Uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que habla,
Sigmund Freud
Al principio eran solo dos extraños compartiendo un mismo espacio temporal. Ella era caribeña, él vivía en algún lugar de Norteamérica. Les tomó segundos entenderse: hablaban un idioma cíber parecido. Enseguida intercambiaron correos (en aquel sitio web entraba y salía mucha gente). Apenas tres días. Textos, fotos…, ya se habían hecho amigos.
A él le encantó su forma de escribirle, la voluptuosidad de mujer que ha vivido. Ella adoraba su manera sencilla de atraerla, su lenguaje en todos los sentidos. Y comenzaron a visitarse también los fines de semana, aliviando soledades de domingo.
Él llegaba con el desayuno, contándole historias de un lugar diferente, de un trabajo común y corriente, retazos de su vida. Ella lo escuchaba con los ojos, atenta al teléfono, mientras terminaba su café con galletas, preparándose para empezar el día.
Alguna mañana se fueron a la playa. Él bajaba patinando por su costa soleada, buscando imágenes para regalarle con la cámara. Ella lo esperaba sobre las arenas de su buró vacío. Encriptados en bits digitales él traía palmeras, caracoles, la ciudad, pelícanos… Y descubrieron un mundo de erotismos insólitos, aprendieron a amar en otros códigos, la palabra escrita tornábase caricias.
En noches especiales se hacían regalos digitales. En otras, compartían dos copas distantes de vino. Y así pasó la vida, pasaron sus vidas en lugares distintos, pero que era el mismo. Y se siguieron escribiendo desde el amparo que supone la distancia, con el consuelo de ver partir las letras a un espacio sin nombre, solo por el placer callado de saberse leyendo.
Entonces se dieron cuenta de que eran amantes.
*
Te cuento mi historia, pero con una condición: no hablo de política ni de religión con nadie. Primero porque son temas eternos en los cuales nadie cambia de opinión. Y segundo porque soy cubano, pero vivo en Miami.
Mi verdadero nombre es Armando y salí de Cuba hace tres años. Adoro mi país, pero ya no podía vivir allí porque, a pesar de mi trabajo, nunca iba a lograr lo que tengo ahora.
No, no voy a hablar mal, pero mira, de Cuba no se extraña la lucha. Y el trabajo duro no existe. Como dijera alguien: en la Isla hacen como que nos pagan y nosotros como que trabajamos.
Y para un hombre como yo es muy duro pasársela viviendo del invento. Así que cuando me preguntan por qué vine, si añoro tanto, digo que vine porque me enamoré. Y como duden, muestro la visa fiancé: eso no falla.
Ahora estoy esperando el pasaporte americano. Loco por ver mi nombre en él, como reza en el título universitario: Armando Castillo Rancio, Ingeniero en Telecomunicaciones. Así que por eso tampoco voy a hablar mal, porque hay que ser agradecido. Al fin y al cabo, es la patria que me formó, donde viví los primeros 35 años de mi vida.
(El hombre se aparta de la computadora y se sirve un trago de Havana Club. Observa el cristal del vaso a trasluz y aspira los aromas etílicos antes de beber. Abre la puerta y enciende el auto desde el llavero de la alarma, pues no tiene tiempo que perder. A las once tiene reunión con un cliente y el camino es largo. En el Palmetto el tráfico es atroz. Suena el teléfono y ve que tiene mensajes otra vez. “¿Eres de La Habana?” Una foto de mujer con vestido blanco le sonríe como Mona Lisa. “Tienes cara de ser de La Habana…”. Demora en responder. Aprovechando el embotellamiento, mira, analiza la foto. Luego contempla el rosario de la Virgen de la Caridad del Cobre que cuelga delante del espejo retrovisor. Finalmente teclea certero. “Sí”. Y añade: “Hablamos más tarde, estoy manejando”).
*
Tengo dos pasiones, los ejercicios y la poesía. Corro todas las mañanas media hora antes de empezar a trabajar y la poesía la encuentro en la web. Trabajo como especialista IT en una compañía de Internet. Por si no lo sabes, IT significa Information Technologies. Traduzco para que me entiendas: soporte a servicios informáticos.
