Homenaje a los críticos (I)

François Truffaut respiraba cine. François Truffaut puso su vida al servicio del cinematógrafo. François Truffaut no solo fue un gran director, sino además un buen crítico cinematográfico: empujó y empujó hasta trasmitir su pasión y contagiar a millones de personas. Desde las páginas de la revista Cahiers du Cinema, defendió la mirada de muchos directores injustamente menospreciados en los inicios de los años 50, y les devolvió el respeto y el reconocimiento que merecían.

Ayudado por una serie de colegas, Truffaut cambió la manera de ver, sentir, vivir el cine. Un inmenso grupo de cinéfilos tenemos mucho que agradecerle. Su obsesión, su lealtad hacia el séptimo arte, lo hacía mover ríos y montañas, atravesar cientos de kilómetros en su pequeño auto para salvar alguna copia olvidada o para promover a algún autor en problemas.

En enero de 1956, Truffaut publicó una serie de textos en los que dialogaba con varios críticos de cine (14 preguntas a los críticos franceses). Con este gesto, quiso rendir homenaje a aquellos que, desde las páginas, se sumaban al amor por el cine.

En estos tiempos de pandemia me he puesto a rescatar esas preguntas para devolvérselas a un grupo de críticos que (de una manera u otra) son cubanos, se sienten cubanos o acompañan al cine cubano.

La intención no es otra que hablar de cine.

Las preguntas fueron enviadas a 22 escritores, hombres y mujeres. Estos son los que han respondido hasta ahora. Lo cual no significa que no estamos abiertos a las respuestas por venir.

François Truffaut:

Ha ocurrido un naufragio. Una isla pequeña y desierta. Solo puedes ver una película. La misma película una y otra vez. Solo te puede acompañar una persona. Una persona del mundo del cine, un día tras otro. ¿Qué película? ¿Qué persona?

Gustavo Arcos Fernández-Britto:

¿En una isla? Algunos prefieren quemarse. Y Norma.

Moraima Gutiérrez:

El marido de la peluquera, de Patrice Leconte. Y Luis Guzmán.

Edgar Soberón:

Popeye, de Robert Altman. Y Giancarlo Giannini, un lindo peluche que sabe de islas solitarias.

Joel del Río:

Perdóname la cursilería, pero ya tengo que admitirlo. La cercanía de la vejez me ha permitido derivar hacia una honestidad medio indecente. Esa sola película sería Los paraguas de Cherburgo, porque la he visto decenas de veces y parece no cansarme.

En la isla se turnarían, en el bote que trae provisiones mensualmente, Nino Castelnuovo y Jacques Demy, uno u otro, nunca los dos juntos. Hay semanas, pocas, en que los dos serán sustituidos por Catherine Deneuve, que llegará con unos deseos enormes de hablar: sobre cine, sobre Buñuel y Polanski, Manoel de Oliveira y Agnès Varda, y sobre los dos François, Truffaut y Ozon.

Los turnos y labores de Castelnuovo y Demy dependerán de la necesidad de consuelo y ánimo, y los reclamos de belleza y conocimiento que yo sienta después de ver la sesión 132 o 247 de la escena de la despedida, en la estación de trenes; o el final, en la demoledora gasolinera nevada. Castelnuovo y Demy cumplirían con regalarme júbilo y primorosos placeres, porque los dos se habrán convertido en amigos míos.

¿Quieres una utopía más bonita? Un crítico, un director, un actor y una actriz decididos a convivir humanamente más allá de toda presunción o pesadilla.

Hugo Rodríguez:

Me quedo con una copia de Rebecca, de Hitchcock, y que me acompañe Jorge Sanz.

Daniel Céspedes:

Billy Elliot sería la película, y Sigourney Weaver la figura del cine.

Iris Gaubeca:

No dejo de ver Partida de campaña, de Jean Renoir, y la actriz Ludivine Sagnier.

Dean Luis Reyes:

Yuri Norstein, y El cuento de los cuentos.

Hamlet Fernández:

Si es en una isla desierta la compañía es muy fácil de escoger: la Scarlett Ingrid Johansson de Match Point. Si uno se aburre hasta de sí mismo, imagínate tener que escoger una sola peli; pero para ver en compañía de Scarlett esta estaría bien: Contes immoraux, de Walerian Borowczyk.

