Cronología de la represión contra el proyecto ‘La Hora de Cuba’

Sol García Basulto, diseñadora y periodista en La Hora de Cuba, está en la terminal de ómnibus de Camagüey. Lleva parte de la noche en busca de un pasaje para La Habana, adonde tiene que ir porque ha sido invitada a un curso de periodismo en Panamá, y necesita que la embajada de ese país en la capital cubana le conceda el visado.

Al fin, por 15 CUC, consigue que la Yutong que viene de Santa Cruz y sigue para La Habana le otorgue un asiento, en la tercera fila a la izquierda, al lado del pasillo. Descansa aliviada y contenta en el aire acondicionado con aroma a químicos industriales del interior del ómnibus. Como la luz está apagada, no intenta acomodarse para no molestar a su vecina.

Mientras piensa en el viaje que le espera y en Árbol, el niño que ha dejado con la abuela hasta que regrese, mira el paisaje nocturno. Disminuyen los flashazos de luz desde las aceras; intuye que ya está al salir de la ciudad.

El ómnibus frena en el punto de control —especie de retén policial propio de un país en guerra— que está a la salida de la ciudad. Unos diez minutos se demoran los policías registrando los maletines en la parte inferior del vehículo. Sol aprovecha para acomodar su equipaje, ponerse el abrigo, inclinar el asiento… Cuando los viajeros se cansan de especular sobre cuál puede ser la razón de tan detallado registro, los agentes suben, pasan entre los pasajeros y, de regreso, uno de ellos llama en voz alta a Sol por su nombre y apellidos. 

“Soy yo”. 

“Debe bajar del ómnibus”. 

“¿Por qué? ¿Qué sucede?” 

“Se le explicará abajo, es una orden del punto de control central, y si se comprueba que no hay problema, luego la montamos en otro ómnibus”. 

Sol baja.

Algo va a pasar.


La Hora de Cuba

En 2008, en el mismo verano en el que alguien decidió sacarme de la Universidad de Santa Clara, surgió la revista La Rosa Blanca, hecha junto a amigos de diferentes lugares, que tenían el problema común de querer escribir, pero no tener dónde hacerlo. Un par de años después, en el ISA, entre otros amigos —algunos aún conservábamos el sabor rebelde de la huelga del ISA del año anterior— fundamos Hora Cero, un “espacio de debate cultural”. Antes de terminar el año, el espacio cerró por primera vez: inexplicablemente, de todos los que integrábamos el equipo de gestión, el único que no desaparecía durante la organización de un evento era yo. 

En 2011 fui expulsado del ISA violentamente.

En Camagüey continué con Hora Cero. Y en 2013 retomamos la revista, ahora bajo el nombre de La Hora de Cuba. Amigos de distintos lugares, que casi no se conocían entre sí, mi novia, sobrevivientes de los proyectos anteriores. 

En el 2014, mientras yo estaba en una beca en el extranjero, empezó la represión contra los que estaban en Cuba, y una vastísima campaña de divulgación contra el director de La Hora de Cuba a través de reuniones en diferentes centros de trabajo con trabajadores y, especialmente, con militantes del Partido Comunista. Casualmente, casi siempre en instituciones donde yo tenía conocidos.

Pero continuamos todas las iniciativas: la revista, y el espacio de debate cultural, Hora Cero, que en 2016 adquirió nuevo nombre: Una Hora para Cuba, hasta que la Seguridad estalló por una presentación pública —organizada brillantemente por Laliana González— que tuvo lugar en el restaurante privado Mélange. 

En cuanto a la revista: comenzó el acoso contra Sol, contra su madre, su padre, su hijo, su casa, su teléfono, sus amigas, sus amigos, sus vecinos… Poco después, a mi regreso de un viaje, el acoso se volvió también contra mí. Y, finalmente, todo lo que tenía alguna relación con La Hora de Cuba fue puesto bajo la lupa agresiva de esa cosa hecha para agrupar personas en una meta común, con rasgos emocionales tan distintos a los que promueve La Hora de Cubaesa cosa llamada Seguridad del Estado

Especialmente mi esposa, mis padres, y colaboradores muy cercanos del proyecto, como Sol García e Iris Mariño, sufrieron con más fuerza la represión.


Crónica de un arresto anunciado

Inalkis Rodríguez llega en la carreta del tractor familiar a Cuatro Caminos, un pueblo perdido en el polvo y el sol del sur de Camagüey. Sus tíos van delante.

La ve Kenia Marrero, una funcionaria de Educación que se ha dedicado a criticar en Facebook, con mentiras gubernamentales, la foto del inconcluso policlínico de Najasa, publicada por Inalkis unos días atrás en su perfil de la misma red social. Las dos se miran y reconocen, pero no se dicen palabra.

Inalkis baja del tractor y camina con la esposa de su tío por el pueblo. Pasa otra vez por el lugar donde se construye el policlínico, toma otras fotos y sigue caminando. Se reúne con su tía y se cruzan con Miguelito Falls, un joven agente de la PNR que es amigo de la familia y saluda muy cariñoso a Inalkis. En esos pueblos chiquitos, todo el mundo se lleva.

Una muchacha que está parada en la puerta de la sede de la UJC la ve, y también la reconoce. Inalkis ya ha oído decir que su foto y su crítica han conmocionado a las autoridades de Najasa. La muchacha entra al local y sale de nuevo con sus compañeros, a mirar a Inalkis.