En Cuba era administrador de redes en una oficina oscura de una empresa oscura y pasaba horas y horas delante de una PC que era un cacharro, pero sacando cuentas, esta vida que tengo la debo mucho a esa dedicación. Por eso me considero más bien inteligente. Y no me vayas a malinterpretar, no es autosuficiencia mía: al fin y al cabo, aprovechar las cualidades en beneficio propio es a lo que llamo inteligencia.
Por supuesto, no soy la excepción. Neuronas es lo que nos sobra a los cubanos. Desde chiquitos. A propósito, mi infancia trascurrió en el Wajay, un barrio en las afueras de La Habana. Me mudé allí a los siete años, cuando mis padres se divorciaron. El viejo se esfumó y mami me crio solita, sin poder darme gustos. Para que me entiendas, mi primera bicicleta (primera y última, claro), la tuve solo en la universidad: una Forever Bicycle.
En fin, los niños de mi generación aprendimos a inventar hasta los juguetes. Construíamos carriolas con cajas de bolas, diseñábamos papalotes con cuchillas para vencer a los adversarios y, si nos regañaban, hacíamos rodar un estridente aro de metal de los barriles de manteca, como protesta por todo el vecindario.
A veces iba a robar mangos con tirapiedras, ese otro artefacto de la imaginación. En fin, crecí sin PlayStation ni Xbox, ni juegos computarizados, pero leía cualquier cosa que cayera en mis manos. Prefería leer a ver los muñequitos. (En Cuba llamamos muñequitos a los cartoons, pero aquellos eran unos muñecos rusos feos, estrafalarios.) Mis amigos todavía se babean con ellos, pero yo no. Ellos me dicen que soy la excepción, pero yo no discuto. No me gustan y punto.
Volviendo a la lectura, siempre leí mucho. Mis escritores preferidos fueron Edgar Allan Poe y Gabriel García Márquez. Ese colombiano es simplemente genial, me cautivaron sus historias de amor, bellas, impecables. No, no te extrañes, también tengo mi sensibilidad y, cuando el momento lo precisa, desempolvo El amor en los tiempos del cólera, me sirvo un trago y también doy lo mío.
(Mira la botella de ron sobre el escritorio y evoca a la mujer que se la regaló varios meses atrás. Añejo 7 años, su preferido. Comprada en el Duty Free del aeropuerto de Rancho Boyeros.)
“Todo lo que crees conocer por soledad, pierde su significado cuando la conoces del lado de acá. Soledad no es irte a dormir con tu almohada cada noche, ni pasarte un domingo aburrido sin ver a nadie conocido. Eso apenas es un retiro espiritual. Soledad es un día más otro, más otro, más otro, más otro…, que tiende al infinito, donde te levantas y solo ves a doña cafetera, fría y silenciosa, y el teléfono solo suena por asuntos de trabajo. Nadie llama para saludar, nadie llama para saber de ti, y así sales en un carro con ventanillas cerradas donde no interactúas con nadie, nadie te sonríe ni te lanza un piropo, ni sientes el calor humano de una guagua. Llegas al trabajo, aun no has intercambiado palabra ni mirada alguna con un ser humano y ahí están los coworkers, así, en inglés frío, sin los muchos sustantivos que adornan la lengua de Cervantes. Y los ves fríos como su idioma, apenas un good morning o un hello. Nadie pregunta por tu familia, nadie te da una mano ni comparte su almuerzo. Y ahí pasas ocho o nueve horas para salir en el mismo carro de ventanilla cerrada, la misma casa, la misma cafetera de mierda, fría y silenciosa. Te bañas, comes y te sientas a ver la TV y, si por casualidad te has encariñado con algún personaje de alguna novela, es lo más parecido a un amigo que tienes. ¿Cuánto durará? Hasta que termine la novela… Y así viene el otro día. Y el otro. Y el otro… Y tiende al infinito.
