A mediados de los años noventa, Cuba tuvo un festival de Rap como hoy no se podría imaginar. Alamar, una comunidad de la periferia, relegada y olvidada, se volvía una fiesta. Agosto tenía otro sentido para una juventud que cíclicamente enfrenta el calor y la pobreza.
Tanto voltaje alcanzó aquello que activistas norteamericanos por los derechos de los afrodescendientes se interesaron en el evento. Y hasta el cantante Harry Belafonte y el actor Danny Glover. Incluso la actriz australiana Charlize Theron, luego realizaría un documental titulado East of Havana, donde recogía este fenómeno sin precedentes.
Rodolfo Rensoli.
El rap cubano había roto el férreo cerco que nos confina y despertado la curiosidad internacional. Y el loco que logró darle forma a este sueño era Rodolfo Rensoli, poeta, caricaturista, artesano, promotor cultural. El mismo que murió el viernes 6 de junio pasado, provocando un estupor del que aún no salgo por el terco hipnotismo que insiste en hacerle justicia a la vida.
Rensoli mismo me visitó en el verano del 95 para contarme, con su gesticular apasionado, en qué estaba metido. Entonces yo vivía en la Habana Vieja, tenía cuatro meses de embarazo y me sentía distante del mundo cultural. Le dije que iría al festival, pero no fui.
Años después, conocí a quien ahora es mi pareja. Él vivió en carne propia como parte de GrupoUno, el pequeño colectivo gestor de los festivales, lo que implicó activar las alarmas del gobierno. Esto provocó la detonación silenciosa que dividió a los raperos y se burlaron, como siempre, de la espontaneidad de la gente, al crear la Agencia Cubana de Rap.
Rodolfo Rensoli.
Al igual que cada institución de esta Isla, su objetivo no era desarrollar el movimiento contracultural, sino disolverlo. Y lo consiguieron.
Justo ahora, que las voces de los estudiantes universitarios están estremeciendo esta sugestión asfixiante que sostiene a Cuba, enterarme que murió Rodolfo se me antoja aún más injusto.
Estos jóvenes que están protestando por los nuevos precios del internet en Cuba resienten la pérdida del único espacio de libertad del que disponían, tal como nos pasó a nosotros con el arte alternativo.
Ingenuamente, insistíamos en darle forma a nuestros proyectos, pactando con funcionarios que tampoco tenían poder real. Algunos creyeron, confiaron, que la libertad existía al menos para el arte. Hasta que les impusieron tomar partido y lo hicieron por la censura.
Rodolfo Rensoli.
Una censura que luego se llevó también al festival Poesía sin Fin, liderado por Omni Zona Franca. Y que más tarde arrasó con el festival de música alternativa Rotilla y el popular evento Puños Arriba, que premiaba la mejor producción discográfica underground. Acontecimientos todos que traían consigo la fuerza inimitable de lo que nace y crece naturalmente, con el sagrado ímpetu de la rebeldía.
Personalmente, creo que Rensoli nunca se recuperó del todo de la gloria que le arrebataron. Un espacio de creación, un espectáculo que iba in crescendo y recogía la energía disconforme y pura de la juventud. Las malignas directrices que iban demoliendo todo, lo más discretamente posible, al final tuvieron que dar la cara y mostrar que la libertad está prohibida incluso en un territorio virtual como el del arte. Y más tarde demostraron, por medio de la violencia, que mucho menos es permisible la libertad en las calles, como sucedió el domingo 11 de julio de 2021.
Rensoli aprendió, como todos nosotros, que nos movíamos en un campo minado. Si no emigras o no optas por el insilio, el camino es aún más escabroso. Los artistas vivimos sobre todo en nuestra mente. Y, con intermitencias en esta realidad impía, aplastante, las reuniones con amigos, los encuentros casuales, la cultura que repite el ciclo de lo desafiante (siempre cuidando de no cruzar el límite), las charlas infinitas donde quiera que nos sorprenda el momento, pueden darle un gusto especial a la vida. Aunque sea en riesgo de la propia salud.
Rodolfo Rensoli.
El espíritu bohemio de Rensoli y su frenética creatividad pienso que lo salvaron del hastío, aunque en sus ojos se acumulaba la tristeza que nos sobrecoge a todos en esta guerra impuesta de pasiva resistencia. Y también crecía el cansancio.
Tal como lo vi en los ojos febriles del poeta Juan Carlos Flores, suicida en el balcón de su apartamento en Alamar, a consecuencia de esta extinción impuesta al arte de la comunidad, por un sistema que no soporta ver germinar nada que sea verdadero. Nada que no sea forzado y artificial.
Sé que la muerte total no existe y que las almas, fuera de la prisión del cuerpo, siguen su rumbo para alcanzar una realización mucho más inmensa que todas nuestras expectativas humanas.
Pero no puedo evitar sentir esta pena, esta sensación de algo incompleto, de abuso, de atropello, cuando pienso en Rodolfo Rensoli y el enorme potencial que traía para revolucionar el arte en Cuba.
Rodolfo Rensoli.

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