Larry Villanueva: “No creo estar listo para regresar a la Isla”

Al final de mi adolescencia, en los últimos años de la década del noventa, apareció en La Habana una copia en VHS de la película Azúcar amarga (1996), de León Ichaso. No sé cómo entró al país. Pero lo que sí recuerdo es que la gente se la pasaba con un misterio y un secretismo tremendo. 

En un blanco y negro prolijo, seguíamos la historia de un joven cubano que cree en la Revolución y aspira a obtener una beca para estudiar ingeniería en Praga. Sus sueños y su vida se van desmoronando poco a poco. 

Azúcar amarga es un clásico instantáneo. Las actuaciones principales son maravillosas, pero lo que se te pega con fuerza son las escenas del padre (un descomunal Miguel Gutiérrez) y del hermano Bobby.

Larry Villanueva interpreta a Bobby con una fuerza y un dolor interno que no deja de lado momentos de bondad y ternura. Ese nivel de capas, esas varias dimensiones, lo hacen muy creíble. Bobby es como si fuera un vecino, un amigo, un conocido. Todo el mundo conoce a alguien como Bobby o tiene a un Bobby en su vida.

Hoy me alegra poder hablar con Larry, de orilla a orilla, pero al mismo tiempo como si estuviésemos sentados en el mismo salón. Cerquita.


Larry Villanueva

Larry Villanueva. Fotograma de Azúcar amarga.


Larry, sé que eres cubano, pero no me queda claro en qué momento llegas a Estados Unidos. 

Llegué a Estados Unidos al comienzo de la pubertad.

¿Qué recuerdas de esos años en Cuba?

Mis memorias en la isla pueden remontarse a los dos años. Recuerdo una caída del coche, un diente de leche, sesiones de fotografías, celebraciones de Pascuas y Navidades en secreto, arduos e interminables trabajos en la escuela al campo, para recibir la llamada “educación gratuita”. Recuerdo una familia alegre puertas adentro, pero cautelosa y atemorizada dentro de un sistema político represivo.

Al alejarme de las costas de Cuba sabía que nunca más volvería a pisar esa tierra. Después de los besos y abrazos con tíos, primos, abuelos y amigos, los recuerdos comenzaron a reemplazarse con otro idioma y otras vivencias que terminaron de formarme como hombre. Por salud y sobrevivencia quise olvidar, pero la raíz que impulsó mi espíritu sigue latente en la memoria y en la relación que aún existe con nuestros familiares en Cuba. De vez en cuando, el teatro se encarga de recordarme de dónde vengo.

¿Cómo empiezas en la actuación?

A través de la música, que llega tan fácil a un niño, comencé a descubrir otras expresiones artísticas. Incursioné en el baile popular, en el canto, en las artes visuales y en la literatura, entre otras cosas, hasta que descubrí el teatro. La inquietud desbocada iba en busca de algo que lo abarcara todo. 

Guitarreaba algunas rancheras en los actos culturales, pero uno de esos viernes me tocó la interpretación de Toribio en Las aceitunas, de Lope de Rueda. Durante los ensayos delante de la clase. las maestras se llamaban entre sí para que vinieran a ver a aquel niño que intuía a un leñador del siglo XVI. Algo les causaba gracia mientras yo me creía lo que decía y me encorvaba bajo un montón de leña que mi padre me había amontonado al hombro con un cinturón, como utilería. 

“Válgame Dios, no pareciera sino que el cielo se fuera a hundir…”. Algo así comenzaba diciendo el personaje, afligido y quejoso, y creo que ahí también empezó mi ambición por el buen texto y el deseo de hablar, moverme y decirlo con mi propia voz. Pasaron muchos años desde aquel descubrimiento, hasta que por fin ingresé en el taller de actuación que dirigía Teresa María Rojas en el Miami Dade College. En Prometeo se inició con mucha determinación el principio de mi profesión como actor. 

Azúcar amarga es de las grandes películas cubanas concebidas y filmadas en el exilio.

Sin duda. Es uno de los mejores intentos del cine cubano en el exilio. León Ichaso es un apasionado de sus vivencias y sus historias, y tiene mucho que contar. 

¿Cómo llegaste a esa película?