De mi Cuba se extrañan los amigos sinceros, esos que te sacan de una deuda, de una duda, de un problema o de una depresión. Se extraña la comida hecha en casa, la cafetera prieta sobre el fogón (esa sí que parece tener vida propia, mientras burbujea colando el café). Se extrañan las mujeres extrovertidas, cultas, calientes. En fin, qué te puedo contar yo, cuando la escritora eres tú…”
¿Ves? Te dije que escribir no se me da tan mal, tengo mi gracia. Ortografía, no. Pero qué más da que los abrazos sean con eses o con zetas, si confortan igual. Así fue como conquisté a Yanara. La verdad, difícil no fue. Ella estaba sola y yo puse su soledad a mi favor: su soledad y mi labia. Pero no juzgues mal, yo solo le di lo que buscaba.
Palabras, con ellas puedes conseguirlo casi todo y a las mujeres les encantan. Nada más fácil para un lagarto como yo, con horas de acecho en internet, graduado en técnicas de tratamiento femenino. No es un cliché que todas las mujeres son iguales: todas buscan estabilidad, seguridad, amor, compañía y confianza. Para eso tengo mi vocabulario personal, frases cortas, sencillas. Mi preferida es “con toda certeza”. Por eso mujeres no me faltan.
Es verdad que me tomó mucho andar por los laberintos de la red hasta encontrar la que me cuadraba, porque eso sí, exigente soy. Me gustan las cosas finas. Pero eso te lo cuento después, ahora tengo que salir.
(Miente para ganar tiempo, acaba de ver un nuevo mensaje. “Llevas un anillo, veo que eres casado”, otra vez la Mona Lisa del vestido blanco. “Fue un acuerdo de pago para salir de Cuba”, le responde, esta vez sin titubeos. El chat es como un juego y en su cabeza se va representando la próxima jugada.)
*
(Otra luz roja, un nuevo mensaje. “¿Y tienes hijos?” “Sí, uno”. “¿Cómo se llama?” “Daniel”. “¿Dónde vive?” “En Tampa. Con su mamá”, aclara. Cambia la velocidad y echa a andar el Lexus otra vez, la 87 del South West lleva directo hasta la compañía. “¿Intercambiamos correos?”, escribe antes de abandonar el chat, sin esperar. Sabe que del otro lado la respuesta siempre es afirmativa.
Llega a la oficina. Saluda, en inglés frío, a los coworkers. Entrega las facturas mientras enciende la computadora. Él sabe que Ella sigue allí, en alguna parte, leyendo, leyendo…)
En la oficina oscura, tiempo era lo que me sobraba. Mientras hacía mi trabajo, buscaba el modo de salir de allí: del almuerzo patitieso en la bandeja de plástico, de la tirada en la Forever Bicycle, de los berrinches de mi mujer en Cuba… En fin, hacía horas extras para lucharme la salida. No me sentía mal. Por el contrario, mis compañeros andaban en lo mismo: unos buscaban una beca, otros un contrato de trabajo… Yo no tenía dinero para viajar, así que me conformaba con entrar al chat una y otra vez, una y otra vez. A ver qué caía.
Al principio, tenía dos reglas: que fueran solteras, nada de cubanas; pero como toda regla tiene su excepción, Yanara era holguinera y divorciada, pero vivía en Puerto Rico. Su exmarido la había dejado por otra y estaba buscando una nueva relación. Y me encontró. El tipo era yo, bueno para consolar, profesional, bien parecido. Después de un mes chateando, la convencí para que volviera a Cuba a visitar a su familia y de paso conocernos personalmente.
Yanara fue con Lia, su niña, un bomboncito tierno de dos años. Soy un tipo con suerte: para ser una guajirita no estaba mal: de mediana estatura, cabello claro rizado, labios pulposos y caderas anchas. Lo difícil fue el viaje a Fray Benito, el pueblo de la familia de Yanara.
