Pavel Giroud: “Mis mejores proyectos siguen engavetados”

Unos años atrás, en una casa frente al mar, en Santa Fe, una extranjera que estaba de visita le echó un ojo a nuestro grupo de amigos y me susurró al oído: “Ustedes se ven así, tan junticos, pero en dos años nada va a ser igual”. 

La muy desgraciada tenía razón. En el piquete de amigos estaban Romero Valdivia Fe, Claudia Calviño, Inti Herrera, Alejandro Brugués, María Laura Cima, Arturo Infante y Pavel Giroud. 

Yo era de los más jóvenes, y la verdad es que siempre he tenido una relación como de hermano pequeño hacia Pavel. No siempre esa relación ha sido buena. Hay veces en que lo he seguido, tratando de alcanzar metas que él ya logró. Otras veces no estoy para nada de acuerdo con él, y lo veo fallar y trato de no repetir los mismos errores.

Pero lo cierto es que lo siento muy cercano.

En los últimos tiempos Pavel y yo nos vemos poco y, para recordar los días en que nos íbamos de fiesta, aprovecho para enviarle unas preguntas. La tarde está lluviosa e intento provocarlo un poco. Y le digo esto mismo que acabo de escribir:

Nuestra relación no siempre ha sido buena…

¿De verdad? Yo juraría que sí ha sido buena nuestra relación; más allá de que cuando nos conocimos me caíste como una patada en el culo; más allá de que a mí me guste esto y a ti lo otro, o de que tú vayas por aquí y yo por allá. Por otra parte, me hace sentir útil haber pisado minas que luego tú hayas podido evadir. Errores sigo cometiendo, a diario, solo que hoy no me atormentan. Así creces, no cuando aprendes de errores ajenos, sino cuando reparas en los tuyos.

Me gusta esta respuesta porque creo que lo he cogido en un buen momento, tiene ganas de hablar, lo siento inspirado. Quiero saber en que está trabajando ahora.

Vivo en Madrid. Estoy con varios frentes abiertos. Uno es una serie a la que le falta un mínimo porciento de financiamiento, creada por mí a partir de un libro. Siento no poder dar más detalles, porque forma parte de un lógico proceso de confidencialidad. Creo que será suficiente decir que es un western policiaco, ubicado tres meses antes de la guerra de independencia cubana y que narra la vida de un importante empresario catalán que fundó una de las más prestigiosas marcas de Habanos.

Otro proyecto es una serie por encargo, a partir de un argumento de Leonardo Padura y Lucía López Coll, con Mario Conde como protagonista. 

Además, estoy a la espera de que se termine de armar la ecuación de producción de mi próximo film, titulado El soldado perfecto, protagonizado por Juana Acosta. 

También estoy leyendo una novela que quieren que adapte a miniserie… y a la vez cumplo con el día a día, tal cual hacía en Cuba, lo que se traduce en la creación de videos institucionales, clips, spots o guiones por encargo. 

En España escribo mucho, ya sea para mí o por encargo. He sido un escritor más entre quince guionistas para una serie diaria; he sido escritor fantasma y no sé cuántas cosas más… Eso me ha dado tanto oficio que puedo preparar una carpeta de proyecto en una noche. Para mi sorpresa, me he especializado en lo que se denomina “desarrollo de proyectos”, llegando incluso a prepararle lookbooks a otros directores.

Hay meses muy buenos y meses peores, pero es reconfortante ver que cada día tu vida mejora cuando has emprendido un camino desde cero. 

Porque cuando emigras, el cuentamillas hay que colocarlo en cero.

También quiero saber qué serie está siguiendo, qué película reciente le ha gustado. La música que lo acompaña.

Veo lo que ven todos, y poco me cautiva. Recuerdo, veinte años atrás, durante mi primera visita a Nueva York, mi embeleso con The Sopranos y la sensación de que algo iba a cambiar. Y así fue. El cine que me cautiva, ese que se mueve entre las palomitas y las gafas de pasta, se empezaba a mudar a la televisión. 

