María A. Cabrera Arús: “Los objetos socializan al individuo en una ideología”

María A. Cabrera Arús, doctora en Sociología por New School for Social Research, aborda en sus investigaciones el impacto de la cultura material en la estabilidad y legitimación de regímenes socialistas, con enfoque en la región caribeña. Sus artículos han sido publicados, entre otros, en las revistas académicas Theory & SocietyVisual Studies y Cuban Studies, y en antologías como The Oxford Handbook of Communist Visual Cultures (Oxford University Press) y The Revolution from Within (Universidad de Duke). También ha curado exposiciones como Pioneros: Building Cuba’s Socialist Childhood (Sheila C. Johnson Design Center, 2015), Cuban Revolutionary Fashion (Universidad de Brown, 2019) y, más recientemente, Fashioning Cuban Socialism (Carleton College, 2023). Es creadora y gestora del multipremiado proyecto Cuba Material, un archivo de la cultura material cubana de la época de la Guerra Fría. Sobre nación, cultura material y alimentación conversamos desde Food Monitor Program con María Cabrera, quien nos comparte sus experiencias y recuerdos repensando la Isla.

María Antonia, cuéntanos un poco sobre el trabajo que realizas en Cuba Material, su objetivo y funcionamiento. 

Cuba Material surgió en 2012, cuando estaba conceptualizando mi tesis doctoral. Quería estudiar la cultura material de Cuba entre 1959 y 1989. Me interesaba indagar en los significados políticos que la cultura material del socialismo de estado cubano había generado, y necesitaba diseñar instrumentos metodológicos para acceder a dichos significados. Siendo una cubana residente en el exterior, estaba convencida de que no iba a obtener con facilidad la autorización que todo investigador extranjero (para estos fines, entre otros tantos, los cubanos residentes en el exterior somos extranjeros ante el gobierno cubano) necesita para poder realizar cualquier estudio en Cuba. Descartada la posibilidad de acceder a archivos gubernamentales, decidí crear mi propio archivo.


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Por esa época, me refiero al año 2010 o 2011, la blogosfera cubana estaba bastante activa. Yo tenía amigos blogueros que, al conocer de mi interés en acceder a un medio que me permitiera dialogar con los posibles sujetos de mi investigación, me sugirieron abrir un blog. Le llamé Cuba Material y en él publicaba la imagen de un objeto (­­­­­­una pieza de mobiliario, un electrodoméstico, un automóvil, que eran los temas que por entonces más me interesaban), con la esperanza de que los lectores comentaran qué representaba para ellos, cómo lo usaban, qué significados evocaba. Enrique del Risco, Alexis Romay y Rosa Ileana Boudet me ayudaron a promover el proyecto. Lien Carrazana, quien ya trabajaba para Diario de Cuba, incluyó mi página en el blog roll de la revista, que además se publicaba en Twitter. Con ese apoyo, el blog echó a andar con el pie derecho. Uno de mis profesores en The New School, donde estudiaba, incluso me envió un texto. Sin embargo, Cuba Material no me proporcionó la información que buscaba.

En cambio, me permitió desarrollar ideas y debatirlas con algunos lectores interesados en el tema, así como organizar la información y acceder a ella desde cualquier dispositivo. También me dio a conocer como investigadora de la cultura material mucho antes de publicar cualquier texto académico sobre el tema. Pero, sin dudas, la mayor ganancia del blog fue el haber servido de inspiración e impulso para la creación de una colección dedicada a la cultura material del socialismo cubano. De modo que, en poco tiempo, me convertí en coleccionista, además de bloguera.

En la actualidad, me interesa continuar desarrollando la colección y brindar acceso público y gratuito a ella ya sea en un futuro museo del socialismo cubano o de forma virtual. Esto último ya es posible, aunque de forma muy limitada, a través del Archive of Cuban Socialism (ArchCuS), proyecto que comencé a desarrollar hace dos años.