Fray Benito, que conste, está en lo más recóndito de Holguín. Y Holguín, que conste, queda a más de 700 kilómetros de La Habana. Cuando digo 700 kilómetros, no te imagines millas como las de aquí, por el expressway, en auto, con el aire acondicionado a todo lo que da y un etcétera de comodidades.
No. Cuando digo 700 me refiero a diez horas sin baño, ni servicio de catering, ni café. En un ómnibus chino que va dando tumbos por una maltrecha carretera. Bueno, sin más detalles, así fue mi viaje, solamente el mío, porque Yani y Lia habían llegado un día antes en avión y tuvieron la delicadeza de ir a recogerme a la estación de buses.
Nos encontramos en la terminal de ómnibus provincial. La niña sonrió, yo les tendí la mano y nos abrazamos. Y fue así, en la estación de un pueblo tan infame que nunca antes había escuchado hablar de él, que vine a conocer a la mujer de mi vida.
*
El siguiente paso era casarnos. Otra vez trabajé fino. Apunté directo a su corazón de madre. Me tomó horas hablar de la importancia de tener una familia, de Dany, la luz de mis ojos, del tiempo que llevaba sin verlo: siete años. Ahora, por suerte, todo quedó atrás, pero cuando pienso en eso, me parecen los siete años más largos de mi vida.
(“Hola, buenos días”. Mona Lisa está allí otra vez con su enigmática mirada. “Buenos días”, responde. “¿Qué haces?” “Trabajo”, miente por inercia, pero no piensa rectificar; mejor así, que lo crea ocupado. Que se acostumbre a quién lleva el control: regla número uno.)
Funcionó. Al año tuve la entrevista en la embajada americana. Esos funcionarios son como los pasaportes, personales e intransferibles. Uno nunca sabe qué van a preguntar. Al final, me dieron la visa y en diez días estaba arribando al aeropuerto de San Juan.
Puerto Rico no será mucha estrella en la bandera americana, pero es el mismo paisaje de Cuba y sin La Habana. El morro de San Juan es tan árido como el de Santiago y la gente parecen orientales de mi tierra. Lo mismo con lo mismo. Así que no más hice un dinerito en una tienda Ikea, convencí a Yani para irnos a Miami, donde vivían su mamá y su hermana.
“¿Mi tierra? ¿Miami? ¿De qué hablas? Mi tierra es Cuba, como dijera alguien: Yo me fui de Cuba, pero Cuba no se va de mí. Puede que un día ame mucho a Estados Unidos de América, a la Florida, a Miami, porque soy muy agradecido y es una tierra que me acogió, pero de ahí a que sea mi tierra… Soy orgullosamente cubano en tierra ajena, de los que dicen ʻtúʼ y no ʻvosʼ, ni ʻyouʼ. Mi tierra es de arroz congrí, puerco y yuca, de manantiales y bohío, ron… Mi tierra es ciudad de gente que te abraza y sonríe con sinceridad. Yo soy de donde las mujeres son tan calientes como cultas. Me fui, no lo niego como otros cuatro millones, pero no pierdo mis raíces, mi identidad. Ese soy yo.”
Es verdad, Miami tampoco tiene clase, pero Coral Gables es otra cosa. Desde que lo vi, me enamoré. ¡Aquel campo de golf más grande que el del Country Club! ¡Aquellas mansiones de película, con garajes y jardines! No hubo discusión, Coral Gables fue decisión unánime.
Al día siguiente, decidí también cambiar de estilo. Me corté el pelo, que siempre llevé en una coleta. Me afeité brazos, piernas, todo. Luego nos fuimos de compras a un Walmart, una tienda enorme que más bien parecía un aeropuerto. Parecía, no. Estoy seguro de que era más grande que la terminal 2 del aeropuerto José Martí.
Yo compré ropa nueva para mi nueva vida. No más uniformes amarillos de tienda sueca, no. No estudié ingeniería para eso. Compré camisas, mientras mi mujer y Lia miraban los juguetes.
También me compré un pulóver verde y un par de patines. El pulóver era Nike, una marca que siempre me gustó en Cuba y los patines, bueno… eso fue un antojo totalmente nuevo.
