Alan González es un director de cine cubano que nos ha mantenido agarrados a la butaca con el ritmo trepidante y los dramas narrados en sus cortometrajes “La profesora de inglés” y “El hormiguero”.
Alan es bien conocido en la cinematografía nacional por su trabajo como guionista y como fotógrafo para las historias de otros reconocidos autores.
Centrado en el mundo femenino y en atmósferas sociales al margen, nos narra una Cuba que es muy difícil de encontrar en otros audiovisuales.
Este septiembre Alan estrena su primer largometraje en el prestigioso festival de cine de Toronto: “La mujer salvaje”, protagonizado por Lola Amores, una historia muy actual que no da espacio al respiro.
Sobre su primer largometraje y sobre su trabajo con grandes actrices como Coralita Veloz, Grisell Monzón, Yaité Ruiz y la propia Amores, hablamos.
“La mujer salvaje”, tú primer largometraje de ficción, tiene su estreno mundial en septiembre en el Festival de Toronto. ¿Qué esperas del Festival?
La noticia nos ha hecho muy felices porque vamos a mostrar la película por primera vez, y a un público grande y diverso. Es una gran oportunidad para ver mucho cine en un festival muy prestigioso. Me hace mucha ilusión ir con Lola e intercambiar.
Alan, nos tienes acostumbrados a un cine muy realista, enfocado en la sociedad cubana actual y, sin embargo, no dejo de pensarte muy cerca de un “Rocco y sus hermanos”. No sé si es el neorrealismo, pero te siento inmerso en esas películas italianas de la posguerra. ¿Quiénes son esos directores que te acompañaron en tu carrera de cortometrajista?
Yo trato de no reducirme y de mirar el cine y la vida a todo lo rico y ancho, y el cine está lleno de maravillas. Pero, dicho esto, como al final está bueno no resistirse, me reconozco muy marcado por ese cine italiano clásico, lo que es decir también por el gran cine cubano que bebió de esa agua, sobre todo el de Titón.
También me sobrecogen Haneke, Cassavetes, Buñuel, Chantal Akerman, Kaneto Shindo y Bresson, y me impacta la obra de Farhadi, Kurosawa, John Huston, Östlund, Sorín, László Nemes, Michel Franco, Alice Rohrwarcher y Lucrecia Martel.
¿Te consideras un director de mujeres?
Sí, porque me parece que las mujeres están más oprimidas, pero expresan más fácilmente lo que tienen que defender para sí, incluso sin las grandes acciones visibles o el espectáculo que los hombres suelen necesitar.
El cine es un arte de representación. Y a me interesan los personajes que tienen un territorio que defender. Los hombres (y aquí hablo de los seres humanos, los personajes y los actores) se protegen más de mostrarse, de frustrarse, de lo que llamamos perder. Pero las mujeres han estado tanto tiempo bajo sospecha, que han aprehendido y practicado el desacato de maneras mucho más sofisticadas. Esas maneras me resultan más variadas y más enriquecedoras para entender el mundo.
El hombre se destruye al obedecer; la mujer se devela al confrontar.
Quizás por eso lo que he tenido necesidad de contar hasta ahora lo he visto directamente encarnado en mujeres. Pero eso no quiere decir que no prevea hacerlo desde otro lugar.
Cuéntame de “Los amantes”. ¿Es un corto que hiciste ya teniendo el guion de “La mujer salvaje” acabado? ¿Es un teaser del largo?
Cuando filmamos “Los amantes” no teníamos el guión del largo, sino uno de los primeros argumentos. Claudia Calviño quería que filmáramos algo parecido a lo que yo imaginaba para la película, sin repetirla, porque yo soy una persona que se aburre.
Tomamos lo que en ese momento era el personaje, una criatura con el mismo nombre de Yolanda y con la fabulosa energía física de Lola Amores, pero que luego se redefinió, porque, en ese corto, bajo esa situación en tiempo real, era imposible tridimensionalizarla realmente.
También usamos otro escenario que para mí no tenía que ver con el largometraje, y una situación dramática que, si acaso pertenecía con algunas variaciones a “La mujer salvaje”, sería solo a algo ocurrido antes del minuto cero de la película.
Aunque decíamos que era una exploración para el largo, para mí es un experimento narrativo autosuficiente.
¿Qué diferencias ves entre el corto y el largo?
El corto no cuenta nada que tenga que ver con la película, y pidió un título propio y le cedió el otro al largo. “Los amantes” me hizo aprender y tomar decisiones para “La mujer salvaje”, pero al final creo que no aporta más a la película que los demás.
