Al mismo tiempo que se restablecían las relaciones entre los Estados Unidos y Cuba, el 17 de diciembre de 2014, y la noticia copaba las portadas de los principales medios de prensa internacionales, un grupo ideológico, cuyos pronunciamientos hasta entonces habían formado parte del discurso oficial, aparecía en la isla, dispuesto a dar la batalla por el control del campo intelectual cubano.
El nuevo cambio de rumbo develaba, de pronto, dos tendencias dentro de un mismo programa: aquellos que entendían que el futuro desarrollo económico y social de Cuba pasaba por un programa de reformas y, otro, que se negaba a admitir cualquier distanciamiento de las directrices más rígidas que hasta entonces habían servido para alimentar la beligerancia y la intransigencia del gobierno.
Durante la primavera de 2017, la batalla intelectual entre ambas facciones comenzó a tomar forma. Al principio, fueron artículos aislados en publicaciones alternativas. Luego, un libro electrónico compilado por el ala más intransigente, como una suerte de manual, que pretende ilustrar las razones que invalidan cualquier opción de diálogo fuera de sus planteamientos. Más tarde, al tiempo que el intercambio se hacía más acalorado, ambas posiciones cerraron filas en torno a los medios de prensa que les eran más cercanos y desde ellos han ido desarrollando sus postulados, cada vez más distantes e irreconciliables.
A propósito de este debate, conversamos con el escritor e historiador Rafael Rojas, un intelectual con una amplia bibliografía sobre la incidencia del poder en la cultura, las repercusiones del totalitarismo en las sociedades contemporáneas, y el papel de la ideología en ellas.
¿Cuál es el origen de este debate ideológico que ahora mismo sucede en Cuba?
Tal vez el origen se confunda con el propio origen de la Revolución cubana y la polémica sobre la socialdemocracia y el comunismo entre René Ramos Latour y el Che Guevara, en la Sierra Maestra, o el cierre de Lunes de Revolución en 1961, publicación que defendió un socialismo antiestalinista.
Uno de los mensajes centrales del discurso de Fidel Castro, de ese mismo año, conocido como Palabras a los intelectuales, es que la jefatura máxima del país tenía el derecho y el deber de clasificar a los intelectuales y sus ideas en “revolucionarios”, “no revolucionarios” y “contrarrevolucionarios”, y a partir de ahí aplicar la tolerancia o la censura. En el actual “debate sobre el centrismo” hemos visto a unos y otros repetir, como un dogma, la misma lógica clasificatoria, que asegura la legitimidad para hablar en la isla.
Desde un punto vista más estrictamente histórico, el origen de esta discusión habría que ubicarlo en 1986 o 1987, cuando el gobierno cubano decide no abrirse a un proceso de reformas en la política económica y la esfera pública, similar al que tenía lugar en el campo socialista. Desde entonces, una parte de la intelectualidad cubana, especialmente aquella más cercana a las ciencias sociales y las humanidades, ha intentado, cíclicamente, demandar la introducción de elementos de mercado en la economía planificada, la asimilación de formas no estatales de propiedad, mayor captación de créditos e inversiones extranjeros, relativa autonomía de la sociedad civil y los gobiernos locales y flexibilización de derechos ciudadanos.
Cada vez que los reformistas han ganado protagonismo, con el visto bueno de algunos líderes, han sido castigados por el Partido y su burocracia ideológica. Sucedió a fines de los 80 con la neutralización del movimiento intelectual de aquella década, en 1996 con el cierre del Centro de Estudios sobre América (CEA), durante toda la “Batalla de Ideas” (1998-2006) y ha vuelto a suceder en el último año, tras el VII Congreso del PCC, que reaccionó contra el respaldo a la política de Barack Obama dentro del reformismo insular. La novedad es que, hasta ahora, esa reacción se ha limitado a una campaña de descalificación en los medios de comunicación. Que sepamos, ninguna de las publicaciones o asociaciones acusadas de “centristas” han sido clausuradas.
¿Cuáles son los principales contendientes y qué defienden?
El espectro reformista en Cuba es bastante amplio y heterogéneo: activistas sociales, periodistas, blogueros, académicos, laicos de la Iglesia, artistas, escritores; comunidad negra, asociaciones religiosas, ambientalistas, feministas y gays, centros de estudios, sectores universitarios, publicaciones intelectuales; Cuba Posible, Periodismo de Barrio, OnCuba, Havana Times, Observatorio Crítico, La Joven Cuba, Cartas desde Cuba, Segunda Cita, Temas…
El más evidente denominador común de todos esos actores, además de su simpatía por el restablecimiento de relaciones entre Estados Unidos y Cuba y una visión positiva y, a la vez, crítica —por insuficiente— de la reforma económica, es el esfuerzo plural por redefinir el socialismo.
Se trata de grupos que se tomaron en serio el llamado oficial a “actualizar” y a “conceptualizar” el socialismo cubano, generando múltiples adjetivaciones: socialismo democrático, libertario, anarquista, consejista, populista, neomarxista, comunitario, republicano… De ahí que el interés del oficialismo, especialmente de Iroel Sánchez, Enrique Ubieta, Elier Ramírez Cañedo y los autores del manual Centrismo en Cuba: Otra vuelta de tuerca hacia el capitalismo (2017), en presentar todas esas voces como “centristas”, por “socialdemócratas” o “nacionalistas de derecha”, responda a una deliberada simplificación, que facilita el objetivo básico, que es estigmatizarlas en la esfera pública oficial como “contrarrevolucionarias”.
En cuanto al antagonismo, quienes lo sostienen y quienes hablan, incluso, de “enemigos”, son los inmovilistas. Todas las intervenciones de intelectuales reformistas que he leído llaman al diálogo y a la unidad entre socialistas con ideas distintas del socialismo.
