“Siempre me he sentido opositora”

“Activismo y género en Cuba” es un espacio de reflexión que pretende potenciar diálogos entre las mujeres cubanas desde los diferentes trayectos y vivencias que nos constituyen; articular las memorias de luchas, organización y (re)existencia de mujeres diversas dentro del orden político cubano; y poner en común nuestras metodologías de activismo, experiencias y heridas para discutir y visibilizar los entramados de violencia de género que atraviesan el proyecto nacionalista de la Revolución cubana.

Las Damas de Blanco surgen en 2003 como una articulación civil de madres y familiares de presos políticos cubanos, a raíz de la ola represiva conocida como la Primavera Negra. La ONG Cubalex entrevistó entre 2019 y 2020 a varias mujeres que han integrado la organización a lo largo de estos años.

Por la importancia que revisten, en un nuevo contexto de encarcelamientos masivos por motivos políticos, ponemos esta serie de testimonios, frutos del trabajo de Cubalex, a disposición de los lectores de ‘Hypermedia Magazine’.





Entrevista a la opositora Jackeline Heredia Morales.


Soy Jackeline Heredia Morales, Dama de Blanco activa y coordinadora de la UNPACU en Centro Habana. Tengo 40 años de edad, estoy casada y con dos niños. Mi esposo también es activista por los Derechos Humanos en la UNPACU. Vivimos en Cuba, bajo mucha represión por parte del Departamento de la Seguridad del Estado y la Policía Nacional Revolucionaria.

Comencé primero en la UNPACU, en el año 2014 y, el 8 de diciembre de 2015 me convertí en Dama de Blanco, marchando por la 5ta Avenida.

Lo que me llevó a ejercer mi activismo fueron muchísimas cosas. Yo siempre me he sentido opositora, desde que tengo uso de razón. Solo que antes de 2014 no había conocido ningún grupo ni tenía conocimientos como tal para entrar en alguno. Tampoco tenía cómo darle visibilidad a todas las cosas que me han sucedido; independientemente de que lucho por la libertad del pueblo de Cuba, de que los once millones de cubanos estamos todos presos aquí dentro de este país, dominado por un régimen dictatorial. Lo cual es una de las cosas que me ha llevado a mí a esta lucha pacífica en contra de este régimen, más allá de las muchísimas cosas personales, fuertes, que me han sucedido en la vida.

Cuando tenía 6 años la policía injustamente invadió la casa donde yo vivía en Santiago de Cuba y asesinó delante de mi hermano, que tenía 8 años, y de mí, a mi padre, Ulises Heredia. Mi madre estaba trabajando y la policía no se midió para ejecutar este asesinato delante de nosotros dos. Crecí con esa imagen y nunca la he podido borrar de mi mente. 

Con el tiempo, mi madre enfermó de los nervios y nosotros crecimos totalmente en la miseria. Era mi madre, solita, que creía mucho en la Revolución. Una Revolución que no existía y que la enfermó de los nervios. Trabajaba mucho, mucho, para mantenernos a nosotros dos. Vivíamos sumergidos en la pobreza, el hambre, la miseria, el desespero de aquella pobre mujer que la habían dejado sin su esposo, que era mayormente el sustento de la casa. 

Yo crecí viendo el sufrimiento de mi madre. Al enfermarse de los nervios, no pudo trabajar más y el régimen ni siquiera le pasaba una chequera a ella. Por el asesinato de nuestro padre solo nos daban 30 pesos cubanos a mí y 30 pesos cubanos a mi hermano, todos los meses. Con eso, malamente se podía sobrevivir. Mi madre tuvo que comenzar a trabajar en lo que pudiera: limpiando, fregando, lavando. Yo veía su sufrimiento, la esclavitud, su deseo de salir adelante y no poder. Eso me obligó a los 14 años a irme de mi casa para tratar de ayudar a mi mamá y que saliera adelante. Nunca tuve 15, ni fiestas de cumpleaños. Nunca tuve una niñez.

A los 14 años vine para La Habana, a casa de unos parientes. Muy jovencita, siendo prácticamente una niña, tuve que casarme para salir adelante y tratar de buscar una vía para ayudar a mi mamá. Comencé a salir adelante, de la peor forma que pueda salir una niña, para poder girarle 200 o 300 pesos a mi mamá a la semana. Fueron muchos tropiezos, muchas lágrimas, mucho dolor, muchos maltratos. Pero logré crecerme ante esas dificultades.

Mi tía, que era hermana de mi abuela, murió. Ella me había acogido en un cuarto muy pequeño de un solar. Los hijos se habían ido del país y me quedé sola. Me vi desamparada, sin ayuda, pero debía tener fuerzas porque no podía regresar para ese campo. Allá había más miseria que aquí y tenía que ayudar a mi familia, a mi mamá, a mi abuela, que estaban peores que yo.

Pasé un curso de gastronomía y comencé a trabajar en un bulevar. Mi vida empezó a cambiar un poco. Me sentía en ese momento muy alegre porque podía ayudar a mi mamá, enviarle dinerito, un poco de comida, por correo, por cajas. No era mucho: frijoles, arroz, aceite, detergente, jabón; lo que pudiera conseguir para apoyarla.

En el cuartico que me pusieron, el techo era de tejas y las ratas, inmensas. Ahí tuve a mi hija, que tiene ya 12 años.

