Harakiri rosa

Me fui a la exposición de Rocío García por segunda vez: necesitaba un lugar sin hedor. 

Me fui a Sakura, no para evadir (afuera continúa el hervidero, y en mi cabeza dan su concierto latigazos y zarpazos), sino para reencontrarme con un automatismo poético que había perdido; para enamorarme, para fotografiar el detalle de un cuadro de 2016 y tatuármelo (mi primer tatuaje debía ser oibara).

Si mal no recuerdo, en el año 2016 le regalé un poema manuscrito a Rocío que era un recorrido febril a su cuadro La nieve

Hubiera preferido una contemplación química y microscópica ante las pinturas de la expo, diferente del recorrido común dictaminado por mis ojos y sus hábitos de mirada. Corregí la postura de mis hombros, enderecé mi columna y me salieron poemas o retratos o hendiduras rosas que reclamaban ungüento platinado y lengua de muchacha para sanar.

Fui a la exposición de Rocío García el día de su inauguración, después de la lectura de Arpegio (Alción Editora, 2019), el último libro de Nara Mansur. Las voces de Larry J. GonzálezJamila Medina RíosSoleida Ríos y de la propia Nara, se me pegaron como spray antiséptico: llevaba un vestido rojo y quería emborracharme para no pensar en la muerte de ELLE, para aliviar esa tristeza en el aire por la ausencia de un cuerpo, para no pensar en la estatua. 

La mujer de la estatua ha sido reparada tantas veces como veces ha llovido y ha quemado sobre ella: recuerdo su nariz con cirugía de pegamento, su barbilla toscamente acomodada. La estatua que lo escuchaba todo en el Centro Dulce María Loynaz me dejó su perfil roto en la memoria. 

Con la sensación microscópica de estatua que lleva cirugía tosca, entendía por qué la exposición de Rocío me salvaría.

La segunda vez en la galería llevaba un trajecito rosa, el adecuado para Sakura, seppuku —daga en la cartera—, y para leer en alta voz a Nara Mansur:

“Usa las palabras para nombrar infalibles, deseos, grilletes ventiladores: cuchara dolida

Por mi rosa, por la impostura de su mano

Porque no entiende si no lo ve, porque no sabe si no lo toco”.

(El trajecito rosa, Buenos Aires Poetry, 2018).

No llevaba ropa interior, y planeaba ser otra ridícula que se quita el vestido compitiendo con el aura de “exhibición de arte”; quería ser, obvio, “otra poeta” que se desabotona el mundo con un gesto romántico y un corte de izquierda a derecha en el abdomen (al estilo Isabelle Huppert). 

Mis dadaístas ejercicios que ahuyentan la peste del Vedado, la peste de Centro Habana, la peste de mis axilas, la grima que me dan los billetes con los que pago un árbol de cerezo que regaré líricamente con lágrimas o cerumen o saliva, serán lo único que me salve este mes de marzo en el que todo huele y se siente tan mal (la censura, el espectáculo, la cárcel, el baño, el cesto de la ropa sucia, la homofobia televisiva). 

Qué suerte que el país de las frutas podridas y las cisternas con cadáveres y el asfalto manchado de rosa sangre, me haya enseñado a admirar la belleza microscópicamente detectable en Sakura

Sa-kura: me cura.

Qué suerte que exista Sakura para experimentar.

En esta exposición, lo único que hice fue escribirle a la libertad.


Haikus (5 cuadros)

*

Cerezo que divide dos cuerpos, el mismo cuerpo dividido, mientras la flor del cerezo se desliza por el recuerdo de la cazadora.

Pincela sobre pies. Pincela sobre calvicie. Pincela sobre tronco pálido. Pincela sobre ella recostada en ella. Más pálido el amor que el momento en el que palidecen las armas. Para pincelar-palidecer en una escena japonesa.

Armas amatorias, dice, me dice, armas femeninas y sacrificiales. Digamos que en la caída sucede el mundo y se suceden las estaciones. Repiten el rito, las dos, mientras caen los años y las lágrimas. Mientras palidece, catana en ella pincelándome, sedienta.

*

El mar rodeando a las princesas, guerreras rodeando al (a)mar. Quise zambullirme yo en ellas, ahogada mi pulsión rosácea hasta quedar hundida en el misterio líquido y salmón que cabe en el (a)mar rosa. Siempre quise nadar hasta lo hondo y encontrarla.

Ahora hay reposo, reposo con braceadas, reposo con formas circulares y extraviadas, reposo en las palabras ya dichas, en las palabras sobrantes que se evaporan cada vez que el (a)mar dice licuar. 

Todo el amor es líquido.

Parece líquido.

*

Nos aliamos secretamente en la huida. Las bestias dóciles que besan y besamos, se aburrieron de nuestra pinzas de cejas en forma de catanas. Las bestias extintas en las que navegamos. Caída libre, ensuciándome los ojos, ensuciándome los misterios puntillosos del eco magnético que tiene el océano. Es preciso escondernos. Ahora, la huida, la desembocadura, el antes del ahogamiento, salvarnos. Es preciso que salvemos nuestras piernas del ahogo oceánico con una película sobre los viernes.