Luciano Castillo:

¡Tremenda pregunta! ¡Nunca se me hubiera ocurrido! En ese dilema postapocalíptico la única película que se me ocurriría llevar —por tanto que la he visto y siempre me parece la primera vez, además de haberme suscitado disputas con algunos amigos que la subvaloran— sería Ocho y medio. Claro, tendría dudas si la copia está al lado de una de Rocco y sus hermanos.

En cuanto a la persona de la historia del cine que me acompañara en ese destino, también es difícil la decisión; pero sería ideal, por descabellado que parezca, que fuera la actriz Romy Schneider. No solo porque es la perfecta conjunción de belleza y talento, sino por que tuvo la posibilidad de actuar a las órdenes de Visconti, Welles, Clouzot, Chabrol…

Rubens Riol:

Antes la gente respondía eso de forma sencilla y unánime: Marilyn Monroe. A mí me tocará acurrucarme, en todo caso, al lado de Michele Morrone, el actor italiano; pero él fuma, entonces lo alternaría con Michael Fassbender. Y de fondo: la banda sonora del drama musical Burlesque, de Steve Antin. En esas circunstancias sería un is(leño) feliz. ¿Habrá vino, verdad?

Antonio Enrique González Rojas:

Ahora mismo mi respuesta es The Whispering Star, de Sion Sono. Y como compañero, otro japonés: Hitoshi Matsumoto, director de cintas tan bizarra como Big Man Japan y Symbol. Quizás mañana prefiera otros.

Reynado Lastre:

Creo que me llevaría Der letzte Mann, que es una vieja película silente de Murnau, en la estética de los kammerspielfilms. Según cuentan los historiadores, este insólito género cinematográfico nació como contraparte de los filmes expresionistas, caracterizados por su corte social y realista y los finales tristes. Sin embargo, Murnau creó una obra con fotografía y montaje expresionista y una coda a modo de cuento de hadas, para subvertir las reglas.

Me llevaría esta película por muchas razones que sería muy tedioso enumerar aquí, pero al menos puedo darte un par de ellas. Si voy a envejecer en esa isla desierta, quiero fantasear con un final similar al que el director le regaló a su anciano personaje, interpretado magistralmente por Emil Jannings. No creo que haya otro filme que me dé más satisfacción que ese.

Ahora, tengo que comentarte que esta elección es contradictoria, no solo porque he elegido un filme silente, sino porque su director (como ya comenté arriba) y también su actor principal, son figuras de una moral oscura.

Jannings, tal vez el mejor actor de todos los tiempos, se marchó a Hollywood en 1927, gracias a los jugosos contratos que la Paramount le ofreció por esos años a muchos talentosos artistas alemanes. Allí sentó cátedra; fue el primer actor masculino en ganar un premio Oscar por The Last Command (le ganó a Chaplin, nominado por su papel en The Circus). Sin embargo, tuvo la mala suerte de llegar cuando la industria comenzaba a vivir el radical viraje del silente al sonoro. Debido a su mal inglés, tuvo que marcharse de vuelta a Alemania, donde realizó The Blue Angel en 1930, una de las primeras obras maestras del sonoro.

Tres años después, como sabemos, tras la llegada Hitler al poder, no solo cambió el cine alemán, sino toda la sociedad de ese país. Fue entonces cuando Jannings hizo la triste elección de terminar su carrera apareciendo en filmes de propaganda nazi. Goebbels, con quien fue visto en repetidas ocasiones, lo llamó “el artista del Estado”.

He terminado con una semblanza de este gran actor por una razón muy particular. Ya te conté que la coda del inolvidable trabajo de 1924 de Murnau transformó un filme político-social en un cuento de hadas para adultos, gracias al talento de dos inmensos artistas. De la misma forma, sus respectivas biografías le dan otra vuelta de tuerca a las relaciones entre estética y política, generando un laberinto de contradicciones que no debe obviarse en un debate sobre el cine y su relación con la sociedad. Así, también cargo con esas discusiones a mi isla desierta: ni siquiera en una geografía tan particular e idílica como esa, podemos olvidar los múltiples dilemas e implicaciones éticas en el arte.

Diana Hernández:

La película sería Fantasía de Walt Disney, y que me acompañe Vicente Leñero.

François Truffaut:

¿Se vive de escribir sobre cine? ¿Hay que tener dos trabajos?

Hugo Rodríguez:

Depende.

Diana Hernández:

En algunos países. En algunos medios.

Hamlet Fernández:

No se vive de escribir. Hay que tener “muchos” trabajos a la vez.