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La comunidad cubana, tanto en la Isla como en la diáspora, ha sido importante para la conformación y el seguimiento de tu proyecto. ¿Cómo piensas su contribución a la memoria cultural de la Isla?

Las tres décadas que abarca mi colección son muy distintas, en cuanto a materialidad, de las que les anteceden y siguen, si bien también hay continuidad, pues la Revolución no supuso un cambio radical o inmediato en todas las esferas de la vida cotidiana. Muchos de los detalles que conforman la pátina material de esas tres décadas se están desvaneciendo de la memoria colectiva, de modo que la contribución de la comunidad cubana a mi proyecto es vital para la preservación y el conocimiento de dicha época.

Te pongo un ejemplo. Cuando comencé la escuela primaria, en 1979, era obligatorio escribir con bolígrafo. No nos permitían hacerlo con lápiz; debíamos de escribir con tinta. Nos daban en la escuela unas plumas desechables, plásticas y hexagonales, de color azul a dos tonos o en combinación de rojo y amarillo, que muchos niños se llevaban a la boca y a veces se manchaban de tinta la cara y el uniforme. No sé cuál era la pedagogía detrás de esa medida, que no duró mucho tiempo, pues conozco poca gente que haya tenido esa experiencia, pero así fue cómo los niños de mi generación aprendimos a escribir. Esa pluma, por tanto, es una vía de acceso a los métodos educativos y las filosofías pedagógicas de la época.

Tanto el blog como la colección han sido proyectos que he podido llevar a cabo con el apoyo de muchas personas. Jamás hubiera podido hacerlo sola. A menos de un año de haber creado el blog, un amigo programador me ofreció adquirir un dominio y migrar Cuba Material a este. Desde entonces, su empresa AlCubo mantiene y actualiza pro bono toda la arquitectura de la página.


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En un inicio, la colección se alimentó del patrimonio familiar, pero pronto comenzó a enriquecerse con donaciones de amigos, conocidos e incluso personas con quienes no tengo vínculo alguno. La investigadora Mirta Suquet, una de las mayores donantes, cada vez que ha viajado a Cuba ha regresado cargada de objetos de su familia. También el fotógrafo Gonzalo Hernández Arocha y su hermana Esther, teatróloga, me han donado muchísimos objetos y documentos familiares, en el caso de Esther traídos de Cuba expresamente para mí. Mi mamá, bibliotecaria que hasta hace apenas un mes residía en Cuba, ha sido de una ayuda incalculable. Ella ha recibido y guardado muchas donaciones, que luego me ha enviado con amigos que viajan a Cuba, ha conseguido otras y ha comprado con su dinero muchos objetos que le he pedido adquirir. Gracias a todos ellos y a otros muchos colaboradores, lo que hubiera sido una colección de la cultura material de mi familia se ha convertido en una colección de la cultura material de un país.

Ha habido azares interesantísimos. Un amigo de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana, el músico Sergio Valdés García, me trajo documentos y objetos que habían pertenecido a su tía. Ella había sido diseñadora del Departamento de Orientación Revolucionaria del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, donde había trabajado en la campaña propagandística del Primer Vuelo Espacial Soviético-Cubano, que tuvo lugar en 1980 como parte del programa soviético Intercosmos. Los afiches, las calcomanías, los sellitos, los monogramas bordados, los planes de trabajo relacionados con dicho vuelo espacial dan cuenta de la esencia representacional de ese programa, así como de los discursos de progreso con los que el gobierno cubano buscó legitimidad.

Los proyectos expositivos basados en la colección han sido también en muchos casos proyectos colaborativos, desde el financiamiento y la curaduría hasta la propia composición de las muestras. Pioneros: Building Cuba’s Socialist Childhoodes fruto de la colaboración con la curadora Meyken Barreto, tanto conceptual como materialmente, pues muchos de los objetos expuestos pertenecieron a ella. La exposición recorre el entorno material de la niñez, desde el nacimiento hasta la adolescencia, abarcando tanto el ámbito familiar como el escolar. Una vez organizada en el espacio de la sala, fue para mí revelador descubrir la oreja peluda de la política en casi cada detalle de la materialidad expuesta. La exposición transmitía con claridad la politización de los objetos y la vida cotidiana de la infancia, desde el momento del nacimiento hasta que el individuo alcanza la adultez.