Pero sufría viendo cómo en este país ni trabajando puedes vivir como una persona pobre. Porque esto no se llama pobreza; esto se llama miseria humana.

Aquel cuartico comenzó a caerse a pedazos y me mandaron para un albergue, en Rayo 213 entre Reyna y Salud. Allí conocí al padre de mis hijos, mi actual esposo, hace casi dieciséis años atrás, y nos unimos. Él trabajaba de parqueador afuera de la Casa de la Música, toda la noche, desde las 8 hasta las 6 de la mañana, todos los días. 

En el cuartico que me pusieron, el techo era de tejas y las ratas, inmensas. Ahí tuve a mi hija, que tiene ya 12 años. Tuvimos a la niña en condiciones infrahumanas. Después de tanto luchar y luchar, y dirigirme a diferentes entidades sin que en ninguna me hicieran caso, me dieron un cuartucho en Consulado entre Genio y Cárceles. Pero al menos era en un edificio en buenas condiciones; abajo era una sola casa y arriba tres viviendas. O sea, con la mía cuatro.

Ese cuarto había sido de un muchacho que se había ido con su familia para Estados Unidos. Se lo había dejado al Gobierno porque no tenía a más nadie aquí. Y el Gobierno me lo dio para sacarme del albergue porque no aparecía el apartamento que me habían dicho que me iban a dar. Aquello estaba en candela. Traté de hacer una barbacoa más o menos porque no tenía nada. Pero tuve que aceptarlo porque en el albergue no podía seguir; se mojaba, había mosquitos, animales, la fosa se reventaba y las ratas eran más grandes que mi hija, que tenía un mes de nacida. Yo estaba desesperada y tomé eso mismo. 

Allí vivía una señora llamada Elizabeth Irce Quintana, una capitana de las Fuerzas Armadas, que empezó a preguntarme que quién me había dado esa habitación porque eso le pertenecía a ella. Esa señora ya tenía tres habitaciones en el edificio: una en la azotea y dos colindantes con la mía, que era la más chiquita, y que me habían dado porque ese muchacho se había ido legalmente para Estados Unidos.

La guerra de esa señora hacia mi persona me hizo despertar porque los abusos y atropellos que se cometieron en contra mía son lo último que se puede cometer contra una persona. 

Cuando yo estaba embarazada de mi hijo más pequeño y la niña recién había cumplido los 2 años, empezamos a hacer una barbacoa. Aquello era solo un cuarto de 3 x 3 y necesitábamos que el espacio fuera un poquito más grande para poder poner la cuna del niño y la cama nuestra, y que la niña durmiera con nosotros. La barbacoa la estábamos haciendo de madera, con tablas de parles que con tremendo sacrificio mi esposo, unos amigos y yo recogíamos, pidiendo en las tiendas, para que los niños tuvieran un espacio donde dormir.

Esa mujer, un día, me trajo una guarnición de policías, como si yo fuera una asesina, porque decía que yo estaba dando golpes a las paredes. Cuando yo solo estaba intentando hacer una barbacoa de madera.

Me llevaron al sector que está en Águila y San Miguel, donde estaba el jefe de sector. Un hombre sin dignidad, sin principios, sin nada, que me trató de la peor manera que se pueda tratar a una persona, estando yo con una barriga grandísima y una niña en brazos, porque decía que yo tenía que respetar a una funcionaria del Gobierno. Me volví como loca, ya no aguantaba más. 

Esa mujer, un día, me trajo una guarnición de policías, como si yo fuera una asesina, porque decía que yo estaba dando golpes a las paredes.

Al otro día me llevaron una citación para que yo me presentara a una reunión de prevención con varios dictadores. Sí, digo dictadores porque eso es lo que son; y varios chivatos del CDR, que son los que se prestan para todo eso.

Allí estaba la presidenta del CDR, la delegada, el jefe de sector, el jefe de consejo, la señora con su traje verde y sus estrellas, muy prepotente ella señora, varios chivatos del barrio y yo sola, con una barriga enorme y una niña en brazos de 2 años. Esto es lo que hacen, uno de los abusos de poderes que cometen los funcionarios del régimen Castro-Canel cuando tienen un traje de mierda de esos verde o azul, o del color que se pongan, contra el cubano de a pie.

En aquella reunión dijeron que yo ponía música y no la dejaba dormir, cuando casi todo el tiempo yo vivía en el hospital porque era hipertensa y diabética; ahora tengo muchas más enfermedades. Dijo también que ese cuarto le pertenecía, que yo lo había comprado y que eso había que dárselo a ella; cuando yo no tenía un peso ni para comer.

Con el valor que siempre he tenido, me paré frente a todos aquellos chivatos, frente a todos aquellos dictadores, frente a todas aquellas ciberclarias y dije: “Señora, aquí todo el mundo sabe que usted lo que quiere es la habitación para subir a la que tiene arriba en la azotea y hacer entonces un hostal ahí para alquilar a extranjeros. Eso es lo que usted quiere, sacarme a mí con mis hijos para el medio de la calle. Yo no tengo más nada que hablar con ustedes”.

El dictador jefe de sector me empujó por el hombro y me dijo que tenía que sentarme, que eso era una falta de respeto mía. “Falta de respeto es usted”, le dije, me paré y me fui. Cuando salí por la puerta para afuera me desmayé con la niña cargada. Los vecinos de la cuadra cogieron la niña y rápido me llevaron para el médico porque tenía la presión en 180 con 120 de mínima. Eso me costó ir para el materno de San Lázaro y que me ingresaran.

