Cartas a Leandro

Sala No. 6

Querido hermano Leandro:

Me han dicho que al manicomio de La Habana conocido como Mazorra se entra fácil. Sólo hay que esperar el horario de las visitas y, como en cualquier otro hospital, confundido entre familiares y amigos que visitan a sus parientes y amigos locos, entrar. 

Te digo esto porque tengo que ofrecerte más elementos que apuntan hacia una conclusión: en Cuba toda persona que disiente del gobierno se convierte en paciente psiquiátrico. Así que una vez más te digo, a propósito de la Sala número 6, de Chejov, por qué tengo intenciones de escribir sobre la locura.

La piedra angular de la obra sería un reportaje en el hospital psiquiátrico de Mazorra. Y es que a mis oídos ha llegado la historia fragmentada de Ciro El Ocultista. Sin embargo, no podría asegurarte (hasta tanto no logre entrevistarlo) si lo que a continuación te cuento es absolutamente cierto. Acuérdate que vivo en un país donde todos practican la mentira para sobrevivir.

Un grupo conspirador en los años 80 preparó el asalto a un lugar no especificado. En ese lugar robarían armas. Pero días antes de la fecha fijada para el asalto, los complotados fueron detenidos por agentes del Departamento de Seguridad del Estado. 

Se supone que uno de los cuatro jóvenes que integraban el grupo sucumbió ante el Poder y delató al resto de sus compañeros. Sin embargo, mis fuentes de información me aseguraron que ya desde antes el grupo había sido chivateado. 

Desde los primeros interrogatorios en la sede principal de la policía política, Ciro se hizo pasar por loco. A diferencia de sus compañeros, él conocía algunas técnicas que le permitían cambiar las corrientes energéticas de su cuerpo. Con semejante conocimiento, Ciro se provocó un estado mental cercano a la esquizofrenia. 

La información recopilada por mí apunta a que, en uno de los primeros interrogatorios, Ciro comenzó a propinarle patadas a un armario cargado de medicamentos especiales. Entonces el oficial que lo atendía decidió hacerle una evaluación psiquiátrica en el propio cuartel. 

Por la información disponible, conjeturo que Ciro no alcanzó a volverse loco por su voluntad. Sólo se trataba de un joven brillante que no tuvo la oportunidad de demostrar su talento en condiciones normales. Y ya sabes que las condiciones del país, desde que triunfó la Revolución, son anormales.

Te sigo contando que entonces Ciro fue internado en el manicomio de Mazorra. Allí le hicieron las pruebas psiquiátricas correspondientes, lo despojaron de sus vestidos y le encasquetaron el uniforme de la institución. Y como nuestro héroe no respondió a ninguna de las preguntas que le formularon, de inmediato fue destinado a la sala de máxima seguridad “Carbó Serviá”, denominada con la letra A. 

Hasta aquí, y por las noticias que te ofreceré de Ciro, te preguntarás, hermano, de qué fuentes me he valido para conocer esta historia. Pues bien, es mi deber recordarte que, en esta Isla, donde la más insignificante información se oculta hasta el ridículo, paradójicamente, todo se sabe.

A Ciro lo destinaron a la Sala A, como te dije, o diciéndolo del modo más pedante: al non plus ultra de la locura. Allí lo esperaba el Jefe de los locos. Sé que en Ciro se desarrolló un gran pavor cuando consideró que ser un paciente psiquiátrico era el peor destino que se le reservaba. Y cuando decidió demostrar cordura, era demasiado tarde. 

Los policías que lo habían conducido al lugar se habían marchado. No obstante, Ciro intentó mostrarse como un individuo “normal” ante el Jefe de los locos. Pero este, con su “experiencia” de años, sabía que no hay peor loco que aquel que se hace pasar por cuerdo.

Cuando Ciro traspasó la puerta de barrotes de la Sala A, sintió un miedo diferente al que había experimentado en el cuartel de la policía política. Era un miedo intelectualizado que paralizó sus músculos y sentidos y aceleró desorbitadamente los latidos de su corazón, mientras el sudor le corría a mares por el cuerpo. Un sudor frío y pegajoso. 

