En Cuba, desde que soy pequeño, cuando la gente va a hablar mal del Gobierno, habla bajito, con la radio puesta a todo volumen y haciendo más señas que un cácher. Es loquísimo. Parece que ya todos hubiéramos pasado un curso intensivo de lenguaje de señas para sordos e hipoacúsicos.
En el imaginario colectivo cubano hay muchísimas de estas señas que son utilizadas para referirse a los jefes del país. Se me ocurren tres ahora mismo.
Por ejemplo, para hablar de Fidel Castro uno hace una señal que indica una barba: tocarse la cara como si se tuviera barba.
Para hablar de Raúl Castro, te estiras el borde de un ojo para parecer achinado, como imitando rasgos asiáticos, eso significa que hablas del Chino o la China, como también se le conoce.
Para hablar de altos jefes militares o “pinchos”, uno se toca el hombro, como haciendo alusión a las charreteras con altos grados militares.
Hay un lenguaje primario muy básico que cualquier cubano reconoce. Para mí eso es lo máximo, me quedo bobo mirando ese tipo de cosas, me parecen verdaderamente típicas del carácter y la identidad de la gente que creció en la Isla. Incluso se ha exportado a la diáspora. Conozco quien se crio fuera de Cuba, pero entre cubanos, y pasa igual. Gente que señala con la bemba, yo adoro eso. Esa chusmería me hace sentir en casa aunque esté lejos, y es que hay una ingenuidad y nobleza extraña en todo ese teatro que me atrae. Es un lenguaje que llega a ser muy erótico, caliente, en parte porque se ha erotizado y se ve muchas veces desde una mirada colonial. También se puede ver de modo violento en algunos lugares.
A mí me han dicho: “es que ustedes los cubanos gesticulan demasiado” y yo siempre pienso que es verdad; pero siento que me lo dicen como con envidia, quizás no, aunque me gusta pensar eso. A mucha gente fuera de Cuba le encanta todo ese espectáculo. La mirada colonial se impone a la hora de ver a los cubanos, como si fuéramos una especie diferente, exótica. Supongo que para muchos sea como ir a un zoológico. No les gusta la idea de que suelten a los animales para que vivan felices en su hábitat natural, libres.
En la Isla, se disfruta precisamente de la seguridad que proporciona el hecho de que los animales estemos enjaulados. Así nadie se come a nadie. Esa tranquilidad está dictada por las condiciones del cautiverio, donde todos están entre rejas, no hay que cazar porque te ponen la comida en tu celda. Ese encierro hace que muchos animales escapen, aunque proporcione esa imagen falsa de protección y calma que es respaldada por la profunda doble moral del sistema dictatorial totalitario que se transfiere a casi toda la sociedad.
En general, los turistas prefieren la “visita guiada” al zoológico, todo controladito y disfrutando de los privilegios que se brindan en Cuba a los extranjeros. Eso alimentó en gran medida mi xenofobia cuando era más niño. No me molestaba ver “yumas” (extranjeros), preferiblemente turistas en sus ambientes “naturales”, en una película o en un documental estando en sus propios países, pero si veía un yuma por la calle en La Habana tirando foticos ya me empezaba la picazón.
Después entendí lo complejo que es todo el sistema de cosas que están detrás de esas foticos y de los yumas que las tiran y de los temas de esas foticos y todo eso. Es como el porno, pero con edificios en ruinas y gente aplastada por las circunstancias. A mí me gustaba el porno cuando era niño y tenía historia y no era una cosa deportiva, fula. Ya después me empezó a aburrir. Esa respuesta animal no me cuadra mucho y tampoco la necesito para fantasear, a mí se me da más fácil esa parte. Igual respeto a la gente que le cuadra.
Hay una morbosidad detrás de la imagen de Cuba, la que se vende al mundo y la que por supuesto el mundo compra. Ahí están los clichés de la mulata, el tabaco y el ron, pero todo el mundo sabe que ya eso pasó de moda. El nuevo cliché es el de la erótica de la Isla renegada, outsider, lefties cool que, además, está en medio del Caribe y con tremendas playas y paisajes. La gente es súper amigable y les encanta bailar y cantar aunque estén muertos de hambre y no tengan zapatos. Cualquiera diría: “y si te singas a alguien pecas, te fuiste por los pies”, otro mito. La gente de Cuba singa igual que la gente en el resto del mundo.
Una isla “perdida en el tiempo”. Es como un Jurassic Park en el medio del Caribe. Los dinosaurios no se pueden ver más que en los carteles de propaganda diseminados por todas partes. Pero uno sabe que están ahí controlándolo todo y que son carnívoros y feroces (los militares) o herbívoros y tranquilos (los cómodos intelectuales “revolucionarios”). Los tirano-saurios militares se dejan ver muy de vez en cuando en actos políticos cuasi prehistóricos que se mantienen en la Isla como tradición del partido único comunista.
Esta es la imagen que proyecta Cuba al mundo. La izquierda y la derecha mundial saben que es así. Una dictadura militar totalitaria desde el día cero. Pero un parque es un parque y quién sabe si uno pueda ir a divertirse algún día al paraíso comunista perdido. Una onda Disney World, pero mucho más macabra.
A mí me gusta imaginar que todo se puede poner peor y fantaseo con la idea de Jurassic Park: unos genios del Polo Científico de La Habana se ponen a comer mierda, aburridos como están en esos laboratorios, sin ganarse nada que valga la pena por sus descubrimientos, y dan con la fórmula para, con los restos de Fidel Castro, copiar su ADN y crear un clon a su imagen y semejanza, que pueda algún día hacerle frente al Comandante.