Pero eso no les bastó y me mandaron citaciones de las sesenta mil entidades del régimen que puedan existir. Hasta que me llegó una de Fiscalía General, ordenándome abandonar el inmueble en 72 horas y poniendo que ellos me iban a buscar un lugar donde estar. Todos esos papeles yo los tengo.

El fiscal que fue a verme entendió cuando yo le expliqué que todo eso era una injusticia y vio las tres propiedades que tenía esa señora en el edificio. Él mismo dijo que eso era un abuso de poder. 

Gracias a ese fiscal, por lo menos, me sacaron de allí y me mudaron para otro cuarto, que también se está cayendo. Hace no mucho se cayeron unas piedras y por poco matan a mi hijo que estaba durmiendo en ese momento. Gracias a Dios no ocurrió nada. Hoy esta otra casa se me está cayendo y he ido de nuevo al Gobierno, sin que me atiendan. Pero yo voy para presentarme y decir lo que me pasa. Así que le pido a todo el que nos pueda ayudar, que nos ayude, que también lo necesitamos. Ni siquiera nos podemos bañar porque el agua se filtra y todo esto se está cayendo. No tenemos apoyo de ningún tipo del gobierno de Cuba.

La señora se salió con la suya y se quedó con el cuarto. No pasó ni un año de yo haberme ido de allí, cuando se fue para Estados Unidos. Hoy, esa desgraciada, una de las represoras más grandes de la dictadura militar asesina castrocomunista, está disfrutando en la tierra de la libertad con su familia, después de tanto daño que ha hecho en Cuba. Todas esas habitaciones las tiene aquí, cerradas, para cuando viene de visita. El daño que esa señora me hizo fue por gusto, porque al final su idea siempre había sido la de irse de Cuba a Estados Unidos y no necesitaba la vivienda para nada. 

Han sido incontables las detenciones que hasta el día de hoy he tenido. 

Después de haber pasado por todos estos abusos, en 2014 encuentro a unos amigos y comienzo en el movimiento de la UNPACU.

Tenía tanto por dentro, que salí a comerme las calles. Salí no, salimos mi esposo y yo, los dos juntos. Salíamos a poner carteles, a hacer manifestaciones pacíficas, a gritar “libertad” afuera de las unidades para los activistas de la UNPACUque se llevaban detenidos. Nuestro activismo era muy fuerte. Ahí empezó nuestra propia guerra.

Han sido incontables las detenciones que hasta el día de hoy he tenido. De momento, todos los domingos, en la campaña Todos Marchamos, somos detenidas las Damas de Blanco. Incluso ahora en todo este tiempo de Covid-19, que hemos tenido aislamiento social, igual he tenido muchas detenciones.

He sido llevada a múltiples calabozos, en condiciones infrahumanas. He estado detenida injustamente por 24 horas, por 48 horas, por 72 horas. He estado detenida en el vivac por once días. Todas, detenciones arbitrarias por mi activismo en las Damas de Blanco y la UNPACU.

En una de esas detenciones, por ejemplo, defendiendo los derechos de un bicitaxero al que le estaban imponiendo una multa arbitraria y lo estaba maltratando la policía, los oficiales de esa misma patrulla me dieron golpes, me arrastraron por el piso y me condujeron a la unidad de Zanja. Allí, cuando me sacaron de la patrulla, después de mantenerme casi dos horas dentro del carro, sin ventilación de ningún tipo, para asfixiarme, el patrullero me dijo que gritara “Viva Fidel”. Yo me negué, él me cogió por el cuello hasta asfixiarme y me desmayó en el patio de la unidad de Zanja; ordenado por el Departamento de la Seguridad del Estado, porque el día anterior habíamos hecho una manifestación frente al Capitolio: habíamos tirado octavillas pidiendo la libertad de todos los presos políticos y la de nuestro pueblo. Eso le molestó mucho a la Seguridad del Estado y ya me tenían preparada esta cuartada.

La policía me echó dos cubos de agua directamente a la cara, como para que me ahogara. Después que recobré el conocimiento, me llevaron al calabozo. Al otro día vino un instructor y me dijo que estaba acusada de desacato. Le dije que cómo iba a ser yo la acusada de desacato si era a mí a quien me habían dado una entrada a golpes, hasta desmayarme en el piso, y que eso era una detención arbitraria. Pero no les bastó. Y por órdenes de la Seguridad del Estado me maltrataron, me humillaron y me dieron tremenda entrada a golpes. Su respuesta fue que yo estaba acusada de desacato. Ahí me mantuvieron por tres días en el calabozo de esa misma unidad. Después fui conducida al vivac. 

El vivac es un centro de detención hasta que te suelten o te procesen por el delito de que te acusan. Estuve once días allí. Me llevaron a juicio, pero no pudieron celebrarlo por el activismo de las Damas de Blanco y de la UNPACU, que se manifestaron frente a la estación de Zanja y frente al Tribunal Popular de Centro Habana, por mi libertad, porque era injusto lo que estaban haciendo conmigo. Esa vez fueron golpeados muchos activistas que se manifestaron, lo mismo de la UNPACU que de las Damas de Blanco, frente a la estación de policía de la unidad de Zanja.

