Jorge Dáger: Correspondencia de la ilusión

Dejemos de lado las pretensiones, los excesos de arrogancia, las posturas ensayadas, los alardes, las poses.

Dejemos de lado todo ello y hablemos de lo que importa, hablemos (escribamos) sobre la obra de los artistas, sobre sus mundos, sus relatos, sus prefiguraciones formales y sus regularidades e invariantes discursivas y estéticas.

Mucho más que el ego, interesa la obra.

El ego, al término, es puro accidente; la obra, un acontecimiento que sucede, que se da, que se organiza en función de la posteridad.

Llevo meses asistiendo al carnaval de un tipo de crítica cubana epatante, preocupada solo en gestionar un campo legislativo para el ejercicio oportunista, la desautorización sin fundamento y el escrutinio excesivo en lo contingente y no en lo trascendente.

Está naciendo, sin duda, una crítica de la barricada y de la guillotina: una forma de crítica que se parece más al periodismo interpelante que a la crítica de arte en sí misma. Puede, en parte, que esta sea la razón de esa preocupante “orfandad axiológica” que rodea la obra de tantos buenos artistas cuya obra es producida en la Isla.

Esa “batallita entre los críticos” conduce a un efectismo remolón, mientras que la lectura de obras, el desmontaje de poéticas y su pertinente ubicación en un mapa reflexivo y autónomo queda en el limbo de tales discusiones.

Sin ir más lejos, observaba esta mañana el trabajo del joven artista cubano (también huérfano de miradas) Jorge Dáger. Su dibujo es excepcional. Es, podría decirse, un ensayo clínico de la identidad de los otros. Poseedor de una incuestionable facultad para la reproducción y para la mímesis, hace alarde de una destreza y habilidad técnica fuera de serie.

Sus dibujos al carboncillo rivalizan, en una suerte de ritual erótico, con el estatus reproductivo de la fotografía, convertidos así en retórica del émulo. Frente a tanto deterioro de “lo real” y a sus sistemáticas defunciones, Jorge rescata el poder del realismo para construir una obra que es pura auscultación de alma. No observo en él al artesano que se debate en la conquista del oficio; advierto, por el contrario, el pulso de un gran intérprete. Habría que revisar esta amplia galería de retratos para alcanzar a discernir sus movimientos internos y esenciales. Esos que, me temo, afectan el plano de las emociones.

Me resulta imposible la apreciación de su obra sin sospechar que detrás de ella habita un maníaco de la perfección y del purismo más radical. Dáger es, con largueza, un hedonista y un dionisíaco: sus superficies dibujísticas traducen el placer que resulta de esa observación pausada del modelo y de su reproducción mimética. Habiendo tenido la suerte de poseer este don para el dibujo y de ser un preciosista compulsivo, hace un excelente uso de esas facultades en el beneficio de una obra tremendamente bella y muy sugestiva.

Existe algo que me fascina de su hacer, o más bien algo que yo infiero del mismo. Hablo de una extraña dimensión epistolar que se cifra entre los modelos de referencia y el ejecutor del dibujo. La obra en sí, la representación purista del otro, adquiere el carácter de un texto, de una narración simbólica que se teje entre el artista y el sujeto/objeto de la reproducción, en un altísimo grado de subjetividad y de abstracción.

Los dibujos de Dáger son esas cartas que recibimos un día, ese mensaje que trasciende el régimen dictatorial de lo cotidiano y de lo palmario para elevarse al lugar de lo sublime-artístico.

Es en ese sitio en el que se revela otra señal de su registro que me seduce lo suficiente: la no sujeción a la idea restrictiva del canon y de sus modelos de belleza encorsetados.

La mirada de Dáger se revela cubista, poliédrica y ambiciosa. No busca sus modelos de entre los presuntos personajes guapos y jóvenes; lanza una exploración, audaz y provocativa, hacia esos otros rostros y esos cuerpos ya vencidos por el paso y el afecto del tiempo, por el impacto del accidente, por la solvencia de lo real mismo y no de sus reformulaciones narcisistas. Las imágenes de este artista amplían la visión clásica de la captura y del registro erosionando la propia idea de belleza y desplazando la hegemonía del discurso publicitario hacia la consumación expedita de una visión más ontológica.

Y no sugiero con ello que su registro deba ser leído como el asentamiento de lo lateral y de lo subalterno. Muy distinto de esa idea está el hecho de que su propuesta abandona las categorizaciones, los estancos y los enunciados rectores para convertirse en un gesto inclusivoque abraza y reclama para sí el concierto de múltiples subjetividades.

Los retratos de Dáger son increíblemente personales y traban una relación afectiva y de tintes psicológicos con el sujeto beneficiario del mismo. Sin embargo, esa relación tan estrecha, tan entrañable y noble, no reduce en modo alguno el alcance y la dimensión de sus representaciones. Tal vez por ello, cuando los observo con atención y con asombro, descubro la verdadera identidad que se solapa en ellos: la de ser el retrato amplificado de una nación global. Me asomo al espejo y me ruborizo. Veo en él a un joven bello que mañana será un viejo, que luego, más tarde, será polvo.


Galería


Jorge Dáger – Galería.




Roberta Lobeira

Roberta Lobeira: sin casa y sin flores

Andrés Isaac Santana

Teniendo una obra deliciosa y todas las posibilidades para posicionarse en el campo del arte desde una retórica de empoderamiento más que convincente, la pintora mexicana Roberta Lobeira no cuenta, no existe, ahora mismo, para ninguna de las narrativas del arte contemporáneo latinoamericanas, menos aún para las europeas.