Era el miedo que convierte la boca en un desierto, hace temblar los labios y cambia de pronto el timbre de la voz. Intentó articular una frase ante el Jefe de los locos, y no pudo. Su garganta se había estrechado tanto que apenas el aire entraba o salía de sus pulmones. 

Continuados espasmos estomacales le provocaron una risa incontenible mientras sentía una imperiosa necesidad de orinar. Había perdido capacidad visual y las voces entremezcladas de los locos le llegaban, lejanas. 

El Jefe de los locos, con fuerza, lo había tomado por un brazo para que acabara de entrar a la Sala A. Pero Ciro no sintió esa presión. Su pasado y presente se habían convertido en una amalgama inconexa. El encadenamiento de sus ideas se había roto. En ese momento Ciro enloqueció verdaderamente. 

Podrás imaginar, hermano, que si logro entrevistar a Ciro El Ocultista me consideraré un periodista independiente afortunado. Mi superobjetivo será demostrar que Ciro no es un loco por el único motivo de encontrarse internado en el hospital psiquiátrico de Mazorra, sino que es la Isla de Cuba entera la que se ha convertido en el mayor manicomio del mundo.



Señales

Querido hermano Leandro:

Los acontecimientos que proporcionan señales han comenzado a presentarse. No pasa una semana sin que algo suceda. El dinero, esa invención que mueve al mundo, llega por las vías menos esperadas.

Cuando le acepté a Raúl Rivero aquel sábado 28 de junio su decisión de que yo no continuaría en CubaPress, significaba que en el mundo de lo invisible (lo que desconocemos) hacía tiempo que ya me había marchado de su grupo. 

Es posible que semejante conclusión, para algunas personas, parezcan las ideas de un loco. Pero tengo la esperanza de no estar loco y algún día lo sabré todo. Sabré de cosas que me ocurrían y para las cuales no disponía de una explicación. Simplemente sabré cómo la abundancia de los misterios que yo observaba en silencio eran las maquinaciones de la Secta.

El propio Raúl Rivero, que probablemente también sea un guayabito de Laberinto, y con su propio mundo interior tendrá suficiente, el 28 de junio de 1998 no podía comprender o no quería comprender. Y esa noche fue capaz de decirme lo que para él fue un modo de agredirme y para mí el mejor elogio: “Estoy ante un loco”.

En efecto, para hacer periodismo independiente en Cuba había que estar loco; especialmente si uno no tenía autorización del Estado Totalitario y escribía con la autorización de los propios cojones. Pero, esa noche, explicarle al Gordo ciertas cosas era inútil. Él también estaría soportando el riesgo, esperando el golpe que llega cuando menos se espera.

Este periodismo independiente que hicimos no tenía el riesgo de ciertos reportajes que en el mundo occidental se pagan con la vida. Pero la sospecha de que a uno lo podían eliminar mediante misteriosos accidentes o enfermedades fulminantes era una presión real, con la que había que trabajar y sobreponerse para ejercer un periodismo libre.

En aquellos días, mi visión de las circunstancias era la de haber llegado a un callejón sin salida. Y aunque salir de CubaPress fue como si me hubieran arrojado a un abismo sin paracaídas, sentí el alivio de haberme quitado de encima la AMENAZA INVISIBLE, que son pocos los que la pueden soportar. 

Sin embargo, el sentimiento de la caída también era terrible. Por primera vez había logrado ganar dinero por escribir (sueño de todo escritor). Esto que te digo, hermano, es importante, pues con el sistema político de planificación de la vida nacional cubana, individuos como yo estábamos condenados al fracaso.

La caída del Muro de Berlín, el desmembramiento de la dictadura del proletariado en Rusia, trajo a la Isla nuevas condiciones históricas. La Dictadura de Quien Tú Sabes tenía que ceder terreno, como era el caso de la prensa independiente cubana, para ofrecerle al mundo una imagen aceptable. Así los inversionistas se sentirían más confiados.

En ese tren del periodismo era donde me había enganchado yo para darme a conocer como escritor. Pero a pesar de la caída que antes te mencioné, comencé a descubrir cómo pequeños paracaídas se abrían. Y tuve la esperanza de que no tocaría fondo. Y, en efecto, de modos y maneras increíbles comenzó a llegar ayuda por diferentes caminos. 