De modo que la contribución de la comunidad cubana al rescate y la preservación de la memoria histórica que busca preservar mi proyecto ha sido tan preciado como sostenidoY, en este sentido, no existe distinción entre la Isla y la diáspora, pues el aporte de una muchas veces pasa por el consentimiento y la ayuda de la otra, desde la dejación de objetos y documentos conservados durante décadas o el recuento de anécdotas relacionadas con estos, hasta el envío de los objetos. En ese sentido, las redes sociales han sido de gran ayuda. Hace dos días le escribí a una persona que vive en La Habana y que había publicado una foto de un par de tenis de tela que el gobierno había distribuido en los años ochenta a los estudiantes que trabajaban en la agricultura, y que él conservaba desde entonces. Le ofrecí comprárselos y le conté de mi proyecto. Su respuesta fue que me los regalaba, que los diera por míos y los fuera a buscar cuando pudiera.

Acercarse con detenimiento a cualquier objeto de la colección es abrir una ventana a un universo, tirar de un hilo y devanar una madeja que traza un sendero de significados. Por eso, tan importante como los objetos es la documentación de estos. Siempre que me ha sido posible, les he pedido a los donantes que me digan cuanta información relacionada con la adquisición, uso o significado de los objetos donados esté al alcance de ellos, y siento mucho no contar con fondos o apoyo institucional para realizar a tiempo completo ese trabajo. Me queda por registrar muchísima información, y temo que parte de ella termine perdiéndose.

Como académica con formación en la psicología y en la sociología, has abordado los códigos y valores que los sistemas políticos socialistas modifican en el subconsciente colectivo de la sociedad. Enfocándonos en Cuba, ¿cómo crees que el año 1959 marca la transformación de las ideas, hábitos y objetos que sobre la alimentación tenían los cubanos? Por ejemplo, estoy pensando en la desaparición de marcas familiares en las cocinas cubanas en favor de entregas a granel; en la aparición de productos, vajilla y utensilios soviéticos hasta entonces exóticos para los cubanos.

Si bien la colección contiene muchos envases y objetos relacionados con la comercialización, preparación y consumo de alimentos, no he estudiado el ámbito de la alimentación y es poco lo que puedo decir con propiedad sobre este. En cualquier caso, la cultura material da cuenta de un cambio más paulatino que abrupto en esta esfera. El primer y quizás más importante factor de cambio fue la nacionalización de gran parte de la industria y el comercio en 1960. La administración estatal de la producción y comercialización de prácticamente todos los bienes de consumo, desde galletas hasta gomas de borrar o agua para beber, estableció prioridades productivas y de venta que transformaron la cultura material alimentaria. Para 1962, la escasez de muchos productos básicos llevó al gobierno a implementar un sistema de racionamiento y una cartilla anual para la adquisición de productos alimenticios, los cuales no solo modificaron hábitos de compra y de consumo, sino también limitaron la agencia de los consumidores, que se convirtieron en compradores de cuotas determinadas por el gobierno. 




En cuanto a la venta de productos alimenticios a granel, esta estuvo mucho más extendida durante el llamado Período Especial que durante las tres décadas que le precedieron. De hecho, muchos de los productos que hoy se comercializan a granel se vendían envasados antes de 1990, con marca comercial. Tal es el caso de las pastas, comercializadas bajo la marca Vita Nova en paquetes de nylon muy parecidos a los que pueden encontrarse en cualquier supermercado del mundo. Los frijoles también se vendían empaquetados, bajo la marca Supeso, y así también el café y otros productos, algunos, quizás, si bien no me consta, bajo nombres de marcas prerrevolucionarias.

