Esta conversación con el pintor Rubén Fuentes tiene como pretexto su muestra más reciente en la capilla Collégiale Sainte-Croix de Loudun titulada “Archivos Forestales II”.
El intercambio a continuación explora algunas preocupaciones entre la pintura, lo sagrado, y la mediación con la naturaleza de cara al colapso de los lazos y entornos con todo lo viviente del mundo. Acercarnos a la obra de Fuentes, construida a lo largo del tiempo desde la opacidad y el tiempo lento, aunque siempre atenta al insondable brillo de los paisajes, es una tarea indispensable para asomarnos a lo que el propio pintor llama, en esta conversación, la potencialidad pura de la imaginación.
Tu más reciente muestra, que lleva de título “Archivos forestales”, se instala en relación sinuosa con la sacralización del espacio. Nos encontramos, al fin de cuentas, en la capilla Collégiale Sainte-Croix, en Loudun. Loudun nos lleva a la mística del siglo diecisiete, al cual Michel De Certeau le dedicó un maravilloso estudio. Obviamente, desde tiempos inmemoriales ha existido una relación entre el arte y lo sagrado, pero incluso en un punto álgido de la modernidad, Pavel Florenski podía sostener que la dimensión de lo pictórico perduraría sólo si mantenía su diálogo con la liturgia de la percepción y del misterio. Esta muestra no es, en modo alguno, una obra religiosa en un sentido estricto (o incluso en la forma en que Marie-Alain Couturier lo refirió en un intento de modernizar la sensibilidad religiosa); más bien, tengo para mí que el diálogo de tu pintura con lo sagrado se mantiene a distancia de la fe religiosa, mas nos invita a entrar a un espacio contemplativo sobre el suelo que pisamos y el ambiente en que existimos. ¿Cómo pensante esa difícil relación entre tu trabajo pictórica y el espacio sagrado para esta muestra?
Primero que todo deseo agradecerte por esta nueva entrevista. Para mí, la representación del paisaje natural en efecto toca lo sagrado, porque los ecosistemas poseen esa sacralidad. En culturas milenarias, como la china o la japonesa, las cuales estudio con asiduidad, la naturaleza siempre ha sido lugar de emplazamiento de templos y pagodas.
Es en el paisaje y bajo un árbol donde tiene lugar la iluminación del Buda Sakyamuni. Es al bosque o a la montaña a donde se retiran arhats, sabios taoístas o sintoístas. En nuestra cultura cubana también la naturaleza era espacio sagrado para los taínos donde se manifestaban deidades como el ídolo de tabaco (hoy conservado en el museo Montané de La Habana). También para la cultura yoruba, venida de África, es el monte lugar de consagración y hierofanía.
La ciencia moderna confirma que el ser humano está destruyendo, a una velocidad vertiginosa, y sin dar tiempo a la regeneración, los verdaderos santuarios naturales que han tardado millones de años en tomar formas y colores deslumbrantes. El espacio de la Collégiale Sainte-Croix de Loudun, ya impregnado de sacralidad en las formas arquitectónicas románicas y góticas que datan del siglo XII, me ayudó a canalizar este contenido que deseaba transmitir.
Un aspecto ineludible de esta muestra son los altísimos rollos de papel chino que has colocado en varios puntos de la capilla, en los que casi todos muestran árboles diversos y raíces que se extienden a lo largo de la tela; líneas que son, si me permites, también líneas del tiempo, filtraciones de nuestra herencia y tradiciones, enraizadas en nuestras lenguas, y que nuestra civilización furiosamente busca arrancar mediante procesos acelerados de destrucción. Has dicho “vertiginosos” para caracterizarlos, y sí, estoy de acuerdo; vértigo de nihilismo. Estas largas telas se imponen al régimen escópico convencional del espectador, quien de alguna manera se ve forzado a mirar hacia arriba, como si buscara una escuchara algo o esperara una plegaria del cielo. Obviamente, en el mundo actual de la maquinación, nos encontramos huérfanos del paisaje y las confabulaciones del cielo. ¿Qué está en juego para ti la colocación de estas gigantescas telas en el espacio?
Quisiera aclarar que se tratan de rollos de papel chino, justamente la fragilidad de ese papel Xuan (conocido en Occidente como papel de arroz) aporta un contenido a la instalación.
En nuestra época del Antropoceno, la erosión humana es tan rápida y omnipresente, que muchos bosques primarios han desaparecido o están en peligro de hacerlo. La extinción de la masa de animales y plantas, ignorada por muchos, es producto de un sistema de consumismo mundial que justamente ha optado por la desacralización de lo viviente como regla primera.
