Una vez más, me pregunto:
¿Cómo es posible que el gobierno de Cuba, que sirvió de Garante en el Diálogo de Paz de Colombia —donde se pusieron condiciones y se negociaron garantías—, sea incapaz de responder con contrapropuestas a un correo electrónico enviado por un grupo de artistas cubanos con el fin de garantizar que se pudiera llegar a una reunión y que hubiera transparencia en el diálogo con las autoridades?
¿En serio el gobierno se sintió tan “ofendido” por un correo electrónico, como para crear una crisis nacional?
¿Así de frágil es el futuro de este país?
¿Cómo es que un Viceministro de Cultura no tiene la educación de responder un correo enviado por personas a las cuales debe servir, y a las que él mismo presionó para que no demoraran en enviarle dicho correo?
En realidad, pensándolo bien, el MINCULT sí respondió. Lo hizo con esa actitud casi automática a la que ya estamos acostumbrados: como ventrílocuo del MININT.
¿Cómo es posible que el gobierno cubano haya podido negociar con su enemigo histórico —el gobierno de Estados Unidos— pasando por encima de diferencias irreconciliables, y sin embargo anuncia públicamente que le resulta imposible dialogar con un grupo de artistas cubanos que solo están pidiendo su derecho a existir?
Desde que salí de aquella reunión en el MINCULT tengo la sensación de estar ante un suelo lleno de trampas. No importa lo que hagamos, o cómo lo hagamos: siempre seremos los culpables en cualquier trama que se invente el gobierno para limpiar su imagen y ensuciar la nuestra.
Hay quienes me han comentado que si hubiéramos puesto una coma aquí, cambiado una palabra allá o retirado algún nombre, quizás el diálogo se hubiera llevado a cabo. No se dan cuenta de que no importaba lo que dijera el correo: la suerte estaba echada, y la estrategia del MINCULT planeada de antemano. El objetivo era encontrar algo, cualquier cosa, que pudiera utilizarse para definirnos como los “causantes de la ruptura”.
En este país son seleccionados los culpables antes de que se cometa el “delito”. Es solo cuestión de tiempo: esperan que alguien se equivoque para justificar lo que ya han decidido sentenciar.
Hoy, siento que son ellos los que están frente a sus trampas. Las trampas que nos pusieron, se han virado contra sí mismos. Por eso los activistas hemos dejado a un lado nuestros egos: para que se pueda ver bien claro el Ego Nacional, ese que ha construido el gobierno y que hoy está en crisis.
El Ego Nacional ya no nos mueve a grandes acciones, tampoco nos da mucho orgullo: ha convertido el hecho de sentirse cubano en un ejercicio amorfo e irreconocible. Por eso es tan significativo que el movimiento que se ha generado a partir del 27N es horizontal y sin líderes: ahí todos pueden ser la mejor versión de sí mismos; ahí el gesto colectivo es la suma de muchos gestos individuales, todos toman turnos para ser excepcionales, nos inspiramos y estamos orgullosos unos de otros.
Los egos de algunos ya se han calmado, porque saben que esto es más grande que ellos; la timidez de otros se ha convertido en una voz poderosa, que habla con claridad. Mientras, el Ego Nacional, acostumbrado a demonizar de forma individual y vertical, no entiende cómo es que cortan una cabeza por acá y salen otras cuatro por allá; no se explica cómo es posible que haya quien se declara fuera del grupo, pero su firma nunca falta en una declaración hecha por el grupo…
El Ego Nacional está pasando por una crisis de identidad.
El gobierno ha utilizado todas las artimañas para que no suceda el diálogo que hemos pedido, que no es el de una reunión de quejas y sugerencias. Queríamos y queremos un diálogo abierto sobre la necesidad de reconocer el posicionamiento independiente, y donde la libertad de expresión llegue como resultado del otorgamiento de libertades políticas.
Muy a pesar de ellos, el diálogo nacional que todos esperábamos ya se está realizando: los masones han hablado de respetar principios; los católicos han sacado una declaración donde hablan del problema de la legalización de la violencia; los abakuá han sacado un manifiesto donde exigen otorgar a los ciudadanos derechos y libertades civiles, políticas y económicas; la Asociación Hermanos Saíz y la UNEAC de la Isla de la Juventud se han separado públicamente de sus Consejos Nacionales… La gente está esperando que alguien les llame a la calle, y el gobierno también.
Al gobierno ya no le funcionan las viejas fórmulas. Tampoco las nuevas. No genera ninguna simpatía ver al presidente exponiendo su entusiasmo ante una canción de la neo-propaganda revolucionaria, mientras decenas de artistas e intelectuales que solo han pedido que se les escuche están bajo prisión domiciliaria (sin tener abierto proceso legal alguno), y los demás están siendo acosados, con sus familias asustadas, su privacidad violada y difamados con especial ahínco en los medios oficiales.
Este gobierno ha sido la mejor fábrica de disidentes que ha tenido Cuba. Mejor que cualquier agencia de inteligencia extranjera. Este mes, han sobrecumplido con creces su producción de inconformes, de gente harta y de indignados.
Ahora todos sienten la urgencia de dar su punto de vista y de compartir sus esperanzas, que en realidad son la proyección del país al que aspiran; nadie quiere que pase este momento. El diálogo está en marcha porque el rumor en las calles se convierte en opinión pública que, a su vez, hace que muchos empiecen a posicionarse. Ya nadie está pidiendo permiso ni esperando por nadie.