Yanara me miraba extrañada y la niña reía con sus ojos grandes. La verdad nunca me había dado por patinar, pero en aquella tienda todo era tan lindo y los patines me miraban desde el estante con su brillo plateado diciendo: ¡cómprame, cómprame!
*
Encontrar un trabajo en mi especialidad no fue tan fácil como yo pensaba. Apliqué a varias compañías, me presentaba a cuanta convocatoria me enteraba, pero, a pesar de mi currículum, siempre recibía la misma respuesta: “Lo sentimos, si no habla inglés no tiene posibilidades”.
Así que me puse a estudiar por las noches, mientras conseguí un trabajito en el aeropuerto de Miami.
En ese aeropuerto tan grande como una ciudad, no hay latino que no encuentre trabajo. Pasé tres meses cargando cajas bajo un sol que casi me desmayo, pero al menos me enteraba de las convocatorias.
Un día volví a presentarme en una compañía de internet en Kendall, donde ya me habían entrevistado. El dueño ni se acordaba de mí, pero cuando llegamos al punto del idioma, la misma respuesta. No obstante, soy paciente y esperé mi oportunidad. ¿No dicen que el que persevera triunfa y que a la tercera va la vencida?
Meses después, me presenté por tercera vez y entonces sí que me reconoció y se echó a reír. Creo que me dio la plaza por cansancio, no sin antes decirme: “Okey, estás a prueba por un mes, a mitad del salario”.
Eran 12 dólares la hora. Hoy gano más de veinticinco.
Dinero, todo es dinero aquí. A veces digo que mi matrimonio fue un acuerdo de pago y, si se mira bien, no miento. Solo que el pago no siempre es al contado y los intereses son a plazos.
Con el nuevo empleo (obvio) aumentó nuestra economía. Compré el auto y una moto. Algunos fines de semana me iba manejando hasta Tampa para ver a Daniel. Otros, me iba con la moto y nos reuníamos con los amigos y comprábamos comida cubana para matar la nostalgia.
Yanara quedó embarazada y en septiembre nació el bebé. Yo quería que lo llamáramos Denis, que es mi nombre de varón preferido, pero mi mujer apostó por Derek, que es más americano. Y no me metí. Lo mío es pagar las cuentas, comprar pañales y toallitas húmedas. Todos los meses gasto cerca de 500 dólares solo en aseo y en comida.
Pero eso no es todo en la vida. Hay cosas que también hacen falta y que se van perdiendo, sobre todo cuando uno está casado y comprometido hasta el cuello, como yo. Entonces necesito salir a tomar aire, respirar, volar… Por eso a veces voy a patinar los fines de semana.
No patino en Coral Gables, no he encontrado un buen lugar aquí. Patino en un lugar que se llama Key Biscayne, que es cerca de la casa, que me da una distancia de 20 km. Además, es por la orilla de la playa, lo que le pone un toque espectacular.
A veces llevo la cámara, una Canon EOS Rebel, y en los días más aburridos hago unas fotos que parecen postales. Otras, solo me tumbo en la orilla y miro el mar pensando en mi sueño. Y mi sueño es comprar un terrenito cerca de la casa, para hacer una pista de patinaje más grande que el American Airlines Arena. “Armando Castillo Arena”. O, mejor, “Coral Gables Arena”: así se llamará.
*
La oficina de la compañía en Kendall resultó tan oscura como la de la empresa en Cuba. Tenía menos tiempo libre, pero seguí entrando al chat, más que nada por costumbre.
Un día la encontré. Ella (no lo sabía aún) era Mi Escritora y me cautivó su prosa. También era de La Habana. Me contaba su día a día en mi Isla y eso me encantaba. Y empezamos una comunicación casi a diario, hasta que sí fue a diario. Y de los mensajes pasamos a los correos. Y de los correos pasamos a las fotos. Y de las fotos también a los desnudos…
Al principio, ella no quería. Pero yo la convencí a mi estilo, suavecito. Hasta que los mandó.
