Pedro Juan Gutiérrez: un mecánico popular

El escritor cubano Pedro Juan Gutiérrez vuelve a publicar un libro de cuentos, su especialidad en tanto narrador: Mecánica popular (Anagrama, 2024). Además de “cuentos”, la nota de contracubierta los llama indistintamente “relatos”, “estampas” y, como guiño comercial al mercado, “novela abierta o episódica”.

El género, en cualquier caso, es lo de menos. La clave está en que el estilete de la escritura de Pedro Juan Gutiérrez sigue mostrando el mismo filo. Su poética no tranza desde su fundacional Trilogía sucia de La Habana, aquel meteorito de mierda hecha milagro, una biblia de la barbarie que cayó en 1998 para escandalizar a nuestro campito literario entre lo elitista y lo estéril. 

Tres décadas después, a ras del primer cuarto del nuevo siglo, la obra de Pedro Juan Gutiérrez ya se edita a cuentagotas por las editoriales del Estado cubano. Aunque esto, también, sea lo de menos. 

Un escritor de pura raza escapa de antemano a la cárcel de sus contemporáneos. Literariamente, se caga en ellos. Su diálogo es anacrónico: conversa con fantasmas que no se sabe bien si son fósiles o futuristas o ambos. Es rabiosamente libre, en medio de las trampas de las palmaditas, los periplos y los aplausos.

Mecánica popular consta de 17 momentos narrativos empacados en 176 páginas. La Nota del Autor nos advierte de “situaciones y personas reales” en Pinar del Río, La Habana y Matanzas, durante los años cincuenta, sesenta y setenta del siglo pasado. Sólo que dichos “lugares ya se transformaron y las personas no están”, dados “los cambios radicales y vertiginosos” que en Cuba “trastornaron las vidas de todos, para bien o para mal”.

De ese trastorno íntimo salió este lector empedernido desde su niñez: un Pedro Juan Gutiérrez que cumplió este año sus 74. La lectura como resistencia existencial y, con suerte, como venganza vitalicia.

La voz de Pedro Juan Gutiérrez, con su nombre de pelotero y todo, sigue siendo mucho más jovial que la de la mayoría de los jóvenes escritores cubanos. El tipo escribe con ganas, con garras. Y se percibe desde el principio que, al menos durante el tiempo ficticio de sus teclazos, estamos ante un universo más consistente que la materia prima que lo conforma. 

En efecto, cuando no queden ni rastros de la Centro Habana en Revolución que él narra, la Revolución y Centro Habana todavía agonizarán en su narrativa. Pedro Juan Gutiérrez es un testigo nato. Un cubano que supo mirar y que se entrenó durante medio siglo, como un relojero radical entre las ruinas, antes de ponerlo todo en palabras. Cuidando no caer en payasadas ni pendejadas.

En Mecánica popular vienen sus años mozos a competir como contenido de sus narraciones. La memoria le arrebata el presente precario de su adultez al galope. El narrador está por fin consciente de su edad. El cuerpo comienza a traicionarlo, tal vez. Tiene que apurarse y perpetrar a patadas sus penúltimos apuntes. Salve, Pedro Juan Gutiérrez, tus libros están contados: este es tu momento de más intensa inmortalidad.

A golpe de puntos y comas, pero sin flaquear en un sólo punto y coma; expatriando la pedantería de las subordinadas y otros gajes del buen decir; ignorando adjetiveces para priorizar el impacto de la sustantividad; sin el ñao y las chealdades tan propias de su gremio; este forajido llamado Pedro Juan Gutiérrez sigue siendo un escritor exquisito no de realismo sucio, sino pulcro.

Nada sobra en ninguna sentencia. Su prosa parece tan fácil de corregir (o imitar) que provoca vértigo (o envidia). Pero las suyas son, en la práctica, páginas intocables. Podrán parecernos virtuosas o vomitivas, pero en cualquier caso constituyen una catedral incontestable, construida sobre las heces históricas de un sistema social de siniestra semántica.

Leerlo no agota. Es ágil. Agreste, agorero. Y cómico como carajo. Al terminar, puede comenzarse fácilmente por el principio. Nos ayuda incluso a no pensar. Como la vida misma que cargamos los cubanos, dando tumbos con la cabeza vacía, deshabitando vidas sin biografía en la marginalidad doble de la Isla y su Exilio.

Tal vez, según las leyes no escritas de la mecánica popular, a partir de este libro, la ternura le irá ganando a Pedro Juan Gutiérrez la guerra contra la tiranía. Que no es una, sino incontables tiranías. La derrota de los vencedores comienza a visibilizarse en su verba, con la melancolía de los leones que rugen sobre el paisaje desierto (desertado) de las mil y una Centro Habanas.

Por lo demás, Pedro Juan Gutiérrez hace años que para los cubanos libres se ha ganado el Premio Nacional de Literatura. Ojalá que en Cuba nunca se lo den. 

No mientras él sea una excepción sin epígonos, una línea de fuga formidable en esa cosa anquilosada conocida en casa como Cultura Nacional.







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