El silencio que dejó Daniel Díaz Torres

Laura Díaz Ravelo es la hija de Daniel Díaz Torres y ha tenido la gentileza de hablar un rato conmigo acerca de su padre. 

Esto no es una entrevista, ni una crítica cinematográfica, tan solo un homenaje.

Un juego a dos voces. 

Estoy sentado en la plaza Za de la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, y tengo frente a mí el pasillo por donde Danielón iba y venía a millón. Siempre andaba en mil cosas. Su vozarrón era inconfundible. Tenía un encanto y una capacidad tremenda para atraer gente.

Cuando empecé a estudiar acá, tuve la oportunidad de escribir una película llamada El Edén perdido que era la segunda parte (o la película hermana) de Camino al Edén, dirigida por Daniel. 

Como las películas dialogaban entre ellas, tuve que reunirme con él varias veces y cuadrar algunas cositas. Yo tenía veintipocos años y, desde el minuto uno, el hombre me trató con un respeto y una profesionalidad asombrosas. 

Muchas veces los jóvenes tropiezan con las trabas y los celos de los consagrados. Con Daniel esto era impensable. 

Sus consejos, sus conocimientos de cine (que eran inmensos) me los trasmitía a manera de propuesta, dejando siempre que yo hiciera lo que quisiera. Con elegancia, y sin dejar de bromear, me mostraba una bondad infinita. 

Hace unos años, una película suya y una mía (La película de Ana y Melaza) viajaron juntas a varios festivales, pero él ya estaba enfermo y no coincidimos más.

Recuerdo una llamada telefónica (la última) donde hablamos de cine, del futuro, de algunos viajes. Estaba contento de hablar conmigo. Yo estaba contento de escuchar su vozarrón. 

Luego, con Santa y Andrés y las situaciones que me cayeron arriba, mucha gente me recordaba lo que le sucedió en su momento a Daniel Díaz Torres. Me mandaban a leerme algunas de sus cartas, investigar su proceso…

Un proceso que fue grave, duro. Hoy yo solo pienso en el daño puertas adentro, la familia: este hombre con su mujer y sus hijos tratando de volver a la normalidad.

Le escribo a su hija, a Laura. 

Laura me lo cuenta. 

¿Cómo se vivió, en lo personal, la resaca de Alicia en el pueblo de las maravillas?        

Cuando el caos en torno a Alicia… yo era pequeña y no recuerdo bien lo ocurrido. Pero crecí con las historias alrededor de la película y todos los mitos creados con respecto a él y su familia. 

Ya con más edad, un día, en una conversación sobre cine cubano entre jóvenes, alguien que no me conocía bien me dijo que el director de Alicia… se había ido del país. Mi reacción primera fue de mucha risa y después me dediqué a corregir el disparate.

La primera vez que vi la película tendría unos diez años, y la vi desde un punto de vista muy ingenuo. Recuerdo que todo el tiempo le buscaba el paralelo con la historia de Lewis Carroll y no entendía la mitad de las cosas. 

Alicia en el país de las maravillas fue uno de los primeros libros que me regaló mi papá. Cuando lo leí me enamoré de él, y ahí fue que me dio más curiosidad por ver esa película suya de la que tanto se hablaba en casa. 

Años después volví a ver Alicia y comencé a entender mejor todos los sucesos. Esa vez pude apreciarla mejor, ya podía entender la agudeza de la crítica y me encantó, no tengo otra palabra para describirlo. Cada vez que la veo adquiere más vigencia; me muestra cuán certero fue mi padre al descubrir esa realidad llena de apariencias y absurdos que nos sigue envolviendo. 

Sé que mis padres tuvieron que ir a hablar al Preuniversitario de mi hermano para evitar malentendidos, pues él escuchaba comentarios totalmente absurdos alrededor de la película y de su familia, y por supuesto que no se sentía bien al respecto.

Mi madre me cuenta que, en una reunión del núcleo zonal del Partido, uno de los personajes de la mesa dijo con total seguridad que toda mi familia se había ido en lancha. Te podrás imaginar aquella escena. Mi madre levantó la mano con mucha tranquilidad y dijo que ya habían regresado en la lancha y que estaban en la reunión.

Como esa anécdota hay unas cuantas más, de las que uno ahora puede reírse, pero que fueron tristes en su momento y que marcaron para siempre a mi padre, que a raíz de todos esos sucesos debutó hipertenso. No era para menos. 

Mi madre cuenta que, aunque conservaba cierta serenidad, el estado de ánimo general en él era de preocupación; siempre estaba escribiendo en defensa suya y en defensa, sobre todo, de la película. Casi no paraba en casa por las reuniones con directivos del ICAIC y del Estado sobre el tema. Ese era el ambiente que prevalecía en esos días: reuniones de diez y doce horas, desde la mañana hasta el anochecer. 

Dentro de esa vorágine yo lo recuerdo escribiendo, leyendo o viendo cine sin parar cada vez que podía: era su descanso, su mayor pasión. 

El público le pide mucho a los directores de cine cubanos. Una vez una brasileña me dijo que tenía ganas de ver una película cubana bien fuerte, una película que ayudara a cambiar la situación económica y social del país. Yo me quedé boquiabierto. Una película, si acaso (y no estoy seguro), puede cambiar algo dentro de un ser humano especifico. ¿Cómo puede cambiar todo un país? Eso es mucho pedir…

Tu padre tiene una filmografía extensa. ¿Cuál de sus obras es la que más le gustaba y cuál es la que más odiaba?

Alicia… era su película predilecta. Esa pregunta se la hice hace mucho tiempo y esa fue su respuesta. La que menos le gustaba no me lo reveló, siempre me daba vueltas.

