Recientemente, el crítico de arte Jorge Peré concluía un post de Facebook relacionado con el sentido kafkiano del “juicio sumario abreviado” contra nuestro amigo y artista Luis Manuel Otero, preguntando quién se equivocaba. Con esta pregunta, Peré aludía a las arbitrariedades y responsabilidades del gobierno cubano para construir el Caso Luis Manuel Otero Alcántara.
Ya sabemos que todo gobierno totalitario anula la fe en la justicia imparcial y soberana; también sabemos que enjuiciar y castigar son actos que aúnan a cualquier sociedad totalitaria. Por eso lo relevante a día de hoy no es que el gobierno cubano se equivoque; el autoritarismo nunca se equivoca, porque su existencia se debe a desaciertos humanitarios y a pifias democráticas, tanto como la actitud política de sus líderes, burócratas y, por supuesto, intelectuales reformistas que los secundan, se debe a la maldad.
Dicho esto, lo que sí espanta en este momento es que una parte significativa de las élites de artistas, intelectuales y gestores del ámbito de la cultura, sigan eligiendo equivocarse al no desaprobar dichas arbitrariedades y la violencia que las soporta.
Se equivocan los artistas que, autodenominándose apolíticos o afirmando que no vale la pena meterse en política, apoyan y reproducen el discurso condenatorio y desacreditador de cuadros de la cultura como Fernando Rojas, Norma Rodríguez Derivet y Jorge Fernández, respecto a Luis Manuel Otero.
Se equivocan los artistas que —al igual que los que reprobaron a los colegas del Caso Art-De, sirviendo incluso de asesores y comisarios de la burocracia cultural— se mimetizan denigrando a Luis Manuel Otero como un “artista oportunista” cuya obra no tiene “validez estética”.
Se equivocaron los artistas y gestores independientes que, aun sabiendo que fue Luis Manuel Otero quien inició la protesta pública contra el Decreto 349, manejaron argumentos similares a los de la Seguridad del Estado acusándolo de tener “una actitud muy disidente”, y no le permitieron firmar la carta que denunciaba tal decreto ni participar en las reuniones con la burocracia cultural.
Se han equivocado los gestores de espacios culturales oficiales e “independientes” que en más de una ocasión han llamado a la policía política para que cargara con Luis Manuel Otero —represión mediante—, borrando su presencia de tal o más cual evento.
Se vienen equivocando los críticos que no quieren comprender que para analizar el contexto cubano desde lo que llaman sociología y antropología del arte, tienen que incluir la violencia política como una condición sine qua non de la política cultural.
Mencionar estas equivocaciones es reconocer su ritualización en tanto que elección de comportamiento cívico, es aceptar que la naturalización de las mismas por parte de las élites tonifica la ideología correccional de la burocracia política, pero sobre todo es admitir que la hostilidad de aquellas siempre es más perniciosa que la de esta.
(La Habana)