“Así funciona: Yo, un poco más arriba, al norte, veo desde mi ventana como estas nubes grises de un noviembre atrasado o adelantado van a ti, y en forma de lluvia llego a tu terraza y te veo, mientras intentas leer un libro cuyo título no alcanzo a leer y revisas tu teléfono. Pero no, esta vez no vengo encriptado en letras ni números, ni bits bajos o altos. Vengo a ti de una manera más natural, vengo de nube, lluvia y brisa. ¿Me reconoces? Soy yo, Tormenta que vuelvo a ti, y sonríes mientras cierras la puerta a tus espaldas. Es solo un día más, una noche más, un temporal más venido del norte. Y yo en mi ventana fantaseo con tus abrazos, con tus espectaculares senos y con una copa de vino para dos, mientras descubro en tus letras el deseo adolescente hacia mí.”
Es verdad, a pesar de sus 45 años, tenía unos senos de película. Las mejores tetas de La Habana. Y también era una mujer linda. Así que de los desnudos pasamos a las fantasías…
“Mi bella escritora. Por sus palabras, puedo asumir que mi foto fue de su agrado, pero deje que le diga algo: El día que me tenga delante tendrá que lamer este falo con mucho más que sus ávidos ojos. El placer que yo busco no llega en letras, sino de una hembra como tú. Y mis buenas intenciones a veces las pierdo de vista entre las sábanas…”
Ella pensaba venir a un congreso en Nueva York aquel año, y vino. Nos encontramos, no en Nueva York sino en Miami. Me trajo una botella de mi ron preferido y un rosario de la Virgen de la Caridad.
Yo me comporté como lo que soy, un caballero, y la llevé a comer a un restaurante del Bayside. Luego, paseamos por la bahía y lo que pasó, pasó porque ella quiso. Pero, fiel a mí mismo, no le confesé que era casado. Ni le hablé de mi mujer, ni del bebé, ni nada.
Después se quedó dos semanas más, en las cuales nos vimos cuatro veces. Tiempo más que suficiente. Quienes me conocen, saben que demasiado.
*
A su regreso, nos seguimos escribiendo. Yo estaba ávido de sus historias que, más que nada, eran un puente a mi ciudad, a mi Isla querida. Mucho mejor que las noticias o seguir reconociendo imágenes en Google Maps. Sin darme cuenta, me fui volviendo adicto. Le mandaba mensajes constantemente, pidiéndole que me contara todo, cada paso que daba. Me fui adueñando de su mundo, le exigía lealtad…
“Mi complaciente Sherezada, este hombre, parte fantasía, parte realidad, no necesita de un harén para sentirse pleno. No es la zoofilia, no son los tríos ni las orgías (aunque no los descarto) lo que lo arrastra a una hembra. Es la dedicación, la entrega, la disposición de estar siempre complaciente para su hombre. Me doblegan las mentes brillantes y sucias, la complicidad y la buena comida.”
Y ella me seguía el juego, mandándome correos cada vez más atrevidos. A veces también mandaba fotos de los lugares a donde iba, sobre todo los fines de semana.
Un domingo se llegó hasta el Wajay y me mandó fotos de allá. Creo que por un tiempo logró sacarme de la rutina del trabajo y de la casa, de mi vida rosadita con Yanara. Yo le respondía tratando de dar lo mejor de mi pluma.
“¿Así que desayuno a la cama? Creo que nunca me han llevado un desayuno a la cama. De hecho, no recuerdo ni quien ni cuándo fue la última vez que me prepararon un desayuno. Aquí, como corro mucho en las mañanas, desayuno siempre bien, un chocolate y un sándwich, rara vez un café. Pero si me das a escoger, yo preferiría un tetayuno contigo, de esos que llegan bien temprano con una felación inolvidable y orgasmos para repartir de ambos lados. Prefiero tu cuerpo en mi cama, ahora mismo, boca abajo, lista, dispuesta a recibir todo lo que te quieran dar… y te repaso, paso a paso por toda tu piel, y entro, muy a mi estilo, sin permiso, sin piedad, y sofoco mi deseo junto a tu oído, mientras disfruto de tus labios prendidos a la almohada y susurro, como tormenta, como brisa… Mi hembra, tenga buenas noches.”
