Una revolución sirve para muchas cosas, pero también se presta para muchas cosas.
De un tiempo a esta parte, estoy bastante interesado en la idea de la competencia de los artistas entre ellos, y cómo algunos usan eso de ser “revolucionario” o “contrarrevolucionario” para beneficio propio.
Hay gente con un poco de poder y con intereses en el triunfo, que se ven con la posibilidad de quitarse de enfrente a alguna competencia con el simple hecho de hacer una denuncia: decir que es un pagado por la CIA.
Es un juego sucio.
Esta idea, y otras más, se me refrescaron en la mente después de ver dos veces el documental Sueños al pairo, de José Luis Aparicio y Fernando Fraguela, sobre Mike Porcel.
Vi una versión de largometraje y una versión recortada.
Lo que más me llama la atención no es el momento horrible del mitin repudio, ni la situación con las canciones que le echaron a un lado, ni los castigos… Lo que más se me quedó fue que el hombre, después de tratar de irse del país y no lograrlo, estuvo acá mucho tiempo, pero mucho tiempo, años, y sus amigos más cercanos, los que hablan, se hacen los que no se acuerdan, o realmente no se acuerdan, pero la verdad es que lo abandonaron.
Lo echaron a un lado y se olvidaron de él.
No me considero lo suficientemente valiente como para juzgar a nadie.
Tampoco viví esa epoca.
Pero a nivel humano, me llama mucho la atención cómo funciona la mente ante el peligro.
Cómo nos inventamos cuestiones para no enfrentar la realidad, para poder tratar de seguir vivos, para protegernos.
Es más fácil olvidar a una persona, o decir que era raro, que no era sociable, que no estaba a la altura de lo que la Revolución pedía en ese momento, para simplemente alejarlo.
Sacarlo.
Pocos, casi nadie, se detienen a pensar que una vida, un ser humano, es más importante que una consigna, que un trozo de yeso en forma de busto.
Yo no soy un estudioso del tema, puedo equivocarme y lo hago a menudo, pero imaginarme a ese músico solo, en una iglesia, tocando, refugiado… Viendo cómo a veces un amigo cruzaba la calle al verlo, sin saludarlo…
Y no solo eso.
Empecé esta columna de esa manera por algo: muchos de sus compañeros no solo le dieron la espalda, sino que hicieron una carrera y acompañaron el proceso con sus canciones.
“Triunfaron”.
El logro del documental de Aparicio y Fraguela está en retratar esto: cómo, dentro del proceso, un grupo de amigos se desestructura y unos triunfan y otros son echados a un lado.
¿Dónde queda lo humano?
¿Quién le puso pausa a todo y dijo: “Espérate, no, a Porcel no se le puede hacer esto”?
A lo mejor alguien lo hizo. Pero no lo sabremos. No queda claro.
La historia la cuentan los vencedores. Los que se ponen del lado de los vencidos seguro que tienen un futuro igual de jodido.
Un amigo mío, poeta, cayó, tropezó. O mejor dicho: le pusieron una trampa, lo jodieron, lo juzgaron como si hubiera hecho algo malo cuando en realidad no era así.
El tipo era un artista. Finito.
Y un sinnúmero de entrevistas en Sueños al pairo cae de nuevo en eso de que Mike Porcel era un tipo raro, Mike Porcel no era extrovertido.
¿Entonces qué? ¿Hay que acabar con los introvertidos?
Parece que sí. No sé.
Creo que en lo que más falla el documental es que nadie, de los entrevistados, de los “grandes nombres de la cultura cubana”, mira a cámara y dice: yo lo jodí, yo soy en parte culpable.
La mayoría de la gente se va por las ramas, no quieren contar lo que realmente pasó. O simplemente están mal escogidos en el casting y no son los apropiados, no tienen la potestad para hablar.
Incluso hay alguno que tiene una cara de culpable terrible.
Lo más triste de todo es que, después de más de treinta años, no solo se censure, sino que este pobre hombre llamado Mike Porcel, con un montón de buenas canciones, aún hoy, en la Isla, no tiene a nadie entre sus viejos amigos que ponga la mano en el fuego por él.
Le jodieron la vida. O se la trataron de joder. No lo conozco personalmente y no sé cómo tenga la cabeza. Pero creo que, en un momento, parece ser que encontró refugio en esa iglesia, con nuevos amigos, apartado. Alejado de las tribunas y las banderitas.
“Aparentemente aplastado”, diría uno ahí.
Pero no sé.
¿Y si los aplastados son otros?
Tanto con Santa y Andrés, como con la escritura de esta última oración, me pregunto:
Carlos Díaz Lechuga, ¿para qué repinga te haces el guapo ahora, si solo hablas del pasado? ¿Dónde estás tú para los Mike Porcel de ahora mismo? ¿Cómo los defiendes?
Me pregunto: Cuando tenga 65, ¿seré un Amaury Pérez más?
No sé. Es complejo.
Hay muchos oportunistas y hay mucho miedo.
Yo trato de ser sincero en todo, y en cada texto me desnudo, por eso sé que esta columna me va a traer un montón de problemas.
A lo mejor hasta el mismo Mike Porcel dirá: ¿De qué habla?
El documental de Aparicio y Fraguela te pone a pensar en estas cosas, y en más.
¿Nos quedamos con los mejores artistas que este país pudo dar? ¿O los mejores están afuera?
¿Cuántos hombres tienen que sufrir, y hasta cuándo, por una idea, por un ideal?
Acabé con los ojos aguados viendo Sueños al pairo.
Con un amargo sabor de boca.
¿Dónde están los amigos cuando hacen falta?
Cuando hace falta una mano que calme, alguien que apoye, que mire al abusador y lo enfrente.
Es difícil.
Es más fácil mirar al que dice: Fulano era raro, caminaba así, no escribía bien, no era una canción macha…
Y autoengañarse. Y poner la cabeza en la almohada tranquilo. Por un poco de gasolina, por un programa de TV, por una canción pegada al mediodía.
Es conveniente callar.
Mirar para otro lado.
Inventarse una excusa para poder seguir.
Total, vida hay una sola, y el muerto no lo quiere poner nadie.
No se pierdan este documental.
Hay que verlo.
Varias veces.
Para no engañarnos más.
Para estar claros.
Venga lo que venga.
Sea como sea.
Las imágenes finales, con el bárbaro mirando a cámara, mirándonos, cantando, son estremecedoras.