Tres visiones desde Miami sobre las protestas en Cuba

Hemos vivido en estos días momentos convulsos. Momentos en los que hemos elegido qué creer y qué no. Nos ha dolido y ha sido complicado asimilar no solo la respuesta desmedida del Gobierno ante el reclamo de un pueblo, sino cómo se han empeñado en camuflarlo todo en las redes.

La pandemia de la COVID-19, de la mano del embargo, aparecen como los principales culpables según la prensa oficial, a la que la prensa internacional ha comenzado lentamente a hacerle el juego. Ante el apagón de Internet, hacerle caso al Gobierno parece lo más “sensato”.



La gente gritaba “Libertad”, no “Comida”.

I. El almuerzo

Me disponía a almorzar. Me quede rezagado por culpa de la lluvia y los tranques del Palmetto, donde concentraciones de cubanos ejercían su derecho pacífico de presionar al gobierno de la ciudad y a Estados Unidos para que se pronunciara sobre Cuba.

Pensé que iba a comer solo. Pero por esas cosas del momento, no fue así. Al lado mío se sentó ella. Blanca, pelo negro. Unos 40, quizás 40 y tantos. La resaca de una conversación grupal en el comedor nos embargó a los rezagados.

“De madre lo que están haciendo esa gente. No creen en nadie”. “No es fácil”, respondo en medio de un bocado; saber lo que otros piensan me apasiona, pero tampoco deseo hurgar en el dolor de nadie. No tuve que presionar demasiado.

“A causa de ellos no pude ver a mi padre más nunca con vida. La última vez que lo vi, yo subía las escalerillas del avión. Murió y no pude decirle adiós”, se arregla los espejuelos mientras come.

Le comento que este estallido social (no pidiendo medicinas, sino clamando por el cansancio de tantos años), les ha tumbado la careta. Cada vez les será más complicado mostrarse como un país indefenso, cuando a palos defendieron su “derecho” a permanecer en el poder.

“Así es. Yo saqué a todos mis familiares; allá no me queda nadie. Han sido años muy duros”, dijo, y agregó otras cosas que no voy a reproducir porque sabemos cómo pueden calentarse estos temas, donde se habla con el corazón, sin medias tintas. Con la voz medio rajada, volvió a asegurar que no perdonaría jamás la separación de su padre. 

Eso es lo que han logrado. Dividir familias. El dolor embarga a muchos a causa de una fractura creada que no se puede resolver ahora con curitas. Una herida que se suma como otra gota a las tantas que se han producido en estos días, cuando se dio la “orden de combate”. 



II. Palmetto, Comando Sur, Homestead y Brickell

El Versailles no sería la única muestra de solidaridad con Cuba. A lo largo de la semana, muchas personas convocarían diversas muestras de apoyo en distintos puntos del condado de Dade. Todos con un objetivo común: abrazar en la distancia a sus hermanos en la Isla.

Por esto, los que menos creen les dirán hipócritas, y el ejército de cibercombatientes les dará caza en las redes, para solo retirarse con el rabo entre las piernas cuando la respuesta, con evidencias de la represión, no se hace esperar.

Nos dirán que no nos duele, que de lejos se ve más bonito, como decía Habana Abierta. Pero se ha asumido que es la única manera de hacer. Protestar, solidarizarnos. Así se cerró una de las principales expressway de todo Miami. Bajo la lluvia. Mojados y descalzos. Ya luego se lidiará con los catarros. El llamado de atención a lo que pasa en Cuba es más importante.

La misión de la comunidad cubana fuera y de quienes apoyan la causa de nuestro pueblo se hace evidente. Ante la negación por parte de La Habana de lo que está ocurriendo, incluso, cuando sus aliados de Venezuela dicen que “la gente celebraba la Copa América”, hacer presión para visibilizar lo que está pasando es lo menos que se puede hacer. Muchos se han unido para ello. Muchos están perdiendo su voz para dársela a los que a 90 millas están presos, desaparecidos o sufriendo.

Sobre el tema del apoyo, una salvedad. Se está manejando mucho el tema de la intervención militar. Es uno de los mensajes que, en mi opinión, transmitió la concentración en la sede del Comando Sur y lo que muchos han gritado en Washington.