Del vivac, al otro día, me llevan para Zanja, a una especie de reunión de oficiales de la policía y me dicen que yo no puedo salir del municipio ni del país porque estaba bajo un proceso investigativo por ese delito de desacato. Y me dejan irme para la casa.

Después de esto, viene a Cuba el presidente de Estados Unidos, Barack Obama. En ese tiempo, la represión contra nosotros, los activistas por los Derechos Humanos, principalmente las Damas de Blanco, era muy fuerte. 

Al llegar a la esquina de Reina nos manifestamos y ahí nos dieron tremenda entrada a golpes. Nos quitaron el teléfono y fuimos detenidos. 

Yo tenía un cerco hacía 72 horas alrededor de la manzana y frente a mi casa; decían que no podíamos salir ni mi esposo ni yo. El Departamento de la Seguridad del Estado no nos dejaba salir de la casa a ninguno de los dos y estábamos rodeados por varias patrullas y oficiales de la Seguridad.

Esto fue desde un viernes y el lunes yo tenía que llevar a mis hijos a la escuela, que es cerca de mi casa. Cuando fui a salir me dijeron que no, que mandara a los niños solos y que si salía me iban a meter presa. A mi esposo y a mí. Pero yo tengo la consigna de que mi casa no es un calabozo y que nadie me puede decir a mí cuándo entrar o salir de mi propia casa.

Así, salimos a las 7:30 a.m. con mis dos hijos para la escuela; mi esposo tomando a la niña de la mano y yo, al niño. Fuimos perseguidos por más de tres patrullas hasta la escuela y dos oficiales del Departamento de Seguridad del Estado en ese momento. Dejamos a los niños en la escuela y, cuando regresábamos, un mundo de policías se vino encima de nosotros. Decidimos coger el medio de la calle, por el tráfico, para que en ninguna esquina fueran a darnos golpes.

Seguimos por el medio de la calle y ellos siguieron detrás y las patrullas hasta venían contrario. Al llegar a la esquina de Reina nos manifestamos y ahí nos dieron tremenda entrada a golpes. Nos quitaron el teléfono y fuimos detenidos. Estando el presidente Barack Obama aquí en Cuba fuimos detenidos violentamente.

Yo fui conducida a la unidad de la policía de San Miguel del Padrón y mi esposo a otra. Allí me tuvieron por más de 24 horas. Estando en el calabozo, un oficial del Departamento de la Seguridad del Estado me dijo que ya yo tenía todos los papeles listos para ir a prisión porque era una delincuente. Le expliqué que yo no era ninguna delincuente y que yo solamente estaba defendiendo mis derechos, el derecho del pueblo a la libertad de expresión, a la libertad de los presos políticos. Pero él siguió diciéndome que no me preocupara, que yo iba para la prisión. Sin embargo, al final me soltaron.

Después pasaron unos días en los que me detuvieron como cinco veces seguidas, por más de 24 horas. En una de esas detenciones me llevaron al calabozo de la Lisa, donde fui golpeada brutalmente junto a Xiomara Cruz Miranda, Dama de Blanco, que se encuentra hoy en Estados Unidos, por su salud, a quien el régimen cubano trató de asesinar aquí en Cuba; y a Alberto Valle Pérez, alias Betún, un activista de la UNPACU que pasó cinco años en una prisión en Holguín. 

Fuimos detenidos, golpeados violentamente. Yo me puse muy mal de salud y no me prestaron atención médica. Pude filmar porque me escondí un teléfono en mis partes; debe estar en YouTube. También pude filmar cómo estaban aquellos calabozos llenos de excremento. Nos habían echado excremento en el cemento donde se duerme. Tuve que dormir en el piso lleno de chinchas, con una peste inmensa. Aquello provocó que me subiera mucho la presión y el azúcar. Luego me llevaron al Hospital Militar, en Marianao. Los médicos que me estaban atendiendo eran militares; yo lo sabía porque me trataban muy mal. Al final, como realmente estaba muy mal de salud, me enviaron al otro día a la casa.

Después, me visitó Xiomara Cruz Miranda. Ella vivía en los albergues de Guanabacoa, pero compraba su canasta básica en Centro Habana porque es de aquí mismo de los Sitios, donde yo vivo. Nos pusimos a conversar y yo le dije que iba a salir a ETCSA, a sacar una línea para poner en otro teléfono que me habían prestado y poder estar conectada, porque cuando lo de Obama me habían quitado el teléfono con línea y todo. Y el celular es mi medio para conectarme y poder avisar cuando me sucede algo. 

Ella me acompañó y fuimos con mis niños. Me esperó sentada en el parque de la Fraternidad, que es a media cuadra de ETECSA. Estaban también los niños de Yunet Cairo, Dama de Blanco y activista de la UNPACU, que se pusieron a jugar con los míos; mi niño había ido hasta con la bicicleta. Allí, Alberto Valle Pérez se encontró con Xiomara y Yunet, que vive frente por frente al parque de la Fraternidad, mientras yo hacía la cola para sacar la línea y poder colocarla en otro móvil. Eso me demoró una hora y tantos minutos.

Me pusieron delante de una cámara, con un cartón con números, que era el número de expediente de prisión.