Llegué a la audición intenso, con mi pelo largo y un chivito despelusado y medio ruso. Tuve que asesorarme para recuperar el acento contemporáneo de la isla, pues ya en el teatro y la televisión mi pronunciación se había diluido en el sonido neutral necesario para abarcar otros mercados. Me entregué a la escena mientras audicionaba, y pocos días después fui escogido para interpretar el personaje de Bobby. Me alegré muchísimo, y ese estudio para reencontrarme con Cuba se intensificó por varios meses antes de comenzar el rodaje de la película.

¿Cómo fue la preparación? ¿Ensayaron mucho? 

El cine tiene el misterio o la superstición de que si se ensaya mucho se pierde espontaneidad. Por lo tanto, me preparé en la soledad de mi apartamento haciendo mucha investigación acerca de los hechos que inspiraron la historia de León Ichaso. Busqué videos, artículos y literatura que me acercara al personaje que estaba trabajando. Después me solté frente a la cámara y dejé que todo fluyera. 




El personaje de Bobby tiene grandes momentos, como el de la cascada, cuando ya está enfermo. El tema musical de Carlos Varela ayuda mucho. ¿Te inspiraste en alguien?

El personaje de Bobby es inspirado en un muchacho real cuyo nombre e historia salieron en The New York Times a principios de los años noventa. Un grupo de roqueros cubanos, parte del movimiento “friqui” de los años ochenta, fueron encerrados en Los Cocos luego de haberse inoculado el virus del SIDA en protesta contra el gobierno, que les confiscó repetidas veces sus equipos de música.

Esta historia está documentada en el video Maldito sea tu nombre, libertad, de Vladimir Ceballos. Me invitaron a verlo a la FIU (Florida State University) unos meses antes de saber de la película Azúcar amarga. Cuando me contactan para la audición, enseguida hice la conexión y pensé que tal vez el universo ya me estaba avisando de que me tocaría encarnar a uno de esos personajes. Me gusta creer en los misterios de la trama divina

La escena de la cascada es reconstruida a partir de un momento en el video en que el muchacho moja una bandana con la bandera de Estados Unidos y se la pone en la frente; luego se mete en la cascada. En la película, la escena se apoya en la nostalgia de la música de Carlos Varela, que definitivamente le da un gran vuelo al momento. Sin embargo, durante el rodaje no teníamos más música que la del agua de la cascada y el recuerdo de aquellos jóvenes, que ya habían muerto.

¿Cómo fue compartir trabajo con Miguel Gutiérrez? 

Trabajar con Miguel Gutiérrez fue un honor. Era un loco lleno de calma en escena. Uno sentía el respaldo de un compañero. Fue bondadoso, y se hizo fácil comprendernos en la familia de la historia. 

¿Y con René Lavan?

René también es un hombre sencillo. Recuerdo cómo nos apretamos las manos en el estreno, cuando iba a comenzar la proyección de la película en el Festival Internacional de Cine de Miami. 

¿Los pudiste ver luego, con los años?

Desafortunadamente, Miguel murió. A René me lo encontré muchos años después, en una audición, y nos conectamos como si no hubiera pasado el tiempo. 

¿Qué recuerdas de Santo Domingo mientras filmaban? Es asombroso el parecido con ciertas calles de La Habana…

Santo Domingo es un lugar querido, por habernos prestado su tierra para recordar la nuestra. Por lo que percibí, es un pueblo alegre, muy parecido al cubano, y qué mejor lugar que la isla vecina para exorcizar los recuerdos que dieran forma a la historia. Allí conocí gente amable, la comida era familiar y deliciosa, los caminos entre árboles y casas me recordaban a los de mi infancia. 

Todos los cubanos que trabajaron en el filme eran emigrantes, ¿no? 

Todos los actores éramos exiliados cubanos, aunque había dominicanos en papeles secundarios. El equipo fue muy profesional, y tuvimos una excelente fotografía a cargo del dominicano Claudio Chea. 

¿Cómo fue la acogida de la película?

Todos estábamos muy nerviosos. El Guzmán Center (Teatro Olympia) del centro de Miami estaba repleto. Había mucha expectativa y la promesa de un cine nuevo cubano del lado de acá. Creo que el público quería ver esa historia: algo que se enfrentara mundialmente a la propaganda castrista. Algunos se emocionaron mucho, y el teatro aplaudió de pie al concluir la presentación. 

