Veo a Leandro interesado en la top model, la sigue por todo el bar, la intenta convencer a base de señas (a un fotógrafo no le hacen falta las palabras), doblan por un pasillo oscuro hacia casa de Xiomara (ama de casa de sesenta años que abre las puertas de su casa para los clientes del bar), prepara la cámara súbitamente, cuando, a punto de apretar el obturador en ráfaga al estilo paparazzi, la top model pronuncia en un inglés perfecto: I donʼt speak with photographers.
Hay una milésima de segundo de malentendido, pero el dedo de Leandro sigue su inercia automática hasta el obturador y, en un gesto no menos automático, la top model empieza a posar ante la ráfaga invasora de la Canon 5D Mark II. Una escena tan natural, que demuestra que ambos han nacido para esto.
El fotógrafo es Leandro Feal, la top model es Rianne Ten Haken, y el sitio es el bar Roma.
Desde la calle no se intuye que el bello y destartalado edificio del antiguo Hotel Roma en el centro de La Habana pueda albergar un bar con el mismo nombre. Menos aún puede sospecharse su increíble azotea, que domina casi un tercio de la ciudad vieja. La barra está abierta a todas horas, está permitido permanecer en el local aunque no se pida ningún trago. Chris, su mánager y fundador, cuenta que es una mezcla entre La Guarida y la casa de Gabriel Calaforra. Lo que equivale a decir que es una mezcla entre el lugar más exclusivo de la ciudad y el más democrático.
Durante los últimos dos años han ocurrido en La Habana (más allá de los habituales conciertos de reguetón) lo que en la jerga militar se denominan “hechos extraordinarios”. Hemos recibido con aplausos al ex presidente de los Estados Unidos Barack Obama, hemos visto de lejos una pasarela de Chanel, hemos sido el plató de una de las sagas más corporativas e intrascendentes de películas de Hollywood (Fast & Furious). Todavía no creemos haber escuchado en vivo a Mick Jagger y a Keith Richards, los mitos vivientes de The Rolling Stones.
Muchas de las imágenes de Leandro Feal son en torno a estos hechos y a la particular familia —en lugar de la biológica— que se crea alrededor de Roma. El espacio encarna al mismo tiempo ese espíritu frívolo y cosmopolita de acontecimientos rápidos y turísticos, pero impactantes (la nueva economía privada, la liberación sexual de una generación, la institución de la noche como ecosistema, la muchedumbre pacífica de la techno, el interés de turistas por una capital de moda, la “ciudad desnuda” que no duerme, el incipiente deseo de convertir lo cool en un estilo de vida).
Al igual que Larry Clark, Leandro se involucra en esa comunidad y su cámara a menudo desplaza su objetivo hacia él (se expone) en manos de alguien que ya ha sido retratado antes. La textura de sus fotos en Hotel Roma (2017) dicen tanto de estos últimos años que no queda claro si se ha dedicado a retratar o a inventar los imaginarios que configuran la Cuba contemporánea. Son imágenes tan rotundas como hermosas de un mundo contagiosamente hedonista, desparpajado, auténtico. Ha tenido tanta suerte como el Korda que fotografió a los “épicos” comandantes barbudos, pero sus temas son los del Constantino Arias que retrató el ambiente del Hotel Nacional, o los de Sabá Cabrera y Orlando Jiménez Leal en PM. Si la serie Tratando de vivir con swing (2006-2008) fue el refugio último de una minoría underground y anacrónica (la serie documentaba el estilo de vida bizarro de sus amigos artistas, escritores, punks, personajes raros habaneros que desafiaban el estilo medio de las actitudes locales), Hotel Roma es la unión casi perfecta entre la contracultura y el establishment.
Continúo indagando, quiero saber más sobre la gente que aparece en estas fotos.