Minutos después, Inalkis también ve cómo la observa detenidamente Diego Cervantes, el presidente del gobierno municipal, que le pasa por el lado en su carro oficial azul marca KIA. “Dieguito” es la persona a la que los rumores populares acusan de ser el principal culpable de la demora en la terminación del policlínico: desvía —mejor dicho, desviaba, porque el post de Inalkis lo frustró— los materiales de construcción para hacerse una casa en Camagüey, sin que intervinieran las autoridades encargadas de combatir la corrupción —la fiscal era, casualmente, su propia esposa, y el instructor penal de la PNR, el capitán Alonso Morell.

Inalkis sigue caminando, como si nada. Se separa de su tía y cruza la plaza rumbo al telepunto de ETECSA. Entonces aparece de nuevo Miguel Falls en su moto oficial, el mismo policía que hace un rato la saludó con afecto. Ahora ha cambiado: “Sube”, le dice sin más detalles. Inalkis, sorprendida, asustada, porque lo que sea que venga a continuación no será agradable, sin preguntar ni resistir ni pedir auxilio, y sin casco —ilegalidad que no preocupa al agente del orden— monta en la moto. 

Algo va a pasar.


El MININT

El Ministerio del Interior (MININT) es el organismo principal encargado de coordinar la represión política en Cuba. A él pertenecen la Policía Nacional Revolucionaria, la Dirección de Identificación, Inmigración y Extranjería (que controla y decide quién puede salir o no del país) y el sistema de prisiones, entre otras entidades encargadas de controlar diferentes facetas de la vida de las personas en Cuba.

El MININT dispone también de las llamadas “Tropas Especiales”, unidades armadas de élite cuya especialidad es el enfrentamiento contra civiles. Y por sobre todos ellos, la joya de la corona del gobierno cubano, la institución que mejor lo define y a la que le han transmitido su permanente desconfianza por todos los demás humanos, su disposición a la violencia, su capacidad de mentir y violar principios éticos sin pudor, su incapacidad de tolerar la crítica; el organismo que a los hermanos Castro les ha permitido vencer en la durísima batalla que libran contra su propio pueblo desde hace casi 60 años: la Seguridad del Estado.

Gracias al trabajo de estas personas en la Seguridad del Estado, a sus torpezas, paranoias y faltas de respeto con los derechos de los demás cubanos, se escribieron estas cuartillas. Hay siempre otros aportes, de agentes de otras dependencias del MININT y de funcionarios del PCC, pero el “mérito” principal les corresponde a ellos, obreros de primera línea de la atmósfera de miedo que se respira en Cuba.

Y es que la mayoría de los cubanos, cuando se comunican en público, antes de pensar si lo que van a decir o escribir es cierto o justo o útil, piensan en si les va a traer problemas. Porque la gente en Cuba —y a veces también, fuera de ella— antes de expresarse públicamente, siente miedo.

Pero hay quienes lo han logrado vencer. A veces por unas horas, unos días, o por toda la vida. Y si sentir miedo, y dejarse ganar por él, implica un costo para el que lo sufre —¿cuán diferente hubieran sido las vidas de los cubanos si en el primer instante en que cada persona descubría que le violaban un derecho, hubiera exigido su respeto por todas las vías posibles?—, vencer el miedo también tiene un precio. Un precio a veces alto, un precio que miles de cubanos han pagado, con diferente intensidad.

Y entre ellos, los que hacen el proyecto La Hora de Cuba y sus antecesores o derivados —la revista La Rosa Blanca, los espacios culturales Hora Cero y Una Hora para Cuba— no han estado a salvo.


Henry Constantín y Fidel Castro

Este testimonio no lo conseguimos con facilidad, hay que admitirlo. La fuente estuvo un tiempo dudando en la conveniencia de compartirlo. “Que si ya habían pasado 14 años de los hechos”, “que La Hora de Cuba no se mencionaba allí por ninguna parte”, “que podía confundirse al autor del texto con el protagonista de los hechos”.

Miércoles 9 de julio de 2004, 2:00 o 3:00 p.m., Universidad de las Ciencias Informáticas (UCI), La Habana. Henry Constantín mira a Fidel Castro desde la hierba que rodea el comedor de los estudiantes. Están a 100 metros. Una sensación, que solo pueden entender los que de niños se obsesionaron con la paleontología, le recorre ahora la mente: se siente como el paleontólogo que al fin ve, en vivo, a un ser del que había oído hablar mucho pero solo conocía porláminas.

“Yo tenía 20 años, una mochila cargada de revistas y periódicos extranjeros muy críticos con la realidad cubana —especialmente un ejemplar de la Revista Hispano-Cubana, que traía un cintillo verde fosforescente con la frase REPRESIÓN EN CUBA, aludiendo a la todavía fresca Primavera Negra. Y de pronto tenía a Fidel Castro ahí delante, con toda su parafernalia alrededor”.

“Detrás de él, también de verdeolivo, aquel escolta viejo e inconfundible de cara larga, caballuna, que uno estaba acostumbrado a ver siempre detrás de Fidel en la televisión. Alrededor, un grupo de funcionarios y estudiantes de la UCI —sobre todo venezolanos, que eran los destinatarios de la visita. Y yo, mirando desde la esquina del comedor, al lado de las cocineras y con un custodio enorme y grueso que de cara a nosotros hacía de cordón de seguridad, con el walkie-talkie pegado a la boca”.