Fueron pequeñas cantidades de dinero, pero suficientes para comprarme un TV en blanco y negro, una estéreo radio-cassette player automático stop con su dynamic bass boostincorporado (Phillips), ropa, calzado. Y alimentación, que me estaba faltando. 

Y aun me sobró dinero para respirar y mirar alrededor con objetividad. Decidir qué haría. Darme un descanso psicológico. Estoy hablando, hermano, del mes y medio que viví antes de empezar a trabajar (gracias a Manuel Vázquez Portal) con CubaNet

Fueron 45 días terribles. Pero jamás me abandonó la fe. Sin embargo, de algún modo que ahora no puedo explicarte, yo sabía que, aunque fuesen grandes o pequeños los paracaídas que intentaran detener mi caída, mi única salvación posible sería el nacimiento de alas en mi espalda. 

Es decir, un verdadero milagro. Porque sin alas no se puede volar, hermano. No se puede salir de ningún hueco. Y no se puede planear libre y soberano en los territorios de la oscuridad. Porque fue como si los dioses se complacieran en comprobar mi vocación literaria. 

La gente debiera saber que la libertad sólo vive con el vuelo de las alas. Si no, ¿qué sería de los ángeles si se dejaran serruchar las alas?



La oficina secreta

Querido hermano Leandro:

Si dentro de Jefatura existe una Oficina Secreta dedicada a la destrucción de cubanos que se han rebelado públicamente contra un sistema de gobierno fracasado, ¿puede un solitario individuo enfrentar las embestidas de un Estado policiaco? 

F estuvo loco. Lo internaron en Mazorra. Lo sometieron a una serie sucesiva de electrochoques. En Cuba son muchas las personas que han enloquecido. También son muchas las personas que se han suicidado.

El síntoma inicial en este camino hacia la locura es percibir en las frases más inocentes un doble, triple y hasta cuádruple sentido. En la mayoría de los casos, no se trata de que la persona esté perdiendo contacto con la realidad, sino de un elaborado plan que la Oficina Secreta elabora a partir del conocimiento que tiene del individuo que intenta destruir. 

Esta información empieza a recopilarse en el momento en que el sujeto cuenta su vida ante los “amigos”. Con semejante cronograma, en el que se localizan con precisión los puntos débiles del individuo, hay pocas posibilidades de defensa. Dentro de esas pocas posibilidades existe una. Quien la posea es invulnerable a cualquier embestida: el AMOR.

El odio es lo que puede conducirnos a un callejón sin salida. Perdonar no significa renunciar a la sabiduría que hiere al enemigo. Pues una cosa siempre será el valor basado en el equilibrio y otra la temeridad que no surge del análisis correcto de la realidad. 

De hecho, la condición humana es un acontecimiento complicado. Ama a tus supuestos enemigos y nada ni nadie podrá hacerte daño.



Casa de locos

Querido hermano Leandro:

Salir a la calle es un desafío. El rostro de la gente es un espejo. Cuando me enfrento a la multitud, la multitud me devuelve el deterioro que padezco.

Todos huyen de la Isla: intelectuales, artistas, militares, agentes secretos, obreros, campesinos, bandidos, religiosos, valientes, cobardes, cuerdos, locos, patriotas. Todos huyen. 

Han estado huyendo desde los primeros días de la Revolución. Y los que han elegido el enfrentamiento han terminado fusilados o cumpliendo largas condenas. Algún día se sabrá cuál es el misterio. Por lo pronto estoy persuadido de que en todo este lío hay trampa.

Aunque continuar viviendo en Cuba es intolerable, matarme no sería una verdadera solución. Yo, desde hace años, estoy muerto. Además, un verdadero motivo para suicidarme hubiera sido la separación de Ofelia. Y no lo hice.

He decidido ponerle fin al consumo de sicofármacos. Pero esto se parece al alcoholismo. Tarde o temprano uno acaba necesitando las pastillas. Yo debo tener el gen de la tristeza fuera de control. Desde niño he sido un triste. Pero es posible que sea ese gen quien me permita escribir.