Reynaldo Lastre:

Para un crítico de cine que reside en Cuba, escribir es un oficio muy rentable de un tiempo hacia acá. De cierta forma, se ha vivido un revival de aquellos años republicanos en que tener columnas en periódicos particulares era una forma muy efectiva de garantizar una economía doméstica estable.

Jorge Mañach, por ejemplo, escribía para seis medios de prensa diferentes, y gracias a eso (aunque también tenía un salario como profesor universitario y dictaba conferencias en clubes privados), mantenía sus elevados gastos. Y por supuesto, para el caso de la crítica de cine, el ejemplo paradigmático es Guillermo Cabrera Infante.

Los pagos por colaboración de esa época eran muy generosos, de acuerdo al valor de la moneda cubana, y hoy se repite el mismo esquema gracias a lo contrario, es decir: por culpa de la desvalorización que ha sufrido el peso de forma paulatina en el periodo revolucionario. Por esta razón, veinte o treinta dólares (o CUC) por una crítica de cine, resulta una fortuna para un profesional que resida en la isla. Así andan las cosas.

Daniel Céspedes:

Ojalá uno pudiera vivir de escribir sobre y para el cine. En un momento, recuerdo, se decía que el único que podía hacerlo era Rufo Caballero. Pero Rufo tenía varios trabajos, y escribía mucho.

En mi caso, escribo para varios espacios, y tenía un espacio en la radio donde criticaba películas. Ese programa se fue del aire, casi en el mismo momento en que me ofrecieron hacer televisión en el Canal Habana, en el programa Ve y mira, donde tengo la sección de crítica. Ya me he adaptado bastante, pero aún sufro cuando lo hago. Las primeras intervenciones quedaron pésimas y, aunque he mejorado, todavía creo que puedo hacerlo mejor. Nunca pensé hablarle a una cámara, y menos vencer un par de obstáculos personales. Pero, bueno, ahí sigo y ha gustado.

Yo sí creo que se puede vivir para escribir de cine, literatura, artes plásticas y el copón divino. Pero por ahora es una utopía, pues pagan muy mal.

Si pagaran con la misma rapidez que a mí me exigen entregar mis textos (exceptuando Palabra Nueva, IPS e Hypermedia Magazine: tengo que ser justo), y aquí hablo de que los cheques estén en su momento o que te pongan el dinero en una tarjeta en tiempo, y si pagaran mejor por la calidad de página e incluso por la extensión, si la piden, entonces el crítico de cine o de lo que sea tendrá la jerarquía que merece, más allá de un nombre y los premios que ha recibido.

Que te publiquen y te paguen lo que vale tu texto. Pero, ¿quién decide eso? El conocimiento vale en cualquier parte del mundo, y la profesión del crítico, como un mediador cultural influyente, es tan válida como cualquier otra que se haga bien. Al no poder aún vivir como quiero, y por lo que quiero, yo tengo que tener, además del fijo u “oficial”, más de dos trabajos.

Gustavo Arcos Fernández-Britto:

Alguien decía que, en el mundo, todos tenemos dos oficios: el suyo propio y el de crítico de cine. Vivo en Cuba, donde un limón vale 10 pesos, así que si te gusta la limonada tienes que inventarte varias películas.

Edgar Soberón:

Yo siempre he tenido más de dos trabajos a la vez. En Puerto Rico llegué a vivir del teatro ganando lo justo, pero estaba en varios montajes de teatro de calle, teatro escolar, de cabaret y de sala. A la vez. Con el cine, igual. La docencia siempre aparece por allí…

Joel del Río:

Se vive mal de escribir sobre cine, y por lo tanto hay que tener dos, o tres, o cuatro trabajos a la vez.

Como para la mayor parte de los profesionales en Cuba, el salario de los críticos es una miseria (a mí me pagan 70 pesos cubanos por un comentario de una página en Juventud Rebelde, y es la tarifa máxima), de modo que debes incursionar en otros temas, o trabajar en varias publicaciones, o en la enseñanza (donde tampoco pagan lo que debieran), o con instituciones en la curaduría de muestras y festivales; pero en Cuba todo esto forma parte del cuerpo institucional y también pagan una miseria, cuando lo pagan.

La crisis de la crítica cinematográfica es mundial y se agrava con Internet, donde cada vez vale menos el saber acumulado de los críticos o su autoridad para ofrecer un veredicto avalado por el conocimiento. La web es el reino del criterio expresado en un tuit, o en tres líneas de un foro, o mediante la informalidad vacua de Facebook.