*

En el paisaje nevado, refugiada en tu sombra. Busca cuidadosamente el copo de nieve, pregúntale por mí, pregúntale por el invierno grave y simétrico. Pregúntale si es rusa o japonesa. ¿Es hombre o mujer?, ¿yōkai del tercer mundo? Pregúntale bajito si se enamora. ¿Se prende?, ¿se reprende yōkai? Es rusa y japonesa y nunca ha sufrido insolación. 

*

En el ocaso. En la orilla. Sobre tu espalda, el oleaje es nuestro en el límite, parece. Hemos visto la luna deshacerse. El sol elevarse. Hemos sido el vasto rosa del mundo. Cae platinado el tiempo y plateadísimas luces me (des)tiñen el pelo, otra vez me teñiré hasta perder el cuero cabelludo, otra vez peróxido occidental y comercial. En la playita.

Te miro y estás de espaldas. Estás con ella, la percibes en el ocaso, ocaso en rosa, rosa en ocaso, cuando el mundo está en calma hay que asustarse. Las playas manchan.

Después del espanto, tú dices ver “el amanecer sonrosado de la isla”, a veces te creo y a veces no. A la orilla de las islas, suele el mundo detenerse para acariciar el susto con su calma, catanacalvacariciacatanacalvicieola.

Pásame la mano por la cabeza.


Rocío García
Rocío García, En el aire.

En el aire

Deslizándome geométricamente por tus miedos, me aseguro de levitar como una hoja. Deteniéndome tras el impacto del otoño rosa, me cercioro de que escuchas el silencio del arma y el silencio del conejo. La piel del conejo es la piel de mi vientre. Acaríciame el abdomen, corte A. Pásame un paño blanco, corte B. 

Hemos estado una sobre la otra en la correcta disposición del plano. Sombras, sobras, sombras, sobras rosas, semisombreadas, rozándome en caída, mis tentáculos de árboles sin ramas. Corte A: la huida. Cuántas ganas, las ganas de estar en otra esfera, momento de aniquilar el miedo mientras esta cabeza de conejo me sale por los ojos.


Rocío García
Rocío García, El camino.

El camino

Agujerean el cuerpo las lanzallamas volcánicas del mundo siniestro. El rosa es siniestro. El mundo que estalla y gruñe en tonos rosas, la persecución y la ligereza del amor romántico, siniestro, siniestro, siniestro. 

Las elevaciones telúricas manchadas de rosa: en tono siniestro, en tono salubre, en tono baratija armada de vitrina asiática, esas no me gustan, prefiero las otras rosas, las de malabaristas, las detectivescas, las que cruzan las piernas en el bar, las que disparan. 

La catástrofe que se acerca como llamarada, es necesario alborozar el mundo disparándome, rozándome, volcanizándome en el jolgorio de las caballerías: un caballo blanco lo esquiva. 

Blanqueada la espesura del fin, mientras cabalgo sobre el suelo vivo, ella cierra los ojos, humo rosa se traga, en una bañera aislada del fin del mundo y del principio siniestro del otro mundo sin ti, palidece volcánica, la que yo amo, aunque no me gusta decirlo así.


Rocío García
Rocío García, La Marea.

La marea

Desde la rama hasta lo acuoso. Desde la caza hasta lo hundido. Desde las profundidades hasta el verso. Desde la galería con luz hasta la galería con bombillos amarillos. Muchacha juguetea con espejos. Espejos herbáceos juguetean con la especie. Muslos juguetean en la rama. Rama acuosa me penetra y estoy sola. 

Salpica, salpica, salpica, salpícame dentro tu alma henchida del rosa. Mi llanto es mi llanto desde el tronco liso en su lisura hasta el interior de mis várices amantes de las galerías vacías, cuando ya ha pasado todo, rama, enramada. Vagina remueve el deslizamiento marino una vez que vomito rosados trozos de hojas, cerezos, semilleros, purpurina, vaselina, la aleta escarcha, todo eso. 

Me anuncian tu muerte, me anuncian tu vida. Una sobre la otra en la destreza tibia del mar cubriéndome la catana entre los muslos, contemplando La nieve en un paisaje ruso, en un acuario japonés, en una isla enferma: seguir a Lady Gaga y comprar HAS para ramificar la festividad cuando te hundes, la aleta maquillista, amorosa, afanosa y peligrosa. 

Agrisado el fondo. Agrisada la altura. Quién sabe si es de día o de noche, mientras salpicas el mundo, mientras espero por este momento, mientras delineo tu salpicadura. Dentro, pincha, delfín me lame la herida, delfín no compra arte cubano, delfín no extinto piensa que Lady Gaga es su concubina, ni yo misma me amo a veces, mucho menos los viernes acuosos, en los que no soy yo, sino la guerrera.


Rocio García
Rocío García, La Marea (detalle).

La ola

Surfear sobre un desfiladero. 
Sola, canturrea: el mar, marea, olear. 
Canturrea: la sal, salar, me salaron el amor Caribe.
Surfear el confín con lágrimas. 
Surfear un lagrimón para atender: óleo, acrílico, lava. 


Rocío García
Rocío García, El agua.