En algunas series, sobre todo en las primeras temporadas, hay un nicho dramático que me seduce. Mad MenSix Feet Under o The Wire se parecen más al cine que me cautiva que muchas películas. Hoy el cine va de un extremo a otro: o el mojón de los superhéroes o los clavos festivaleros.

En la música, prefiero no estar tan al día, porque el nivel decrece, de modo que sigo aferrado a viejas propuestas. Aún así, hay tracks de Anderson Paak, Hablot Brown o Thundercat que reactivan mi flujo sanguíneo.

Yo estoy reviendo Mad Men. Quizás influenciado por eso, tengo curiosidad por saber qué trago prefiere.

No soy de tragos: soy cervecero y mi panza lo acredita; aunque admito que Mad Men me da ganas de beber whisky, pero el whisky y el ron me hacen daño. Ahora, para colmo, estoy en una época más espiritual en la que la bebida y otras cositas tienen la puerta casi casi cerrada. 

Mi mujer, Laura, es una excelente bartender, prepara tragos increíbles. Creo que todos los de ese grupo que mencionaste al inicio la conocimos a la vez, poniéndonos vasos de Jameson en el Festival de Cine de la Habana… Pero he de admitir que me gusta más verla con la coctelera, que beberme un cocktail.

Empezamos a hablar de las carreras de los directores y de los actores que él admira… En resumen:

No voy a hablar como un fan, a distancia, porque hay muchas carreras que admiro de cuyo proceso no tengo fe. Tampoco voy a hablar de un hombre. Quiero hablar de una actriz con la que estuve trabajando durante meses y no en una película mía, sino formándola, como su coach, para su personaje de cubana en una película ajena: Penélope Cruz.

Estando con ella, retado por su voluntad de perfección, de consagración al trabajo, de respeto, de humildad, de gracia, entendí que Penélope está donde está (viniendo de un entorno, como el español, donde el despunte se aplaude pero el éxito paga peaje) porque se lo merece. Nunca conocí a alguien tan enfocado. La admiro mucho como profesional y también como persona, porque tuve la dicha de verla siendo ella. 

Pero admirar admirar: a mi madre, que se convirtió en madre y padre cuando yo tenía quince años. Un año después de la muerte de mi padre, que era el provider familiar, la vida me condenaba a apagar mis sueños porque me quitaban la pensión de huérfano y con lo que ella ganaba no daba para vivir. Pero mami apretó el culo, le dio a los pedales y se comió al mundo para que yo sea lo que soy.

Yo, por mi parte, estoy a punto de cumplir 37 y a veces me parece que he cometido muchos errores. Últimamente no suelto el teléfono, como si fuera un adolescente. Estoy a la espera de algo que no sé bien qué es. Puede ser la crisis de los 40. Uno ya tiene una edad y parte de una obra, y espera que suceda algo más… Pero las ofertas se demoran. 

Es una edad complicada la que tienes, y tú, para colmo, tienes la desdicha de vivir en esta era en la que tu crisis es muy visible. Todos sabemos que la tienes. Es una crisis pública

Mi consejo es que no oigas consejos, porque es un proceso de crecimiento en el que tienes que conectar contigo. Ahora mismo eres dos personas y tu lucha está en que esas dos personas se reconcilien. 

Sé que te dará risa, imaginándome como un maestro zen, hablándote en estos términos, después de haberme visto como me has visto… Pero es así. Yo siento que no te gustas y eso es lo que tienes que resolver. 

Yo nunca, jamás, he esperado propuestas: por el contrario, he sido un vendedor de propuestas. Por eso puedo hablar más de fracasos que de éxitos. La gente ha visto lo que he logrado hacer, pero eso es apenas un 0,5% de lo que he generado. Vivo convencido de que mis mejores proyectos siguen engavetados.

El trabajo de director de cine es muy duro. 

Pero yo nunca estoy a la espera. Es cierto que lanzas un proyecto y hay que esperar a que se concrete, pero la única manera de no ser el Coronel de García Márquez a la espera de la carta, es diversificando tu creatividad. 