Hablaba de alguna película menos lograda que otra, eso sí. Menos a Alicia…, a todas les veía alguna que otra cosa que hubiera querido cambiar. Creo que les pasa a todos. Pero él era feliz con sus películas. 

Le tenía mucha fe a la película que no pudo hacer. Él decía, que después de Alicia…, esa iba a ser su mejor película. Estando enfermo, intercambiaba correos con el guionista, Alejandro Hernández, cambiando diálogos y haciendo observaciones sobre el guion

El guion de Los buenos demonios, que luego filmara Gerardo Chijona.

Lo importante es que hizo el cine que le gustaba, y eso es lo que lo hacía más feliz. Cuando estaba filmando seguía manteniendo sus rituales en casa, nada cambiaba. Un poco más acelerado, pero siempre sacando tiempo para leer y escribir sus ideas.

Laura, hay veces que uno se siente que la vida se acabó. Como dependes de tantas personas y tantos factores para hacer una película, es necesario encontrar algo que hacer mientras tanto… Hay que vivir, y además hay que buscar un refugio, ¿no?

Sí. Su vida laboral transcurría entre el ICAIC y la Escuela de Cine, recuerdo recorrer esos espacios desde muy pequeña con él.

En 1993, mi madre, mi hermano y yo nos fuimos con él por seis meses a la beca que daba la Academia de Arte de Berlín; allí impartió y recibió conferencias sobre cine y eso hizo que regresara con nuevos bríos. Contrario a lo que muchos pensaban (que se iba a quedar), regresó.

Mi padre leía muchísimo; en cada viaje sus maletas venían cargadas de libros, para él y para mí. No escatimaba en eso: la casa podía caerse, pero no podían faltar los buenos libros. Me traía montones de libros de arte, sobre todo de pintura, llenos de ilustraciones increíbles. Aún los conservo, son mi bien más preciado. 

Gracias a él, aprendí a apreciar el arte. Por eso estudié artes plásticas en San Alejandro. Es una de las cosas que más le agradezco: haber sembrado en mí esa sensibilidad. 

Siempre me sentaba en un silloncito al lado de él cuando estaba viendo alguna película y, si no entendía, comenzaba el interrogatorio. Eso no le gustaba mucho, porque interrumpía su ritual, y reconozco que yo me ponía impertinente, pero al final disfrutaba dándome una especie de clase de cine. Así fue a medida que fui creciendo: siempre que podía me sentaba a ver películas con él. 

Desde pequeña conocí el cine de Kurosawa, Fellini, Vittorio de Sica, Woody Allen, Kusturica, Lars von Trier, y no sigo porque la lista es interminable… Te podrás imaginar entonces la de preguntas que le hacía yo. Nunca le pedí que me pusiera un animado si él estaba viendo alguna película en el televisor; al contrario, disfrutaba viendo aquello aunque no comprendiera muchas cosas, y lo que más me llamaba la atención eran los ambientes, los vestuarios, la imagen… Me dejaba llevar por todo eso. Aprendí a amar el cine por él.

Disfrutaba mucho la buena comida, por eso cada vez que podíamos salíamos a comer a algún sitio. Apreciaba mucho esos placeres de la vida. 

En casa comíamos mucha pasta, era lo que mejor le quedaba. No era muy ducho en la cocina, la verdad, pero las pastas le quedaban ricas. Se acostaba a leer después de almuerzo, los fines de semana; decía que el reposo era sagrado. 

En el Lada y en casa escuchaba Supertramp, Journey, Elton John, Mike and The Mechanics, The Beatles… otra lista interminable. Le gustaba la buena música, desde el rock de los 70 y los 80, hasta Coldplay. 

Siempre estaba escribiendo alguna idea, la casa está llena de libretitas con notas de él sobre cine o sobre algún guion. 

Recuerdo las visitas de Enrique Colina (se ponían a discutir de cine durante horas), las conversaciones interminables con Manolito Pérez y Chijona, su amistad con Fernando Pérez y Raulito Pérez Ureta… Como crecí entre esos grandes, de alguna manera me recuerdan siempre a mi padre.

La Escuela de Cine significaba mucho para él; durante mucho tiempo era una segunda casa. Disfrutaba dar clases y, como él decía, se retroalimentaba, aprendía de los jóvenes. 

Casi siempre lo invitaban a Innsbruck; disfrutaba mucho ese festival, tenía buenos amigos allá. La verdad es que tenía buenos amigos en varios países, desde los menos conocidos hasta Geraldine Chaplin, quien lo recibió en muchas ocasiones cuando él iba a España, y que ayudó con medicamentos cuando él enfermó.

Más avanzada la enfermedad, siguió viendo cine sin parar y manteniendo un optimismo que asustaba. Siguió asesorando en la Escuela mientras pudo. Siempre fue un hombre muy dinámico y así es como lo recuerdo, con un carácter fuerte y con un sentido del humor increíble: no paraba de reírme con él, en la casa inventaba canciones y a cualquier cosa le sacaba el chiste. 

Sus intervenciones de trabajo por teléfono eran para grabarlas. La voz de mi padre era muy enérgica, se oía en la esquina. A veces la vecina de al lado llamaba pensando que pasaba algo, por la manera en que alzaba la voz, y aquello era para no terminar… 

Eso es lo que más se extraña: el silencio que quedó. 

Muchas gracias, Laura, por esta charla para Hypermedia Magazine

Bonus:

Para un maratón de películas de Daniel Díaz Torres, este es mi ranking:

  1. Alicia en el pueblo de Maravillas (1991)
  2. Hacerse el sueco (2001)
  3. La película de Ana (2012)
  4. Quiéreme y verás (1994)
  5. Camino al Edén (2007)
  6. Lisanka (2010)