La comida es fundamental para todas las culturas, es parte de las tradiciones, ceremonias, economía, cosmología y estructura social de cualquier grupo cultural. Pero durante períodos de crisis y desabastecimiento, se vuelve una incertidumbre más que una forma de representación. Si tuvieras que definir la cultura gastronómica cubana de los últimos sesenta años, ¿qué rescatarías o descartarías? ¿De qué forma se incluye toda la cultura cubana en transformación, allende las fronteras nacionales? ¿Cómo podemos retomar recetas de hace cincuenta años, olvidadas por el desabastecimiento, y que no forman parte de la memoria o la identidad de al menos dos generaciones de cubanos en la Isla?

No quisiera generalizar a la ligera mi experiencia personal, perdiendo de vista particularidades regionales, de clase o de grupo etario, por solo mencionar algunas. Suelo debatir con mi esposo dónde se come mejor, en la capital o en el “campo”, sin que nos pongamos de acuerdo. Él es de Las Tunas y cocina platos inspirados en la herencia española tradicionalmente preparados en su familia, que yo, nacida en La Habana, nunca comí. Sin embargo, yo estuve más expuesta a una gastronomía cosmopolita desconocida para él. Mi abuela, graduada de la Escuela del Hogar, donde tomó clases de cocina y de repostería, hacía un soufflé delicioso con el poco apetitoso pescado jurel que vendían en la pescadería.

Yo recuerdo con mucho placer los carritos de fiambres que en los años ochenta vendían pan con tortilla en las calles de La Habana, las pizzetas de la calle Neptuno y las pizzas de La Piragua y de La Tropical, y los helados que llamábamos frozen, como en inglés, del Tropiquín de 12 y 21, antiguo Tropic Cream. Odiaba, en cambio, las manzanas acarameladas que vendían en el Ten Cents de 23, la comida del seminternado y de la escuela al campo, y las torticas de Morón que nos daban de merienda en la escuela primaria. Mi plato preferido, si tuviera que escoger alguno, es el pastel de cocoa de mi abuela.


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Sobre la preservación de la gastronomía tradicional cubana, te cuento que, poco después de abrir el blog, María Luisa Pérez, farmacéutica y excelente cocinera, me propuso una sección que llamó Los platos perdidos. La idea era rescatar un plato olvidado a causa de las carencias materiales de las últimas décadas, pero solo envió unas pocas colaboraciones. La documentación del repertorio gastronómico prerrevolucionario se alejaba de mi proyecto, enfocado en la era posterior a 1959, de modo que yo decidí no insistir.

Muchos académicos extranjeros, incluso el discurso oficial cubano, han llamado “creativas” a las prácticas surgidas como defensa ante la escasez. Como académica cubano-americana, ¿cuál ha sido tu experiencia con esta aproximación que defiende formas de sobrevivencia ajenas desde el privilegio?

Por un lado, es cierto que muchas de las prácticas surgidas como solución a la escasez son de una creatividad extraordinaria. Yo no veo nada malo en que se le llame creativo a lo que ciertamente lo es. El problema está cuando, visto desde otros contextos caracterizados por la abundancia, se idealiza dicha creatividad o se propone como modelo a seguir en dichos contextos. Eso, no cabe duda, no solo es equivocado, sino también colonial y paternalista. Otra faceta del mismo problema es la ignorancia conspicua del contexto socioeconómico y, sobre todo, político que dio origen a la solución celebrada. Ello trae como resultado visiones edulcoradas que tienden a romantizar la vida cotidiana en Cuba, lo cual, amén de erróneo, es moralmente cuestionable.


* Claudia González Marrero es directora ejecutiva del Food Monitor Program.





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Claudia González Marrero

Hoy en día, incluso utilizar el término “discapacidad” se torna despreciativo y estigmatizador a la luz de nuevos enfoques del pensamiento y de los derechos humanos.