Ahora mismo estoy respondiéndote y a la vez estoy descargando unos archivos de un proyecto que acabo de filmar para una empresa a la que le hago sus institucionales. Lo filmé, grabé el sonido, lo voy a editar y lo entrego en una semana. Eso me genera estrés, sí, pero ese estrés lo convierto en combustible.

Obviamente, he estado angustiado, a punto de tirar la toalla, pero a la vez me veo como alguien capaz de renunciar a ser director de cine. Fui diseñador y lo dejé; fui pintor y lo dejé cuando vendía cuadros por mil dólares (en pleno Período Especial, cuando mil dólares sonaban a premio gordo). 

Puedo renunciar a hacer películas sin trauma alguno. La ansiedad (que claro que está ahí, la padezco) me la curo generando ideas que muchos ven imposibles de concretar. Esas son las ideas buenas, porque a las ideas posibles apuntan todos.

La edad de la pesetaOmertaEl acompañanteTres veces dos. ¿Cuál es la que más te gusta? 

Todas y ninguna. Todas en su momento, y ahora ninguna. No las veo, porque me centraría más en sus defectos que en sus virtudes. 

Le tengo un cariño especial a Omerta, porque fue la peor recibida y la que escribí antes. Fue un guion sacado de un cajón. Tras irme muy bien con La edad de la peseta, que hasta hace poco (no sé hoy) era la película más vendida del ICAIC tras Fresa y Chocolate, apareció un productor que entre todo lo mío que leyó, apostó por ella. Pertenecía a un Pavel de cinco años antes. La quiero como al hijo que tiene problemas, le veo virtudes que quizás pocos le ven. Por otro lado, mima mi ego, porque la que quizás es mi “peor” película, es mejor que la mejor de algunos que van de supercineastas.

El acompañante, aparte de ser la última, es por la que más he luchado. Incluso me generó la esperanza de que abriera un camino a la exhibición de un cine desafiante al sistema cubano. Logramos sobrepasar la censura, negociando día a día, soportando que cerraran salas de cine con el pretexto de reparación, o que hubiera solo una tanda al día para minimizar su impacto. 

Quien es hoy presidente de Cuba, llamó a un periódico a pedir cuentas de por qué en la primera página se hablaba del estreno de El acompañante. Las críticas elogiosas no fueron publicadas en medios oficiales y, por el contrario, las de quienes le daban con látigo, como mi sado-dominatrix favorito, Rolando Pérez Betancourt, sí tenían garantizada su publicación. 

Lo triste para ellos fue que ninguna estrategia funcionó, y la película caló. Lo malo para nosotros fue que, al año siguiente, tu película Santa y Andrés pagara la factura de ese intento de apertura

Lo más reconfortante es no sentir vergüenza de ninguna de mis películas. Ninguna de ellas es una obra maestra, pero todas son muy dignas.

Recuerdo cómo me impresionó tu cuento en Tres veces dos: tenía una onda y un swing nuevo, raro en el cine cubano. Lo mismo me pasó con Todo por ella. De tus obras largas, La edad de la peseta es la que más me gusta. De Omerta recuerdo cosas locas, como el personaje bailando igual que Michael Jackson, o aquel niño asesino…

Me asombra que la que más te guste sea La edad de la peseta, aunque claro, quizás hables de la obra terminada. Es que recuerdo que cuando leíste el guion de El acompañante, me dijiste el piropo mas lindo que me han dicho: “Siento envidia, me hubiera gustado haberla escrito yo”; piropo que yo le había dicho una vez a Senel Paz respecto a Fresa y chocolate, y por eso siento que El acompañante es Fresa y chocolate en otro contexto, de la misma manera que lo es Santa y Andrés.

Ya con la película exhibida, otro piropo bonito vino de Eduardo del Llano. Me dijo que ese guion debía ponerse de ejemplo en las escuelas de cine. 

Son cosas que quizás se dicen accidentalmente y a uno lo marcan, sobre todo cuando provienen de gente que estimas y respetas. Debe haberte ocurrido.