“De improviso fijó sus ojos en mí y se me abalanzó: ¡Estate quieto, no te muevas! Eso fue lo que hice, sorprendido y asustado: no sé qué me iba a pasar ahora, pero si se enteraban de que yo ya estaba alojado en la UCI —clandestinamente, visitando amistades y ahorrándome el dinero de un alquiler en La Habana—, si se enteraban de eso, iban a investigar y a sancionar a mis amistades. Y eso me iba a doler más que cualquier otra cosa”.

“Entonces llegó a la carrera, jadeando y con los ojos desorbitados, el custodio que media hora antes me había descubierto de polizón en la guagua que lleva y trae desde La Habana a los trabajadores de la UCI. Yo venía del apartamento en el Vedado donde vivió Jesús Yánez Pelletier, un disidente que se debe haber arrepentido toda su vida de haber salvado al mismo Fidel Castro que, tiempo después, lo encarceló”.

“Había encontrado su dirección en la guía telefónica, y viajé hasta su casa con ánimo de hacer mi primera entrevista seria como estudiante de periodismo. Pero Yánez Pelletier había fallecido mucho antes. De todas formas, su viuda me recibió, conversamos, me prestó libros y revistas —los que traía en la mochila mientras observaba a Fidel Castro—, tomé agua… Algo más contento por las lecturas garantizadas que tenía, regresé a la UCI”.

“Fue entonces cuando el custodio me hizo bajar de la guagua. Sin notar que había un enorme operativo, di la vuelta y entré por un camino secundario a la Universidad, con tan extraña suerte que vine a dar de frente con Fidel Castro, su corro, y su cinturón de seguridad”.

En este punto, el periodista que escucha el testimonio, de común acuerdo con el narrador, interrumpe la historia. 

Algo va a pasar.


Los dientes

¿Y cuáles son las agresiones que la Seguridad del Estado le ha hecho a La Hora de Cuba? La más común son los encuentros con agentes del MININT, para amenazar.

Generalmente ocurren en instalaciones del propio ministerio (Villa María Luisa, o la sede de Inmigración), o en el centro de trabajo o estudio del citado. 

Para precisar al citado, se le envía un documento a través de alguien uniformado, o de su superior laboral o académico.

Entre los vinculados a La Hora de Cuba, el récord de estas citaciones policiales para “entrevista” lo tiene Sol García, que desde 2016 ha sido convocada seis veces. Iris Mariño y Henry Constantín, “solo” cuatro veces, mientras que en al menos una ocasión han tenido que asistir el músico Ebenezer Semí, María Concepción Ferreiro —madre de Henry—, la mamá de Ely —una amiga de Sol—, la estudiante rusa Olga Khrustaleva —que hacía un estudio sobre medios independientes en Cuba—, el médico Ricardo Estrada, el laico católico Juan Antonio Novoa.

Otras veces, en lugar de hacer acudir a las personas a Villa María Luisa, a la Dirección de Inmigración a alguna unidad de la PNR, los agentes de la Seguridad acuden a los centros de trabajo o a las propias casas de las personas a las que quieren amenazar. 

Tres veces han sido visitados María Concepción Ferreiro —madre de Henry— y tres más su hijo. Al menos dos veces le ha ocurrido lo mismo a Mario Junquera —esposo de Iris—, a Laliana González y a Reyner Agüero, colaboradores de La Hora de Cuba. Por lo menos una vez le ha pasado a Iris Mariño y a la artista Odalys Ochoa —amiga de Sol. También han vivido lo mismo Leonardo Pablo Rodríguez —solo por saludar en un evento público al director de La Hora de Cuba—, Dany Rodríguez —colaborador ocasional de la revista—, Caridad Basulto y Godofredo García —padres de Sol— y Camilo Lora —tío de Inalkis.

La lista de los “visitados” por tener alguna relación directa o a través de terceros con La Hora de Cuba la continúan el escritor y líder católico José Antonio Morales —amigo de la familia de Inalkis—, Yanelys Lucas —amiga de Sol—, el escritor y bloguero Pedro Armando Junco y el cuentapropista opositor Jorge Luis Suárez, la abuela de Laliana González, los periodistas estatales Raúl Alejandro del Pino y Alberto León, los profesores Juan León, Ricardo Olazábal y José Luis Leyva, Yuri Garrote —padre del hijo de Sol— y el administrador de una escuela primaria en La Vigía —por prestar unas sillas para el espacio de debate cultural. 

Estas personas son solo una muestra. 

A la mayoría de los amenazados suelen recomendarles que no cuenten nada. A la Seguridad del Estado no le gusta dejar rastros. Pero, desafortunadamente para ellos, los deja.

En estos encuentros suelen pasar dos cosas: la Seguridad amenaza y, a veces, también trata de conseguir la “colaboración” de la persona en la tarea de persecución política.

Prácticamente todos los que se han encontrado con agentes del Ministerio del Interior han recibido amenazas de perder algo:


El empleo

Rogelio, fabricante privado de materiales de construcción, fue amenazado con perder sus contratos con el estado porque alguien lo vio conversar con su amigo Héctor, padre de Henry Constantín. Hasta le hablaron de una foto que tenían ellos —la Seguridad— en la que le daba un caramelo a Héctor en la puerta de la bodega donde la familia de Henry compra sus víveres. Una prueba incriminatoria concluyente.

