desde Idées et Sensations. En una carta (1860) a Flaubert, Jules escribió: “La verdadera nada, mi querido amigo, es la historia, puesto que es a la vez la muerte. Nosotros hemos tratado de traerle aire, día, vida a la novela que es después de todo, la única historia verdadera”. 

La vida y el artista modernos que Baudelaire formuló en sus poemas, diarios y escritos sobre arte, también está en el Journal.Asimismo, en las descripciones, chismes y pensamientos de los Goncourt, Marcel Proust educaría su escritura unos años después: “Yo veía que las anécdotas más curiosas, las que hacen del Diario de Goncourt materia inagotable, diversión de las noches solitarias para el lector, se las habían contado esos invitados que, a través de sus páginas, desearíamos conocer”.    



Entre Flaubert y Chateaubriand.


Unos días después de la publicación de Idées et Sensations, Taine fue a ver a un famoso abogado parisino. Quería tantear la posibilidad de demandar a los hermanos Goncourt por las “desmesuradas y odiosas revelaciones que abundan en ese libro de chismes, diario reflexivo de novelistas frustrados, o como se llame”. A la semana siguiente, Taine volvió al despacho del abogado y le dijo: “Mejor dejémoslo así. Quién sabe si muchos de nuestros nombres serán recordados en cien años por las páginas de los Goncourt”. 

“Retórico y falso, […] pero un coleccionista de proezas sexuales”, dijeron de Hugo… “Zola, nuestro mejor plagiador”… “En el siglo pasado, Delacroix habría sido paisajista del Sena”… “Delacroix e Ingres, Ingres o Delacroix, vayamos a otra cosa”… “Stendhal, un escritor de guías turísticas y manuales de arte”… “No conozco una conversación que produzca un tedio más parecido a la lluvia que una de [Charles] Asselineau”… “Rose —sirvienta de ambos y quien inspiró la protagonista de Germinie Lacerteux— escogió un mal momento para morir, justo el día que nos visita la princesa Mathilde [Bonaparte]”…  

En una entrada del Journal, correspondiente a mayo de 1890, Edmond escribe: “Todos quieren saber la verdad sobre el resto, pero nadie permite que se diga la verdad de ellos mismos… Si tuviera que consultarle a cada persona mencionada en estas páginas si podemos hablar de ellas, los doce volúmenes que mi hermano y yo hemos escrito, se quedarían en doce páginas”.   



Les Goncourt caricaturés de Xavier Girard, 1868.


Obsesos del XVIII francés, Edmond y Jules frecuentaban casi a diario los bouquinistes del Sena, a la caza de libros, efímera, dibujos, postales y cualquier memorabilia proveniente de la centuria de las luces. Para ambos, el XVIII era el gran siglo. Conocidos también como grandes coleccionistas, su apartamento de la 43 Rue Saint-Georges era una especie de museo privado. No pocos de esos objetos de colección fueron adquiridos a precios irrisorios o incluso “gratuitamente”: Rose —criada diurna y prostituta en las noches—, García —meretriz a tiempo completo que vivía en el mismo edificio que ellos— y Anna Deslions —cortesana de culto, amante de Jules y de un joven Luis Napoleón, mujer que inspiró la Nana de Zola— se encargaban de facilitarles algunas piezas a cambio de favores carnales… De su relación con Anna, Jules contrajo la sífilis que lo llevó a una “muerte temprana” en 1870.   

“Es la modelo con mayores encantos que he tenido”, dijo Honoré Daumier de Anna Deslions. En su colección, los Goncourt tenían los bocetos de las 101 caricaturas de la serie Les Beaux Jours de la Vie —publicadas durante las décadas de 1830 y 1840 en el periódico ilustrado Le Charivari— del pintor marsellés.  



H. Daumier: Un Bouquiniste Dans L’ivresse, 1844.



Diario de un bibliófilo

Junio 30, 2016. París. En uno de los bouquinistes del lado izquierdo, frente al Musée d’Orsay, encuentro la primera edición de Idées et Sensations de los Goncourt. 

—De la biblioteca privada de la Deslions —me dice el librero en un perfecto español gutural. 

—¿De quién? —le pregunto. 

—De una descendiente de Anna, la amante de Napoleón III. Murió hace unos días… Dejó una excelente biblioteca… Algunos de sus libros los estamos vendiendo nosotros… También de ella eran estas litografías de Daumier… Están a muy buen precio… 

—¿Dónde aprendiste español? —le pregunto.

—Fui chulo en el Barrio de Pigalle, durante veintidós años —me responde—. Compartí cuarto con una novia española… Doce años… Escribí una novela sobre ella… Mira, esta litografía te la dejo en… 

Hablo unos minutos más con el librero. Se llama Benoit. Le compro el libro y una de las litografías: Un Bouquiniste Dans L’ivresse (1844).

En la noche, hojeando el volumen en el hotel, veo escrito (en el reverso de la portadilla) un nombre inclinado hacia la izquierda en tinta roja: Lorette Deslions.  



Inclinado hacia la izquierda en tinta roja, Lorette Deslions.




James Joyce

Joyce o el olvido de Ítaca

Pablo de Cuba

Seis mecanógrafas renunciaron a pasar “en limpio” el manuscrito de Ulysses. Una de ellas le confesó a Sylvia Beach que se estaba quedando calva; otra, que su esposohabía lanzado al fuego “esa cosa para depravados”. El ejemplar número 1000 y último de la primera edición, Joyce se lo dedicó a Nora: “En Ítaca, para Penélope”.