Ha sido uno y muchos hombres. Sobre las tablas ha sido Severo Sarduy, José Martí, San Sebastián; pero la primera vez que fue “otro”, alguien más que sí mismo, fue en un patio de colegio rodeado de niños como él. Durante el recreo, frente a sus compañeros de clase, Eduardo Martínez narraba episodios de la Guerra Civil española y el pasado épico de un joven republicano.
No era el nervio teatral lo que lo impulsaba a interpretar a un hombre a quien la explosión de una bomba dejó el cuerpo cargado de metralla y años después llegó a ser escolta de La Pasionaria; sino la ilusión de suplantarlo, de narrar en primera persona cada una de sus hazañas. El hombre al que Eduardo Martínez había robado la identidad era su abuelo, el ídolo de su infancia: un rojo valenciano con un largo y admirable recorrido vital. Eran las historias de su abuelo las que se atribuía con pizca de remordimiento y culpa frente a sus amigos de la escuela primaria.
Hoy mucha gente lo identifica con Andrés, el protagonista del largometraje de Carlos Lechuga; personaje por el que fue nominado —junto a tres bestias pardas como Ricardo Darín, Eduard Fernández y Leonardo Sbaraglia— a mejor actor en los (ya inexistentes) Premios Fénix. Pero para quienes lo conocieron antes de Santa y Andrés, Eduardo Martínez es, junto con Lola Amores, el creador de La Isla Secreta, singular espacio escénico ubicado en un apartamento interior de la calle Soledad. Y antes, durante casi veinte años, fue fundador y actor —y no uno cualquiera— de El Ciervo Encantado.
¿Por qué quiero hablar de Eduardo Martínez?
Quizás la pregunta es: ¿Cómo no hacerlo?
Mi columna en Hypermedia Magazine transita los caminos de la emigración, y el correlato inevitable e ineludible de la emigración es el regreso. Los relatos del regreso también forman parte de la narrativa de la diáspora.
Lejos de este cielo europeo, parcialmente nublado casi siempre, atravesamos el puente de hierro, subimos por la calle 24 y, luego de una parada técnica en casa de un amigo común, nos despedimos sin ningunas ganas de despedirnos: de mi último viaje a Cuba traigo la voz de Eduardo, su sonrisa fiable y las fiables trampas de sus fabulaciones e identidades múltiples.
Eduardo Martínez es un contenedor de identidades. Auténticas todas.
El primer podcast va de eso que se llama actuar, interpretar, construir un personaje y construir un espectáculo escénico más allá de la palabra. Y en esas complejidades de la “palabra”, desembocamos en un segundo audio donde Eduardo se remonta a la etapa inicial de El Ciervo Encantado, allá en los noventa. Solo que cuando Eduardo habla de El Ciervo Encantado habla, ante todo, de ese cuento de Esteban Borrero Echevarría que inspiró la pieza homónima con la que se graduó del Instituto Superior de Arte y que, a su vez, dio nombre al grupo teatral que desde entonces dirije Nelda Castillo.
Por los caminos de El Ciervo Encantado llegamos a La Isla Secreta y sus deudas éticas y estéticas: Martí, la generación del 27, María Zambrano y el grupo Orígenes.
Y alrededor está Santa y Andrés, desde el primer podcast. La película de Carlos Lechuga se cuela a cada rato y es una puerta de vaivén que conduce a otros temas, los encauza.
Tres audios altamente recomendados para intérpretes, dramaturgos y creadores. Para amigos y enemigos de la verdad, amigos y enemigos de la mentira. Para amigos de sus amigos y amigos de su soledad. Tres podcasts altamente recomendos para aquellos que escuchan su respiración a la par que sus pensamientos. Y para aquellos que a veces escuchan su respiración, y nada más que eso.