A Iris Mariño le dijeron que podía perder su trabajo como profesora en la Escuela de Artes, como en efecto ocurrió unos meses después, cuando ella decidió continuar su trabajo en La Hora de Cuba.


La libertad

A Henry, en febrero de 2017, el mayor Roldenys Fonseca lo amenazó verbalmente con más de quince años de cárcel “si no dejas de hacerlo todo”. Días antes, el primer teniente Yusniel Pérez Estrada le había dicho: “Nos vemos en Cerámica” (la prisión de los que esperan juicio en Camagüey).

 “A partir de ahora te vamos a tratar distinto”, le dijo en febrero de 2013 el ¿teniente coronel? alias “Tony”. “Te voy a enseñar el calabozo en el que vas a dormir” y “En ese carro te vamos a montar”, le aseguró el agente Lester, alias “Frank”, la noche en que Sol García fue bajada del ómnibus. 

La segunda vez que intentaron quedarse con su laptop en un aeropuerto, tras su negativa, uno de los agentes le aseguró: “vas a dormir en un calabozo”. Henry se siguió negando, y después de un amago, lo dejaron ir.

Más de una vez le han dicho: “Si sales de la casa, tú sabes lo que te va a pasar”. Sobre todo durante las visitas de Obama a Cuba y de Raúl Castro a Camagüey, el desfile por la ciudad de las cenizas de Fidel Castro, y el desmantelamiento del templo del pastor Bernardo de Quesada.

Y más grave, por cuanto busca tocar los sentimientos maternales, es la amenaza que han usado contra Iris y Sol. Encarcelarlas, pero no solo eso: dejar a sus hijos menores de edad sin madre que los críe.


O la familia

La más grotesca de todas las amenazas. “Vas a perder la custodia de tu hijo”, le han repetido a Sol varias veces, especialmente “Frank”. “Tu hijo lo va a tener que criar su padrastro, porque tú y el padre (Henry) van a ir presos”, le dijo a Iris un agente de la Seguridad. 

En un interrogatorio anterior, un agente de la Seguridad le aseguró a Iris que había estado sentado al lado de su hijo, un niño de 11 años. En el último interrogatorio, le preguntaron enfáticamente por la relación del niño con el padre. Tal pareciera que el objetivo es el propio niño.

A Inalkis Rodríguez la agente de la Seguridad Yanara le dijo, durante su arresto en 2016, que su trabajo como periodista podía dañar a sus padres. Sin más detalles. A Sol García le dijeron lo mismo, especificándole que podían verse involucrados en delitos económicos.


Invitaciones a espiar y recibir sobornos

Casi toda persona de La Hora de Cuba asediada por la Seguridad del Estado, recibe invitaciones a trabajar para ellos, camufladas bajo “colaboración” o “denuncia de lo mal hecho”, pero “sin que nadie lo sepa, entre nosotros”. 

Algunas de estas invitaciones suelen acompañarse de intentos de soborno —lo cual en Cuba es un delito, cohecho— pero lo que ofrecen los agentes no es dinero en efectivo, sino generalmente recursos y atenciones especiales por parte de organismos estatales, según la necesidad que ellos crean que tiene cada persona. Y como casi siempre el tentado resulta ser un amigo, familiar o colaborador estrecho de la persona que la Seguridad intenta vigilar, pues también es una invitación a la traición. 

Por suerte en este país, y especialmente alrededor de La Hora de Cuba, queda muchísima gente limpia.

“Tu vida puede cambiar, vas a encontrar las cosas que necesitas”, le dijo a Iris uno de los agentes que la acosó el primero de mayo. Ella se rió, como burlándose, y les explicó en buena forma que ella no es el tipo de persona que hace esas cosas.

El primer teniente Yanlet Iraola le preguntó a Henry en febrero de 2013, con los ojos chispeantes: “¿Te gustaría ser director del Telecentro de Camagüey?” Henry le contestó: “No, gracias”. Al rato el oficial volvió a la carga: “Tú vas mucho a la Casa de la Trova (lugar nocturno frecuentado por jóvenes en Camagüey). Te podemos conseguir un consumo (una botella de ron con dos refrescos enlatados a precio muy barato) cada vez que quieras”. Henry se echó a reír: “No, gracias, no me hace falta su ayuda. Yo me mantengo solo”. El agente se puso serio.

En 2015, en las afueras del aeropuerto José Martí, el agente “Antonio”, que había requisado y amenazado a Henry al regresar del extranjero, terminó pidiéndole su número de teléfono, “para conversar luego en un banco con calma, en Camagüey, y hablamos de política, y de lo que sea”. Henry le dijo que buscara su número de teléfono en la guía telefónica, y que cualquier conversación en la que él aceptara de buen grado estar con agentes o funcionarios del gobierno, iba a ser para debatir problemas del país, con invitación abierta al público, y grabación y publicación inmediatas”. El agente guardó silencio.