Hay problemas con la ración de azúcar que el Estado le distribuye a la población. Las 6 libras mensuales se están recibiendo a razón de 2 libras cada 10 días. La mortadela vino a la carnicería. Fui a buscarla y vi a muchas mujeres que al principio de la Revolución eran jovencitas llenas de ilusiones. Ahora son viejas peleonas y chismosas. 

Por eso siempre trato de ser el último en ir a buscar mis alimentos racionados. Así evito mezclarme con ese pelotón de brujas que cuando se amontonan son como un bulto de carne de carroña. No es que tenga algo contra las personas de la tercera edad. Pero en los sistemas totalitarios la gente pasada de años hablan y hablan y hablan, y no resuelven ningún problema. Antes, al contrario, esas personas son las mejores aliadas de la Dictadura. 

He visto en repetidas ocasiones a grupos de hombres muy mayores de edad recostados al mostrador de cualquier cantina, bebiendo alcohol barato. Cuando la borrachera se calienta, es cuando defienden con más vehemencia al gobierno. Hay que vivir en este país para comprender estas imágenes dantescas que la alta dirigencia no podría soportar si de repente se viera privada de sus privilegios. 

Mientras tanto, querido Leandro, el pueblo ha ido enloqueciendo poco a poco. Supongo que cada año que pase será peor. Nos hundiremos más y más en la mierda. Reventaremos de tristeza. Explotará la Isla entera. Seremos tragados por el mar.



¿El final?

Querido hermano Leandro:

He salido a la calle rumbo al policlínico a las dos de la madrugada con un perro dolor de muela. 

En el policlínico me dijeron que no podían atenderme, porque el instrumental esterilizado se agotó y no hay agua para lavar el instrumental usado. Además, la doctora se marchó para su casa. 

Entonces me desplacé hacia otro policlínico. Al llegar, el portero me explicó que la dentista le había dicho que le dijera a todo el que viniera reclamando el gratuito servicio médico cubano que el equipo de estomatología estaba roto. Pensé: “Esto es el final”.

Pero no hay tal final. No habrá final, aunque nos arrastremos por las calles entre la mierda y la basura. Mientras el área dólar funcione, no importa que el resto de la sociedad se paralice. Siempre me ha sorprendido aquella declaración de Faulkner en la famosa entrevista (The Paris Review) cuando dijo: “El hombre teme descubrir lo mucho que puede soportar”.

Son las 4 de la madrugada. La oscuridad de la ciudad es una madre sabia, y el dolor de muelas es mi compañero.



El Arte

Querido hermano Leandro:

Gracias a los tristes, los melancólicos, los grandes deprimidos, existe ese Universo que llaman Arte. 

Tal vez el día que la biogenética corrija las deficiencias biológicas, el Arte morirá, porque el Hombre será entonces perfecto. 

Viviremos en un mundo eficiente, sin guerras. En la Caja de Pandora se guardarán otra vez todos los males, y junto a ellos, la esperanza, que era lo único bueno que nos quedaba. 

Y sobrevendrá el Apocalipsis de lo Perfecto.



Hambre

Querido hermano Leandro:

Últimamente padezco de unos retortijones en el lado izquierdo del estómago que me obligan a recordar los lugares donde he comido y bebido. 

He llegado a pensar que alguien me ha dado de comer algún alimento “preparado”. Mas también debo reconocer que los frijoles y el arroz me los estoy comiendo sin grasa. Mi actual alimentación consiste en unos pocos chícharos duros como el acero. Seguidamente, mis tripas sin grasa se resienten ante el peligroso alimento.

De los tres bombillos que tenía, el de 100 bujías que iluminaba la habitación del fondo, se fundió. Mi capital asciende en estos momentos a un peso con 10 centavos. 

El arroz se me acabó. Sólo me quedan 2 o 3 vasos de chícharos. Tengo té negro y azúcar prieta, pero debo salir a la calle a pedirle dinero a algún amigo, importunar a los turistas para proponerles algunos libros que hablan bien de la Revolución. 

En el extranjero, esta literatura de extrema izquierda es imposible de conseguir. La otra solución sería pedirle perdón a la vieja Aselina, que es la jefa de las maracas en La Habana Vieja. O volver a caer en las manos de Braulio o Gaspar y brindarme para servirles de cargador de sus libros, lo que sería un error. Estos “amigos”, a las 72 horas de tenerte como empleado, comienzan a tratarte como un esclavo. Y en poco menos de una semana, como a un perro.