Mi cuento en Tres veces dos, debía mucho a uno de mis maestros, Alfred Hitchcock, cuya sintaxis descubrí gracias a otro maestro en la teoría del cine, Enrique Colina, en su programa 24 por segundo. Esos maestros no saben que lo han sido, aunque a Colina se lo confesé y su respuesta fue: “O sea, ¿yo soy el culpable de la mierda que haces?”.

Mi formación como cineasta es empírica. Yo era un chama cinéfilo que en plena era Betamax veía, al mismo tiempo que a Charles Bronson, las películas que tenía mi tío Iván en su maravillosa colección. Gracias a él llegué a Herzog, Antonioni, Kievlowsky e incluso a Tarantino, cuando nadie en Cuba había visto Reservoir Dogs. Gracias a él leí Cahiers du Cinema; él me regaló Días de cámara, de Néstor Almendros, Nobody is Perfect, de Billy Wilder, que son los pilares estéticos en los que he intentado sedimentar mi obra, tanto en lo narrativo como en lo visual.

Alternaba la película del sábado, colmadas de persecuciones de autos, patadas y piñazos, con los estrenos semanales en las llamadas salas de ensayo, que eran el Rialto (hoy ahí venden champú y pacotilla barata) y La Rampa. Iba semanalmente a la Cinemateca, pero a la vez era víctima de la cultura pop, de la TV, leía el Zunzún y me llegaban cómics del exterior, pues mi padre era capitán de la Marina y viajaba mucho.

Es fácil entender por qué mi cine es como es. A la postre es un pastiche de todos esos referentes. Estoy en un coto complicado: mis películas no son ni comerciales ni petardos de autor, pero es lo que me brota. Carlos Machado me dijo hace poco eso, que yo era como un Paul Schrader tropical.

De Omerta ya te hablé, quizá lo más interesante sea que la escribí para Reinaldo Miravalles, pensando en él y solo él. A la hora de hacerla, dio la jodida casualidad que Miravalles ahogaba su talento en un programa de Miami llamado la Mesa Retonta, que parodiada magistralmente a la Mesa Redonda de la televisión cubana, lo cual facilitó que en Cuba no se moviera un dedo para traerlo a filmar, algo que luego sí logró Gerardo Chijona. Eso me llevó a sacar a Manuel Porto de la Ciénaga de Zapata. 

Al cabo de los años, pensé que hubiera sido más divertido filmar la operación de repescar a Manuel Porto, que la película en sí.

Lo de Kike bailando como Michael Jackson forma parte de ese proceso de hacer lo que te sale del tubo cuando crees que tienes al toro cogido por los cuernos. Una estupidez, de las tantas que he cometido, de la cual me río ahora, y que carecía de todo sentido. Es como ese Ireme Abakuá que sale en tu película y nadie entiende qué pinta ahí, aunque tú lo tengas muy claro.

Ja, ja, ja… Tienes razón en eso último. Y es verdad que el guion de El acompañante era una joyita desde la primera versión… Por cierto, en tus inicios se hablaba de que eras una especie de Truffaut cubano.

Etiquetas. Mi primera película era protagonizada por un niño y la de Truffaut también. Si algo tenemos en común Truffaut y yo, es eso, además de tener apellido francés y adorar a Hitchcock. 

Lo lindo es que no me siento cercano a nadie: me siento cerca de mí. Hasta El acompañante, todo lo que escribí provenía o tenía una influencia directa del cine que había visto. Lo lindo de ahora es ver que lo que escribo brota de mis entrañas. Se genera de lo que he vivido.

Tu artista plástico y tu diseñador interior hacen que tu trabajo tenga un cuidado muy especial en lo visual, y una puesta en escena que pocas veces se ha visto. ¿Te sientes más cerca del aspecto visual que del trabajo de dirección de actores o de guion, por ejemplo?

Como diseñador yo era todo lo contrario. Pregunta a cualquier compañero mío de estudios y te certificará que yo era un chapucero. Entregaba trabajos húmedos, sin terminar, porque en mi época universitaria solo me interesaba la gozadera, me daba igual la carrera.