Las conversaciones, públicas y privadas, entre cubanos de dentro y fuera de la isla, están ocurriendo más allá de cualquier agenda injerencista o de infiltración. El diálogo está más allá del NTV y sus demandables difamaciones; ya no hay quien crea que 400 personas, y sus familias, y sus amigos, y sus vecinos y conocidos, han sido orientados por un país extranjero para desestabilizar a Cuba.
Aquí nadie está desestabilizando al gobierno: el gobierno se está desestabilizando solo; una democracia está a las puertas y ellos andan pensando en cómo mantenerse en el poder.
A este país lo ha desestabilizado la corrupción, la falta de respeto con la que el gobierno ha tratado a su pueblo, la ligereza con la que los gobernantes son capaces de negar sus errores.
Este gobierno lleva tanto tiempo pretendiendo y comprando lealtades que se le ha olvidado que la verdad tiene una sensación propia.
Menos el gobierno, todos aquí han entendido cuál es su rol en este momento. Por primera vez, yo tengo esperanza de que este país puede llegar a ser un lugar increíble: el 27N me devolvió esa fe.
Yo llevo años participando en activismos, en acciones, en marchas, en sentadas en varios países; años denunciando injusticias raciales y de género, abusos contra los inmigrantes; me he manifestado en contra de Wall Street, los monopolios, la desaparición de los bosques, las guerras por todo el mundo… Pero cada vez que estoy rodeada de personas a quienes les importa cambiar el mundo siento una opresión en el pecho y una falta de aire muy grande: es cuando pienso en Cuba.
Es un dolor fantasma. Me duelen las injusticias en cualquier parte del mundo, pero sé que Cuba ha sido amputada en esas marchas, en esas reuniones infinitas para planificar cómo hacer entender a una corporación o a un senador que es injusta la ley que está promoviendo o que ha firmado. El 27N no tuve que vivir el activismo por sustitución: ese día respiré el aire más puro, el pecho me dolía de tanta alegría. Sentí que todo lo que había vivido como activista tenía sentido.
Desde el 27N hasta hoy, una de las cosas que más me ha gustado es el apoyo que han dado los padres a los jóvenes. Me fascina cómo muchos de esos padres, que habían callado por razones sentimentales o por fidelidad al tiempo que entregaron al proyecto de la Revolución, se han desatado ya de cualquier complicidad con la represión y hoy se levantan para estar al lado de sus hijos (frente al MINCULT, o frente a un agente que quiere arrestarlos sin razón alguna).
Los padres han tenido la generosidad de no pedirle a sus hijos que sigan esperando, como hicieron ellos. Hoy los padres se han vuelto jóvenes de nuevo. Estoy muy orgullosa de ellos, como estuve orgullosa de mi madre que fue como ellos.
Mientras escribo estas líneas, recibo una llamada de un amigo activista; un agente de la Seguridad del Estado le ha dicho que nos haga saber a los demás que ellos nos piden una tregua, que quieren pasar el fin de año con sus familias, que están agotados, que no hagamos nada más…
Me llama la atención el uso de la palabra “tregua”: fue la que se utilizó en aquella reunión ante el viceministro para pedir tolerancia hacia los creadores independientes, para pedir que cesara el acoso policial y la criminalización hacia los que piensan diferente. Y esa “tregua” fue el primer acuerdo que ellos rompieron.
Me pregunto si esta vez son sinceros. Madrugada tras madrugada, he visto el cansancio de los policías y los segurosos que vigilan la entrada de mi edificio. Pero recuerdo que ellos mienten, forma parte de su profesión, y empiezo a imaginar qué razones tendrían para pedirnos una tregua… Es muy raro.
Abro un enlace que me manda una amiga por WhatsApp: es un artículo donde empresarios estadounidenses de alto calibre hablan de sus planes para entrar a Cuba luego de la toma de posesión del presidente Biden… Este país, que se ha vuelto parásito, puede haber encontrado un nuevo organismo huésped, y quiere entrarle sin dolores de cabeza.
El último esfuerzo del gobierno por cambiar la conversación sobre su intolerancia, ha sido anunciar las medidas del reordenamiento monetario. ¿Acaso piensan que creando una sensación de desprotección volverá el miedo? ¿O lo anuncian ahora con el objetivo de que esté todo in place para cuando aterricen las delegaciones de Washington?
Un amigo me dijo: “Con estos nuevos precios y tarifas, las demandas por los derechos políticos corren el riesgo de verse un poco ridículas”.
Lo que mi amigo no entiende es que ya los cubanos han reconocido que los derechos económicos son también derechos políticos.
Justo ahora, cuando estoy terminando de escribir esta columna, menos de media hora después de que el DSE haya propuesto una tregua para asegurarse de que no habrán más acciones ni denuncias por parte de los activistas este fin de año, ya han roto —una vez más— esa tregua que ellos mismos habían pedido.
Al librito que utiliza el Departamento de Seguridad del Estado se le están acabando las páginas. El gobierno no sabe qué hacer. Los hemos puesto, ineludiblemente, frente a su propia ineptitud.
No podemos dejarle el país a los cínicos
Alguien me dice: pero, ¿para qué hacen eso, si nadie los conoce? Y, más allá de que no es cierto que nadie los conoce, yo me pregunto: ¿es importante que te conozcan? No es importante conocer a Denis Solís. Lo importante no es él: puede ser cualquiera de nosotros. Lo importante es que conozcan la causa de tu acción.