Cuando voy llegando de regreso al parque de la Fraternidad, siento una bulla. El Departamento de la Seguridad del Estado había bajado una guagua como con diez oficiales, las llamadas marianas y patrullas policiales. Ya los habían cogido a ellos y tenían también a los niños por los brazos. Fui corriendo para que soltaran a mis hijos y averiguar qué había pasado. 

Nos manifestamos en aquel parque por la injusticia que estaban cometiendo, como tantas que siguen cometiendo con mis hijos; en estos momentos mi hijo está enfermo de los nervios por todo lo que han hecho delante de ellos. Han sufrido detenciones junto con nosotros y han sido trasladados a estaciones de policía, como si un niño de 9 años y una niña de 12 fueran criminales como ellos, como los dictadores. 

Mi hermano, que iba pasando en ese momento, le quitó los niños a la policía y se los llevó. 

Ese día, estas llamadas marianas me robaron el reloj. Una lo cogió en la mano, me dijo que me lo daba en la unidad y se lo robó. Nunca apareció el reloj.

Nos enviaron a la estación de policía de Zanja. Pero eso no fue lo peor; sino que llegamos y de ahí nunca salimos. Cuando le estaba reclamando al oficial de la Seguridad del Estado lo del reloj, me dijo: 

—No te preocupes, que en la prisión no te hace falta saber el tiempo. 

—Ah, porque me vas a enviar a prisión. 

—Ya yo te lo había dicho.

Ese oficial se hace llamar Lusito. Aunque ninguno de esos nombres es el verdadero; es como un perfil falso.

Me enviaron a mí sola. 

En Zanja me hicieron primero el fichaje. Yo no sabía cómo era porque yo nunca en mi vida había tenido problemas con la justicia en ese aspecto. Me pusieron delante de una cámara, con un cartón con números, que era el número de expediente de prisión. Varios oficiales de la Seguridad del Estado y el jefe de unidad de la policía me decían cómo ponerme delante de esa cámara profesional. Yo me puse muy nerviosa y comencé a llorar. 

Me enviaron de vuelta al calabozo y me sacaron después para montarme en una guagua-jaula. Me llevaron al vivac, pero todavía yo pensaba que era mentira, que no iba a haber ninguna prisión, que era una detención arbitraria más.

Me pusieron en un departamento de celdas del vivac, junto a las mujeres que había allí. Yo me acosté a dormir y, como a las 7 y tanto de la noche, llegaron Xiomara, Yunet Cairo y Marieta Martínez Aguilera, que pasaba en ese momento por ahí. Marieta es también Dama de Blanco y de la UNPACU. Me empezaron a llamar por una ventanita que daba a la parte de adelante del vivac, donde llevan primeramente a los detenidos para que se cambien, y que yo supiera que estaban ahí. Al rato las entraron para donde yo estaba. 

Al quinto día vino una oficial de las que cuidan a los presos, llamada Yaima, nunca se me olvida, y nos dijo que teníamos que limpiar los baños, que estaban sucios, porque había visita. Le respondí que yo no tenía que limpiar ningún baño porque yo no era limpiapisos ni me habían llevado allí para que limpiara. Yo estaba detenida arbitrariamente.

El asunto fue que nos dieron una mano de golpes bestial a Xiomara y a mí.

Marieta le dijo que nosotras limpiábamos los baños, todas las muchachitas que estábamos allí, pero que no había detergente ni salfumán, ni nada para poder limpiarlos bien. Y esa mujer dice entonces: “Bueno, límpienlo con la lengua, pero van a quedar limpios”. Yo le dije que con la lengua lo iba a tener que limpiar ella. “Tú eres una fresca y una falta de respeto. Tienes un uniforme verde, de guarapito, de chivato, porque ustedes vienen de Oriente escapando de la situación económica para ver si aquí en La Habana pueden tener un poquito de mejor vida. Las traen sin ni siquiera tener 12 grado. Y vienen a reprimir al pueblo y a creerse que son dioses”.

Aquella mujer me fue para arriba a darme una galleta y las muchachas salieron en defensa, pero nunca le dieron golpes ni mucho menos. El asunto fue que nos dieron una mano de golpes bestial a Xiomara y a mí. En ese tiempo andaba yo con unos pelos largos y me arrastraron por el pelo por todo el patio del vivac hasta una celda de aislamiento, que estaba en candela. Y atrás arrastraron a golpes y a empujones a Yunet, Marieta y Xiomara. Pusieron a Xiomara separada y a nosotras tres en otra celda de aislamiento. Había telarañas y ratas. Todo estaba ripiado, las almohadas rotas. Las cosas que estaban rotas las tiraban para ese cuarto y ahí nos metieron a nosotras.

Al otro día, vino el jefe de la unidad con tres represores de la Seguridad del Estado; uno de ellos Camilo. Yo le dije su verdad en la cara y aquel hijo de puta me quemó la nariz con un cigarro. “No te preocupes que te vas a meter muchos años en prisión, a ver si es verdad que tú eres guapa”, me dijo. “Yo no soy guapa. Yo soy valiente por atreverme a decirle la verdad a ustedes en su cara. El valor que no tienes tú que eres un cobarde, al meter mujeres inocentes en prisión por traer la verdad al mundo, por defender sus derechos, los del pueblo y hasta los de tu familia, que a lo mejor se está muriendo de hambre, mientras tú le estás lamiendo las botas a Raúl Castro y a Fidel Castro [estaba vivo en aquellos momentos]. ¿Cómo te atreves a quemar en la nariz a una mujer que está enferma? Porque aparte de ser hipertensa y tener azúcar, soy paciente de VIH-SIDA”.