Dianela, una chica nacida durante la década de los noventa que (además de ser profesora de inglés en una universidad pedagógica) dedica casi todas sus noches a la barra de Roma. Su misterio casi infantil es de un gracioso contraste en relación a su rostro seco y distante, como alguien que tiernamente aparenta ser difícil. Antes andaba de fiesta en fiesta, le gustan los tatuajes, los Superga, la música electrónica y la ropa de temporada. En Roma pudo canalizar su energía, su afición había devenido empleo. Las imágenes de Hotel Roma presentan un rasgo genérico: el profundo hedonismo de las fotos es el reverso de personas que dedican mucho tiempo a su trabajo.
En cambio Félix, un chico gay de Las Tunas alquilado en la Habana Vieja, siempre viste ropa de segunda mano y es prácticamente la imagen masculina del sitio: atlético, algo femenino y de piel morena, lleva el pelo afro y una barba incipiente que ya empieza a merecer unos cortes. En una ligera entrevista lo escucho decir que su tono preferido de ropa, sin duda, es la mezclilla, que le fascina Lana del Rey y que su estilo propio lo define como “redondo”. Además de hablarme más de una vez de libertad, su última frase no me sorprende: “Yo voy a ser tendencia”. No difiere mucho de los antiguos fans del mítico Studio 54: “Si pudiera llegaría todas las noches a Roma en un caballo”.
Los deseos de Félix de “ser tendencia” se ven respaldados por un perfil de Instagram (@romahabana), que funciona como una de las plataformas de la serie Hotel Roma. Entre los fotógrafos existe cierta sensación de ansiedad ante la saturación de imágenes en las redes sociales, el temor de que todas estas instantáneas que compartimos todo el tiempo terminen por devaluar la fotografía. Pero lo importante no son lo medios masivos, sino la pasión por cómo se siente ser la persona detrás de la cámara, qué tipo de situaciones genera, cuánto peligro hay en declararse como alguien que mira todo el tiempo (aun lo que no se debe), o en generar circunstancias que solo existen para y por la fotografía.
Mientras más teléfonos móviles existen, más imprescindibles son los buenos fotógrafos.
“No obstante ─escribe Susan Sontag─, la realidad de una cámara siempre debe ocultar más de lo que muestra”. Richard, el ayudante de sonrisa perenne, no se repite en las fotos y en las noches por gusto. Como un digno clásico del ambiente habanero desde la época en que a los homosexuales se les llamaba “entendidos”, no duda en contarme la siguiente historia: “Por aquel entonces, a finales de la década de los noventa, eran comunes las casas de fiestas clandestinas de transformistas. Yo mismo tenía una llamada El Talismán, pero la más sonada era El Periquitón.
”El Periquitón quedaba justo al lado de la escuela militar de la Avenida 51, el Instituto Técnico Militar (ITM). Era un patio bastante grande con una mata de mango en el centro, rodeada por una pista de baile y sus respectivas gradas, al fondo estaba limitado por una cochiquera. Recuerdo muy bien su última noche. En aquella época, nuestros referentes eran Pedro Almodóvar y Reinaldo Arenas, me impresionó mucho ver allí al primero, Arenas, desafortunadamente, ya se había muerto. Pero además de Almodóvar estaban también Bibí Andersen o Bibi Fernández y Jean Paul Gaultier. El caso es que en el momento cumbre de la noche llega la policía y estaba en escena Lola Montes, un transformista que ahora radica en España, todo el mundo quedó sorprendido por Emigración y la Brigada Especial de la Policía. Con aquella impresión algunos huyeron por la cochiquera.
”Pusieron una máquina de escribir estilo RDA en el centro de la pista de baile, con la máquina fueron interrogando a todo el mundo, al dueño se lo decomisaron todo, y nosotros fuimos conducidos a la estación de policía de Marianao, de donde salimos a las tres de la tarde del día siguiente, con una multa y un acta de advertencia. Después de eso El Periquitón no funcionó más. Era la mejor discoteca gay que tenía Cuba.
”Roma era también un lugar increíble, aunque sin censura, gracias a la modernidad del siglo XXI. Estos jóvenes tienen la suerte de no haber vivido la recogida del Capri”.