Imagínate que me especialicé en Vestuario, una rama del diseño que no me interesaba nada, porque tenía algo que me interesaba mucho: las mujeres. Yo estaba en un aula donde era el único varón, con doce chicas; me sentía en el paraíso. 

Hice pantalones con la cremallera al revés, hice mochilas con pegamentos y falsas costuras, hice horrores, pero… tuve una maestra que cambió mi manera de enfocar la creatividad. Eidania, mi profe de dibujo. 

Ella entendió que yo nunca iba a lograr un dibujo realista impecable, pero advirtió que yo tenía una manera de dibujar única, y la potenció. Generó lo que se llama estilo, me desacomplejó, y eso es algo que me ha acompañado hasta hoy. Hoy yo puedo sentarme entre Spielberg y Apichatpong sin sentirme menos que ellos.

Me siento cómodo con los directores de arte o vestuario, sobre todo cuando me quieren pasar gato por liebre. Es un terreno que domino. Pero también disfruto mucho la intimidad con el actor, sobre todo sacarlo de su cápsula y sumarlo al coro. 

Tengo una tendencia a la frialdad interpretativa, me gusta y no lo puedo evitar. Me gusta que haya armonía entre todos los actores. A veces tengo que rebajar a algunos a niveles de otros que no llegan, porque veo una película como un equipo. El Liverpool no tiene a Messi, pero se articula en el campo mejor que el Barcelona.

¿Sigues pintando?

Dejé de pintar en 1997. Hice una excepción en 2009 con un retrato a Laura, mi esposa. Pero hace pocos días, Laura trajo unos cuadros míos de Cuba y, comprando bastidores para enmarcarlos, sentí unas ganas de pintar tremendas. Como si a un adicto en recuperación le pusieras dos líneas de coca. Fue una sensación hermosa. No dudo que en breve esté pintando otra vez.

Cuéntame cómo te cambió ser padre.

Cambian las prioridades. Se impone él, mi bello hijo. Si tengo que dar el culo para que él coma, lo doy. Nunca lamer botas, porque parte del legado que debes dar a tu hijo es el sentido de dignidad. Yo ofrezco mi vida por salvar la suya, pero siempre en un marco digno. 

Veo películas que ni siquiera veía cuando era niño, porque lo que me genera placer es tenerlo sobre mi hombro. Ahí sintonizas con estéticas, formas y lenguajes que de otra manera te serían muy ajenos. 

Lo peor de ser padre es compartir con otros niños. El tuyo es pesado, pero es tuyo; le hueles la cabeza aunque huela a chivo salvaje. A los otros debes aprender a tratarlos, pero a la larga terminas queriéndolos. Los niños son un combustible vital. Roman me ayuda a no rendirme.

Admiro mucho tu obra con Los Carpinteros. El video del sexo, el video de las tumbadoras subiendo la nieve… (Aunque yo hubiera preferido ver las tumbadoras desde el minuto uno). 

Esas pinchas son muy relajantes porque me devuelven a mis inicios. De ahí vengo. Hoy por hoy, yo me comunico mejor con un artista plástico que con un cineasta.

A Marcos y a Dago los conozco desde hace años. Con Dago y Jaka (el otro ex-Carpintero) hice mi concentrado militar; allí robamos barras de guayabas y modelamos ropa para que nos dieran el fin de semana libre. 

El trabajo con ellos ha sido muy sencillo. Me dan una idea-núcleo. Luego yo la proceso, la traduzco a lenguaje audiovisual, le hago el guion y la filmo. 

Para alguien que no venga de donde yo vengo puede ser complejo, porque te supeditas a una estética ajena, pero yo no tengo ese problema. Me siento como Keith Jarret cuando le preguntaron qué hacía de tecladista de Miles Davis. Él contestó que a veces vale la pena supeditarse, porque te hace crecer artísticamente. 

Traducidos a nuestro ámbito: ellos son productores ejecutivos que generan una idea que tú ejecutas. Ahora se han divorciado; yo sigo haciendo los videos de Dagoberto y, según sé, tú estás trabajando con Marcos y han hecho un video maravilloso.