Ojo con esto: a pesar de que con la actitud que ha asumido el gobierno de Díaz-Canel, la sangre nos hierve a todos y quisiéramos que un misil desintegrara el Comité Central, deberíamos pensar en dos cosas: 

  1. la amenaza de intervenir le estaría regalando a la cúpula la excusa necesaria para poner en práctica el llanto de siempre en la ONU y seguir justificando la retórica de que Estados Unidos es el vecino “malo maloso”; y 
  2. por una vez, hay que pensar en el pueblo y en nuestras familias. 

Hay quien no tiene nada que perder…, pero para muchos no es el caso. Y ese mismo misil que acabaría de un trastazo con un edificio gubernamental, también caerá sobre la casa de un civil o un hospital. Más hacia adentro, tenemos familia en Cuba. Piensen en eso. 

No obstante, hacer presión para que la comunidad internacional llame a contar a Díaz-Canel y los suyos, no tiene nada de criminal. Ya hemos visto de sobra su pataleta hacia afuera, mientras apalean hacia dentro. Ayer, volvieron a burlarse de los cubanos en todas partes: se acabaron los límites y aranceles. Y me pregunto si eso no podía haberse hecho antes, en vez de esperar a que el pueblo cansado saltara a las calles. Una muestra más de cinismo por la que deberían pagar.

La libertad de un pueblo, no cabe en una maleta de 70 kilogramos. 



III. La concordia, la paz y la unidad

Muchas cosas se han roto en Cuba durante estos días. No solo el silencio, las caras o las cabezas. Sino algo más hacia el interior: se está rompiendo la sociedad cubana. Se están quebrando nuestros lazos.

Díaz-Canel dio la “orden de combate” y mandó a la calle al “pueblo revolucionario”. Su pueblo, el del señor gobernante, no fue más que un ejército de Boinas Rojas y Boinas Negras, apoyados por Brigadas de Respuesta Rápida armadas con palos y cintos.

Ahí, puso a padres contra hijos, a tíos contra sobrinos, a vecinos contra vecinos, y a colegas de trabajo a agredirse unos a otros. Una orden dada en la televisión nacional, con todo el descaro del mundo, mientras se intentaban esconder las golpizas a capa y espada… 

Luego salió llamando a la no violencia y al entendimiento, cuando demostró al mundo que el único diálogo que está dispuesto a ofrecer es el de la mentira y los palos. En su debido momento deberá responder por esto. El pueblo no debería olvidar semejante traición.

Moler a palos a un pueblo desarmado, por orden de su dirigente, un pueblo que no tiene derechos en su propia casa y lucha por ellos, no es más que traicionar los ideales que luego levantan para suturar las heridas de las tonfas policiales. Martí los mira con pena. 

Más allá de la ruptura de cualquier tipo de empatía pueblo-gobierno, esto solo ha ayudado a fraccionar más las relaciones entre la emigración y los que permanecen en la Isla. Los silencios, las estupideces y lo pasional, impulsados por el sufrimiento y la falta de cultura política de un pueblo al que se le enseñó a obedecer y no a pensar, son los aliados de turno del Gobierno, que nuevamente parece acomodarse después de la violenta sacudida.



No olvidemos que en Cuba hay gente con miedo. Gente amenazada. Gente que tiene trabajos y cargos que cuidar, porque son el único sostén de sus hogares, y gente que, simplemente “no está para nada”, porque prefieren que otros echen la pelea por ellos. Pero esa misma gente debería tener un ápice de decencia y decir NO cuando los manden a golpear a sus coterráneos. Deberían tener al menos dos dedos de frente para no negar lo que ha sucedido, y achacarlo a “bandas de delincuentes”, porque sabemos que no ha sido así. Y ver a conocidos haciendo estas cosas, no ha ayudado en nada a ninguno de los dos lados del charco.

Es el momento de unirnos, eso sí. Unirnos los de allá y de acá por el objetivo común. Piensen en el video del hombre que, respaldado por un pueblo, va contra el cordón policial y dice que “nadie lo va a tocar, porque él va para su casa”, y nadie lo toca. Nosotros somos el pueblo, y Cuba es nuestra casa. Unámonos y vayamos a ella. 




Cuba

La Cuba relicario: suspender el silencio

Mario Rufer

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