Digamos que Donald Trump gana las próximas elecciones y consigue prorrogar su mandato un segundo término. Su victoria habrá dependido en gran parte de los llamados estados péndulo, es decir, aquellos que han votado indistintamente a favor de candidatos presidenciales demócratas y republicanos. La Florida es uno de ellos, y el voto cubano-americano —que representa el 29% de la fuerza electoral hispana en ese estado, y que en el condado de Miami-Dade se pronostica que favorecerá al actual presidente en un 68%— habrá decidido en parte la elección.
A medida que se acerque la medianoche y se vayan conociendo los resultados parciales de la Florida y de otros estados decisivos, y la aguja del contador electoral del diario New York Times se vaya inclinando hacia el rojo más intenso, numerosos cubanos entusiastas se darán cita frente al restaurante Versailles, en la Calle 8 del South West. Descorcharán botellas y, entre abrazos y llantos —de emoción, claro—, se congratularán del triunfo electoral, felices de haber contribuido a derrotar el comunismo en Estados Unidos.
Porque es mejor, creen muchos, ponerse “a la derecha de la derecha” y dar la espalda a demandas como las que movilizan al electorado hispano no cubano, que en la Florida apoya al candidato demócrata Joe Biden en un 62%. Demandas que incluyen una reforma migratoria —que brindaría el camino a la ciudadanía a muchos indocumentados— y judicial —contra el racismo sistémico que perjudica de forma desproporcionada a afroamericanos e hispanos—, así como mayor inversión federal en educación superior, con vistas a ampliar el acceso a esta.
A los puertorriqueños, la segunda población hispana más importante del estado, Biden les ha prometido no solo recursos federales, sino también un estatuto vinculante con relación a la estadidad de ese territorio, de ser esta llevada a referendo y aprobada.
Para satisfacer a los cubanos, en cambio, Trump ha puesto límites estrictos al llamado “intercambio pueblo a pueblo” y prohibido la importación de ron y tabaco de la Isla, cerrándole a esta comunidad la posibilidad de ganarse unos pesitos extras con la venta informal en el mercado local de estos productos, por lo general adquiridos en Cuba de manera clandestina, sin beneficio directo para las arcas del Estado.
La victoria electoral de Trump, sin embargo, no dará bríos a los votantes cubano-americanos para viajar a su país de origen a combatir el comunismo. Seguirán yendo a visitar familiares, a buscar pareja, a hacer turismo barato o negocios turbios. Muchos, de hecho, volverán de la Isla con ron y tabaco, que entrarán al país de contrabando, y solo volverán a hablar de comunismo en la Florida, donde quizás algún representante de la segunda administración de Trump todavía quiera escucharlos.
O tal vez Biden gane en la Florida y sea elegido presidente de Estados Unidos. Entonces, sin influencia política en la administración demócrata, pero con Medicare y seguridad social garantizadas, los cubano-americanos seguirán “luchando contra el comunismo” y brindando con Havana Club. Siempre será mucho más de lo que se puede hacer en Cuba.
Relaciones Cuba-Estados Unidos: redefiniendo prioridades
Si Trump sale reelecto entraríamos en un escenario menos definido, al estar bajo las libertades que ofrecen los segundos mandatos. Es decir, que podríamos asistir lo mismo a la profundización de las presiones que a lo contrario: buscando Trump aparecer como triunfador frente a una Habana extenuada y al borde del colapso.