Y luego me iba a patinar. Y cuando la marea estaba tranquila, me sentaba a ver la playa, entrecerraba los ojos, y me parecía escuchar el susurro de mi Isla diciéndome: tócame, ¡tócame!
*
A veces, Mi Escritora me contaba también de sus romances, sus amores pasados y presentes. Yo me ponía algo celoso, pero a la vez me excitaba mucho. Empecé a sentirme bipolar. Una vez trató de manipularme con algo que había escrito para otro, diciéndome que lo había hecho para mí.
Así le replicaba:
“Claro que no fue un cuento para mí, Carlos fue tu buena inspiración, yo solo soy la emoción del momento que te hace confundir lo real con lo imaginario, el presente con el pasado. No te conocí casada, no estuve en tu fiesta de cumpleaños aquella noche del 29 de julio del 2000, ni me encontraste, a mí, en el piso con ninguna muchacha en Baracoa aquel día cualquiera del 2001. Como dice la Biblia, “A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”. Sé que mi historia no la has escrito todavía y quizás nunca la llegues a desarrollar. Con un poco de suerte, se formarán las ideas, organizarás las palabras mentalmente y, después de dos suspiros, lo olvidarás todo. Pero, ¿sabes? No me importa, no quiero ser 4 cuartillas ni que resumas mis memorias en 5000 palabras. No me alimento del blanco y negro del papel mal texteado. Vivo de tu realidad, de tu día a día, de tu biografía mal contada, quizás, sólo medio contada. Así, vino en mano, apunto mis sentidos a este monitor y escurro mi penúltimo correo del día. ¿Dónde estás? ¿Qué andares me roban tu atención? Vuelve aquí, mi hembra, este es nuestro tiempo, el más íntimo. Estaré esperando mi historia de hoy, Sherezada, esa que dejaste a medio terminar. ¿Quieres conservar tu vida? No provoques la ira de tu Sultán Shahriar.”
Y recomenzábamos el juego.
Ella respondía dócil, como sus besos, y se me entregaba en palabras que asaltaban mi computadora, mi teléfono, o cualquier otro dispositivo en el que revisara mi correo. No pocas veces le hice el amor en la oscuridad de la oficina de Kendall, bajo la luz roja de los semáforos camino a casa, desde la pantalla del tablet casi a los ojos de Yanara, mientras me dejaba al cuidado de los niños…
“Aquí estoy, mi Sherezada. No se acostumbran tus ojos a la oscuridad, por eso no puedes verme. Sólo sigue mi voz, toma mi mano. ¿Ves qué tibia? Y solo desnúdate y escúrrete por mi piel en forma de deseo. No busco castillos de naipes esta noche. Déjate conocer cual eres. Abre tus piernas, tus puertas y ventanas para mí, y déjame entrar victorioso, ondeando esta bandera que tejí para ti, para nuestra historia. Yo también tengo mi alma desnuda, ¿llegará tu historia esta noche? Doblega con tus mimos mi robusto carácter. Me hago fuerte en la tormenta, pero débil si soplan brisas de ti, mi hembra… ¡¡¡Tómame!!!”
*
(“Hola, buenos días, ¿te gusta patinar?”, ha decidido tomar la delantera a Mona Lisa. Hoy se siente fresco, tranquilo, llueve y no hay tanto tráfico por la 826. Ella responde: “Buenos días, claro”. Armando saca un disco de la guantera y lo pone en la reproductora: Alejandro Sanz, su cantante preferido. A pesar de todos estos años en los Estados Unidos todavía no soporta la música en inglés. Y, como una metáfora irónica, el español empieza a cantarle, con su voz melosa: Cuando nadie me ve, puedo ser o no ser… Es curioso cómo la vida a veces se parece a las canciones.)