Y como todo el mundo tiene criterio, pues ahí tienes al oficio del siglo XX golpeado por el intrusismo y por los peores ignorantes, que son aquellos convencidos de que lo saben todo y no tienen nada que aprender. Esos son los que creen que se las saben todas, porque pueden recitar de memoria los superhéroes que ha generado la Marvel y distinguirlos de los se crearon en DC Comics.

Hace poco me dieron casi un escándalo en un programa de televisión porque, hablando de otra cosa, dije que Batman era un superhéroe estilo Marvel, y un sonidista se rasgó las vestiduras por lo imperdonable de mi error. Yo le respondí que simplemente no sabía, ni me importaba mucho saber, de dónde salía cada superhéroe, pero que le prometía aprenderlo si él me decía los nombres de cinco cineastas húngaros…

Luciano Castillo:

Envidio a aquellos que pueden vivir solo de escribir sobre cine. Tengo un amigo que todo el año viaja de un festival a otro y vive a partir de las reseñas y reportajes que publica. Ese es un lujo que nunca he podido darme.

Primero trabajaba de especialista en contabilidad y costos en una empresa constructora camagüeyana, luego pude ingresar como especialista en apreciación cinematográfica en el Centro Provincial del Cine, con especial énfasis en la atención al movimiento de cineclubes y, años más tarde, ocupé el puesto de director de la Mediateca de la Escuela Internacional de Cine y Televisión.

Siempre he escrito (tanto mis críticas, como todos los libros con que cuento) en interminables madrugadas o fines de semana. Envidio a los que no tienen responsabilidades laborales y pueden consagrar todo su tiempo a escribir o dedicarse a mantener un blog actualizado, algo que yo no podría. La implacable escasez de tiempo me lo impide.

Solo la reclusión provocada por la pandemia hizo posible que escribiera dos libros, cuyas investigaciones realicé quince años atrás, y allí aguardaron a su terminación…

Dean Luis Reyes:

En mi caso, no vivo de escribir de cine. Por momentos lo logré, pero la regularidad es hacer periodismo y docencia, además de escribir sobre cine, para sobrevivir.

No me quejo. Al final, es terrible siempre estar de vacaciones. Y mi trabajo como crítico es cosa vocacional: escribo de cine porque me pican los dedos y no puedo resistirme a esa compulsión.

Rubens Riol:

Según mi experiencia, no se puede vivir solamente escribiendo de cine. Siempre ha sido necesario tener un empleo fijo.

En Cuba yo trabajaba como profesor de Historia del Arte en la universidad a tiempo completo, mientras colaboraba con casi todas las revistas y tabloides disponibles. Los dineros tardaban en llegar (ya sabes cómo es el tema de la burocracia allí) pero, lo creas o no, en varias oportunidades aquellos chequecitos en moneda nacional me salvaron la vida.

En el tiempo que llevo viviendo en Miami, por suerte, siempre he tenido trabajo full time: primero en una librería, luego en un cine y ahora en la universidad. Aunque las colaboraciones en el periódico no se pagan bien para los estándares de vida de esta ciudad, como yo escribía dos veces por semana para El Nuevo Herald (incluida mi columna “Lo mejor del cine alternativo”) era casi como tener un part time. Con ese dinero extra, en menos de seis meses me compré mi primer carro y me fui de vacaciones a Nueva York.

Antonio Enrique González Rojas:

Hay profesionales que sí viven de eso. Yo no lo he logrado, en verdad. No he hallado quien me publique con la suficiente frecuencia para que me baste la paga para vivir solo de escribir sobre audiovisual. Tampoco he tomado el sendero académico buscándome másters, doctorados y posdoctorados que garantizan becas. Ni lo tomaré, pues no va con mi hiperquinesis dedicar largos períodos de tiempo a un tema, y menos zambullirme en los laberintos metodológicos. No censuro para nada a quienes lo hacen con éxito (y como oportunidad para emigrar de Cuba, o viajar), solo que mis pies me llevan hacia otros lares.

Entonces, casi siempre he debido tener un “trabajo estable” para compensar. He sido, entre otras cosas, periodista radial, presidente de la AHS en Cienfuegos, promotor cultural en la Casa Benny Moré, editor del Caimán Barbudo, editor de Esquife, periodista de la EICTV, y ahora coordino la cátedra de Humanidades de dicha escuela, junto al profesor Jorge Yglesias. Claro que todos estos empleos se han relacionado con el arte o con el cine específicamente, lo cual ha sido muy afortunado. No me quejo para nada. Siempre he tenido tiempo para escribir y ver audiovisuales.