Me dijo que tenía que morirme, que le iba a hacer un favor a esta Revolución. Así mismo, con esas palabras. “Aquí la muerte le toca a cada cual cuando le toca o cuando ustedes los asesinan, que es diferente. La muerte me va a tocar cuando me toque, o cuando ustedes me maten, que han tratado en varias ocasiones de hacerlo”.

Al otro día, vinieron varios fiscales e instructores y nos fueron sacando una a una. A mí me dijeron que yo estaba acusada de desacato, atentado y daños a la propiedad del Estado. A ellas tres le dijeron lo mismo. Nos plantamos Xiomara y yo en huelga de hambre. Estuvimos más de diez días plantadas.

Al día diez nos llevaron al centro de investigación DITICO-2 [Dirección Territorial de Investigación Criminal y Operaciones], en Playa, pero que pertenece a 100 y Aldabó. Nos metieron a Xiomara, a Yunet y a mí; a Marieta la mantuvieron en el vivac hasta que la llevaron a la prisión del Guatao. A Xiomara, a Yunet y a mí nos metieron en celdas totalmente tapiadas, sin que pudiéramos ver a nadie, sin ventilación, sin nada. Cada una en una celda diferente. También nos pusieron uniformes de presas. 

Nos dijeron que estábamos ahí porque habíamos dañado las propiedades del Estado: unas almohadas. Es como una burla. Ya digo, nos habían metido en una celda donde todo estaba roto; eran cosas viejas que ya no se podían utilizar, tablas de cama, colchones y almohadas llenas de chinches, de todos los bichos. Y dijeron que nosotros habíamos roto esas cosas.

Estuvimos ahí una semana más. Plantadas. Realmente ya yo no aguantaba más, no aguantábamos más Xiomara y yo, que éramos las plantadas. Nos estábamos deshidratando. 

A los cinco días de estar allí, vino una mayor, la segunda jefa de la unidad de allí, y me dijo que íbamos a ser enviadas a prisión, pero que hasta que no comiéramos no íbamos a salir de ahí. Me pidió que hablara con Xiomara, porque estaba renuente, igual que yo, a comer cualquier cosa. Le dije que me llevara a su celda. “Xiomara, vamos aunque sea a llevar una cucharada del sancocho este a la boca para que nos acaben de llevar a la prisión y nos saquen ya de aquí”. Xiomara estuvo de acuerdo.

Nos pusieron una bandeja con un agua de chícharo y sabrá Dios cuánta porquería. Un asco que ni los perros se podían comer aquello. Nos dimos dos cucharadas y tomamos algo. Al momento se llevaron a Xiomara y a Yunet para la prisión del Guatao. A mí me montaron en una guagua-jaula aparte, con varios presos hombres, que iban para el Combinado.

Aparte de ser hipertensa y tener azúcar, soy paciente de VIH-SIDA.

Yo ni sabía que me iban a llevar a otra prisión diferente porque nunca había estado presa. Les preguntaba que a dónde me llevaban a mí y por qué no me llevaban con ellas, si éramos hermanas de lucha y causa, y todas éramos mujeres. Yo hasta pensé lo peor, que me llevaban para un lugar para que esos hombres me violaran. Todos los pensamientos que tenía en mi mente eran malos. Sentía mucho miedo con todo lo que me habían hecho. Hasta que los oficiales que iban custodiando la guagüita me explicaron que yo iba para una prisión de enfermos de VIH-SIDA porque yo estaba enferma

Cuando llegué a esta prisión, vi que realmente estaba presa, que estaba en una prisión de verdad. ¿Qué delito había cometido yo para eso? No tenía tanto miedo de quedarme ahí como lo que iban a sufrir mis hijos. Y solo decía: “¿Cuándo los veo? Hace ya casi veinte días que no los veo. ¿Por qué, Dios mío, por qué?”.

En una oficina me hacen unos papeles. Cuando iba entrando, yo veía rejas y rejas y más rejas, guardias, oficiales… Aquello me asustaba mucho. Yo nunca me había visto en eso. Me entraron también a un puesto médico porque ellos decían que había que hacerme análisis. Me metieron en una celda sola. Traté de bañarme, de descansar un poco, pero estaba renuente a hablar de nada ni con nadie.

Al otro día llegó mi familia: mi esposo, los niños, dos hermanas mías Damas de Blanco y mi madrina; ella estuvo frente a esto con mi esposo porque mi madre y mi padre son muertos los dos. Fueron a llevarme aseo. Me dejaron verlos media hora en una oficina del DTI, junto con la Seguridad del Estado y policías. Aquello fue muy triste. Ver cómo mis hijos lloraban y se alejaban de mí, y me decían: “Mamá, vamos conmigo. ¿Por qué te quedas aquí?”. Fue duro, muy duro.

Pero cuando mis hijos se fueron tuve una fuerza letal que Dios me dio y me dije: “Levanta la cabeza que tú no has hecho nada”. Levanté mi cabeza y le dije al de la Seguridad del Estado: “A partir de hoy, yo les voy a dar guerra a ustedes, que era lo que ustedes querían”. Me entró una fuerza letal por dentro, como si hubiese sido el espíritu de dios que hubiese entrado dentro de mí. 