Pero no puede catalogarse como un bar underground o gay en lo absoluto. Detrás de la barra parece reproducirse el mito homérico de las fatales sirenas. Mejor no detenerse a escuchar sus llamativos cantos. Eli, la linda joven achinada de tatuajes que prefiere trabajar para Roma, donde gana menos dinero que en su anterior empleo (también en un bar); Claudia, la pelirroja andrógina que estudió Historia del Arte; Amarilis, la morena sonriente que tras su belleza esconde una vida de madre de familia. Cada noche sirven tragos para artistas, escritores, intelectuales, empresarios, millonarios estatales y privados, celebrities locales e internacionales, gente común y turistas.
Hotel Roma sabe cómo travestir a sus actores en una especie de promiscuidad tan sexual como política, donde cada cual consume lo que le falta. El conservador se rodea de liberales, el millonario de pobreza, el turista prueba el sabor local y el comunista experimenta la disidencia.
Pocas personas no están dispuestas a desnudarse o a besarse entre ellos, el “poliamor” es una idea popular entre sus correligionarios. El desafío de Hotel… adopta dos maneras aparentemente del todo incompatibles. Una es la revuelta contra la rígida sensibilidad moral revolucionaria. La otra revuelta se dirige contra el mundo del fracaso.
De acuerdo a Juan Villoro, Warhol parafraseaba así el concepto de fracaso: “Las fiestas de Kitty solían ser lo máximo en Nueva York, llenas de estrellas de Hollywood, y en cambio ahora solo van sus amigos”. Si en ¿Y allá qué hora es? (2015-2016) Leandro perseguía por diversos escenarios internacionales el éxodo de los cubanos, en Hotel Roma se concentra en un solo punto de La Habana para mostrarnos el mundo. Como en los años sesenta, pero en sentido inverso, Cuba está recibiendo un ejército de todo tipo de curiosos.
El público podrá ver una celebración de la “nada glamurosa” que consume a Occidente (Karl Lagerfeld: “Lo que me más me gusta de todo es la imagen del Che con un sombrero de guano”; Mick Jagger: “No he tenido tiempo de planear un regreso a la escena, porque no he salido de ella”, Vin Diesel: “Este es el país más soleado que jamás he visto”), aunque en vez de ocultar la realidad cubana, la fotografía de Leandro Feal, en todo caso, la presupone.
Durante el genocidio de Ruanda en 1994, Alfredo Jaar se dedicó a documentar buena parte del suceso (Real Pictures). Las imágenes fueron reunidas en cajas negras de archivo convertidas en una escultura minimalista. Alguna de las etiquetas de estas cajas tenía inscrito: “En la fotografía hay tantos cadáveres que resulta imposible contarlos”. La ausencia es el recurso para hablar sobre el hartazgo de una tradición fotográfica de crímenes y de muerte.
Para Susang Sontag: “Una fotografía que trae noticias de una zona de la miseria no puede hacer mella en la opinión pública a menos que haya un contexto apropiado de disposición y actitud”. El efecto vitrina de las fotos de Leandro es uno de los hechos más (auto)referenciales con respecto al lenguaje político cubano de los últimos años. Solo que esta vitrina, esta caja para mirar al mundo se parece más a Vogue que a la impopular Juventud Técnica.
¿Quién ha visto La Habana como una ciudad con tres identidades, la americana, la soviética y la poscomunista?
¿Quién ha despojado la nostalgia de toda connotación de pasado?
¿Quién ha cuestionado el rostro más aburrido de nuestra ciudad?
Si hay algo en común que define la tradición intelectual cubana es una lucha agónica contra la mediocridad del contexto. La continuidad de una cultura conservadora y la lógica cosmopolita de la vanguardia. Hay, al menos, tres citas indiscutibles que lo demuestran. Lezama le escribe a Rodríguez Feo en 1948: “La situación del país es una cara de Juno. Por una parte, propósitos de rectificación: por la otra, el estilo cubano de siempre, chabacano y ramplón»”. Reinaldo Arenas en 1989 habla acerca de “la tradición chata y de la ramplonería cotidiana que ha caracterizado a nuestra isla”. A Leandro Feal no le hace falta explicarlo, en contraposición presenta Hotel Roma.