El agua

Aunque todo estalle rosa sobre ti, y aunque el cianómetro mida las tonalidades rosas del infinito, yo me detengo en el espanto para ver el reflejo de ella: no ella. Ella en sí misma es una idea sin horizonte, sin diluvio, sin tierra firme, sin principio o borde. Allí donde la nada ha exprimido el zumo de lo conocido, me reflejo en la tibieza que alcanza mi alma después de vivirlo todo. 

Neblina. Opacidad. Confusión. Regurgité un paisaje como totalidad. Paisajística mental: la sola idea del más allá me asusta. La rusa ahora es pop. La japonesa ahora es haiku.

Has de hacer tu viaje sola, con catana y sin ella, hacia ti misma, enlentecida en el antes y el durante, sin música conocida, sin película, tú y el fondo, tú y el miedo, tú y las pieles. 


Rocío García
Rocío García, Sakura.

Sakura

Fantasmagórico. Florecido. Tientas tu suerte sacrificándote. No estás dispuesta a ser un chorro de sangre entre grises y rosas. Si se puede ser un chorro de sangre entre grises y sombras, en el blanco absoluto del bosque, es porque se puede ser una guerrera en líneas, en las formas ordenadas del amor, en el cabeceo que involucra codos y hombros de mujer.

Fantasmagoría de la batalla. Florecido el cerezo. Cereza en el amor. Cereza en el (a)mar es cereza en el amor. Exige el bosque tu rojo, que gotea como hoja y aviva: la calma afilada por el orgullo y por el viernes. Sakura, grita, Sakura, te traen un cristal y miras una escultura que no tiene nada que ver con el desangramiento: abre abdomen de izquierda a derecha. Cuando floreces te conviertes en una cantante pop y en una poeta japonesa. Cuando floreces te conviertes en una mujer de líneas.

El gran yōkai, la bestia japonesa, es el amor. ¿Lo aprendiste? Acaríciale la cabeza, sin repetir la palabra.

“Harakiri, tradúceme al japonés”.


Rocío García
Rocío García, Sakura (detalle).

Iniciar dictado[1]

Todavía. Todavía no quedaba nada. Todavía quedan rastros, rastras de la nada rosa, abomina el amor lésbico de muchachita. Quizás se llamaba Rosa. Quizás se llamaba tuerta. Quizás se llamaba torcida. No tenía nombre era varicela era pintora era pantera. Tenía abierta la garganta. Me enteré enterré la cata Ana. Ana no era. Error. Aquí todo está equivocado. Me enterré la catalana. Le dije, esta casa con este viento afuera catalana catana dije catana dije punto

tu tienes que aprender a perdonar

tú tienes que aprender a amar tú tienes que aprender a matarte si tienes que matarte aquí entiérrate aquí mismo el filo

todos los muertos comienzan con el blanco un fondo bien blanco sin trabajar para ponerle encima su sangre. me pongo muerta torcida des la Ramada cae sobre ti la nada Rosa romántico Rosa perdido están Fermo sutura Sakura en esta explica enferma yo

Explícame porque has venido conmigo harakiri cada vez que me toco harakiri cada vez que la beso harakiri cada vez que me moja el cuello harakiri

soy yo soy yo o eres tu tal vez seas tú abriendo cerrándome el paso cuando mis pies en el agua desaparece desaparecen totalmente pero como pequeños peces heridos sangrientos mis pies quieren besarte los pobres creen que un beso va a salvarnos del volcán y del sol que quema toda piel que quema toda piel en rosa y toda palabra en Rosa porque la milagrosa es una idea no pictórica soy yo en Japón comiendo pétalos 

Para dejar pulcro el amor que hacer para dejar el paisaje del amor un paisaje lleno de heridas heridas harakiris heridos atentados orientales que no temen a lo blanco que son como piezas piezas piezas que son como humanos hombres que son faldas clavículas que son como encendidos lo quemado puede ser rosa la rosa puede ser en San Diego incendiado puede ser sembrado sembrar en las rosas una semilla más rosa que tu boca en el reflejo del tiempo de la muerte en la terraza donde da el sol y pasa el invierno cata na daga

Si estás demasiado triste punto si estás demasiado sola punto si estás enamorada de otra mujer punto si te han golpeado punto si estás huyendo huye punto Rosa viene a salvarte punto te arrodillas te lo calvas tú misma clavas punto harakiri es vivir cada día en un lugar donde las hojas caen y mueren sobre otras hojas que punto ya te han matado por la ausencia de belleza cata lana punto de seda mi muerte de seda mi muerte punto de sedosa marea punto por las mujeres muertas en el mar ojos rosas devorados por bestias punto pulcra pinturita punto jorobados los pies punto joroba dos los pies para amoldar el amor punto para metértela punto suicidio erótico punto

Harakiri rosa cata Ana come amor y gotea

—¿Terminaste?

—Gracias, ya me voy.

—¿Quedaron lindas las fotos de la expo?

—No sé

—Bueno, ya cerramos.

—Punto. 




Nota:
[1] El “modo dictado” del teléfono transcribe las palabras; mucho mejor si no se corrige estilo.