Mi esposo me había llevado unas cosas con las que me pude bañar bien y cambiarme. Estuve quince días en esa celda del puesto médico aquel, hasta que me llevaron para la galera esa con las mujeres que estaban allí. Eran presas de todo tipo, que habían matado, asesinado. Y yo me decía: “¿Dónde estoy?”. Pero yo tenía que tener fuerzas para enfrentarme a este régimen, a esta gente.

En la prisión me hicieron de todo. La Seguridad del Estado mandaba a que me robaran, a que me trataran de golpear. Yo siempre me defendí frente a todo esto. Apenas comía. Bajé mucho, mucho de peso. Tenía hasta miedo a comer porque tenía miedo de que me envenenaran o que me escupieran la comida. Todas estas barbaridades que le hacen a los opositores en prisión.

Un día, defendiendo los derechos de una reclusa, me golpearon por el brazo que tengo operado, con varillas de hierro. En el brazo me golpearon muy fuerte. Fueron muchas las golpizas y los maltratos sicológicos.

Al año y dos meses de estar en prisión me enfermé de la garganta. Me llevaron al puesto médico y me encerraron sola al lado de una celda de reclusos donde todos tenían tuberculosis; terminé contrayendo tuberculosis. Lo hicieron para eso. Es como que en estos momentos me encierren en un cuarto en que todos tengan Covid-19. Estuve muy mal. Bajaba y bajaba de peso.

Empezaron a cometer represiones en contra de mis niños. A detenerlos junto conmigo. Un viaje se atrevieron a irlos a buscar a la escuela.

Me hicieron dos juicios. Estando ahí me llegó la petición de la acusación de los policías que me habían desmayado a golpes en Zanja; me pedían 4 años por eso. Estando ahí, en prisión. Fíjate si son desgraciados. La otra petición era la que le llevaron a mis hermanas que estaban presas en el Guatao; nos pedían 3 años a cada una de privación de libertad. Es decir, a ellas le pedían 3 años y a mí, en sanción conjunta, 7 años de privación de libertad. 

A los treinta días de hacer el último juico, me dijeron que me iban a liberar, al año y cuatro meses. La libertad era extrapenal porque, realmente, la idea que ellos tenían era que, como yo había bajado tanto de peso, tenía aquella enfermedad, no me daban los medicamentos bien, no me daban la atención médica adecuada en prisión, y ser paciente de VIH, ya como que me habían mandado a morir en mi casa. Incluso, creo que uno de ellos, Luisito, le dijo a Berta Soler que yo más nunca iba a querer ser Dama de Blanco.

Rápidamente ingresé en el hospital del IPK y así fui haciendo mi tratamiento, una parte en el hospital y después en la casa. Gracias a Dios, fui poco a poco recuperando mi salud y ya a los dos meses de haber salido estaba más fuerte.

A los dos meses de haber salido de prisión me incorporé a la campaña Todos Marchamos y empecé a salir todos los domingos para la calle, a protestar por la libertad de todos los presos políticos y la de mi pueblo. Los tenía locos. 

Pero empezaron a cometer represiones en contra de mis niños. A detenerlos junto conmigo. Un viaje se atrevieron a irlos a buscar a la escuela.

La cogieron con mi esposo y le querían abrir un expediente de peligrosidad. Se lo llevaron para Cuba y Chacón, y de Cuba y Chacón para el vivac. Lo tuvieron once días preso injustamente en el vivac, diciéndole que iba a ir preso por peligrosidad. Cuando aquí los únicos peligrosos que hay en este país actualmente era el desgraciado de Fidel Castro, el hijo de puta de Raúl Castro y el puesto a dedo de Díaz-Canel. Esos son los peligrosos, que son asesinos, dictadores, desgraciados, que están matando a un pueblo a fuerza de hambre, necesidad, miseria, represión. 

Esos son los únicos peligrosos, la cúpula del gobierno cubano. Los que en el 59 le quitaron todas las tierras a todas las personas que tenían sus tierras honestamente, las fábricas, las industrias, a la fuerza, y tuvieron que salir a exiliarse a otro país por su represión y sus abusos. Los que tomaron un país, dieron un golpe de Estado, a la fuerza, asesinando, matando, violando y por ahí para allá. Esos son. No somos nosotros, los cubanos de a pie. No. 

Los cubanos de a pie, desgraciadamente, no todos tienen el valor que tengo yo y que tienen muchísimos cubanos y cubanas en este país de alzar su voz frente a todas estas injusticias

Este es uno de los mayores problemas que tenemos en Cuba. Necesitamos que el pueblo salga en masa para la calle y alce su voz. No necesitamos un arma ni nada, es el pueblo que tiene que salir a la calle. Si es que con los pocos que estamos ellos andan, como decimos los cubanos, todo cagaleteados y nos ponen treinta patrullas, treinta segurosos. Mientras no hay gasolina para el pueblo, sí hay para hacernos la vida un yogurt a nosotros.

Ahora la han cogido con mi esposo para debilitarme a mí. Le han metido once días en el vivac, le han metido multas, cuatro y cinco días en un calabozo a cada rato, para debilitarnos a los dos porque él es activista de la UNPACU y yo soy Dama de Blanco. Somos opositores, un matrimonio completamente unido en amor, en causa, en lucha, en todo. 

