Una conversación con Ladislao Aguado sobre un futuro proyecto editorial nos trajo hasta aquí. Comenzamos con un libro por nacer, seguimos con el virus, pasamos por Cuba y desembocamos en las elecciones de Estados Unidos. Todo fue vía telefónica. Si hubiera ido a visitarlo, la despedida habría sido más larga que la estancia… Simplemente, no podíamos decir adiós.
Y fue en esa imposibilidad que nació esta otra idea de igual naturaleza: que invitáramos a diferentes actores de la sociedad civil cubana, radicados en la isla y en cualquiera de sus espacios diaspóricos, a imaginar cómo impactaría en el futuro inmediato de Cuba esta elección presidencial de noviembre 2020. Una provocación, no por recurrente, menos importante.
Negar la trascendencia que tienen estas elecciones, tanto para nuestra isla como para toda la región (acaso el planeta), es negar las dinámicas globales de producción y consumo todavía pautadas por las naciones que ejercen mayor control factual e imaginario sobre las ciudadanías, y sobre sus posibilidades de sobrevivencia en condiciones de mayor o menor precariedad.
Resulta obvio que el conflicto cubano, de signo totalitario, ha de ser resuelto por sus protagonistas (mandatarios versus sociedad civil) y nadie más; pero también es una obviedad que la cercanía geográfica, afectiva y política con los Estados Unidos ha marcado la deriva socioeconómica y sociopolítica de la isla por más de cien años.
En esa deriva han existido períodos de extrema bonanza y otros de extrema pobreza. Asimismo, temporadas de atisbos democráticos y otros (tan largos ya) de ceguera totalitaria y odios incitados por políticas gubernamentales que, desde uno y otro lado del Estrecho, suelen desoír las urgencias de la gente sin poder. Gente que decide poco o nada sobre el futuro de la nación o, lo que es mucho peor, sobre el futuro de su mesa y la de sus hijos.
Las estrategias de “mano dura”, embargo económico y retórica excluyente, han dado cero resultados de cara a una transición democrática en Cuba. De igual modo, el proceso de deshielo diplomático y financiero que inició el expresidente Barack Obama durante su segundo mandato fue mutilado por la administración que lo sucedió, y siempre nos quedará la incógnita de si hubiéramos visto florecer o no sus estrategias de desenmascaramiento ante un gobierno (el cubano) que suele excusar todos y cada uno de sus fracasos con el consabido embargo económico.
¿Qué pasaría en la isla, en términos políticos, si desaparece el impedimento retórico y financiero que el embargo facilita? Esta es una pregunta obsesiva para al menos tres generaciones de cubanos, tanto en la isla y como en la diáspora. Y todo ello depende, desafortunadamente, de los gobiernos de turno en los Estados Unidos.
Los autores reunidos en este dosier —que introducimos hoy en Hypermedia Magazine, y que se extenderá a lo largo del mes de octubre—, nos darán su visión del asunto usando como pretexto las elecciones del próximo 3 de noviembre. Han sido convidados detractores y seguidores de Trump, así como detractores y seguidores de Biden.
Imaginar un país es garantizar la posibilidad de que ese país exista. Pero para Cuba, esa proyección lleva siempre un espejo. Uno en el que nos miramos una vez cada cuatro años, en noviembre.
Maneras de empujar una carreta
¿De qué manera se ven a sí mismos los que han sido elegidos para ocupar cargos de Estado y Gobierno? ¿Cómo nos ven? ¿Cómo creen que son vistos? Algunos invitados a la Mesa Redonda parecen formar parte de un complot: conspiradores contra el pueblo a pesar de sí mismos, sin saberse parte de una estratagema mayor.