En enero de 2016, en un nuevo arresto, después de que “Frank” y “Marcos” trataran de explicarle a Henry durante una hora en la oficina de una unidad de la PNR camagüeyana los logros de la “Revolución”, apareció otro oficial, grueso, blanco y sudado, ante el que ellos se cuadraron. “Déjennos solos”. Sentado del otro lado de la mesa, y manoseándose el reloj dorado, empezó, tranquilo: 

“Hace tiempo que quería conversar contigo”. Pausa y silencio de Henry. “Te conozco desde hace rato”. Pausa y silencio. “Tengo algo que proponerte”. Pausa y silencio. “Podemos llegar a un acuerdo, sin cambiar de manera de pensar”. Pausa y silencio. “Me gustaría que pudiéramos dialogar, y que escucharas mi propuesta”. Pausa y silencio. “Bueno, ¿no te enterarás de lo que iba a proponerte?” Pausa y silencio. “Entonces, gracias por haberme hecho perder el tiempo. Puedesirte”.

A Juan Antonio Novoa, un hombre mayor, muy serio y católico, le dijeron: “Tú puedes colaborar con nosotros. No le digas nada a Henry”. Él fue a mi casa de inmediato y nos contó todo. “Mira, yo soy un hombre, y no ando en esas cosas”, dijo.

A Ebenezer Semí, “El Beny”, músico y pintor que un par de veces había amenizado con su guitarra los encuentros culturales Hora Cero, lo citaron en la Dirección de Identificación, Inmigración y Extranjería. Allí un agente le dijo, entre otras cosas, que debía agradecerle a la Revolución, que tanto había hecho por las personas de raza negra, y colaborar con la Seguridad del Estado. Que ellos necesitaban que siguiera asistiendo a esos encuentros culturales, para que les informara de cualquier cosa que viera. 

El Beny fue claro: en primer lugar, como persona de raza negra se sentía lo suficientemente empobrecido como para no sentirse en deuda con nadie. Mucho menos cuando el Estado le ponía múltiples trabas burocráticas a él para ejercer su profesión de músico, lo que mejor sabía hacer para ganarse la vida. Y que además, él no servía para ese trabajo de “informar” a la policía, y que de todas formas no había visto nunca nada extraño en casa de Henry, pues allí solo se hablaba de cultura.

Ricardo Estrada, médico y amigo de Henry de sus tiempos escolares, fue citado a la propia Villa María Luisa, sede de la Seguridad del Estado camagüeyana, solo porque había recibido mediante sms invitaciones a asistir a los debates culturales, aunque nunca había asistido. Un panel intimidatorio de oficiales, algunos uniformados, lo esperaba. Él, por supuesto, alegó que no tenía nada que ver son las actividades de Hora Cero. “Pero lo que queremos es que vayas, y nos informes”. “Miren, él es mi amigo, no cuenten conmigo para eso”, les respondió.

A Mario Junquera, director y actor de teatro, esposo de la fotógrafa de La Hora de Cuba Iris Mariño, un oficial lo invitó a colaborar. Mario le preguntó serio: “Ven acá, y si yo aceptara eso, ¿ustedes me arreglan la casa?”. “Claro, claro que te ayudamos”, le respondió rápido el agente, sin captar el tono irónico del actor. “¿Y…, si aceptara, ustedes me darían una moto como esa que tienes tú?”. “Sí, cómo no, ¡te damos una moto!”, le contestó el oficial, entusiasmado. “Chico, entonces ustedes son los que convierten a la gente en mercenaria, ¡ustedes quieren que la gente traicione sus ideas por cosas materiales!”. El oficial, dice Mario, se puso muy serio y, atrapado, solo dijo: “Qué gracioso”.

Yuri Garrote, preso por tenencia de marihuana, y padre del hijo de Sol García, fue visitado por el agente “Yoan”. Le ofrecieron beneficios carcelarios si dificultaba el trabajo periodístico de su pareja.

A Camilo Lora, trabajador de la Empresa de Flora y Fauna en Najasa, y cuyo delito era ser tío de la periodista de La Hora de Cuba Inalkis Rodríguez, la agente de la Seguridad Yanara le pidió que colaborara denunciando los problemas internos de la empresa. “Ese es el trabajo de ustedes, no el mío”, le respondió él.

El caso más visible de cómo la Seguridad intenta amedrentar y comprar a personas que tengan cualquier relación con La Hora de Cuba lo ofrece un video colgado en varios perfiles de Facebook simpatizantes del MININT, entre ellos el de la Jefa de Información del periódico oficial Adelante, en el primer semestre de 2017. En ese video, un señor llamado René Rubio, visiblemente atemorizado, le cuenta a alguien invisible, en un lugar oscuro sin identificar, que él ha sido entrevistado por “Henry Constantín y otra muchacha”. Y sin precisar el motivo, dice sentirse engañado al descubrir lo que era La Hora de Cuba

Cuando Henry vio el video, no lo reconoció; quien sí lo hizo fue Iris Mariño, la cual había entrevistado a este hombre meses antes con la única compañía de la fotógrafa Rachel Gómez. Efectivamente, en la última página de ese número de La Hora de Cuba aparece la foto de este hombre que, en medio de la calle, le responde sonriente algunas preguntas a Iris, mientras Rachel lo fotografía. Algún día sabremos con qué amenazaron o compraron —o las dos cosas— a este René Rubio, alias “Machito”, para hacerlo mentir.

Pero ese mecanismo fracasa cuando se aplica a personas emocionalmente capaces de resistirse a la complicidad más tenue, que al final es complicidad con la represión. Entonces, la Seguridad del Estado suele echar mano a otros métodos más graves, y burdos.