Dos niños que ven un policía y se mandan a correr para la casa y me dicen, aunque los policías no estén ahí por mí, “Mamá, no bajes que te van a meter presa”.

Y la represión es en contra de los dos, de mi esposo Carlos Alberto Álvarez Roja, de mí, Jackeline Heredia Morales, y de dos niños. Dos niños que han sido llevados en varias ocasiones a estaciones policiales. Dos niños que no me dejan bajar a llevarlos a la escuela. Dos niños que están sufriendo esto en carne propia. Dos niños que ven un policía y se mandan a correr para la casa y me dicen, aunque los policías no estén ahí por mí, “Mamá, no bajes que te van a meter presa”.

Yo salí de prisión en 2017 y hasta hoy estoy siendo reprimida, maltratada, golpeada, acechada, junto con mi familia. 

Ya lo último fue que había un toque de queda a las 7 de la noche. Nosotros cumplimos todo eso porque en definitiva hay una pandemia que es muy peligrosa. Tenemos que cuidarnos nosotros más que nadie porque somos vulnerables a esta enfermedad; porque somos pacientes de VIH, tenemos que cuidarnos más que cualquiera y cuidar a los niños. Pero tuvimos necesidad de llevar al niño, que estaba enfermo, al médico. Por la tarde fue que vino a sentirse más mal y nos cogió las 8 y pico de la noche en el hospital. Salimos del pediátrico de Centro Habana con las recetas y los papeles de método que dio el médico. 

Habíamos ido mi esposo, el activista de la UNPACU Cándido Chacón Puñales, quien me acompaña para donde quiera y poder avisar si nos detienen, porque realmente yo no debo andar sola, y mi hijo. Parecía como si hubiéramos venido con armas o drogas. Nos cayeron encima más de diez oficiales de la brigada especial, con policías vestidos de azul; mandados por el Departamento de la Seguridad del Estado, que tiene una vigilancia constante en nuestras casas y a nuestras familias.

Les mostramos los papeles, que veníamos del médico, las manos del niño que las tenía reventadas, las orejas, el cuerpo, todo. Pero fuimos conducidos a la estación de policía de Zanja. El niño se quedó con su abuela. En todos los países del mundo se respeta la integridad de los niños; en el único que no se respeta es en este. Esta gente no son personas; los que gobiernan aquí son marcianos de los malos.

Nos mantuvieron en un calabozo hasta el otro día por gusto, con un niño enfermo. Y encima de eso, el de la Seguridad del Estado mandó a que nos pusieran a cada uno 2 000 pesos de multa. Dinero que no tenemos para pagar ni tampoco podemos pagar porque eso es una multa arbitraria. 

Yo no tengo dinero para pagar esa multa porque el rancho donde vivimos se está cayendo. ¿Hasta cuándo? Esta es la represión que sufrimos los cubanos y las mujeres que nos atrevemos a enfrentarnos a este régimen. 

Esto es, y peor. Hay quien ya no está para contarlo, como Laura Pollán, como Payá, como Harold Cepero, y como todos estos valientes hermanos que la dictadura asesinó. Como Xiomara Cruz Miranda, llevada a Estados Unidos más muerta que viva, gracias a la dictadura cubana que le inoculó bacterias dentro de su cuerpo para que muriera poco a poco. Como los que están presos sufriendo bajo el yugo en las mazmorras de los Castros.

Esto es a lo que nos enfrentamos. Por eso le digo al pueblo que salga a las calles, que defienda sus derechos, que ellos no pueden con todos. Pueden con nosotros que somos pocos y ni así, porque no pueden doblegarnos. Ellos tienen la fuerza y el poder, y nosotros tenemos nuestra forma de pensar, el derecho, la razón y la libertad para expresarnos como se nos dé la gana. 

Salgan a las calles. Ya está bueno; ya no aguanten más. Nos están matando de hambre, de miserias, de todo, diciendo que es culpa de Donald Trump, que es culpa del bloqueo, que es culpa, culpa… Cuando aquí el bloqueo es interno, de ellos, que se están robando todo y son los únicos que están viviendo, porque aquí ningún cubano tiene vida. Esto no es vida. Lo primero que tiene que tener una persona para tener vida es libertad y nosotros somos presos. Por eso el mensaje que le doy al pueblo cubano es que salga a defender sus derechos. Salgamos todos, defendamos nuestros derechos. 

Basta ya. Queremos elecciones libres, libertad de expresión, elegir nuestro futuro, trabajar y tener salarios justos. Queremos libertad. Queremos que nuestros hijos no se críen bajo este yugo que se criaron nuestros padres, nuestros abuelos, nuestras familias, y que nos estamos criando nosotros, que estamos viviendo malísimamente mal, no como personas, sino como animales; quizás muchos animales de cualquier país del mundo viven mejor que nosotros.

Es el mensaje que les llevo, que les doy. Quizás mañana yo no esté, pero estarán mis hijos. Y estoy segura de que, si esto sigue, defenderán sus derechos, porque el motivo y la base la tienen. 




Eralidis Frómeta Polanco

“Yo estoy presa en mi país”

Eralidis Frómeta Polanco

He sido detenida con mucha frecuencia de manera arbitraria. Lo mismo me detienen en la puerta de la casa, en la calle, al salir de alguna reunión o llegando a alguna reunión, en una tienda tratando de comprar los alimentos para mi familia”.