Por eso, en los momentos difíciles (que yo diría son todos los momentos) me consuelo pensando que he podido escribir un libro. Y la posibilidad de publicarlo, aunque nunca ocurra, siempre será una esperanza. 

El libro existe. Y lo que existe materialmente no es una fantasía.



Reflexión

Querido hermano Leandro:

Quisiera empezar a vivir en una ciudad cosmopolita donde nadie me conociera. Me haría de nuevas amistades, que es como volver a nacer. Practicaría el desapego, para cuando la hipotética ciudad se convirtiera en una aldea y tuviera que permutar hacia otra ciudad, el dolor no se sintiera mucho. Y mantendría relaciones estables con un editor inteligente, pero sin contacto físico.

¿Será posible triunfar en el mundo del arte, desligado de los intereses políticos y religiosos? ¿A la fama se accederá renunciando (de buena gana) al rostro colectivo que otorga el anonimato de la masa, para adquirir una individualidad que se paga con el precio del compromiso? ¿Será posible que el hecho de ser un escritor reconocido te convierta en un lanzador de “bombas” que no puede escribir todo cuanto se le ocurra? 

Si el mundo es así, ¿nos encaminamos hacia una globalización del Poder Político, y lo único que no sabemos es si se trata de un Gobierno del Mundo o de una Dictadura del Mundo?



Después de un baño

Querido hermano Leandro:

Calenté agua en una olla. La vertí como de costumbre en el cubo de plástico, añadiéndole agua fría. Utilicé, para echarme agua sobre el cuerpo, el mismo jarro de aluminio que uso para pedirle azúcar prestada a doña Gerania. 

Después del baño, me senté en mi butaca de madera y bebí el té de la taza que previamente me había preparado. Encendí la pipa y observé, como en las películas, las volutas de humo chocando delicadamente contra el cielo raso de la barbacoa. 

Inserté en mi radiograbadora un casete con un concierto para violín de Mozart, y comencé a leer el libro de turno: Diario de la CIA

En mi otra habitación, que es donde está la cocina de gas, la ola de presión silbaba y el aroma de los chícharos se esparcía por las dos habitaciones. 

La puerta del patio, entreabierta, dejaba penetrar los vientos del otoño. En mi edificio podía disfrutarse de un silencio conventual, gracias a que aún no había terminado la hora escolar. 

Me sentí plácidamente equilibrado. Esa paz espiritual, que me gustaría disfrutar todos los días de mi vida, embargaba mi ser. Pero era cierto que, antes de tomar el baño de agua tibia, había ingerido una pastilla de Diazepán.

En semejante estado, hubo un momento en que apreté el libro y me dejé llevar por algo que podría calificarse de desdoblamiento del tiempo mental. Me recordé a mí mismo, en esta habitación, 20 años atrás. 

Imaginé que, desde el fondo de aquel tiempo, Ramón miraba a un Ramón más viejo. Y le dije: “Aunque te parezca absurdo, ahora soy más feliz que tú, al menos en algunas cosas fundamentales. A pesar de que, en términos generales, lo reconozco, las cosas no han cambiado mucho.



Reflexión

Querido hermano Leandro:

¿Admitirías que la Ciencia es la policía de la Sabiduría? ¿Que los laboratorios son cárceles donde permanece cautiva la Naturaleza? ¿Que los libros son celdas donde el Conocimiento cumple cadena perpetua? ¿Que las energías desconocidas del Universo son delincuentes y criminales del Cosmos? ¿Que la naturaleza represiva del Hombre se manifiesta cuando busca la Causa que carece de Causa? ¿Que Dios sabía que el Hombre, tarde o temprano, empezaría a buscarlo y, por tanto, la busca del Conocimiento está permitida? Y, finalmente, ¿que el Mal y el Bien no existen para Dios y es el Hombre quien, por su cuenta y riesgo, debe convencer al Hacedor de que el Mal existe?