¿El presente debate representa, de alguna manera, un deshielo en las estructuras culturales e ideológicas de la Revolución?
No me parece. La estructura institucional e ideológica de la cultura cubana, entiéndase, el Partido Comunista, los ministerios y organismos más involucrados en la trama ideológica, los medios hegemónicos de comunicación…, no están abriéndose o descongelándose, más bien están reaccionando contra las demandas de reforma que sostiene una franja crítica de la comunidad intelectual.
Entonces, ¿no podría ser el comienzo de nuestra glásnost? ¿No estaríamos ante una escisión en el aparato ideológico del Partido?
No lo creo. El momento de una glásnost, es decir, de una apertura de la esfera pública, desde las propias instituciones, que otorgara mayor transparencia a la circulación del saber y la información en Cuba, pasó. Pudo suceder en los años 80 o en los 90, pero el inmovilismo se encargó de impedirlo.
El aparato ideológico del Partido se va bastante compacto y es reaccionario y contrarreformista por naturaleza.
¿Cuál es la posición del poder ante esta confrontación?
En la rama gubernamental, ministerial y militar-empresarial del poder tal vez exista un funcionariado sensible al mensaje reformista. Los gabinetes económico y diplomático de Raúl Castro estuvieron fuertemente identificados con la reforma entre 2012 y 2016 y con el proceso de normalización diplomática a partir de 2014.
Economistas respetados como Omar Everleny, Pavel Vidal, Pedro Monreal y Juan Triana, por ejemplo, han defendido el crecimiento del sector no estatal en Cuba, que en el último año ha comenzado a ser acosado por el gobierno. La pérdida de liderazgo de Marino Murillo tal vez tenga que ver con ese golpe de timón, que desemboca en la reciente contracción del trabajo por cuenta propia.
¿Qué fuerzas reales podrían estar detrás de estas fuerzas que se dicen antagónicas?
Los inmovilistas cuentan, evidentemente, con el apoyo del centro del poder: el aparato ideológico del Partido Comunista, la Seguridad del Estado, el Ministerio de Informática y Comunicaciones, el Ministerio de Educación Superior y, probablemente, buena parte del Ministerio de Cultura, si bien hay instituciones adscritas a este último que parecen alentar el reformismo.
Los reformistas, en cambio, han recibido el respaldo público de académicos o personalidades de la cultura como Silvio Rodríguez, Aurelio Alonso, Carlos Alzugaray o Humberto Pérez, especialmente en el blog Segunda Cita. Las respuestas de Aurelio Alonso, Pedro Monreal y Julio César Guanche no aparecieron en Granma o Cubadebate, donde se publicaron los ataques de Ubieta y Ramírez, sino en el blog de Silvio Rodríguez. Hablamos de censura a tres intelectuales con un sólido reconocimiento académico dentro y fuera de la isla y en el caso de Alonso, un sobreviviente de todas las purgas, desde los cierres de Pensamiento Crítico en 1971 y el CEA en 1996, y actualmente Subdirector de la revista Casa de las Américas.
En cuanto al antagonismo, quienes lo sostienen y quienes hablan, incluso, de “enemigos”, son los inmovilistas. Todas las intervenciones de intelectuales reformistas que he leído llaman al diálogo y a la unidad entre socialistas con ideas distintas del socialismo. En cambio, el oficialismo parte de la falsa premisa de que no hay tal diversidad de socialismos, que solo existen dos posiciones antitéticas: o con el socialismo o con el capitalismo, es decir, con la Revolución o contra la Revolución.
Si algo ha quedado claro en el debate es que los inmovilistas carecen de rigor intelectual y están irremediablemente desactualizados en los términos conceptuales de las ciencias sociales contemporáneas. No es raro que con frecuencia contrapongan la ideología y la propaganda al saber académico, como también hacen, por cierto, sectores de la oposición y el exilio.
Si no vemos mayores posicionamientos es porque las instituciones a las que pertenecen los artistas y escritores no se enfrentan al aparato ideológico del Partido.
¿Habría intereses ocultos tras las supuestas tomas de posición?
No veo intereses ocultos, la verdad. Unos quieren reformar el socialismo y otros quieren preservar intacta la estructura constitucional vigente, de matriz soviética.
¿Qué impacto ideológico puede derivarse de este diálogo? ¿Puede contaminar otras áreas del pensamiento, la cultura o la propia sociedad?
Mi impresión, como sugería al principio de nuestra charla, es que la esfera de la cultura está contaminada por este debate desde hace 30 años. Si no vemos mayores posicionamientos es porque las instituciones a las que pertenecen los artistas y escritores no se enfrentan al aparato ideológico del Partido. Para los académicos reformistas, el franco posicionamiento por una apertura puede implicar su exclusión de las instituciones, lo cual es muy costoso en un sistema como el cubano.
En cuanto a la sociedad, no habrá impacto real hasta que el acceso a internet se libere considerablemente. Y cuando eso suceda, la ciudadanía constatará que la oferta política cubana es mucho más diversa.
¿Cómo prevé su fin?
La contrarreforma que se ha desatado en Cuba, luego del VII congreso del PCC, será coyuntural. Es demasiado impopular dentro de la isla y claramente inviable en un contexto internacional cada vez menos propicio a la autarquía.
Por lo pronto, los inmovilistas ganarán terreno y mantendrán el monopolio de la voz en los medios oficiales. Pero no habría que descartar que, por esa misma razón, las publicaciones académicas e intelectuales refuercen su autonomía o que medios alternativos afirmen aún más su presencia en la esfera pública. Este no es un debate sino un conato o un ensayo interrumpido de debate, que comenzó hace mucho tiempo, y que solo podrá ventilarse en condiciones equitativas e incluyentes de diálogo con la ciudadanía.