Estos nerds son tan estúpidamente entusiastas que cuadran todo bien para ocultar esta información y la criatura, nombrado por ellos Hipólito Alejandro, es confiada a una de las pantristas y seño de limpieza del laboratorio, una jabá gordota del Palocagao que responde al nombre de Calamidad, pero todos le dicen cariñosamente Cala. La señora partió hacia Camagüey a casa de una tía lejana para criar a este engendro como su hijo propio. En 1994 Cala decide irse de Cuba en una balsa y llevarse consigo a su hijo Hipólito, que ya contaba con 15 años. Cala fue comida por los tiburones al naufragar la balsa y su hijo, sobreviviente en las costas de Miami Beach, juró vengar su memoria.
En la actualidad la verdadera identidad de Hipólito Alejandro fue suplantada por su nombre artístico. Se quedó solo con su segundo nombre y lo rusificó para darle un tono soviético nostálgico. La barba es un misterio que lo abraza desde su genética secreta. Ahora el mundo lo conoce como Alexander, Alexander Otaola. El resto ya se sabe.
Recuerdo cuando, por mi escuela, me llevaron a ver una película al teatro Karl Marx. Era la primera vez que asistía a un acto “político cultural” de envergadura. Supongo que la razón por la que no había ido a este tipo de eventos es que la mía era una escuela de privilegiados. Bajo la pantalla de Centro de Entrenamiento de Alto Rendimiento (CEAR), mi escuela, Marcelo Salado Lastra, acogía a la gran mayoría de los hijos, nietos y familiares en general de la cúpula en el poder de Cuba. Los poderosos, tanto en lo militar como en lo económico, tenían a sus familiares en mi escuela. Niñas y niños pijos que compartían salón de clases con verdaderos deportistas juveniles. Por supuesto que algunos de estos jóvenes privilegiados también tuvieron buenos resultados en el deporte, pero prácticamente eran excepciones estos casos.
Fuimos a este evento que era nada más y nada menos que el estreno en Cuba de Minority Reports, que en aquel momento era el último filme del prestigioso director Steven Spielberg, el creador de Jurassic Park. Este gigante de la industria del entretenimiento hollywoodense asistiría al estreno del filme junto a Fidel Castro, el dictador cubano. El evento prometía ser interesante, en primer lugar por la cinta de ciencia ficción futurista que se iba a presentar y la película surrealista que suponía el hecho de ver cómo estas dos figuras tan significativas, de mundos tan diferentes, compartían un espacio tan estrecho: un teatro convertido esa noche en sala de cine.
Recuerdo que me senté, literalmente, en la última fila, lejos del control de los profesores. Me perdí la película en gran parte porque estaba conversando y divirtiéndome con mi piquete esa noche. Años después, entendí el porqué de ese encuentro. Fue la única vez que vi a Fidel Castro en persona, aunque a más de 100 metros de distancia.
En Cuba por esos días se aplicaba una ley que se conoce como “peligrosidad predelictiva” y esta película guarda una relación muy estrecha con ella. En mi barrio a un muchacho lo apresaron sin cometer delito alguno solo por presunción de que podía cometer algún delito. Eso me espantaba. Yo siempre me he sentido culpable de cualquier delito que no he cometido. Es como si supiera que puedo cometer un delito en cualquier momento, un error. Yo soy perfectamente capaz de cometer cualquier error.
Hago esta aclaración, aunque parezca una obviedad, porque me gusta señalar que nadie está exento de cometer un error. Eso me parece muy humano, quizás sea algo que nos diferencie de las máquinas en el futuro y sea positivo cometer “errores humanos”.
En un país como Cuba, uno es más capaz de cometer un error o un delito porque el sistema está diseñado para el chantaje político y no conozco a nadie en la Isla que no haya cometido al menos un delito en algún momento. Que tire la primera piedra aquel que no haya comprado algo por la izquierda, cambiado dinero en el mercado informal o sobornado a algún funcionario.
Volviendo al tema: es una verdadera vergüenza que el régimen dictatorial cubano cuente con la complicidad y el apoyo de tantas democracias a nivel global.
¿Cómo es que no entienden que eso es caca, que no se juega con algo así?
¿Acaso no se dan cuenta que el mero hecho de existir un sistema así constituye una amenaza para las democracias allende todos los mares porque vivimos en un mundo interconectado a nivel global?
¿Es que de verdad los políticos creen que la gente es estúpida?
¿Hasta cuándo vamos a tener que aguantar todas las mentiras que se repiten como disco rayado?
¿A dónde vamos a tener que irnos las personas que no queremos coexistir con semejantes hipócritas?
¿Será que es una cuestión humana la hipocresía? Yo quiero pensar que no. Que todos los parques zoológicos y jurásicos van a desaparecer en el futuro y la gente va a ser más honesta. Le tengo tremenda fe a las nuevas generaciones. Las personas van a ser cada vez más empáticas y se encargarán de resolver los verdaderos problemas que tenemos como civilización y como responsables del cambio climático en la tierra y de trascender la vida hacia otros planetas de nuestro sistema solar y después a otros y así expandir la vida a todo el universo.
¿La ética de las máquinas nos servirá de guía?
¿Será todo distopía pura como muchos se han empeñado en asegurar?
Yo soy un optimista radical y creo que todo va a estar bien, pero qué vergüenza me hace sentir que la gente del futuro vaya a estudiar la Historia de Cuba y vea lo que está pasando en plena primera mitad del siglo XXI.
Castroland y la izquierda Disney. La Revolución como parque temático
“Cuando el líder cubano se hizo del poder en 1959, se dio también a la tarea de construir un parque temático en la Isla, un Castroland que girara en torno a un solo concepto: el de Revolución”.