En efecto, las dimensiones del espacio me permitieron exponer rollos de papel que miden 10 metros de altura. Están pintados con una sustancia obtenida de la cáscara de la nuez, tinta natural que aporta el árbol del nogal. La altura colosal del espacio permite instalar obras que nos invitan a elevar la mirada, justamente como hacemos cuando caminamos por un bosque donde los árboles más pequeños tienen 20 o 30 m de altura.
Para mí, los árboles tienen una alta espiritualidad ascética en sí mismos, ya que sólo necesitan agua, luz solar y tierra; con estos escasos elementos logran crear esa gran gran biomasa que nos impresiona y nos permite tantos beneficios.
Se ha investigado mucho recientemente sobre la inteligencia y sensibilidad de los árboles, que durante siglos hemos considerado cosas inertes. Según Stefano Mancuso, director del Laboratorio Internacional de Neurobiología Vegetal de Florencia, las raíces de los árboles interactúan entre sí, formando una estructura cuyas funciones son similares a las funciones del cerebro de un animal.
Es llamativo que evites el objeto en la muestra en favor de la pintura. O sea, fácilmente pudiéramos imaginar que, en lugar de enormes papeles de arroz, un artista hubiese erigido árboles o plantas artificiales apelando a cierto verosímil concreto. La insistencia en la pintura me parece importante como límite (límite de estilo de la mano-pintor, y en tanto tal límite sin marco) a lo ya instalado por la teatralización objetual que nos ofrece este mundo. Después de la segunda guerra mundial, Carlo Levi habló de las posibilidades de la pintura como un ejercicio contra el terror. ¿Podríamos decir, entonces, que lo “sagrado” es también esa mediación atópica que la pintura dona en su triangulación entre la mano, la imaginación, y la figura?
El hecho de que solo sean pinturas o pinturas instalativas no es porque reniegue de la escultura. Realmente me gusta mucho lo tridimensional, pero tengo que reconocer que se me da mucho más fácil lo bidimensional y también la pintura permite un espacio virtual que la escultura no tiene.
Si para hablar de árboles tuviera que hacer árboles tridimensionales, creo que pudiera ser un poco redundante y tautológico y que para eso mejor irse directamente a un bosque real que siempre va a ser mejor.
La pintura ofrece un espacio entre lo real y lo imaginario que me parece que no se debe soslayar. Me gusta el hecho de que ocupe mucho menos espacio que la escultura, que pueda enrollarse y guardarse en un pequeño rincón cuando no está expuesta. Tengo que confesar que cada vez que veo en el espacio público una escultura monumental, no puedo dejar de pensar, que, si ese espacio lo ocupara un árbol milenario, me gustaría mucho más.
En los cuadros mismos que colocas en diversos espacios de la capilla, tus telas muestran paisajes de un mundo inasible, casi siempre en el espesor de la neblina, y en los que domina el color blanco; un blanco que pudiera tomarse como afirmación del mutismo de la pintura, que es un no-lugar de espera para abrir la experiencia a los lugares del mundo. Sé que en tu mirada pictórica no te es ajeno el blanco vacío, que es condición de posibilidad para poder existir en el colapso del Antropoceno. ¿Qué es para ti el paisaje en un mundo contenido como es el espacio de Collégiale Sainte-Croix?
Ese blanco es potencialidad pura, todo lo que se puede crear e imaginar parte del vacío. Me inspira mucho la pintura oriental en ese sentido, donde los espacios en blanco de las sedas y papeles, a veces, son mucho mayores que los espacios ocupados por las figuras. Es el luminoso vacío búdico, el vacío del Tao. También pudieran leerse como simples brumas, que en la naturaleza son nubes = agua en forma de gas, elemento indispensable para que el bosque pueda continuar su existencia.
En Matanzas, Cuba, nuestro pueblo natal, recuerdo paisajes con brumas que tienen en sí mismo mucho misterio y evocación. Esa neblina habla de una categoría estética muy importante para el arte japonés que es el Yūgen, la reserva honda o la evocación de las posibilidades infinitas que da ese no mostrar completamente todo, sino insinuar, velarlo, esconderlo. En esos vacíos están contenidos lo discreto, lo escondido y lo indefinible, el no ser, que permite que el ser brille más intensamente.
© Imágenes de la muestra “Archives forestières II”, de Ruben Fuentes, Collégiale Sainte-Croix, Loudun, octubre de 2025. Fotografías por Christophe Charpentier.