¿Cómo fue el trabajo de guion de “La mujer salvaje”? ¿Cómo surgió la idea? ¿Por qué?
Al principio, yo veía tan difícil poder hacer un largometraje que alimenté la idea de que fuera mucho más sencillo. Pero fui descubriendo qué era lo que me motivaba realmente, y ese compromiso fue poniendo sus reglas, y la historia de Yolanda me excedió.
No sé en qué punto nació realmente, o si fue esa idea la que me escogió, me preparó. En ese proceso, fue vital el trabajo con Nuri y con Claudia, y luego ver a Lola en ese rol.
Todavía Nuri y yo reescribimos el guion en nuestra mente, porque nuestros procesos de escritura se retroalimentan. De hecho, recién el otro día le enviamos a Lola un diálogo mejor que otro que quedó en la película.
Nosotros nos sentamos juntos, probamos escenas distintas o cada uno puede hacer una reescritura completa, pero siempre revisamos entre los dos. Hay mucho pensamiento, observación, exaltación, lecturas y gozo. Y en la misma medida incertidumbre, dudas, dolor.
¿Qué películas viste para hacer tu ópera prima?
Ahora mismo pienso en “Wanda”, de Barbara Loaden. Me la recomendó Iana Paro al leer el guion, y yo no la había visto y se me grabó. Hubo un momento en que vi a Yolanda alejarse en un plano, y volví a acordarme de Wanda, y presentí que ese momento específico, tan temático, parteaguas, podría funcionar.
El personaje de Lola en la película es una mujer que está todo el tiempo con el corazón en la boca. Uno de mis mayores temores era que tanta bomba no se pudiera mantener, que tanta desesperación cansara al autor. ¿Cuáles son los momentos de descanso de tu película?
No te hablé antes de Żuławski ni de los Dardenne, pero hay en ellos, muchas veces, desde el tono o desde el conflicto, una urgencia que arrastra. Confío en que el espectador aprovecha esas experiencias intensas que se permiten cuestionar un mundo conservador.
Por otra parte, el ritmo viene de adentro del personaje y de la puesta en escena, a veces más que del guion. Nuestro juego es dar y quitar al espectador, en la medida en que no quiere o necesita, según lo que nos emociona, a veces intuitivamente y a veces desde las herramientas.
O sea, sí me preocupaba proteger en el rodaje esos momentos de respiro, cuando Yolanda reevalúa o retrocede, sobre todo porque sabía que era un personaje más polémico para los otros que para mí. Pero, en el fondo, me gustaba más cuando actuaba por impulso, siendo supuestamente cuestionable, porque esos impulsos y esa urgencia expresan su intuición, la misma que le ha servido para sobrevivir.
Hablemos del trabajo con Lola. ¿Cómo fue ese trabajo de mesa? ¿Cómo te propusiste trabajar con el resto de actores? ¿Te relacionaste con ellos de una manera diferente que con Lola?
Lola es una actriz sobre la que se tendría que escribir un libro. He dicho que es inhumana, quizás es una IA.
Ella se hizo la que la vida la puso a vivir cerca de mi casa, antes de filmar la película, durante más de un año, para que yo sintiera que trabajábamos juntos.
Observamos con lupa a algunas personas referentes, su habla, la localización de su energía. Todo fue natural. Tenemos una confianza absoluta, que no es la única vía para trabajar con los actores, pero para mí, es la ideal.
Cada uno tiene sus particularidades y con cada uno yo me relacioné distinto, tratando de no juzgar a los personajes y proporcionando mucha libertad. Tú verás a una Grisell Monzón o una Yaité Ruiz maravillosas, junto a actores naturales o con experiencia casi nula, en un casting que fue pura entrega, sin estrellatos, en un momento en que todo era tan horrible que parecía que el mundo se iba a acabar.
La pandemia estaba en un pico. Había mucho calor, pasamos un huracán. El rodaje se paró como diez días por una enfermedad grave. Yo mismo tuve dengue. El dinero seguía desvalorizándose y era mi primer largo. Podrían haberse desconcentrado. Sin embargo, confiaron y dieron de más.
¿Qué pasa con un personaje como Yolanda en la actualidad? ¿Cómo crees que acaba una mujer así? ¿Hay un presente feliz para ella?
Supongo que para tener un presente tienes que tener un proyecto. Y Yolanda tiene muchos, tal vez más que tú y que yo. Porque ella vive creando, inventando.