El acoso

Primero de mayo de 2018. Iris Mariño sale temprano de su casa en el centro de la ciudad. Lleva una blusa blanca, el pelo rojo, gafas —la mañana está soleada— y, lo peor, lo más grave: una cámara fotográfica en su bolso.

Atraviesa el casco histórico. Algunas personas caminan hasta la Plaza, a desfilar convocados por el gobierno y a saludar las arengas repetitivas de los locutores. Un hombre piropea a Iris cuando pasa por la calle Martí. Ella cruza el puente de Triana y cae, frente al gobierno provincial, entre la muchedumbre.

Se para a cien metros de la entrada a la Plaza. La enorme estatua de Ignacio Agramonte le queda a la derecha. Mira el desfile. Le llama la atención un hombre parado con pulóver del Che, que no desfila ni regresa, sino que está solo ahí, parado, mirando. Iris introduce la mano en su bolso, toma la cámara, aunque todavía no ve nada relevante, digno de publicar. Como el sol le da de frente, decide cambiar de lugar, para que no le queden las imágenes a contraluz. Entonces alguien dice detrás de ella: “Iris María, acompáñeme”.

Algo va a pasar.


Las garras

Cuando la Seguridad del Estado identifica habilidades y cualidades en las personas, sobre todo de cara al trabajo que hacen, y fallan en intimidarla los métodos “silenciosos”, entonces suelen dar pasos más agresivos y visibles.

Tres periodistas de La Hora de Cuba fueron acusados de cometer el delito de usurpación de capacidad legal, artículo 149 del Código Penal, inciso a (castigado con hasta un año de cárcel): Sol García y Henry Constantín, desde marzo de 2017 hasta el 23 de marzo de 2018, e Iris Mariño, desde enero hasta la misma fecha. A los tres se les informó el mismo día que la denuncia contra ellos estaba “archivada provisionalmente”.

Además, Sol García estuvo acusada durante más de dos meses de los delitos de desobediencia y resistencia (cuyas condenas, sumadas, van de seis meses a dos años).

Por estas acusaciones, los periodistas estuvieron sometidos a distintas medidas cautelares. Sol García: obligación de firmar todos los miércoles en la sede de la Seguridad del Estado, durante los dos meses de la primera acusación; luego, prohibición de salir de la provincia sin autorización, del país en ningún caso, y arresto domiciliario entre agosto de 2017 y marzo de 2018. Henry Constantín padeció la prohibición de salir de la ciudad de Camagüey (lo cual no consta como medida cautelar legítima, aunque eso fue lo que le prohibieron), y la prohibición de salida del país.


Prohibiciones de salida

Entre noviembre de 2016 y enero de 2017, así como a partir de marzo del mismo año hasta la actualidad, Sol García ha tenido prohibición de salida del país; primero como medida cautelar, y luego sin ningún pretexto. Henry Constantín tiene la misma prohibición desde marzo de 2017 e Iris Mariño desde abril de 2018, sin ninguna explicación legal.

En marzo de 2016, desde antes de la visita de Barack Obama hasta su despegue, Henry Constantín estuvo con prohibición de salir de la provincia (la cual se repitió desde marzo hasta julio de 2017).

Los arrestos domiciliarios sin mandato judicial que han sufrido los colaboradores de La Hora de Cuba empezaron en enero de 2016, la mañana en que fue destruido el templo del pastor camagüeyano Bernardo de Quesada. A Henry no se le permitió salir de su casa. Tampoco pudo hacerlo durante el paso por Camagüey de los restos de Fidel Castro. Y tampoco durante la visita de Raúl Castro a la ciudad de Camagüey, en enero de 2018. Ni él ni su esposa Inalkis Rodríguez.


Detenciones

Esta lista también es creciente: 

Iris fue arrestada el primero de mayo, antes de que intentara fotografiar el evento oficial. Era su primera detención. 

Sol fue arrestada por primera vez cuando la bajaron del ómnibus; luego dos veces al intentar ir a La Habana para cubrir un evento, y por cuarta vez tras fotografiar a dos agentes y ser detectada por ellos. 

Henry fue detenido aquella primera vez en la UCI, luego al intentar cubrir el juicio a Ángel Carromero —estuvo 19 horas en un calabozo en Río Cauto—, y finalmente estuvo casi 60 horas entre presos comunes, en 2017, en otro intento de reportar un evento. 

Inalkis Rodríguez, hasta ahora, solo ha sufrido esa detención en Cuatro Caminos, Najasa.


Elecciones democráticas

El jueves 12 de octubre de 2017, a las 8 p.m., Héctor y su esposa, ambos vecinos viejos del barrio, salen de su casa en Andrés Sánchez 315 altos, bien vestidos pero muy preocupados. Caminan mirando detenidamente a la gente a su alrededor, saludan a los conocidos y se detienen a dos cuadras, cerca de unas mesitas y unos baffles a todo volumen con canciones viejas y típicas de actos gubernamentales —especialmente de Silvio Rodríguez. 

En el lugar, sin alejarse mucho de su hijo, Héctor se pone a conversar, sonriendo, con sus vecinos de enfrente, que “atienden el CDR” pero son buenas personas. Héctor, sin dejar de conversar con los vecinos, saluda a un hombreque conoce de otro barrio bastante lejano. Cuando el individuo se aleja, Héctor le dice a su esposa bajito: “Ese es policía. Vivía en Buenos Aires, pero parece que se mudó para acá”.