Fue uno de los momentos más emocionantes de mi vida como actor. La acogida de la película fue muy favorable, e inesperada para mí. El personaje de Bobby resonó muchísimo en el público y hasta la fecha me lo recuerdan de cuando en cuando, en algún restaurante o alguna caminata que hago por ahí.

¿Seguiste actuando después? 

Siempre seré actor, porque la mente me hace juegos para soportar la realidad cotidiana. Hay algo dentro de mí que quiere decir, que quiere moverse siempre. La pierna me tiembla todo el tiempo, como si estuviera cosiendo algo en una de esas máquinas antiguas. 

Soy actor de teatro, pero antes de Azúcar amarga trabajé cinco años en televisión. Eso me preparó frente a la cámara, para cuando llegó la oportunidad de trabajar en el cine. Después continué haciendo teatro, hice otras películas y finalmente me dediqué a la docencia en una escuela de arte. 

El teatro siempre ha sido mi gran refugio, como maestro, director o actor. No me hallo viviendo sin el teatro. 


Larry Villanueva

Larry Villanueva.


¿Qué crees que le falta al cine cubano del exilio?

¿Qué le falta? Pues, hacerlo. Y con respecto al cine que se hace Cuba: no he estado muy al tanto en los últimos años. Sin embargo, recuerdo grandes clásicos como La muerte de un burócrataLos sobrevivientesMemorias del subdesarrolloLa bella del AlhambraAlicia en el pueblo de las maravillasLucía…, y acabo de ver una nueva joya llamada Santa y Andrés.

Diez actores cubanos que te gusten. Diez actrices.

La mayoría de los actores cubanos que conozco son, o de la época de mi infancia, o aquellos con los que me ha tocado trabajar en Miami. Si me lo permites, me gustaría unir a actores que viven en el exilio con los que recuerdo y que están en Cuba, ya que todos son actores cubanos. 

Encabezando la lista va el nombre de la que fue mi maestra: Teresa María Rojas. Continúo con Zully Montero, Marta Picanes, Raquel Revuelta, Beatriz Valdés, Verónica Lynn, Grettel Trujillo, Rosie Inguanzo, Lili Rentería, Mabel Roch y Lola Amores. 

Los actores: Miguel Gutiérrez, Reinaldo Miravalles, Carlos Cruz, Gerardo Riverón, Andy Barbosa, Eduardo Martínez, Jorge Perugorría, Roberto San Martín, Adolfo Llauradó, Carlos Acosta-Milián. 

¿A qué te dedicabas antes de la pandemia?

Me he mantenido en un anonimato teatral y docente que me ha hecho muy feliz. A la docencia le debo un empujón a mi crecimiento personal en la pasada década. Tengo ex estudiantes que son como hijos. Hemos hecho algunos cortos que actualmente estoy editando, pues también estudié producción de cine, fotografía y artes visuales en la Universidad de Miami. En esta otra mitad de mi vida quiero incluir al cine, pero como realizador. 

¿Cómo llevas la cuarentena?

Lo sufro y me pongo el parche de la imaginación. Vivo el encierro y la locura de esta prisión a domicilio inventándome historias y proyectos que llevar a cabo. No queda otra opción que vivirlo y grabarlo en el archivo emocional del actor. 

¿Has vuelto a Cuba? 

No he regresado a la Isla. No creo estar listo para hacerlo aún.

¿Qué es lo que más extrañas?

Extraño la flauta de pan recién salida del horno (de mi época). Pocas veces llegaba intacta a casa. Comenzaba por desguabinar la tela bien crujiente e iba arrancando con los dedos la masa suave y calentica, para comérmela en el camino. Al llegar a casa había que inventar una historia o regresar a buscar otra flauta de pan. 


Larry Villanueva

Larry Villanueva. Imagen de portada.




Julia Solomonoff

Julia Solomonoff, en estado de inquietud

Carlos Lechuga

Julia Solomonoff es de esas directoras de cine que nos mantienen en vilo esperando su próxima película. Hermanas, El último verano de la Boyita, Nadie nos mira, han logrado encontrar su espacio en el mundo del audiovisual actual. He tenido la suerte de compartirvarias tardes con ella y hoy tengo el gusto de entrevistarla.