Y es que el presente es una multiplicidad. Es algo incalculable, una sinécdoque que, aunque todo el tiempo lo intentamos, en realidad no podemos calificar.
La película es actual y hace una propuesta. Pero es una propuesta para Yolanda, como personaje concreto, formada de causalidades y azares que no debo revelar.
Si ella se salva, es porque no acaba al borde del abismo, sino que siempre estuvo allí. Incluso, te digo, es tan pequeña e invisible para tantas personas que, lo que para muchos puede ser es el borde del abismo, para ella puede ser una montaña eterna, una más.
Si, por el contrario, no se salva, es porque la destruye cualquier cosa. Incluso algo pequeño, porque vivimos en una sociedad donde, si tú eres un desfavorecido, realmente no tienes que equivocarte para que te pisen.
Para mí la felicidad no depende solamente de cuán víctima seas, o del uso que hagas de la víctima que eres. Estar bien con uno mismo, eso es equivalente a la felicidad.
Al perdedor, nadie le dice: “ya tú perdiste”. Ni siquiera le dicen: “perderás”.
Pueden hasta intentar decírselo, pero va a leerlo a su modo, y como puede, y a vivir a su modo y como puede, que tampoco puedo medir, tampoco puedo pronosticar. Como no pudiera pensar en una mujer supuestamente como Yolanda y especular qué le puede pasar.
Cuando se acababa el día de rodaje y llegabas a casa, ¿qué hacías? ¿Descansabas o preparabas el día de después? ¿Eres un director que trabaja con storyboard? ¿Haces plantas? ¿Vas al set con todo bien preparado o te gusta dejar una ventana abierta a la improvisación?
No trabajo con storyboard, porque me limita el juego. Siempre me guardo fichas, y hasta escenas completas de improvisación, hasta donde la economía lo permite, porque siempre he tenido que filmar corriendo.
Sí hice plantas con Lorenzo Casadio, el fotógrafo, durante la pre. Y creo que fue bueno para ganar en tiempo y decisiones sobre la escena. Para él, también fue su primer largo y fue un gran cómplice, junto con Olga Sánchez, la asistente de dirección. A los dos les agradezco mucho. Estoy preparando otros proyectos con ellos, porque lo disfrutamos mucho.
Me resulta esencial trabajar en la puesta en escena, el arte y el acabado de los vestuarios. Pero privilegio a los actores. Cuando llegaba a casa, pensaba sobre todo en posibles abordajes para comunicarme con ellos y preparaba “mi maleta” para que dieran lo mejor. Y procuraba por todos los medios descansar.
Si “La mujer salvaje” fuera una canción, ¿Qué canción sería?
Si “La mujer salvaje” fuera un cuadro, ¿Qué cuadro sería?
La Jungla, de Lam.
¿Qué crees de la situación del cine cubano ahora?
Un país en crisis hace más difícil la producción, pero esa sumatoria de obstrucciones, aún sobre el cuerpo de los cineastas y sobre su salud mental, a veces habilita nuevas estrategias y usos del lenguaje.
Un reto es ser fiel a tu visión del mundo. Otro, sobrevivir económicamente. Otro, ser un artista consecuente.
Esto supone tener que escoger todo el tiempo dónde poner la energía, sobre todo la energía creativa, y no confundir derechos con oportunidades u oportunismos con posibilidades.
Lo que más daño nos hace son la voluntad sin clarividencia, la irresponsabilidad e impunidad institucional, la desvalorización del individuo y el odio al que esto convoca.
Y el odio no es fértil, no sin dañarte. El odio estrecha una mirada que debería ser expansiva para que pueda evolucionar.
¿Qué te gustaría que cambiara?
Es muy difícil responder eso. El mundo está desequilibrado. Nos desequilibraron lo que pensamos, lo que hacemos, lo que recibimos y lo que damos.
Nos inculcaron el miedo, la vergüenza, la subordinación, la necesidad de ser exitosos, de obtener cosas y de competir.
Sin embargo, algo me consta: dar, da placer. Da más placer que recibir. Para dar, hay que tener (de ahí la confusión que nos genera el mundo). Para tener, hay que sembrar y cultivar. Para sembrar y cultivar, se necesita tiempo, que es a su vez lo único que podemos tener.
Entonces, en el tiempo que yo tengo, quiero intercambios reales. Quiero cambiar en mí todo eso que es superfluo, para poder dar.
Armando Capó: “Es un poco obsceno y egoísta grabar una película”
Cada uno de sus cortos está cargado de una dureza que te hace replantearte todo lo que hasta ese momento piensas de tu propio país.