A las 8:30 p.m., una señora que habla en el lenguaje de los militantes del Partido inaugura la reunión, a pesar de que hay presentes menos de cuarenta vecinos, de los 200 o 300 que tienen derecho a estar. Es la “asamblea de nominación de candidatos” de la circunscripción 106 del camagüeyano consejo popular Vigía-Florat, y Héctor y su esposa están tensos porque su hijo va a presentarse como candidato y ellos saben que, aunque no hay ningún policía de uniforme a la vista, eso —desafiar el monopolio de la política pública en un barrio cubano— la Seguridad del Estado no lo va a permitir. Ya empezada la reunión, se dan cuenta de que hay varias caras que no son del barrio, entre ellas la de Manzano, un retirado del MININT que se dedica a vigilar la casa de ellos.

Mientras, un hombre destartalado pide la palabra, se la dan al momento, y propone a una persona. Héctor no conoce al propuesto. Enseguida, desde otro lado de la reunión —todos están parados en semicírculo, menos la que lleva el acta— una señora mayor de apariencia bastante fina repite la propuesta anterior y, además, saca un papel en el que tiene cuidadosamente anotada la biografía oficial del propuesto, típica biografía de las que elaboran los funcionarios del gobierno de sus cuadros. La señora se acerca al micrófono y la lee completa. Una muchacha graba todo con un tablet sin que nadie la regañe. A Héctor ya no le cabe duda de lo que se trama. Mira de reojo a su hijo, que escucha en silencio.

Entonces, la representante de la comisión electoral aplaude y pregunta: “¿Hay alguna otra propuesta?” El hijo de Héctor levanta la mano. “Sí, yo tengo una propuesta”. Y avanza hacia el micrófono.

Algo va a pasar.


Robo de bienes, daño a casas, pero el humor intacto

“En el local que ocupa la Unidad Municipal de la PNR Najasa, siendo las 11:55 hrs del día 3/6/2016, el Instructor Penal Capitán Alonso Morell Montero, perteneciente a PNR Najasa, con el CI No 68011630884, procede a ocupar a Inalkis Rodríguez Lora, hija de Joaquín Fernando y de Yurima (…) Una Cámara Digital marca SONY (…). La misma es ocupada y dicha ciudadana, la que la portaba encima y le es solicitada y es entregada de forma Voluntaria al ser solicitada”. 

¡Sic!

Puede ocurrir en los aeropuertos, durante un arresto, o como consecuencia de un registro en la casa del propietario. O de madrugada, si lo que se daña son las paredes y puertas de la vivienda de la víctima.

Henry perdió su laptop personal, así como su celular, una decena de memorias flash, un mouse y variados documentos, libros y aditamentos digitales que le confiscaron a través de agentes de la Seguridad del Estado y la Aduana en dos ocasiones que regresó al país en 2016. Otro teléfono le fue devuelto por el agente “Yoan”, con daño intencional por inmersión en líquidos, tras un arresto, en 2017. En ese mismo evento en que perdió el teléfono, “Yoan” y su jefe ocuparon diez ejemplares impresos de la revista La Hora de Cuba, que por supuesto no devolvieron.

Sol ha perdido dos teléfonos: uno que le fue devuelto roto por el mismo “Yoan”, y otro que jamás se lo devolvieron tras quitárselo en 2017, porque fotografió con él a “Yoan” y a “Frank”.

La casa de Iris fue invadida un viernes por la tarde, en abril, por ocho uniformados del MININT, entre simples guardias y policías, bajo el mando de la capitán de la Seguridad del Estado Yanet Díaz. Buscaban —desesperadamente— la comida que había llegado en un envío solidario recibido esa mañana; comida que provenía de la propia tienda estatal El Encanto.

La misma casa donde Iris vive con su esposo y su hijo, en Padre Valencia 77, a unas cuadras del mismo centro de Camagüey, ha sufrido otras molestas agresiones. Dos veces —a fines de febrero la primera, y luego a principios de marzo de 2018— amaneció la puerta principal con abundante excremento animal untado, hasta una altura de casi dos metros incluso, justo donde había una pegatina de la campaña Cuba Decide que, por supuesto, también estaba embarrada. Iris, pacientemente, limpió la puerta y la pegatina, y agregó otra.

A fines de mayo la agresión fue distinta: ahora no la puerta, sino la fachada, amaneció con enormes carteles moralmente ofensivos o con intención de marcaje político. Ambas pegatinas de Cuba Decide habían sido arrancadas. Los espososdecidieron responder convirtiendo la fachada de su casa en una performance a la que invitaron, a través de las redes sociales, “a que todo el que quiera participe y escriba lo que desee”.


Prohibido reírse

Un asunto probado es que la represión no es una actividad humorística. Y que los ejecutores, quizás por su mismo oficio, se asumen como seres tan capaces de hacer sufrir que terminan no soportando el humor ajeno. Porque a La Hora de Cuba le han quitado celulares, laptops, libros y revistas, pero nunca el buen humor.

Durante el registro que hicieron en busca de un envío de alimentos, en la casa de los esposos Iris Mariño y Mario Junquera, este, viendo la frustración —“y hasta hambre”, dice— en el rostro de algunos agentes, le dijo a la oficial Yanet que si no iba a buscar en el refrigerador. “Buena idea”, y se lanzó hacia allí. Abrió la puerta, y unos cuantos pomos de agua y algunos huevos la desilusionaron aún más. “Miren, pueden llevarse los huevos si los necesitan”, les dijo Mario, compasivo. Uno de los agentes, de los más delgados, casi lo agrede.