Soberanía personal

Querido hermano Leandro:

El escritor cubano Rolando Sánchez Mejías le ha enviado una carta pública al ministro de cultura Abel Prieto. Denuncia en síntesis, que la cultura nacional es un instrumento político para uso exclusivo del gobierno y sobre la necesidad de que éste afloje, permitiendo a los que verdaderamente hacen la cultura cubana un espacio civilista dentro de la sociedad. La carta ha sido publicada en el diario madrileño El País, y dada a conocer por Radio Martí un 10 de octubre, algo así como un Grito de Yara.

¿En qué parará el asunto de la soberanía nacional? Por un lado estamos nosotros: escritores independientes, periodistas independientes, defensores de los Derechos Civiles, dando pasos hacia una solución pacífica. Y por otro lado se encuentran las fuerzas comprometidas del gobierno. Fuerzas que se engañan, ignorando el inmenso terror que los devora por dentro.

Cuba es un país pobre en recursos naturales, y su soberanía siempre ha sido retórica de turno en un mundo donde los fuertes siempre utilizan la fuerza. Si Quien Tú Sabes logra estabilizar la economía nacional gracias a un arreglo con USA, dependeremos de Washington. Si alguno de los grupos de oposición pacifista hereda la responsabilidad de conducir a la nación, necesitará una ayuda económica que provendría de capitales extranjeros, detrás de los cuales serán los yanquis los que muevan los hilos de la trama. Y dependeremos de Washington. De cualquier manera que nos libremos del experimento social iremos a parar a Washington. Y quizás ha comenzado, como única solución, el tiempo de la soberanía personal.



Ciudadela de escritores

Querido hermano Leandro:

Ya te he dicho que el primero en llegar a este edificio (de entre todos los personajes tenebrosos que lo han habitado) fui yo, en el año 1973. 

Yo venía de Santos Suárez, con la obsesión de escribir. Por entonces, mi retaguardia, mi Estado Mayor del Espíritu, era la casa del poeta Pedro Oscar Godínez, en la calle Neptuno. 

Esa primera etapa eran manoteos sin gratificaciones. Era una insistencia enfermiza, sin garantía. La fuerza para escribir me la proporcionaba el hecho de haber perdido contacto con la realidad. 

Mis dos habitaciones eran frecuentadas por seres que pretendían pintar, bailar ballet, escribir. Luego comenzaron a visitarme René Ariza y Reinaldo Arenas. Ellos me frecuentaban porque yo les prestaba mi casa para que pudieran templar sin ser atrapados por la policía.

René Ariza fue el primer escritor que tuvo llaves de mi casa de modo permanente. Luego le siguió Reinaldo Arenas, definitivamente. Con el tiempo, he llegado a la metafísica conclusión de que mis dos habitaciones contienen un Aleph; y que toda mi persona es una incitación a escribir. 

Todos los amigos que he tenido (excepto los que ya tenían su ángel) y las mujeres con las que he mantenido relaciones de meses o años, han pretendido probar suerte con la escritura. Y puedo decir que la presencia de Reinaldo y la mía, dedicados durante todo el tiempo a la literatura, ha puesto a escribir al vecindario en pleno. 

Todos tienen una novela a medio hacer, un guion de cine en proyecto. Luego, esos jóvenes vecinos han traído a sus amigos que, contagiándose con el dulce veneno, manifiestan su deseo de escribir.

El hotel Monserrate, después de las memorias de Reinaldo Arenas, se ha convertido en un mito. Es como si vivir aquí, o frecuentar este lugar, garantizara el primer paso en el camino de la literatura. Todos se contagian con la frase que Milan Kundera utilizó en una de sus novelas: “La vida está en otro parte”.

Yo sé que después que me marche de este edificio volverán las penumbras de la mediocridad a poblarlo. La luz que se mantuvo encendida desde el año 1973, se apagará. A donde vaya yo, se irá conmigo. Y otros edificios, habitaciones, apartamentos, se iluminarán. 

Es algo que nació conmigo y es irreversible. Que me perdonen todos los que, de un modo u otro, me conocieron y no pudieron realizarse.



* Fragmentos del libro Cartas a Leandro del escritor cubano Ramón Díaz-Marzo.





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Saluden a la princesa

Por Jorge Enrique Lage

Leo ‘Tía buena. Una investigación filosófica’ (Círculo de Tiza, 2023), de Alberto Olmos.