Para un hombre casado, en estos tiempos de internet y Facebook, es difícil mantenerlo en secreto tanto tiempo. Siempre algo se escapa y nos delata, una frase, un detalle sutil en una foto, hasta un Like inocente…
Mi escritora era observadora y no se le iba una, hasta una coma, o la ausencia de ella, podía ser motivo de sospecha. Empezó a cuestionar, a exigir demasiado, y ahí fue que lo echó todo a perder. Es verdad, uno tiene sus fantasías, pero las fantasías son las fantasías. Y la vida real es la vida real. A veces, ni yo mismo me logro reconocer en estas letras:
“Ahora mismo te pondría sobre mi sofá con esa delicadeza que no me caracteriza, subiría tu vestido y comería de ti, de tu sexo húmedo, mientras permito que desgarres con tus uñas sobre el vinil de un mueble barato. Miraría sobre tus senos esos labios pulposos con sabor a placer y envidiaría morderlos, con esa complicidad que lo hace tu amiga, esa que buscaste para complacer a tu macho, esa que está de turno para esta ocasión… Y subiría, agarrándote despiadado por tus caderas, y te penetro con este miembro viril… Y tu amiga se va a la otra punta de la habitación por más vino. No hay cabida para ella. Es una batalla de titanes, no apta para mortales. Y desde allá disfruta tanto de su vino como de la escena que se sucede frente a sus ojos, y la veo sonreír para ti mientras sorbe un trago, y estallo yo.”
Sí, es sólo una fantasía, la tenemos todos los hombres. Pero Mi Escritora Sherezada adivinó a la mujer de los labios pulposos en mi esposa, en lugar de una supuesta amiga, y convirtió su respuesta en réplica:
“Bien sabes que lo que más disfruta esta hembra es complacer tus caprichos locos, los arrebatos de tu mente obscena. Sólo por eso accedí a entrar en tu casa y en tu juego, donde pretendes que esa mujer allí es mi amiga. Entro con timidez, casi con pena, por saber lo que me espera. Y nos presentas, nos dejas conversando solas, mientras vas y nos muestras la botella. Ella pregunta algo trivial y me fijo en sus labios, que imagino prendidos de tu falo. Y aparentamos que nos obligas a besarnos, después de esas copas de inocente vino. Ella derrama el tinto a la altura de mis senos y baja a recogerlo con la boca, mientras tú ya me tiras en el sofá sin clase, redimiéndome con toda la destreza de tu lengua en mi sexo. Y ya me tienen atrapada, indefensa, sabiendo cuanto me perturba y me excita. Tu chica amordaza nuevamente mi boca para prevenir mi forcejeo. Y yo muerdo sus labios, esta vez con rabia, porque me entrega a ti que subes, penetras, me desgarras y estallas… Porque esta noche soy sólo regalo de los dos, objeto colectivo de deseo. Entonces, sabiéndome por fin domada, y viéndote feliz y pleno, tu mujer va al otro lado de la habitación, sirve otro trago, y se sonríe con la satisfacción de quien celebra un ritual de iniciación.”
Sí, ella estaba buena y escribía bien. Pero se pasó, se puso intensa…
Yo nunca le dije que podía escribir de mi mujer, ni mucho menos llamarme por teléfono. Aquí soy yo el que lleva el control. Tengo tres hijos que criar, una vida honorable que cuidar. Y a la que no lo entienda así, la desconecto. Mujeres es lo que se sobra en internet…
(Armando apaga la reproductora y deja el auto en el parqueo. Empuja la puerta de la oficina y entra saludando a los coworkers en perfecto inglés. Enciende la computadora y comienza a teclear bien despacito: “Buenos días, Monalisa, Mi Bella. Llueve y truena en Miami y a mí solo me gustaría amanecer entre tus piernas o sobre tus pechos”).
Cuba, tradición e imagen (I): El mar es nuestra selva y nuestra esperanza
Por Reinaldo Arenas
“El mar es lo que nos hechiza, exalta y conmina. La selva, como el mar, es la multiplicidad de posibilidades, el misterio, el reto. El temor a perdernos y la esperanza de llegar”.