En 2012, durante la entrevista a la que me obligaron a asistir los ya mencionados tenientes Iraola Palomino y Jessica, como protesta, les aclaré que yo solo estaba ahí porque “prácticamente me han buscado con tanques de guerra”. Mi exageración fue deliberada. “¿Con tanques de guerra? ¡No, si solo fue una patrulla!”, se asombró el teniente Yanlet. “Es una hipérbole”, aclaré, mirándolo con pena. “Un recurso literario”. Se puso serio.

Por nuestra parte, casi nunca podemos reírnos en el momento, preocupados como estamos por las difíciles situaciones. Pero después, tarde o temprano, nos reímos sin piedad.

Cuando se le pregunta a Sol si recuerda algo divertido de ese arresto en que la bajaron del ómnibus, solo dice: “los tampones”. ¿Cómo que los tampones? 

“Sí, cuando la mujer policía termina de registrarme empieza a revisar mi equipaje, encima del mismo lavamanos del baño. Lo registra todo, pero lo que le llama la atención son dos o tres tampones que yo llevaba. La mujer los levantó, los miró fijamente, me preguntó: ¿Y esto? Le respondí, y ella, desconfiada, me dijo: ya veremos, y salió con esos tampones en actitud de triunfo, como si hubiera descubierto algo comprometedor. Me da risa pensar en eso, pero también mucha lástima: aquella mujer no sabía lo que eran tampones, nunca los había visto”.

Cuando fui detenido en la UCI por mirar a Fidel Castro sin permiso, tuve que morderme los labios para que, en medio de la preocupación que tenía, no se me fuera la risa. Uno de los policías registró mi mochila; los libros y revistas los empujó a un lado, casi con asco. Pero sacó el pomo de agua y lo miró a trasluz. Luego lo abrió y lo olfateó. Hizo lo mismo con un tubo de desodorante que yo llevaba para enfrentar el calor.

La noche en que decidieron quedarse con mi laptop y mis memorias, un joven agente de criminalística, que se sentía de buen humor, fue el encargado de tomarme las huellas dactilares y guardar en nailon especiales mis bienes robados. Después lo hicieron regresar y palparme la ropa, por si escondía algo. Perdida la contentura, debido al papel que ahora le tocaba, me revisó medias y cinto, bolsillos y falsos. Tuvo que meter la mano entre el pantalón y mi ropa interior. Se me ocurrió decirle: “Ten cuidado, no te pinches”. No tenía que responder, su rostro era todo rabia contra sí mismo.


Algo va a pasar

En Cuba, definitivamente, es muy seguro que tarde o temprano le pase algo a la persona que reincide en ejercer su libertad. Es lo que le ha ocurrido a La Hora de Cuba.

“Quítate la ropa”, le dice la mujer policía que se ha metido con Sol en el baño de los guardias del punto de control. 

Sol, delgada, rubia de pelo largo, bonita y joven, que hace quince minutos estaba pensando en su hijo y escribiéndole un sms a su mamá: “Cuídame al niño. Regreso pronto”, ahora está quitándose la ropa y doblándola con cuidado para que no se le ensucie, frente a aquella guardia que no para de mirarla ni de rascarse el cuello con sus uñas acrílicas.

“Haz cuclillas”. Sol no se acuerda de cuantas cuclillas hizo sin ropa —pero dice que “fueron pocas”— delante de la oficial, de la que tampoco retuvo el rango —“pero no era muy alto, no tenía ninguna barra”, cuenta. Ni ningún respeto.

Afuera la esperan una patrulla y un auto de la Seguridad con varios agentes. No son los mismos que esperan a Inalkis en la PNR de Najasa, los que la van a amenazar y a tratar de quitarle su cámara con fotos de un policlínico sin terminar, durante toda una mañana, mientras la amenazan con dañar a sus padres o encausarla si sigue haciendo cualquier cosa que parezca periodismo. 

Y tampoco son los policías de la PNR de la UCI, que tendrán detenido a Constantín toda aquella tarde de 2004, haciéndole preguntas y revisando su equipaje en busca de vaya uno a saber qué. 

Ni estarán entre los cuatro agentes que desfilan frente a Iris Mariño esa mañana del primero de mayo y que durante casi cuatro horas no pararán de hacerle comentarios más parecidos al acoso sexual que a la argumentación política. 

Tampoco serán esos dos hombres fuertes que se lanzan sobre el anciano Héctor en la reunión electoral, cuando él trata a defender a su hijo que ha sido agredido por otras personas casi en cuanto empezó a hablar. 

Son distintos, pero al final, tienen algo en común. 

No conocen la libertad.


Esta historia no ha terminado aún, ni mucho menos. Es probable que esto, lo escrito hasta aquí, solo sea el principio.




Las raíces de la censura en Cuba - Daniel Díaz Mantilla

Las raíces de la censura en Cuba (I)

Daniel Díaz Mantilla

Con la prohibición de P.M. se abrió en Cuba el debate sobre los límites de la libertad que los intelectuales tendrían para expresarse, sin precisar los límites de la libertad que el Estado tendría para imponer esos límites.