Un top de películas que te matan…

  • Vértigo.
  • Citizen Kane.
  • The Swimmer.
  • Memorias del Subdesarrollo.
  • El romance del Aniceto y la Francisca.
  • La conversación.
  • 8 ½.
  • Sunset Boulevard.
  • The Godfather (la trilogía).
  • Once upon a time in America.
  • Blow Up.
  • À bout de soufflé.
  • El hombre de mármol.
  • Cuando vuelan las cigueñas.
  • All that jazz.

Mi lista de directores favoritos sería muy muy extensa. Lo peor es que casi todos tienen películas que detesto. 

Primeras experiencias en el cine que recuerdas… 

Mis primeras experiencias van irremediablemente al cine Patria, que estaba en la calle Suárez de mi barrio, Jesús María. Allí, bajo ventiladores de techo, vi El hombre de Río y me hice fan de Jean-Paul Belmondo. A la par iba todos los domingos, con mi primo Carlos, a las matinés del cine Trianón, en el Vedado, porque allí estaba mi colegio y vivía mi abuela. 

Gracias al cine viajé medio mundo antes de poner un pie fuera de Cuba. Vi diecisiete veces una película llamada Piratas del siglo veinte y llegué a recitar a la perfección la autodefensa de Cantinflas en Ahí está el detalle.

Un plano que te obsesiona…

Nada más bello que ese momento en que James Stewart ve el moño de Kim Novak en el museo. 

Solo lo comparo a cuando Georbis Martínez ve el moño de Susana Tejera en Tres veces dos, pero ese último lo han visto cuatro gatos.

¿Crees en algo? ¿Eres un hombre de fe?

Soy espiritual. Me va mejor cuando armonizo con mi espíritu que cuando paso de él.

¿Cómo te imaginas de viejo? ¿Cuántas películas hechas? ¿Reconocimientos?

Pensé que iba a morir a los 40, como mi padre. Tengo 48. Si sigo la vida que estoy llevando, estaré a los 80 mejor que a mis 30. 

¿Cuantas películas? No sé. Las que he hecho cuentan algo. En ellas hay procesos y microhistorias que no aparecen en los libros. He dejado un legado, quizás no intenso, pero en cualquier caso motivador.

Me gustaría ganar un Oscar, porque me garantizaría, al menos, una película más, y una película da para desarrollar un discurso 

¿Y sabes qué? Lo voy a ganar.

Pavel, no recuerdo bien cuándo fue la primera vez que nos vimos. Seguro que fue en algo de la Muestra de Jóvenes Realizadores… Hicimos una especie de amistad que luego fue convirtiéndose en un vínculo más sólido. Creo que nos debemos una salidita por acá por La Habana, y seguir haciendo cine… Tengo muchas ganas de ver esa nueva peli tuya que viene en camino. 

Te conocí por Peteko, él fue quien me habló de ti. Vi aquel corto tuyo, infame, que me demostró que nadie tiene la verdad absoluta, porque yo no hubiese apostado un centavo por ti, y mira donde has llegado. 

Los juicios te pasan factura y muchas veces hacemos lo que nos hacen. Yo recuerdo que, en una misma semana, la semana en que yo presenté mi primer proyecto al ICAIC (sin haberse estrenado los años 2000), Humberto Solás me dijo que yo era más guionista que director, y Senel Paz me dijo lo contrario, que en mis guiones se veía a alguien con poca intensidad dramática pero que sabía dónde poner la cámara. 

Tú me mirabas con odio y con envidia (envidia lógica, porque yo estaba en un escalón superior) y yo te miraba con la petulancia de quien cree estar en las nubes. En resumen: un par de comemierdas en un duelo estúpido, que terminaron siendo amigos. 

Te tengo mucho cariño y hemos vivido juntos cosas incontables… Lo cual es, a mi juicio, un importante indicio de amistad: compartir secretos entre dos.

¡Y qué secretos, papa! Si los cuentas, explotamos… Salimos por el techo.


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